Sole goes to Hooter's
12 y algo. Medio día. Me armo de tarjeta y celular y empiezo a deambular por la oficina a ver cuál será la pobre víctima de la que me asiré como plantita parásita para no almorzar solita mi ración de pasto de medio día. (Nota de Sole: Prefiero comer pasto que cualquier otra de las porquerías del food court).
Los socios A, F e I, caminan en ese mismo instante por el pasillo que lleva hacia la puerta. Intercambiamos miradas cómplices con pupilas hambrientas. A me increpa directo: “Vas a almorzar?” No me da tiempo de afirmar con la cabeza cuando F me dice entre pregunta y compromiso: “Venís con nosotros?”. I, mucho más cauto y usualmente feliz entusiasta de mi presencia y mis chistes a la hora de almuerzo, baja la voz, se pone la mano en la boca, mira alrededor para detectar moros en la costa y me dice “eso sí… vamos para Hooter’s…”
Pensé que era para espantarme. Buscaban el mismo efecto que decirme “vamos a jamar al sushi de aquí cerca donde sale en setenta y dos mil trescientos veintiocho por jupa, un pedacito de sashimi y un vasito de agua fría” que esto de Hooter’s. Respetuosa y agradecida por la confianza y la sinceridá, les respondo:
“Aaaaaah…. Entonces ni se preocupen, yo ahí veo qué hago, me compro cualquier mierda al frente y me siento sola entre un mar de desconocidos, a comerme mi comidita fría y sin tener con quién hablar. Total, que más me da, talvez será mejor, ya sé que sufriré…”
Pero F interviene veloz. “A vos no te molesta, verdad?” Y le dice a los demás alzando las cejas: “Será divertido ver como reaccionan las muchachas con la presencia de Sole.”
Partimos en grupo con un extraño e incómodo silencio. Nos montamos todos en un solo carro y nos dirigimos a una nueva experiencia. No puedo evitar, a pesar de toda mi supuesta apertura mental, sentirme incómoda, ni puedo evitar recordar un episodio relacionado, con el Patán casualmente, cuando comentamos la apertura de ese antro, cuando con un comentario de corte feminista y de defensa del género, tan raro en mí, le espeté:
“Es que don Cosito, quién va a meter plata en eso? O sea, dinero en algo que cosifica a la mujer y explota su cuerpo?!?” Para que me respondiera, con su tono ronco y característico: “Ricas todas, ojalá me restrieguen las tetas en la cara.” Y hasta ahí había llegado la discusión del asunto.
Arribamos como partimos, con una extraña sensación de que algo del plan no era correcto. Al entrar lo comprobamos: las meseras del lugar, en su uniforme característico, se vinieron como abejas africanas en mood de ataque a saludar a los comensales con grititos histéricos y sonrisas dizque simpáticas… hasta que vieron la figura de Sole elevarse por detrás de los socios A, F e I, que me miraban preocupados al verse objeto de tan cacareado y escandaloso recibimiento.
“Es que eso del saludo a mí no me parece”- se excusa F
“En Estados no es así”- me aclara A.
“Me pregunto si le harán a todos lo mismo”- filosofa I
Yo, ya acomodada en mi sillita de banco, les respondo, sin cierta sorpresa: “Pucha, me las imaginaba diferentes. Hubiera jurado que la silicona was mandatory, pero vi a un par más bien chupadas”. Nos reímos los cuatro para romper la espesura del ambiente. La risa se muere pronto, como ocurre cuando se finge, y nos clavamos en el amplio menú, pletórico de carnes y grasas.
Una de las muchachas se nos acerca y F le dice: “nos tomás la orden?”. Era rubia, blanca, de ojos azules (Nota de Sole: El Patán me diría y de hecho me dijo cuando le pregunté si eran bonitas: “Qué? Tienen cara?”). Responde con acento fuerte y moviendo mucho las manos “hablou poquitou españollll”. A, siempre cosmopolita, se hace cargo “No problem. We speak english. We are ready”. Y la damita lo pone en su lugar “I don’t take orders” y se aleja meneando el traste. A exhibe su conocimiento del tema “Esa es la que le enseña a los demás. La deben haber traído importada”.
Mientras esperamos la comida, yo busco en que posar la vista. La mayoría de los visitantes son, eminentemente, hombres. Muchos con cámara, ruegan por una fotito a la que accede el cuerpo de camareras y se tiran aplaudiendo y haciendo mucho ruido a colocarse en posición alrededor del pobre idiota que cree que por tomarse una foto se hace más hombre. A los que dicen cumplir años, sospechosamente muchos hoy al mediodía, los ponen de pie en una silla, lo rodean y le hacen un canto a lo cheerleader pidiéndole que haga la danza del japiberdei, cuya letra y profundidad merece plagio:
“una alita por aquí, una alita por allá, colita por delante y colita por detrás” con los movimientos asociados de brazos y pelvis.
Las meseras disfrutan corriendo de un extremo del lugar al otro. Hago nota mental de hacer el comentario en mi supuesto programa de sexo de la importancia de usar un brassier adecuado que impida ese tongolelismo gelatinoso (Nota de Sole: A ver, a ver: quién recuerda a Tongolele?) o balanceo extremo. Estoy tentada a gritarle a una “Muchacha, por dios! Agarratelas que se te van saliiiiirrrrrr!” pero me contengo. Allá ella y su abundancia.
Los rótulos dicen cosas ilusas como “we are highly trained profesionals” y sinceramente descriptivas, merecedoras de ser el ejemplo de la autocrítica socialista como “Delightfully tacky, yet unrefined” lo que ya me sospechaba cuando vi que las servilletas era un ROLLO completo de papel de toalla puesto sobre la mesa, o la delicada dedicatoria del baño a Mr. John M. Crapper…Y me sorprende que la mayoría de las muchachas no son bonitas, detecto a dos o tres con panza, y algunas sin delantera. Hay de todas las razas. Creo que una, al menos es operada. Y sí, se me sale lo víbora y me comporto como una mujer comparando y comparándome y qué?
Nos enteramos de estrictas reglas que aplican a las chicas. Ganan por propina. Es parte del asunto sentarse en la mesa con el cliente para tomarle la orden (en la nuestra no se animaron, o sea, les arruiné parte del chingue), andan con hula hulas guindando que yo aposté que se usan para el table dancing. Tienen terminantemente prohibido relacionarse con los clientes. Media nalga afuera, shorcitos de los hot pants, pantimedias extragrueso, tennis blancas y camisetas de media copa (o sea media teta expuesta) es fundamental.
Algunos highlights de nuestra amena conversación:
F se lo toma muy científicamente y con ánimo de antropólogo social:
“Hay que dejarse de varas pero hay que tener cierta inmunidad al ridículo para prestarse a esto”
“Sole, qué tipo de gente se te antoja que viene aquí?” (mientras no para de saludar a los nuevos comensales que van ingresando, conocidos y amigos todos)
“Mi hija no quiso venir el otro día porque me dijo que esto no era un restaurante familiar. Tuve que aclararle que tampoco era lo que mami decía y que putero es una mala palabra”.
A creo que entra en shock y trata de desviar la atención de lo que indefectiblemente llama la atención en Hooter’s:
“No se han comprado en el aeropuerto un libro que se llama Why men have nipples? Pucha, super interesante, son varas de medicina y sexo y eso de los mitos. Sabían que esa vara de ER de clavar una aguja en el pecho no es cierto?”
“Qué patadón del barza! Eso es lo bueno, los teles, la pantalla gigante. Mae, te imaginás? Nos queda super cerca y cómodo para el mundial de Alemania!”
“Yo tenía que regresar a la 1 a la oficina” (eran la 1 y media).
Pero algo, algo revela:
“La semana entrante les autorizan la patente para vender guaro, o eso me han contado. También oí por ahí que la gente se ha quejado que de noche hay mucha luz”.
Casi le pregunto: mucha luz como para qué? O es que tienen que estar a oscuras para poder verlas a gusto?
I, más callado, aprovechaba los intercambios de one liners para echarse un ojito alrededor y sonreír entusiasmado y hace comentarios de tinte internacional:
“Si uno tiene una novia en otro zipcode no cuenta como infidelidad”
“La pegaron poniéndolo frente a un hotel. A mí, si me hubieran preguntado, abro un Dennis”
“Esos maes parecen turistas… hmmmm. Sip, vienen de Curri a jamar hasta aquí”.
La comida es un asco, a secas. Mi ensalada llevaba unos cuarenta días y cuarenta noches en el congelador y a la lechuga se le nota. Incluir un gajito de tomate, dos tiritas de zanahoria y medio pepinillo de los de las bocas no hace a la ensalada mixta, la hace paupérrima y no le quita la calificación de asco… es además pequeña y carísima. F también se queja del precio, con el incoterm correcto: overpriced. I aporta que es que estamos pagando por algo más que la comida. “Pay to see”- agrego yo, decepcionada -“lo cual me convierte en la única de la mesa que ha sido estafada”
Pienso que es bueno que hayan lugares como ese en San José, que tengamos como pueblo, una mente así de abierta. Fantaseo con un amparo interpuesto por alguna gordita que reclama discriminación por peso o una señora madura rechazada para el puesto por la edad. Me río de imaginar a una pareja típica tratando de bajarse unas alitas: “qué le ves? Pero porqué te le quedás viendo así? Nunca has visto un culo, no? NOTRATESDEDISIMULARSUCIOPERROSPERVERTIDO , qué es la vara si ya sé que te la querés coger, andá y se lo decís en la cara…” y otras linduras derivadas de los celos.
Trato de analizar a las meseras. Será necesidad? Será exhibicionismo? Será que esperan atrapar a uno de esos viejos verdes que les vienen a ver los cuerpos? Tal vez, me digo, tal vez, son estudiantes universitarias que ven en un brete definitivamente lucrativo (Nota de Sole: El patán estima en 2 mil dólares el ingreso por mes) el financiamiento de su carrera de neurocirugía, filosofía clásica o física cuántica…
La idea se me desbarata cuando vienen a recoger el pago de la cuenta. La mesera ve cuatro tarjetas de crédito sobre la factura, se nota que hace un esfuerzo matémático, pero igual, por las dudas pregunta y hace a la vez gala de sus habilidades de Pitagóricas proporciones:
“En cuatro mitades, verdá?”
Solo le falta que al regresar, pregunte: Cuál de los cuatro es Solentiname?
Seguís leyendo?