Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

junio 27, 2008

Calufa y yo

Apenas pude leer, Mimí me puso en las manos un libro azul, con el dibujo de un niño de pantalones cortos. Me sé de memoria la primera frase del primer libro que leí. Y que volví a leer. Muchas veces. Dice: “Yo nací en el Llano de Alajuela, un 21 de enero de 1909”

En la primera leída entendí muy poco y no logré pasar de las atravesadas nocturnas de potreros para atrapar candelillas y tíos infieles y de la quemada de Tomasito.


Ya por ahí de la cuarta vez, se me desato una admiración profunda. Yo quería ser Marcos Ramírez. Hice lo que pude: una mascota gallina, que también terminó en almuerzo. Enterrar una botella con agua y muchas flores que tampoco se me convirtió en perfume. Alzarme plata que tenía Ella escondida en un abrigo verde. Negociar con Dios para pagar favores con rezos. Leer, leer, leer, en el baño, debajo de las cobijas, mientras comía, mientras caminaba.

Un sábado, en lugar de llevarme al Cementerio, Mimí me llevó al centro de San José. “Ahí quedaba La Vencedora”, “Este es el paso de la vaca”, “Aquí era la casa donde vivía Calufa”, “Este fue el parque de la manifestación, la muchacha del lazo verde era Carmen Lyra, ves? Allá quedaban los scouts” “Esta era La Información”.

Yo quería saber si todo lo que el libro decía era cierto “Claro! Si Calufa no inventó nada, todo lo vivió. De chiquillo era un demonio, su pobre madre… Cuando Zacarías lo rajaba a palos se escapaba de morir y quedaba así todo marcado”. Calufa tenía como yo, un tío abogado que medio veía por él, un padrastro que lo ignoraba, un abuelo que lo adoraba y un fajazo seguro por lo menos una vez por semana.

Mimí me contó que el papá de Calufa fue el director de la Banda de Alajuela y que nunca lo quiso reconocer. Y que cuando Calufa fue diputado y sus libros se leían en todos los idiomas, se le acercó con la oferta de darle el apellido. Mimí se sentía tan orgullosa de él, de cómo le dijo que no lo necesitaba, que se lo guardara para otros hijos, porque Calufa pefería seguir llevando el apellido de la mujer que lo crió sola.

Unos años antes de morir, Mimí me contó más cosas:

La abuela de Calufa sí lo quería. Se llamaba doña Carlota. Vivía en el mismo barrio que nosotros y daba clases de catecismo. Tu papá le decía “Carlota Pelota” y ella me daba las quejas. Calufa llegaba todas las semanas a verla. Cuando yo sabía que él venía, salía a la calle y me recostaba en la pared a verlo pasar. Un hombre no muy alto, grueso, con aquellas manotas de zapatero y de peón. Siempre fumando. Cuando pasaba justo enfrente mío, siempre volvía a verme y me decía “Hola Natalia”. Yo, de la pena, a veces no le podía ni contestar….” Y Mimí suspiraba, despertándome sospechas de lo cerca que estuvo Calufa de ser el papá de los muchachos y la oportunidad literaria y genética que eso entrañaba. “Seguí, seguime leyendo”

En cambio, mi imagen favorita de Calufa es aquella que contaba en una página perdida de Marcos Ramírez, la de la música de una dulzaina que tenía un color así, como de papel azulito.

Nota de Sole: Doña Carlota era la abuela paterna de Calufa. Mimí se refería a un tiempo en que vivían o cerca de la Escuela Mauro Fernández o en Barrio México. Algún día le ofreceré al Ministerio de Cultura la oportunidad de hacer un San José Posible literario, marcando las calles, las casas, los parques en los que ocurrieron las historias que cuentan los escritores nacionales, tan devaluados en la memoria local.


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junio 26, 2008

El centenario

Si un 11 de setiembre no se hubiera materializado la traición y un puño de soldados anónimos no lo hubiera acribillado cobardemente en La Moneda que se incendiaba para después mentirle un suicidio y si todo hubiera marchado bien y él hubiera seguido soñando y haciendo de Chile y de América un lugar distinto, hoy cumpliría 100 añitos.


Un vaso de leche para cada niño
Nacionalizar el cobre
Salarios justos
Medicina social para todos
Educación gratuita de calidad
Democracia
Vivienda digna
Apoyo a las madres trabajadoras
Sistema de pensiones
Reforma agraria
Trabajo voluntario
Cultura
Solidaridad internacional

No, no es el programa de gobierno de un populista. Es lo que le da urticaria a los únicos dos gobiernos de extrema derecha que quedan en América Latina (adivinen, adivinen). Es lo que hubo en este país hace muchos años, por si usté ya no se acuerda.

A Chile, el intento de la revolución del vino tinto y la empanada, le costó 400 mil torturados- reconocidos-, 3 mil desaparecidos (que deben ser más, los milicos tienen problemas con la matemática), 1,800 mil exiliados, 17 años de dictadura en un oscurantismo total intentar. Y no lo lograron. Hoy tienen el poco honroso primer lugar en desigualdad social. Ese desarrollo pagado con sangre y con muertos que yo no quiero.

"Cuando llegamos a Costa Rica creímos que era un sueño. Tenían todo lo que Allende quería para nosotros. Y más encima sin ejército" Eso es lo que dice el papá del Antídoto, chileno, exiliado, allendista, detenido desaparecido, sobreviviente.

Comentaristas fachos, pinochetistas, militaroides, republicanos o libertarios, favor abstenerse.

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junio 22, 2008

El Patán: 3 breves relatos

El viejo encanto: Vamos a una embajada a firmar un poder. Yo, mientras espero al señor Patán, no llamo la atención de nada, ni de nadie. Somos solo mujeres. Cuando él llega, todas se enteran. Por la forma en que se baja del carro, como se guinda del portón, como entra y saluda y luego sale, diciendo que necesita fumarse un cigarro. Como lo enciende al estilo del wild wild west. Como mira a la cónsul y cómo ella de repente se sonroja y le trata de meter conversa y hacer más largo un trámite que demoraba un minuto y le pregunta si conoce el país del consulado y a la vez, ella- la cónsul- me ignora. Y lo invita a que cuando vaya de nuevo que le avise que ella le encantaría mostrarle su país y se inclina solo un poquito por encima del escritorio para que el Patán pueda ver lo que le ofrecen.

Y al salir, ante tanta evidencia, yo voy refunfuñando “Puta, es que no hay manera… el viejo encanto” Y el Patán se ríe y me dice “Diay, qué le vamos a hacer. Viste? Bueno, al menos siempre en algo ayuda” Y antes de que yo le diga que debería guardar el decoro y dejar de andar dejando viejas alborotadas por donde pasa y abusando de su poder, me dice “Adiós muñeca” y se monta en el carro y se va.

El Patán al rescate. En lo que va del año, en conjunto con el Patán hemos ayudado por lo menos a tres damiselas en desgracia. Las tres, descritas como amigas con una necesidad urgente de un abogado. Todas con una historia que en resumen suena a “Auxilio, auxilio, socorro!” Yo operando siempre desde las sombras, en ooperaciones hormigas encubiertas. Con la primera pensé que le estábamos ayudando a una de sus mujeres, no me tragué el cuento de la amiga. Pero poco a poco se ha ido revelando el misterio “Yo no puedo oír llorar a una mujer. Me hago mierda” . Hace unos días, el Patán me llamó justo después de un episodio que me sacó las lágrimas y él se dio cuenta de que yo lloraba. Me disculpé, porque siempre le toca a él la coincidencia de atajarme de camino al guindo. “Yo ya estoy convencido de que es un problema de karma, sabés? Es lo que deben haber decidido mis hacedores. Siempre me pasa con todas las hembras. Te he dicho lo que me hace a mí oír a una mujer llorar? Contame qué te pasó… y si es por algún carepicha, ni me digás nada porque lo mando para la mierda”

Las peladas de culo. Es la sétima llamada que me hace en el día. Me dice “Ayyy, quién cumple añitos mañana?” y le digo “No sé porque lo que soy yo, cumplí años el sábado pasado”. “Cómo? pero NO! Yo te tengo en la agenda!” “Pues quién sabe cuál de tus zorras se llama Sole y cumple años éste sábado, pero el mío ya pasó, te lo sugerí con varias indirectas y ni te acordaste” Sigue una fila de excusas, risas nerviosas, enredos, de dos veces en la agenda, de vos tenés la culpa por no recordarme, reclamos, en serio, pero estás segura, es que nunca veo la agenda los sábados, porqué no me dijiste nada, hubieras llamado a mi secretaria, la intención es lo que cuenta y que cómo la pasaste. “Te quiero mucho” me dice y se nota que le cuesta, le incomoda, como si lo hubiera ensayado. Y dejamos de hablar del tema porque los dos sabemos que John Wayne jamás se hubiera puesto suavecito.

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junio 18, 2008

Arrieros somos...

Mi papá murió un 6 de setiembre, de repente, de un infarto. Todos quedaron conmocionados. Yo no, porque a mí me dijeron que él estaba de viaje. No me llevaron ni siquiera al funeral, mucho menos al entierro. En esos primeros días de luto, yo estaba en la cola de un venado, en lo que a prioridades se refiere.

Ella lloró sola, muy sola, esa muerte. Nadie de la familia de Ella le hablaba. Y Mimí, a veces creo que hubiera preferido morirse ella a perder a su hijo. Es un dolor para el que aun no encuentro palabras. Lo recuerdo con un sentimiento que no puedo describir y con la imagen de sus ojos tristes cuando hablaba de él. Todos se aislaron en su luto en lugar de compartirse consuelos.

Nadie se acordó que el 9 de setiembre era el día del niño, y en ese tiempo, la verdad, solo los ricos lo celebraban. Los míos andaban de negro, con ojeras, con los ojos rojos, con un pañuelo húmedo en la mano, yendo de la iglesia al cementerio.

Esa noche, después de la misa, el Loco Gamboa, un amigo de mi papá, llegó cargado de regalos a la casa de Mimí. Se sentó en el suelo y me dijo que eran para mí. Jugó conmigo hasta que caí dormida.

Esa Navidad, cuando se acrecentaba ese dolor abierto de la ausencia, todo vaticinaba de nuevo lágrimas y angustias y soledades. Era aun muy pronto. Todos en la casa seguían pesando que yo no me daba cuenta de nada y dentro de su tristeza, se alegraban resignados “bueno, por lo menos Sole no se da cuenta… pobrecita”. Esa Navidad, de nuevo, yo era la última oreja del burro. Mantequilla. No contaba. Yo no le había contado a nadie que en el kinder ya me habían puesto al día: “Tu papá no anda de viaje. Se murió, igual que aquel pajarito que encontramos el otro día en el patio”.

El 24 de diciembre, mientras comíamos en silencio y Ella y Mimí y mis tíos y mis primas disimulaban las lágrimas, de nuevo llegó el Loco Gamboa, otra vez cargado de regalos envueltos en papelitos de colores. El fue el que me dijo que me los mandaba mi papá, desde el cielo, donde estaba de ayudante del Niñito Dios. Esos fueron todos mis regalos navideños, porque nadie más se acordó de comprarme nada.

Yo tenía, para ese momento 3 años y medio. El Loco Gamboa me veía en las fiestas que organizaban mis papás los fines de semana, cuando yo irrumpía armada de mi pianito rojo de madera y ejecutaba un estridente concierto que era recibido con aplausos estruendosos y ruegos de un temprano retiro artístico.

En el 2001, supe por alguien que me contó, que el Loco Gamboa estaba internado en el Calderón Guardia, con un problema cardíaco. Solo, íngrimo, porque se había divorciado. Inmediatamente me fui para allá y de camino, compré un oso de peluche, un camión, un juego de ajedrez, unas cartas. Usé mi placa de fiscal para entrar en zonas restringidas del hospital. Lo encontré y él me reconoció con solo verme, porque dicen que mi papá y yo somos idénticos.

Hoy, aunque lo viera, no reconocería al Loco Gamboa. No recuerdo su cara. Pero si me acuerdo de lo que hizo por mí y siempre, siempre, se lo agradezco.

Hoy, por esas causalidades, terminé ayudando a una sobrina del Loco con un tema legal. Cuando ya nos ubicamos de quién era quién, muy simpática yo, le pregunté qué como estaba su tío y le conté este cuento. Me dijo que murió de cáncer hace dos años.

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junio 16, 2008

Esto de resentirse

Resentirse debe ser parte de eso de ser muerdequedito que tiene uno. Viene con el paquete de tener domicilio o cédula costarricense. Mi abuela decía come santos, caga diablos. Y hay un tipo que yo conozco que me cae muy mal, pero sumamente pintoresco al hablar. El dice: matalascallando.

Porque cuando uno se resiente, en el fondo, todos sabemos que no tenemos motivos reales. Uno, el resentido, sabe que es una chineazón por la que uno se resiente. Es decir, no hay motivos, porque si los hubiera, manda uno al causante a la mierda y se lo dice en medio de grandes aspavientos, como decía Calufa. Supera la simple broma, esa serruchada de piso o choteo tan tico, porque le toca a uno una fibra adentro.

Uno se resiente porque le tocaron un capricho que uno sabe que es un capricho. SY se resiente porque en una relación cercana, pretendemos que nos respeten y comprendan esas pequeñas neurosis que uno se anima a mostrarle a otro cuando le agarra mucha confianza. Por eso, cuando uno se resiente, no se emputa, no. Uno se siente vulnerable.

El resentido nunca enfrenta: hace chompas. No aclara las cosas, le hace ojos de … de eso, de resentido al causante.

Cuando uno se resiente (nótese lo reflexivo del verbo, como cursearse), el protocolo indica que se sigue el mismo camino de un chisme: se le cuenta a todos “toy resentido” menos al causante, que con surte ni sabe qué fue lo que hizo. Cuando el causante se da cuenta que hay silencios hostiles, respuesta de si/no/no sé, chompas y miradas lánguida, y pregunta qué es lo que sucede, debe estar preparado para recibir solamente “estoy resentido”. El resentimiento supone que el causante debe saber qué fue lo que causó la situación.

Uno se resiente con quien quiere, pero con quiere de verdad. Si uno se resiente con el amigo con derecho (fucking buddy para los globalizados), es señal de alerta que se está pepiando.

La palabra lo dice: re-sentir. Lo que me hiciste, me hace sentir doble, dos veces, me llega más, porque viene de vos. Y me duele. Me pone triste. “Se me da mucho” dice alguna gente. No es lo mismo que el despecho ni la comedera de carbón. Tampoco incita a la venganza. Provoca más bien pedir consuelo. Y tal vez podría concursar como un antónimo de la indiferencia. Y se parece un poquito a la melancolía, a la nostalgia, auto impuesta, eso sí, y de fácil cura.

Del resentimiento de este tipo- no del social- uno se cura como si tuviera por cerebro un garbancito. A veces basta que te pidan perdón, así, muy sentido. A veces con un arroz chino, con que te saquen una sonrisita, con un abrazo, con que te toquen una mano, con que te lleven a comer un helado. Mi amigo Willy, ante situaciones de resentimiento, extendía su dedo meñique en son de paz. Y yo se lo tomaba e inmediatamente dábamos por terminado el episodio, sin rencores. Recurrimos a los mecanismos de la infancia, porque cuando uno se resiente, probablemente hace regresiones, porque al que lastiman es al niño que uno lleva adentro. Lo peor que te podría pasar es perder a alguien, por algo tan tontillo como resentirse.

Hay grados de resentimiento: está el pura vida, que no se arruga con nada. El normal, que se resiente de acuerdo a sus propios cánones y del delicuita, que por cualquier mierda ya se resiente. Este último tiene el riesgo de llegar a aburrir a los demás y ser evitado socialmente. Caso aparte son los resentidos manipuladores, pero eso es otro cuento.

Me pregunto si otros hispanoparlantes se resienten. O si del todo no tendrán esas medias tintas que tenemos nosotros. Los chilenos “se sienten” pero suele ser por cosas mucho más graves que las que nos planteamos nosotros para enchompiparnos. En inglés, no sé, pero se me ocurre resentirse no se equipara al “you hurt my feelings”. Nosotros no reconocemos que tenemos sentimientos, así, abiertamente. Siempre necesitamos dar como cuatro vueltas. Y es que después de todo, al buen entendedor, con pocas chompas le cae la cuora.

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junio 14, 2008

Este cumpleaños

Este cumpleaños me agarró o resignada o vencida o más madura. Pero a diferencia de todos los demás, éste me agarró. Considerando la cantidad de almanaques, espero que sea madura. Darme por vencida (o resignada que es la misma cosa) sería como morirme en vida. Y no quiero. Deben ser los años, que de repente me ha dado por ver hacia atrás y pensar y sentirme, en algunas cosas pequeñas, como menos ingenua. En otras arrepentida. Y en otras, sin excusas para seguir atrasando aquellas cosas que me gustan, que hago, para las que en la de menos resulta que sí tengo talento.

Del balance de regalos curiosos: un ciprés bonsai de cuatro años. Un libro de la II Guerra Mundial, la experiencia de una niña alemana. Un banquito automático plegable. Una bandera de Chile para mi carro. Le digo al amigo que me la regaló que no la puedo andar, que no soy chilena. Me responde que esa bandera supera fronteras. Chile, mi Chile, el Chile que yo admiro es la prueba del poder de un sueño. La esperanza.

El Antídoto me hizo torta chilena de la de verdad, a mano desde el principio. Con manjar (dulce de leche) chileno. Será la edad, pero me siento como tranquila, casi completa. No con la misma rezongadera y tristeza de cada año.

Hoy también hubiera cumplido años el Che Guevara: 80.

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junio 12, 2008

LLuvias

Cada año, con las lluvias, empieza mi búsqueda de una sombrilla nueva, esencialmente porque mis sombrillas desparecen mágicamente todos los años, justo cuando hay huracán y las necesito. La última pérdida fue especialmente sensible: era una sombrilla fuerte, grande bonita, que por dentro mostraba un cielo azul, lleno de nubes blancas. En fin…

Por razones de gigantismo, mi sombrilla tiene que ser como carpa de circo. De lo contrario, me mojo como de la cintura para abajo. Además tiene que ser resistente. Las chinas de mil pesos no sobreviven más de dos aguaceros.

Tomando todo eso en cuenta, cuando me urge comprar sombrilla, calculo que parezca el báculo de Moisés y jamás algo chiquito, coqueto o cómodo que quepa, por ejemplo, en una cartera. Este año, escogí una carajada gigantesca que apenas cabe en el carro, color verde rabioso. Hoy, de paseo por la corte, me tocó estrenarla.

Cuando empecé a sentir las gotitas, salí disparada al parqueo a recogerla. La fui abriendo en el boulevard que hay entre el edificio de tribunales y el OIJ. Esperaba que se abriera majestuosa, como un ovni, y me mantuviera protegida del viento, el frío y la lluvia. Tensé los pocos músculos que tengo para soportar lo que me imaginaba sería un enorme peso.

Pero en ese toque en que uno finalmente encuentra el botoncito de “open”, noté algo raro, como que la tela le quedaba chinga a las varillas y que en este aparato faltaban palos. Cuando se terminó de abrir, comprendí, con horror, que mi nueva compra refleja perfectamente mi impulsividad y falta de precaución en el shopin: mi sombrilla nueva, verde rabioso, impermeable, es pequeña. Y no solo eso: es, además, cuadrada.

Todo el mundo tuvo que ver con ella:

Mirá mirá, que sombrilla más rara!” :Una señoras que caminaban a la par mía, que creen seguramente que a 20 cms de distancia no las oía .
“Diay licenciada, dónde encontró esa cosa?: El guarda de la entrada, sosteniendo la risa.
“Estábamos aquí comentando que qué sombrilla más curiosa la suya”, los señores de mensajería, que pretendían que me detuviera a comentar con ellos.

Y el que me mató todas las amebas:

“Tengo que decirte que estoy furiosa con vos”. Me lo dijo una fiscal, que en mis tiempos era realmente ruda y dicen que lo sigue siendo. Pensé que sabía que mi defendida no piensa volver al país y que no le ha dicho a la corte, justo en el caso que esta fiscal investiga. Pero no. Era pura envidia femenina: “Yo pensé que era la única con sombrilla cuadrada. Te vi desde que venías entrando a la corte”. Le dije que yo tampoco sabía, que me habían estafado y que podía encontrar una igualita en el Automercado.

Esta fiscal me vio desde un sexto piso. Es obvio que mi sombrilla es estridente y además, pequeña. Me veo como un payaso larguirucho con un paragüitas de juguete. Solo me falta el triciclo rojo y Fuser, atrás, de tutú rosado, en dos patas, empujándome. Ah, y por supuesto, las risas del público.

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junio 10, 2008

El señor de la querencia o la misma mona con distinto rabo

Yo, como estoy media tocada del techo, veo televisión chilena. Y eso incluye a veces las teleseries, que es el nombre decente y moderno para no decir novelas o culebrones y para que a uno no le de tanta vergüenza verlas. Hay una nueva, de esas históricas, sobre la vida en las haciendas (los fundos) a inicios del siglo pasado, del patrón, sus mujeres, sus peones y su vida.

Esta que veo a veces, ha sido criticada por su violencia. El patrón- que es el señor de la querencia- le grita a todo el mundo, se coge a todas las mujeres a la redonda y a las que no se coge, les enseña la pipí, casi es el dueño del putero del pueblo, le pega al que se le atraviese y se le nota que es más malo que maltratar a un perrito callejero.

Frases como “muéstreme sus pechos. ¡Ya pues! es una orden” (a una de las empleadas) “No se confunda Leonor, usted es mi mujer, no mi amiga” (hablándole a la esposa), “Usted tiene que aprender a tratar a esa gente. No tiene sentido tratar de ser amable con ellos” (impartiendo lecciones de administración de recursos humanos), “Ya le he dicho que cuando esté templado vaya a la casa de la tía Carmen (el burdel)” (lecciones de vida para los hijos); lo retratan de cuerpo entero como un patán, pero de los que se lo toman en serio. Son frases tan crudas, tan fuertes, que lo hacen un personaje, al final poco creíble y casi caricaturesco. O al menos eso dicen las críticas. Dicen además que el lenguaje es falso y acartonado, que en ese tiempo se hablaba más afrancesado, que esto y que lo otro.

Se les hace como urgente decir que no existe nadie así ni ha existido nunca. Debe dar miedo, eso, de reconocer en un personaje de una novela la crueldad de la que somos capaces.

Hay otra cosa que me deja pensando. Uno de los comentarios que leí en mis ratos de ocio, que me procuro con vergonzosa frecuencia, dice que “la hacienda, como concepto hoy en día se trasladó a los bancos y las financieras, donde unos pocos continúan controlando a la mayoría”.

Traducido a Costa Rica, nosotros aquí, ya evolucionados y globalizados, vendríamos a tener ya no un gamonal, sino un señor de la gerencia y en lugar de la finca, unas oficinas con aire acondicionado en un edificio caro y exclusivo, que se anuncie en los semanarios financieros y que nos obligue a manjar una hora de ida y una de vuelta con la gasolina con esos precios y presas. En lugar del ganado o la siembra, nos dedicaríamos a los servicios, entotorotados por la inversión extranjera. Todos con la camiseta puesta, que somos una gran familia aunque no sos dueño de nada. Sos un asalariado. Que nadie se ahueve porque aquí nadie es peón de fundo: el título de la U te da derecho a que te digan licenciado.

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junio 04, 2008

Nachricthen

Die Deutsche Bundesregierung hat mir gesagt dass ich doch Deustch gelernt habe! Deshalb bin ich eine Grundstuffesprecherin. Natürlich freue ich mich darüber.

O sea, pasé el examen! Ya puedo pedir coca lai en otro idioma: Koka lei, bitte!

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junio 03, 2008

Escatologiti-ticos

Tal vez algún freudiano fundamentalista diría que nos quedamos pegados en la etapa anal. Tal vez hayan otros motivos, pero lo cierto, al final de las cansadas, es que si no fuera por la mierda y la acción del cuerpo que la produce, en este país tendríamos severas limitaciones para poder hablar de forma fluida y congruente.

Empezando por la historia, tenemos ese verbo reflexivo en vías de extinción cursearse, que supone, en cierta forma, la ausencia de control sobre la salida de material de desecho del cuerpo. Me atrevo a afirmar, así, imprudentemente, que cursearse trae a la mente imágenes de alguien que no le dio tiempo de llegar al baño y anda cargando la pestilencia en los pantalones. O al menos, que alguna muestrita o frenazo quedó en la ropa interior.

Cursiado se usaba también para los niños malcriados o para aquellos adultos jóvenes igualados que ya no respetaban a sus mayores: “es un cursiado” decía la gente. Yo creería que cursiarse debe tener relación con la palabra cuita. Y aunque cuita se usa exclusivamente para gallinas o cosas emplumadas, también evolucionó para representar aquellas historias de amor que nos da pena contar, que tienen suspiritos, lagrimitas, deseños, sueños. Tal vez porque nos muestran vulnerables y no conquistadores, es decir, que nos muestran un poco más humanos. Por eso se escoge un amigo con el que uno comparte sus cuitas de amor.

Cuando uno se cursea, hace uno el ridículo en público y se nota (o se huele). Tal vez por eso, hoy cagarla o cagarse en todo, tiene el mismo sentido de haber arruinado una excelente oportunidad y por motivos atribuibles única y exclusivamente al que la caga. Hay otra acepción similar, que es “pasearse en todo”, que tiene el mismo efecto, pero que creo que es la única condición en que pasearse es sinónimo de cagarse. En su versión más compleja, la frase evoluciona a “se pasió en la olla de leche”. En mi experiencia, es poco frecuente el uso en contra de alguien como “me cago en vos” y mucho menos en personajes religiosos, porque ya sería caer en blasfema, que se usa poco.

Entonces, uno puede cagarse en algo o alguien la caga “la cagaste”. Puede además decirse “qué cagada!” cuando un hecho o acto inesperado se pasea en los planes de uno. Curiosamente, cagar se usa también para denotar parecido físico como en “son cagaditos” o para celebrar un chiste “qué cagada de risa”. No podemos dejar de lado la versión ebria del asunto: cagona supone beber hasta casi niveles intoxicativos.

De obvia utilidad es la mierda, por ejemplo cuando lo mandan a uno a la mierda, “Andate para la Mierda”que hace ver a la Mierda como un barrio exclusivo e implica usualmente la terminación de la relación- independientemente de la naturaleza- con el que te lo dice. Cuando te mandan a comer mierda, así sin aliño o en barril , es siempre insulto, pero no tiene la misma noción de hasta aquí llegamos y ojo, que la instrucción correcta es “Va comer mucha mierda” (no “vaya a”).

Cuando se usa como sinónimo de qué cagada- qué mierda. O cuando denota ignorancia: no entiendo ni mierda o que uno tiene la posición de convicción de ni un paso atrás: ni mierrrrda! (que tiene más efecto si uno lo dice con el dedito índice derecho levantado, suena bien la erre y a gritos). También se usa para la enfermedad o cuando algo se escochera "estoy-está hecho mierda"

En Chile, que es de lo poquito que puedo hablar con conocimiento de causa, cagar es también indispensable. Además de las acepciones negativas que se usan aquí, el abanico es más extenso: “Nica” – ni cagando- implica que uno no haría lo que le proponen independientemente de lo indo que sea, lo mucho que le paguen o cualquier otro beneficio. Salir cagando es salir corriendo del sitio y cuando alguien se jala una torta de proporciones importantes, se dice que dejó la escoba. La escoba para barrer la cagada. “uyyy la Cagaá wueón” es parte importante del vocabulario, para cosas que sorprenden por su estupidez o por el efecto nocivo que causan. “Me cagaste” es me hiciste daño, me traicionaste.

Mierda, sin embargo, se usa distinto en Chilito. Se dice, por ejemplo “Quién mierda dejó la puerta abierta?” y es parte indispensable del nacionalismo. En serio, la frase clásica de celebrar la patria dice “Viva Chile, mierda!” y existe una versión para no parecer uno tan ordinario: miéchica. Entonces en lugar de decir “cabro e’mierda!” a un hijo, de cariñito se le dice “cabro e’miéchica”

Shit, en inglés que opera de sustantivo y verbo está lejos de tener tanta versatilidad. Lo mismo podemos decir del Scheiße alemán, que se limita al sustantivo. Otro gallo canta con verbos tan útiles en la interacción social como fuck.

Queda claro que los ticos dependemos de esta función corporal para hacer o deshacer amigos, parejas o enredos y que es parte de la forma en la que hablamos con los más cercanos. Considerando esto, hay un misterio que merece estudio aparte: eso que le enseñan a uno de decir, cortésmente “es que tengo problemas para dar del cuerpo” o “el chiquito anda obrado” (que siempre me recuerda aquel mal chiste de cómo se llama el hijo de Marlon Brando? Mestollo…) en lugar de ese liberador: “me estoy cagando” o “se cagó el bebé”.



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junio 02, 2008

El Clavel Negro

De pelotera, me enagalané con mi camiseta de Salvador Allende, fuerte saco rojo y me fui con el Antídoto al estreno de ”El Clavel Negro”.

De camino me imaginaba las hordas henchidas de orgullo por su historia, los comprometidos sociales locales, la juventud, y en general, cualquiera al que le ofenda la grosería esa de pasarse los derechos humanos por el arco del triunfo; así que me puse majadera con que compráramos (yo no, el Antídoto), las entradas por adelantado y que llegarámos temprano para asegurar buen campo.


Éramos 4 gatos. De esos, 2 el Antídoto y yo, más jóvenes que el resto de la concurrencia, me atrevería a decir que 35 años, o sea, lo que lleva de haber ocurrido el golpe militar en Chile.

Pasé de nuevo por el fenómeno ese de soy invisible. Me pasié por todo el cine, haciéndome la que buscaba a alguien, para que los otros dos gatos vieran mi camiseta. De nada sirvió. Nadie siquiera sonreía. Aquello eran los preparativos de un funeral. Eso ya lo había visto yo antes. No sé si los chilenos fueron los que sufrieron más con la dictadura militar en su país. Lo que sí sé es que lo siguen viviendo con una profunda tristeza. Algún día contaré las razones que se me ocurren a mí que existen para eso, pero eso es enano de otro cuento.

Me atiborré de palomitas durante los adelantos de coming attractions, convencida que una vez iniciada la peli, yo también me largaría a llorar y no podría bajar ni medio sorbito de Coca.

De la película salí furiosa y sin una sola lágrima. A uno le dicen que es basada en hechos reales, lo que no le dicen es que esos hechos reales fueron totalmente distorsionados a lo chancho chingo. Al embajador de Suecia lo presentan como un hombre solitario, obsesionado por una mujer judía que lo traicionó en Berlín y por eso, mujeriego hasta más no poder, en busca de su redención arrasando con medio Chile: entre más revolucionarias, mejor. Además, le atribuyen parte de su acto heroico de sacar a cientos de personas del Estadio Nacional a la ayuda del milico bueno. El milico que no existió en el golpe militar, no porque no los hubiera, no. Si no porque los mataron después de torturarlos salvajemente como en los primeros cuatro días, igual que al padre de la presidenta Bachelet.

Las escenas dizque fuertes, en el Estadio, parecen un domingo cualquiera con 20 viejos esperando que empiece un partido. No hay imágenes de ese país partido en dos, de la tristeza, de la solidaridad, de lo vivido. Se ve como está Chile hoy: ofensivamente business as usual, donde a un par de pelilargos revoltosos les sacan la cresta en un Estadio y todos los demás, siguen en lo suyo, nada más teniendo cuidado al pasar por La Moneda destruida para no resbalarse en los escombros.

Harald Edelstam fue un hombre realmente valiente, que llegó a Chile con toda su familia como embajador de Suecia. Consciente del poder y la protección que le daba su condición diplomática, arriesgó su vida para salvar a personas que no conocía, en el Estadio Nacional, en la embajada de Cuba, al asistir al funeral de Pablo Neruda, al recibir refugiados en su embajada, al negarse a mirar hacia el otro lado. El señor embajador es un ejemplo más de que uno, aunque gusano, puede convertirse en mariposa. O al menos que tiene uno ese potencial.

Por eso salí que me llevaba puta del cine. Porque me parece que no es justo con las víctimas ni con la verdadera historia ni con él. Y desde ese día, parezco lora embarrada de mierda, quejándome con todo el que me quiera oír y desde estas anchas alamedas.

Ayer me eché la hablada frente a mi suegro. Se sentó en un sillón y con aquel aguacero, empezó a contar “Yo recuerdo cuando el embajador sueco llegó al Estadio. Llegó con la Cruz Roja y prensa internacional. A nosotros nos tenían tomando sol. El Coronel Espinoza, que estaba a cargo del estadio, dijo que la Junta Militar, como acto de amistad, iba a entregarle al Gobierno de Suecia a algunos detenidos. Leyó una lista que dejó incompleta. Entonces el embajador le quitó el micrófono y rápidamente leyó casi el doble de los nombres. Espinoza se le fue encima a arrebatarle la lista Cuidado, Coronel- le dijo en español- que soy un diplomático con inmunidad. Y siguió leyendo. No me voy de aquí hasta que me entregue a toda la gente que mencioné. Todos empezamos a aplaudir. Ahí fue cuando se armó el pereque.”

Luego suspiró y siguió contando “el día que me llevaron al Estadio…

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