Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

septiembre 28, 2005

Con profundo acento cubano

- É masia’o!!!

Con eso fue suficiente. No hizo falta escuchar más prueba. Se prescindió de los testigos y de las pruebas documentales. El Juez dictó su sentencia y de un solo mazazo, selló el destino del expediente criminal de Carlos Manuel Villas Pelaez.


Cienfuegos era, en ese entonces, un pueblo chiquito. Bajaba en graditas recortadas en la montaña hasta el borde del mar, donde se remojaba, juguetón y fresco, los piecitos de piedra blancas. Fidel y los muchachos estaban recién llegados a la Sierra. Faltaban unos años para que todo se revolucionara.

Como todo pueblo chico, se acostumbraba a poner apodos. El peor de todos era el del flamante abogado del pueblo. Con un monopolio impuesto por la pobreza y el poco acceso a la escuela; el licenciado, doctor en derecho, caminaba siempre encopetado, de brillante gomina y corbata de seda, a menos que el calor lo obligara a una guayabera. Era conocido por todos, niños y viejos, por el mote que le cayó una tarde desde una anónima palmera holgazana: ratapelúa.

Todos lo respetábamos como profesional, nadie se explicaba el porqué de tan terrible apodo, sugerente de oscuras actividades y traicioneras artimañas, tan propias de esa profesión de embusteros y labiosos. Y es que ratapelúa, a pesar de su apodo y su trabajo, era un hombre a carta cabal.

Fue al Chino Fung al que le tocó comprobarlo. La bodega del chino quedaba también en Cienfuegos, a doscientos metros de la casa de ratapelúa y a cincuenta de la casa de mi abuela. Todos íbamos a la bodega del chino a conversar un rato y tomarnos algo. El chino ya se había acostumbrado pronto al español y al pueblo, y como cualquier otro cubano, ya decía perfectamente “mi amol” y de vez en cuando se fumaba un habano.

El chino era de corazón dulce y ojos rasgados A las más pobres, les daba fiado sin necesidad de formarle ningún papelito, ruegos humillantes o promesas de santos. Con los sinvergüenzas que podían un poco más y pedían crédito por descarados, el chino ejercía sus habilidades orientales de paciencia y jaranga: no los dejaba en paz hasta que pagaran el último peso prestado.

Un día, ratapelúa se acercó a ofrecerle al chino un negocio maravilloso del que solo ellos dos supieron los detalles. Esa noche no abrió la bodega, se les fueron las horas en planes. El chino, poderoso comerciante de la región, curtido conocedor internacional de transacciones y viajes, podría compartir la privilegiada información que se le ofrecía y por supuesto, invertir sus ahorros ganados con el trabajo de sol a sol en la bodega en tan segura empresa. Ratapelúa aportaría su palabra de caballero y su abogadística experiencia.

El chino aceptó entusiasmado. Y por varios días lo vimos pasar igual de encopetado que ratapelúa, caminando por las calles de Cienfuegos orgulloso de su secreto y de su futura riqueza y buena fortuna. Pero el tiempo pasó, y el dinero de la inversión nunca se multiplicó. Es más, nunca apareció.

El chino montó en cólera y empezó a dudar de ratapelúa. A todos les empezó a decir que había sido víctima de una de las trastadas del leguleyo y que ya se las vería con él. A nadie le quiso dar detalles a pesar de los ruegos y las preguntas incesantes. Nada, eso era entre ratapelúa y él.

De poco sirvió la confianza entre socios. Ratapelúa, a pesar de las amenazas de maldiciones orientales, no aflojó ni un ápice, y el chino, muy a su pesar, tuvo que llevarlo a juicio. El pueblo entero estaba alborotado. ¡Hacía tanto tiempo que no había un juicio en Cienfuegos! Por fin sabríamos qué era lo que ratapelúa le había hecho al chino de la bodega, porque hasta ahora, los chismes eran solo especulaciones y cálculos. .

A pesar del gentío, los abanicos, y el calor, el juicio inició con la solemnidad debida. El juez hizo pasar al chino de la bodega al sillón de los ofendidos. El chino, serio como una piedra, se ubicó en el lugar indicado.

Se le identificó como a todas las víctimas de un delito. Nombre completo, dirección, edad, identificación, nacionalidad, hijos y cónyuge, aunque no en ese orden, claro. No le salieron hijos por fuera ni ningún dato que no fuera ya conocido en Cienfuegos. A cada pregunta el chino contestó calmadamente, sin inmutarse. Tuvimos un adelanto de todo el enredo: el secretario del Juzgado calificaba los hechos como estafa.

Luego, el ritual heredado de los juristas romanos exigía hacer las preguntas de rigor para asegurarse que el víctima-testigo fuera objetivo en su relato y por ende, su testimonio consistiera en prueba contundente de condena o absolutoria sin mancha. Vino la pregunta central:

- ¿Conoce usted al aquí imputado, Carlos Manuel Villas Peláez, mejor conocido como ratapelúa?

El auditorio en silencio absoluto, esperaba, impaciente, la respuesta. De eso dependía el juicio, el honor y el dinero invertido. El Chino, en su sillón de testigo, miró alrededor despacio, luego, con mucho desprecio y resentimiento, observó a ratapelúa, hecho un puñito desgarbado y sudoroso, jugando nerviosamente con su sombrero en el banquillo de los acusados.

Se acomodó a un lado y al otro, y luego, con profundo acento cubano, dijo la frase que cerró cualquier duda y acabó de tajo con la defensa del caso:

- É masia’o!!!

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septiembre 25, 2005

El vuelo del Pico de Oro

En una cosa tenía razón: Yo me equivoqué al escogerlo.

Hence, I'm back on the market. Any takers? suggestions? pésames?

Porfa avísenle a Mr. Clinton.

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septiembre 19, 2005

Días movidos

Han sido días de muchos terremotos en el corazón

He tenido que hablarle más que en los últimos cinco años, con la duda de si me estará escuchando, si siquiera le importa.

Estoy esperando para ver si ya pasó la última réplica

Para levantarme despacio y poder ver de nuevo el sol.

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septiembre 11, 2005

Y tendremos pa’toitos, abrigo, pan y amistad...

Esta no es una historia que tenga un final feliz. Bueno, por lo menos no todavía. Vamos a contar lo que pasó en un país con forma de fideo y corazón de gigante. Se llama Chile. Es un país largo, largo, largo, o talvez un poco alto. En la parte de arriba, hace mucho calor y hay un desierto de arena roja. En la parte de abajo, hace mucho frío y los bosques son como los árboles de Navidad. A la derecha, hay montañas enormes llenas de nieve, que se llaman Los Andes. A la izquierda, tiene un mar ancho y azul: el océano Pacífico.

Hace treinta años, los chilenos estaban divididos. Había unas pocas personas con mucho dinero, fincas enormes, mansiones y carros de lujo, dueños de fábricas y empresas. También, había pobres y la mitad de ellos no tenía trabajo, les faltaba comida, sus hijos no iban a la escuela, no podáin comprar medicinas ni pagarle a un médico, y los patronos, que es otra forma de decir dueños, les pagaban sueldos muy bajos. Estos pobres que te cuento, los mineros, los campesinos y los obreros, se llamaban pueblo.

En Chile, el gobierno era democrático. Sí, es una palabra rara. Significa que es el gobierno del pueblo, que las personas eligen a los presidentes que quieren, que son los que van a hacer cosas buenas para la gente. No debemos olvidar que olvidarse que todas las personas tenemos derecho a escoger y a que los demás respeten la decisión de la mayoría. En Chile, los presidentes eran ricos y no hacían nada por cambiar la situación.

Un día, en 1970, el pueblo se cansó de los ricos y eligieron a un presidente diferente, que se llamaba Salvador Allende. Era un médico que, durante muchos años, se había dedicado a recorrer todo Chile, para saber cómo vivía su gente. Sonreía mucho, hablaba en forma sencilla, se sentía bien con el pueblo y la gente se sentía bien con él. Todos lo querían. El pueblo quería mucho a Allende y a sus amigos. Uno de ellos era el poeta Pablo Neruda, quien le escribía versos a la vida, al amor y al rabajador. Otro era el cantor Víctor Jara. ¿Y sabes qué? Víctor sabía cómo ponerles notitas de música a los sentimientos.

Al mismo tiempo, en Estados Unidos, había un presidente que se llamaba Richard Nixon. Era un presidente que estaba a favor de la guerra y le gustaba hacer trampa. Hoy casi todo el mundo reconoce que Nixon no era muy bueno que digamos.

Los ricos, los patronos y los dueños no estuvieron de acuerdo con que eligieran a Allende. Nixon tampoco. La mayoría de los ricos chilenos tenía negocios con la gente de Nixon. Allende no les gustaba porque decía que había que compartir, que quienes más tenían debían darle a los que tenían menos, que había que dejarse de egoísmos y darle a cada quien lo que necesitara.

Allende llegó a la presidencia y empezó a hacer grandes cambios. Las grandes empresas, las fábricas, los minerales, dejaron de ser extranjeros para convertirse en chilenos. Se abrieron escuelas, se enviaron médicos por todo Chile, se distribuyó comida, se aumentaron los salarios, se empezaron programas para que todos los niños chilenos tomaran leche todos los días. Allende también les quitó tierras a quienes no las estaban usando y se las dio al pueblo para que las trabajaran y sembrara comida para todos.

Nixon y su gente dijeron muchas mentiras al mundo acerca de Allende y su gobierno. Decían que en Chile se habían perdido las libertades; que, por ejemplo, no se podía decir lo que uno quería en la televisión o en los periódicos. Dijeron que en Chile pasaban cosas horribles, golpes y violencia, desórdenes enormes. Pero nunca dijeron que con Allende se estaban haciendo cambios importantes y que mucha gente lo quería y lo apoyaba.

Allende sabía que algunas personas que no estaban de acuerdo con él, y las respetaba. Nunca les prohibió hablar. Nunca los mandó a callar. Nunca las amenazó. Las personas que no estaban de acuerdo con Allende hacían marchas por las calles y se las respetaba.

Los patronos, intentaron incluso, que la gente dejara de trabajar. Los enemigos de Allende llegaron a poner bombas en algunas ciudades y lugares importantes. Algunos diputados que no estaban de acuerdo con Alllende, entrababan todas las nuevas leyes, solo por molestar. No era fácil, pero Allende sabía que las cosas buenas solo se alcanzarían si se luchaba por ellas.

Como Chile seguía siendo un país pobre, necesitaba constantemente que le prestaran dinero. Nixon les prohibió a todos los países de América que le hicieran préstamos a Chile. Pero Chile aguantó. Como Chile es tan largo, largo, largo (o talvez un poco alto) se usan camiones para llevar la comida a todo el país. Nixon convenció a los dueños de los camiones para que no trabajaran más, e incluso, envió gente a volcar esos camiones para que los chilenos no tuvieran otra vez qué comer y se enojaran con Allende. Pero Chile aguantó, porque los estudiantes salieron de la ciudad y llevaron al campo paquetes de comida para todos. Los trabajadores empezaron a trabajar gratis los fines de semana para que el país siguiera adelante. El gobierno de Nixon dejó entonces de venderles comida. Y Chile aguantó, porque otros países amigos le enviaron comida. A todo eso que Nixon hizo se le llama bloqueo.

Nixon estaba desesperado y no sabía qué hacer porque nada le había funcionado. Hasta que se le ocurrió una idea. Como Chile tenía ejército, soldados, generales, tenientes, armas, tanques y todo lo demás, los espías de Nixon buscaron a alguien que quisiera matar a Allende y lo encontraron. Se llamaba Augusto Pinochet. Entonces, juntos, Pinochet y el gobierno de Nixon empezaron a hacer un plan macabro.

El ejército, poco a poco, dejó de hacerle caso a Allende. Los soldados empezaron a tratar mal al pueblo hasta que, el 11 de setiembre de 1973, el ejército dio un golpe de Estado. Eso es cuando se obliga al Presidente a renunciar a la fuerza. Allende estaba en un lugar que se llama Palacio de la Moneda, que es donde vive el presidente de Chile. Los soldados lo llamaron por teléfono y le dijeron que renunciara. Ël dijo que no y lo comunicó al pueblo en un mensaje de radio muy sentimental. Fueron sus últimas palabras.

Pinochet ordenó que atacaran el Palacio y que, si podían, mataran a Allende. Los soldados eran dos mi; los amigos de Allende, apenas cuarenta, pero todos muy valientes. Como Pinochet vio que Allende defendía La Moneda y resistía, se enfureció y ordenó que entraran los aviones, los cuales bombardearon durante tres horas. Cuando los soldados lograron entrar, buscaron a Allende por todas partes y lo mataron a balazos. A los demás, los agarraron presos. Después, los soldados dijeron que el Presidente había sido un cobarde, que se había suicidado, y así se publicó en los periódicos del mundo. Hoy sabemos que eso no es cierto.

Ese día debe haber sido el más triste de todo Chile: Pinochet, el cobarde de Pinochet, presidente. Presidente por la fuerza, no por elección. José Figueres Ferrer, el gran presidente de Costa Rica, dijo que Allende “fue un noble idealista”. Otros países como México, Venezuela y Colombia, decretaron tres días de tristeza nacional. Reconocieron a Allende por lo que fue: un hombre bueno.

Pinochet puso las cosas como estaban antes de Allende. Los ricos estaban muy felices con Pinochet y hasta las gracias le daban, pero no el pueblo. Para evitar que algo como lo de Allende se repitiera, Pinochet decidió matar a todas las personas que trabajaron con Allende. Llegaban de noche a las casas y secuestraban a las personas: estudiantes, hombres, mujeres y hasta niños. A los niños, los regalaban a parejas de ricos que no tenían hijos. A los adultos y a los jóvenes, los encerraban en cárceles y estadios y los torturaban; después los fusilaban o los tiraban al mar. Como nadie sabía dónde estaban, les decían “los desaparecidos.”

¿Te acuerdas de Víctor, el cantor? Pues lo llevaron preso a un estadio, donde había muchos presos más. Todos estaban muy tristes y tenían miedo. Entonces, Víctor les cantó esas canciones que te dije que tenían sentimientos, y la gente se sintió mejor. Los soldados se dieron cuenta y mataron a Víctor.

¿Y Pablo? ... Bueno, la historia dice que a Pablo le dio un infarto unos días después del golpe de Estado. Yo creo que se murió de tristeza, pero eso es un secreto. Los soldados fueron a la casa de Pablo y destruyeron todo. Sus conchas, sus libros, sus pertenencias. Era una casa muy bella, en Isla Negra. Ahí tiembla cada veinte minutos. Deben ser los suspiros de Pablo, recordando mejores tiempos.

Los soldados mataron a mucha gente. Ellos decían que poquitos, pero mentían. Muchas personas tuvieron que salir de Chile e irse a vivir a otro país. ¿Te imaginas? Irte de un país, que es largo como un fideo, llevándolo nada más en el corazón? Las mamás y las esposas de los desaparecidos los buscaron por todas partes, pero los soldados no querían decirles dónde estaban. Los soldados prohibieron que la gente protestara o reclamara. Prohibieron la música de Víctor y los poemas de Pablo. Le prohibieron a la gente los recuerdos de Allende. Prohibieron poder elegir. Y Pinochet fue presidente de todo aquello, de los desaparecidos y de las prohibiciones. Fue presidente durante veinte años, sin que hubiera elecciones. Chile ya no era una democracia, sino una dictadura. Los únicos contentos eran los ricos. Y como Nixon ahora estaba contento con Chile porque ya no estaba Allende, volvió a prestar dinero.

Otra vez hubo en Chile hambre. Otra vez, hubo en Chile pobres. Otra vez hubo en Chile niños enfermos sin atención médica. Pero a los ricos eso no les importaba; estaban felices porque eran cada vez más ricos. Todos esos años, Pinochet fue presidente o, mejor dicho, dictador.

Cuando Pinochet se hizo viejo y hubo otros presidentes en Estados Unidos, decidieron hacer un cambio y Pinochet dejó de ser presidente, aunque quedó, de por vida, como diputado. Desde ese tiempo, se han elegido dos presidentes. Uno se llamaba Patricio y otro Eduardo.

Los chilenos nunca se olvidaron de Allende ni de sus desaparecidos. La mitad del pueblo recuerda con cariño a su buen presidente; la otra mitad, no tanto. Hace poco, un juez español, que se llama Baltazar Garzón acusó a Pinochet, por cruel e inhumano, que es otra forma de decir torturador. Lo acusaron por todo lo que hizo. Y, esta vez, al que cogieron preso fue a Pinochet. Muy pronto, si todo sale bien, lo van a enviar a España, para que le hagan un juicio y responda por todo lo que hizo, desde el asesinato de Allende hasta el último desaparecido.

Allende una vez dijo: “Así se escribe la primera página de esta historia. Mi pueblo y América escribirán el resto”. Pareciera que se está escribiendo.

Nota de Sole: Esto lo escribí hace unos tres años. También podría llamarse Cuento para mi Santiago que aun no ha nacido.


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El otro 11 de setiembre...




Trabajadores de mi patria:
Tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor

¡Viva Chile!¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

Estas son mis últimas palabras teniendo la certeza de que el sacrificio no será en vano. Tengo la certeza que al menos habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.




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septiembre 10, 2005

Bitacóra de sueños: La saga continua

Con ojos pizpiretos y sonrojada la mirada, he leído todas las amables coacciones, exigencias, amenazas y manipulaciones que de forma graciosa ustedes se han servido dejar en este humilde rinconcito para que la suscrita revolucione el mundo del short story versión hot-hot-porno.

Aunque coincido con Yuré que es mejor dejar el olor en el aire y que cada uno se imagine lo que le da la gana, sobre todo considerando que ya hubo un adelanto cuando se pagaron las deudas en este arhipiélago y que la mente es el mejor afrodisiaco; la experiencia de leer los Eclipses de Yuré, y su hormonal efecto en la blogpoblación me han convencido que más que needs literarias, tenemos URGES.


Nota de Sex-Sole: Eso en sexo se llama logofilia, que es el placer que genera la lectura de material de cierta temperatura y/o/e descripción. Sobra decir, que solo por el hecho de andar en la navegadera, ya semos todos logofílicos o lectofílicos, como dijo Dean en su catálogo de bloggeros.

Así que attenti tutti: Estamos en eso. Ya saben que aquí, lento pero viene. Les prometo que no serán decepcionados (o eso espero) pero que tampoco me interesa que les de por compartir con la suscrita detallillos, como cierto cliente que ve el supuesto programa de sexo y entre contratos pretende informarme hasta del último pelo de sus actividades y reacciones para mi educada opinión y recomendación.

Será toda una experiencia primero porque por malhablada y alcantarilla me queda más fácil escribir raw y vulgar que classy (a pesar de la galantería de Oscar en su amable comentario) o emulando a nuestro roto citadino, a ese particular personaje urbano, que es el pachuco ordinario que se vale del doble sentido. Algo me dice que el relato debe superar fronteras para entrar en una nueva era de la narración erótica en la que me han precedido con creces el buen Yuré, la mano zurda del Tugo, Ilana y sus duchas de agua helada, entre otros a los que no les llego ni a la uña del dedo meñique del piecito en esas lides.

Que no se confunda con falsas modestias o penas. Les recuerdo que yo soy la salada a la que la gente para en la calle para preguntarme como hago para decir en tele barbaridades como pene o vagina sin siquiera sonrojarme. Y la babosa que con 1.80 de tamaño se pone tacones para verse aun más alta. Quitarme del tiro definitivamente no es lo mío.

También tengo que pensar en el pobre bloggero que fue el coprotagonista del sueño. Sin su anuncia, me niego, ME NIEGO, a hacer público lo nuestro. Y tenemos un voto en contra: el de Yurécito.

Les ruego además, que entiendan el predicamento en que me colocan, porque si Pico de Oro llega a leer de las fantasías que rondan mi inconsciente o de las cosas que me pasan por la cabeza cuando se me apagan por el sueño los restraining orders (inhbidores hormonales), donde para rematar, a confesión de parte, él no aparece, pasan dos cosas: o la letra tiene el efecto viagra y se me viene encima o me manda a la mierda enfurecido de celos que ya he visto que tiene esos devaneos de territorialidad.

Les ruego que tomen en consideración todo lo expuesto y me manifiesten si consideran si debo seguir o no con el proyecto.

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Morris

Basado en una historia de la vida real

Morris es un camarada valiente como pocos. Ha aceptado la Secretaría del partido comunista en la cuna del capitalismo, donde todos los días miles gritan “Antes muerto que rojo”, donde aun se cree que los comunistas, a la cena, se comen a sus hijos o les lavan el cerebro. Morris tiene a su cargo llevar a todos los proletarios explotados de este mundo el mensaje de la lucha de clases, de cada quien según lo que necesite, o por lo menos, de condiciones dignas de trabajo, con salarios mínimos y pagos de horas extra. Morris además, entrena y apoya a todo el que esté interesado en montar un sindicato y les enseña las tácticas de la lucha obrero-patronal, así como doctrina de la ideología de la liberación del explotado para liberarlos del opio que la superestructura les receta e películas, televisión y radio.

Morris tiene acceso a las listas. Tiene en sus manos la decisión de la vida o la muerte de miles de personas. Actores, políticos, industriales, banqueros, obreros, amas de casas, estudiantes, profesores universitarios, de todas las razas. Morris sabe que si Joe Mac Carthy conociera quienes son los que militan, los perseguiría como brujas y los acusaría de espías, de traicionar a su país y a su bandera, un riesgo para el gobierno, y lo peor, de comunistas. Los condenados perderían sus casas, sus carros, sus trabajos, sus amigos, y hasta sus familias. Irían por el mundo eliminados de la sociedad por esa mancha roja que evidenció la exposición pública. Conocerían el infierno. Todo por el delito pensar diferente y creer que la dignidad y la justicia social es más que un ideal, es un derecho. Ya ha pasado antes. El querido Charlotte llora de furia desde Suiza. Morris lo sabe. Y tiene las listas.

Todos los meses, Morris recibe dinero para pagar alquileres, publicar volantes, hacer panfletos, organizar a las masas, defender sus intereses, conseguir adeptos, y por su puesto cubrir sus gastos personales y salarios. Hay que saber ser generoso con un hombre que, como Morris, ha entregado tanto. Se lo envían desde el otro lado de la guerra fría. La KGB sabe lo importante que es el apoyo cuando uno, como Morris, es la única voz en el desierto. Saben que con muchos rublos o dólares, poco a poco dejarán de ser solo uno para ser cientos y el mundo, o América, será un lugar más igualitario. Se usan mil formas, transferencias, depósitos desde algún país lejano, envío de sobres con tarjetas de cumpleaños. Jamás algo tan burdo como una visita a la embajada. La creatividad es vital, porque es el dinero que financia la conversión del país más rico. Morris no lo sabe, pero además han le han asignado guardaespaldas secretos para que no le ocurra un accidente extraño. Morris es clave para el Kremlim, y ellos, como Morris, lo saben.

Un día, Morris es invitado a visitar La Meca del comunismo. En Moscú se reunirán dirigentes de todas partes del mundo, para felicitarse mutuamente y ayudarse a lograr la propagación del comunismo. A discutir las teorías de Marx, Engels y Lenin y como aplicarlas en un mundo de post-modernismo. A comentar, en voz baja y en pasillos, lo de Castro en Cuba, y los errores de ha cometido el actual Secretario del Partido. A compartir rumores sobre su sucesor, sobre los planes de expansionismo ideológico. A criticar a China por ese engendro extraño que no se puede llamar de otra forma que no sea maoísmo. A apoyarse mutuamente, a darse voces de aliento en la lucha, a saber que somos muchos, y que no estamos solos. A todo eso se va a un congreso cuando uno, como Morris, es el secretario del partido comunista del país más rico.

En un hotel nevado como el resto de la ciudad, estandarizado, gris y sin privilegios, envuelto en abrigo largo, con congelado aliento, Morris intenta, con cuidado, guardar su pasaporte americano en la caja fuerte, antes de ir de paseo con otros camaradas a la Plaza Roja y al Mausoleo. En un momento inesperado, la pesada puerta se deja caer directo sobre su dedo. Morris se muerde los labios. Y pálido, contempla como su sangre roja como sus principios, empieza a salir de los restos de lo que fue su uña. ¿Una herida de consideración? ¿Visita al médico? No, no es necesario, se dice Morris, y se marcha, dedo vendado, a vivir la verdad distintamente mejor de una sociedad socialista.

Pero el dolor no cede. Y la fiebre sube. Morris se siente mareado y el dedo se inflama peligrosamente. A pesar del frío y de habérselo lavado, es evidente que se viene una infección. Evita rozarlo, porque cualquier contacto le saca un grito de dolor extremo. Uno de los camaradas congresistas, comenta que es médico, y al examinar con atención el accidentado dedo, ordena que de inmediato Morris sea trasladado al hospital más cercano. Lo que fue un accidente de poca monta amerita una cirugía, de anestesia total de cuerpo entero, o, la otra opción, perder el dedo.

Morris insiste que no es necesario, que en pocos días regresará a América y ahí lo verá su médico. Camarada, no insista. Ya verá usted como no sólo les ganamos en el espacio, sino también con las cosas de la vida. No hay mejor lugar para tener un accidente que Moscú. Además, alguien como usted, el secretario del partido comunista del país más rico, merece la mejor atención que le pueda dar el comunismo. No sentirá ningún dolor. Ya se habrá enterado usted de que nuestros experimentos síquicos son los más adelantados del mundo. Si podemos hacer que con un suero que un hombre diga la verdad e inducirle luego amnesia, imagínese Morris, lo que podemos hacer por un camarada que sufre por un dedo.

En el hospital, los médicos y enfermeras se preparan para la intervención. A punto de colocar la mascarilla que lo dejaría inconsciente, Morris pide un momento a solas con el médico cirujano. Le explica que él agradece y entiende el procedimiento que le van a realizar, y sabe que con los avances científicos, hasta podrían reconstruirle el dedo. Sin embargo, hay un inconveniente, digamos que pequeño. Verá usted, doctor- le dice Morris al traductor- yo soy el secretario del partido comunista de América. Por el interés estratégico, hay cosas que yo sé. Y si me anestesian, no quisiera comprometer al resto de los camaradas médicos, usted me entiende, por si dormido e inconsciente, empiezo a revelar, sin control alguno, información que pondría en peligro la vida del sistema y la existencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Por eso, y para evitarnos a todos riesgos, sería mejor que me operaran con anestesia local o sin nada. Yo estoy dispuesto.

Nadie se atrevió a contradecir a Morris, a pesar de lo doloroso que iba a resultar aquello. Morris se comportó como un valiente, y como buen soldado soviético, soportó estoicamente el dolor terrible de la cirugía de una hora, sin desmayarse o pedir piedad ni siquiera por un momento.

Morris es todo un ejemplo. Con tal de proteger a la madre Rusia prefiere su propia entrega, su propio dolor, y no hubiera sido raro que hasta hubiera preferido que le amputaran el dedo. Pocas veces en al vida se ven hombre de ideales tan férreos, tan claros, dispuestos al sacrificio personal por una causa que todavía es lucha. Pero a nadie debería extrañarle tanto. Morris, después de todo, ha demostrado el calibre de su compromiso y su hombría aceptando el puesto como Secretario del Partido en el país más rico, poderoso, capitalista, mercantilista, explotador, intolerante y dominador del mundo. Por eso, tiene bien merecido el Premio Lenín de la Paz, y se convertirá en el segundo a bordo del Partido, en el consultor obligado, el arquitecto del nuevo orden rojo.

Lo que nadie sabe, mis amigos, es que Morris, además, es el espía estrella de la planilla de la Central Intelligence Agency, o sea, de la CIA.

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septiembre 07, 2005

Bitácora de sueños

Hace un par de meses, el buen Yuré me había sugerido llevar una bitácora de sueños. Tarde, como siempre, me he decidido a hacerle caso.

Podría contarles, por ejemplo, que hace tres noches tuve un sueño húmedo-versión fememina (que, no se equivoquen, no es precisamente de florcitas y romantiquerías, sino como los de todo el mundo: a lo que vinimos) con uno de los lectores masculinos de este rinconcito escondido de la cyber carretera. Que sé que era uno de ustedes, porque se identificaba claramente con su id bloggero. Que reconozco que, según Freud, no es necesariamente que le lleve ganas al sujeto del sueño sino que puede ser una representación onírica de Pico de Oro en esos simbolismos cabronamente traviesos que tienen los sueños. Que me dejó perturbada y con ese susto-mezclado-con-pena de los lances de una noche, de ver cara a cara, algún día, a dicha persona.

Podría contarles los detalles escabrosos. Los más bajos y los más perversos y que todos votáramos para decidir quién, quién era el del sabroso performance de mi sueño.

Pero entonces haría públicas cosas que no sé si quiero que además de nosotros (el del sueño y sho), lo sepa el cyberuniverso.

Así que mejor no.

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septiembre 06, 2005

sí, lo extraño



Solo quisiera creer, que de verdad, algún día,
en algún lugar, nos volveremos a ver.


Aquí se me observa en mi etapa de chanchito de engorde y a mi papá ceñido en dejarme grabado en el inconciente que nadie, y particularmene ningún hombre, podría nunca quererme más que mi papito, lo que, evidentemente, causó estragos en el Edipo, que no se resolvió adecuadamente. No sé si el huibiera querido que se resolviera, porque le debe haber hecho gracia tener a esa gordita persiguiéndolo por toda la casa con pasos de patito y tirándole los brazos para que la alzara. Lo que sé es que no le dio tiempo.

Dice la ciencia que con el edipo mal resuelto, queda aquello de Papi es todo para mí, hay una tendencia a la gerontofilia para reemplazar a la figura paterna, y en la personalidad, hay cierto exhibicionismo como el uso de enaguas cortas, tacones y otros rasgos que suelen ejemplificarse clásicamente en Marilyn Monroe... (o sea, la tendencia al zorrismo, pero con cierta dosis de elegancia).

Nota de salud: Mi papá murió de un infarto. Lo mató el sobrepeso y la falta de ejercicio. Yo ya he vivido un año más de lo que él vivió.

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septiembre 05, 2005

Aniversarios

Hoy, como todos los años, la llamo y hablamos de cualquier cosa. Antes de terminar la conversación, le recuerdo, como si nada y en el mismo tono:

- Mañana cumple años de muerto mi papá.

Hace un pausa y un silencio. Me doy cuenta que suspira entrecortado y me contesta calladamente con la voz quebrada y triste nada más un "". Podría asegurar que le tiemblan los labios y que se le llenaron los ojos de lágrimas.

Puede ser, talvez, que para algunos veinte años no sean nada. Pero treinta, Carlitos, treinta, cuando son de ausencia... cada año dura más de un siglo.

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septiembre 03, 2005

La receta

Esto tiene que ser heredado. Sucede una vez cada cierto número de años, aunque cuento con la infalible receta para estas circunstancias tan extrañas.

Hay que tener claro que lo que se pierde es siempre un artículo de uso personal y diario. Un cepillo, las llaves, un libro, un chunche muy preciado. El tamaño no tiene importancia, aunque casi siempre optan por algo mediano.

Empieza el ritual: repasar, paso a paso, los últimos movimientos. Poner la memoria en trabajar para recrear los momentos de uso más reciente. Levantar almohadones y cobijas, vaciar roperos, abrir cajas, desempolvar recuerdos, revolcar todo, saquear la casa, el carro, a los vecinos, y nada. Se llama a los amigos para descartar la posibilidad de que esté prestado. Se deja de poner atención al hecho, por un rato, para ver si con eso, el artículo reaparece en el lugar que lo habías dejado. Ni un rastro. Se usan frases cabalísticas como “Cuando uno busca algo que urge, nunca lo encuentra”, “Cuando menos lo esté buscando, aparece”, “Eso me pasa por desordenado”, “Lo acabo de ver aquí hace un rato”

Aquellos que no quieren dar el brazo a torcer, recurren a la celestial ayuda e invocan al santo de todo lo perdido, San Pascual Bailón, de reconocido prestigio, una ofrenda si reaparece aquello que ha desaparecido. A veces quisiera saber si San Pascual recupera la dignidad de los vendidos o la fe a los descreídos, o la fuerza a los que se rindieron o tantas cosas y almas que también andan perdidas. Algunos, le ruegan con fervor de santo y en ese tono especial con el que se reza por un favor muy necesitado.

Si aparece, viene entonces, con justa razón, el pago al santo detective. Hay que otorgarle un padre nuestro bailado. A pleno pulmón y a ritmo de vénganos en tu reino, se retribuye el favor concedido, aunque nadie nos vea. Los pasos de baile poco importan si son de rock o tango. El punto aquí es el pago. La sanción de lo contrario, será la negativa a futuras intervenciones de naturaleza divina.

Para ateos o desconfiados, que es mi caso, no queda más que la solución más baja, en la que se reconoce la derrota. Después de encolerizarse y de llenarse de rabia, se hace un alto en el camino, y con voz fuerte, segura, pero de buen modo y agraciada, se dice con elegancia “me devuelve el .. “. Si no funciona de inmediato, se agrega la partícula “por favor” y se entona de nuevo la pregunta. Un “no sean malitos, dejen de joder” a veces resulta apropiado.

Nunca falla. En el lugar más evidente aparece lo buscado, sin un solo rasguño y casi burlándose de nuestra búsqueda desesperada, ofendiéndonos con su presencia, tangible y clara.

Este sistema también requiere de cierto pago. Siempre hay que evitar las malas palabras y de inmediato, decir “gracias”. Los duendes disfrutan con nuestras tribulaciones por cosas materiales, pero desde que yo me acuerdo, no soportan a las personas mal educadas.

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