Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

agosto 30, 2005

Despedidas.

En días pasados, Fuser, mi perrito, después de ser diagnosticado por tres personas diferentes como “testarudo como una mula” fue fletado a escuela de obediencia a ver si con eso lográbamos que : a) empezara a hacer caso, b) cuando uno le dice " siéntese" no lo entienda como una orden para lamerse la pipí, c) deje de saltarme encima de la alegría cada vez que me ve, dejando la ropa puerca de sucia y la medias en tiritas, d) cese sus ataques lujuriosos de movimientos pélvicos a los almohadones de la sala, e) no le ladre a los pajaritos del patio del kinder, f) que venga cuando lo llaman y no cuando le da la gana, g) cuando alcance el tamaño del mastodonte que desde ya se vislumbra, sea un poquito más manejable, h) me sirva de protección en el futuro (por el momento le ladra a extraños cómodamente ubicado detrás de mi piernas, asomando solo la cabeza). i) reconozca a los gatitos, patitos, cabritas, conejitos y gallinitas de la finca que tiene el kinder como otras criaturitas de dios y no como apetizers en potencia, j) supere esa obsesión que tiene con los aguaceros y ese gusto por embarrialarse hasta la punta de las orejas.

Yo estaba totalmente en contra de separarme de fiel mastín (aunque es un pastor alemán), hasta que a punta de manipulaciones que incluyeron frases como “es un pecado muy negro negarle educación a un hijo” y “los perros aprenden y copian el carácter del dueño, incluyendo la testarudez”, acepté desprenderme de mis ojitos de cuatro patas y con porte de campeón del mundo.

Fuser no me imaginaba lo que se avecinaba, y el día último día que lo dejé en el kinder, no hizo caso a mi escena de despedida, solo vista en aeropuertos internacionales, a mis ruegos con voz quebrada de “pórtese bien, mi patito” y a los abrazos que intentaba darle. Apenas le quité la correa, salió en full mode terremoto, disparado, como siempre, a alborotar a los pajaritos del patio. Ni siquiera me dio un lenguetazo de despedida.

Aunque me da vergüenza reconocerlo, la ausencia de Fuser, combinado con un sospechoso silencio de Pico de Oro, me hundieron en la tristeza y la frase de “cómo me hacés falta” me rebotaba en cada esquinita del corazón.
Yo jamás me imaginé que uno pudiera querer o extrañar tanto a un perro (me refiero a Fuser, no a Pico de Oro).

Me arrepentí de todas las veces que me burlaba de las personas dolidas por la muerte de una mascota y cuando alguien me trataba de consolar con la frase macabra esa de “Es solo un perrito”, me mordía los labios y castigaba a mi interlocutor con un hosco enjache. A la vez, en la oficina y en otros lugares públicos tuve que disimular, porque ante la pregunta de “Porqué esa carita?” no podía revelarles cuál era la ausencia que me tenía en ese precario estado y, en honor a la verdad, no sabía yo tampoco cuál de las dos ausencias me estaban matando.

Creo que eso, combinado con el mutismo de mi teléfono, me llevó a extrañas conclusiones de la conducta de Pico de Oro, hasta convencerme que por alguna extraña causalidad, él y el Patán habrían coincidido en alguna actividad de esas de socialité, habrían hablado de cualquier cosa, que entre hombres normalmente lleva a hablar de hembras y de sexo, y de ahí, el salto a mi supuesto programa era obligado y vendría entonces el fatal episodio de men-bonding, la confesión terrible del Patán a Pico de Oro, vanagloriándose de todo lo que habíamos planeado el Patán y yo, de esa perturbadora tensión sexual que lleva tantos años consumiéndonos, de mis minifaldas y mis provocaciones y la pregunta reflexiva del Patán de si John Wayne habría dejado pasar a una meneca alta y que sabe de sexo… y después, la risa maldosa y de medio lado que tanta inestabilidad me ha causado y que sellaría el fin del interés del Pico de Oro en mí, con el ego de hombre hecho mierda por la marcada de territorio y la difamadora revelación del Patán. O sea, le eché tierra al Aureo proyecto.

Incluso escribí poemas interespecie (aptos para ser usado en cualquiera de los casos), como este:
Desde la primera vez que ocurrió
A mis tres y a sus treinta y tantos
Yo, con las despedidas,

simplemente no puedo

Y cuando abro la puerta del lugar que fue nuestro
En el silencio le hablo
e imagino su voz con la respuesta que quiero
Imito sus movimientos y lo siento conmigo
Cierro los ojos para poder verlo
Y me llevo las manos a la cara
Para que su olor me envuelva
y lo extraño.

Afortunadamente, mi perrito debe haber percibido a través de ondas magnéticas que se le extrañaba y aprovechando que el salvaje que lo entrenaba lo dejó salir de la jaula pequeña e incómoda donde lo tenían, cogió al primer ganso que le pasó enfrente del cogote, lo sacudió de lado a lado hasta matarlo y contra el último y lastimero graznido, se le dejó caer encima orgulloso, gruñéndole como una fiera (a pesar de sus colmillitos de leche) a todo aquel que se lo tratara de quitar. En consecuencia, Fuser fue felizmente expulsado y ha regresado a mis brazos.

Pero como yo sí puedo separar el amor de madre adoptiva de lo que es necesario, sé que su educación es fundamental y ya he andado consiguiéndole nueva escuela, pidiendo recomendaciones, visitando predios y entrevistando entrenadores. Hoy tenemos cita de valoración con uno que nos recomendó su pediatra (veterinario), que tiene el plus adicional de que hace el entrenamiento a domicilio, para la alegría de todas las partes involucradas. Fuser etsá en camino de convertirse en un perrito de bien.

Ah! Y además, en la noche del domingo, Pico de Oro se reportó. Dice que estuvo con una gripe de esas que lo revolcaron (dichosa la gripe…) y que por estar en camita, con tos y congestionado, no había podido hacer contacto. Durante la llamada, la voz gangosa, los ataques de tos y ese sonido propio de hablar desde adentro de una caja, me lo confirmaron.


Aquí el modelo tiene cierto parecido con Fuser, aunque no alcanza los niveles de guapura ni avispamiento requeridos, se aporta como ilustración alegórica de esta nota. Nótesele la tristeza de verse separado de sus seres queridos.

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agosto 29, 2005

Medios de transporte

Cuando huyen de mí
yo soy las alas

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agosto 28, 2005

La Payita

Una historia de una mujer enamorada de un hombre casado es tan ordinaria, que ya ni se cuentan. Todos sabemos de qué están hechas. Sufridos culebrones de colmillos hechos de de clichés baratos.

Muchas promesas, de pronto la dejo, de vamos a ser felices algún día ya vas a ver, te prometo que yo esto lo arreglo, yo te llamo luego, llego en la noche.

Muchas preguntas de cómo es que no te conocí antes, dónde estuviste toda mi vida, me querés, le decís algo de mí, ella sospecha, alguien nos vio.

Muchas afirmaciones en las que una quisiera creerle a la mentira, como te adoro, mi chinita, cosita rica, no puedo vivir sin vos, paso pensándote todo el día.

Muchos disimulos, ella es mi amiga, él es mi jefe, lo que pasa es que nos llevamos muy bien, por favor no le digás a nadie, no sean desconfiados... la gente es tan cruel

Mucha entrega, no de la revolucionaria sino de la de novela. Por eso una espera hasta tarde el sonido en la puerta o en el teléfono y se convence de preferirlo compartido antes de vaciar la vida y lucha con los celos y le es fiel a él que es tan amante y tan puta como una, pero distinto a la vez porque es hombre y casado y en ellos es diferente la cosa.

Muchas humillaciones, porque todos esos nombres de la otra, la puta, la sometida, la inmoral, la que se le metió, la tonta, la querida, la amante, la zorra, el plato de segunda mesa, interesada, platera, aprovechada, indefectiblemente duelen y no hay quien defienda nada, solo una dando la cara.

Muchas inseguridades porque un amor que nace de la traición no merece ser vivido aunque nadie pregunte nunca qué quién fue el que se traicionó hace tantos años cuando se casó por cualquier razón que ni siquiera se parece al cariño. Nadie dice nunca, que a veces, y que según el caso concreto, la infidelidad no es una traición sino una reivindicación. Nunca una venganza.

Mucha ilusión vana, porque de esas relaciones satélites, alternas, paralelas y clandestinas, solo cinco de cada cien terminan realmente juntos y solo un uno por ciento logran llevarse bien como pareja. Solo uno de cien... nada. Pero una se aferra y cree que algo es algo y que porqué no va a ser el caso de una el del porcentaje pequeño.

Mucho dolor porque pasa el tiempo y no la deja, por eso tan ordinario de llorar en cumpleaños y navidades sola, porque igual peleás y discutís con él, porque te das cuenta que estás en una bronca, porque cuando resulta que no eras del porcentaje que triunfa, duele como si perdieras al primer novio y no le podés contar a nadie y se te parte el alma y se siente el agujerito en el corazón y nada te llena y encima no tenés derecho a llorar lo que no podías haber perdido porque nunca había sido tuyo, como en los poemas cursis.

Pero este caso que te cuento es distinto. Yo quisiera saber si una, en esa situación, habría aguantado lo mismo que ésta.

Fue escuhar su promesa, a ella y al pueblo, que haría real el otro mundo mejor que los demás decían que era apenas posible. Era un hombre de su época, elegante, y sabio. Era, además un político. Pero era un hombre bueno... digo, yo creo que lo era, y por eso, como ella, se lo perdono.

Fue provocar el escarnio de todas las señoras oficiales, de joyas y pieles. Las burlas de los periódicos. El escandalillo moral por tanto relajo. La vergüenza y los rumores de a callado.

Fue cargar con el título de asistente personal, secretaria, vecina, divorciada, mirista, infiltrada, pro cubana, traidora a la patria; pero para él, simplemente compañera.

Fue desafiar su orden y quedarse con él. Fue saber que lo iban a matar. Fueron veintisiete bombas, una tras otra, con el zumbido ensordecedor de los aviones. Fue el golpe seco del tiro en aquel salón y la noticia devastadora de que se había quitado la vida.

Fue la imagen a blanco y negro, saliendo a Morandé, con las manos en la nuca, la única mujer entre los hombres del presidente, la cara contra la calle, el tanque apuntándole la cabeza, la declaración de independencia escondida en su blusa y rota en las manos de un milico, el sabor de acero porque sabía de la detención, de la tortura, de la desaparición que le esperaban y el hombre que la salva por milagro, la esconde en una ambulancia, los amigos luego en muchas casas y el exilio.

Yo quisiera saber cuántas como una soportarían tanto por un hombre ajeno, aunque una puerta adentro lo sepa propio. Debe haber sido por amor, ¿cachai?




Nota de Sole: Miria Contreras, la Payita, fue la secretaria personal de Salvador Allende y la única mujer que permaneció en La Moneda el 11 de setiembre de 1973. Al salir, rescató la declaración de independiencia original de Chile y la escondió bajo su blusa. Afuera, los esperaban los militares y uno de ellos rompió en pedazos el documento histórico, ilustrando los 17 años que vendrían. En la foto, una de las personas boca abajo es Payita. Ella logró huir a Cuba.

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agosto 27, 2005

En este archipiélago se pagan las deudas!

Hace muchas lunas, ante una provocación de la suscrita (ver comments), el buen Yuré se expuso ante el mundo e, instigado por los escalofríos de Otrova, me retó a hacer lo mismo en un re enacting de la antiquísima tradición del derecho romano del Quid pro quo que hoy se expresa en nuestro principio constitucional de reciprocidad y proporcionalidad, que en español viene a ser dando y dando. Como cualquier cobardija que se respete, le dije: “lento pero viene”.

Unos días después, de bocona, me comprometí con el former Mr. President a enviarle un prospecto de lo que le espera en Costa Rica o del home delivery que podíamos ofrecerle en caso de aceptar mi humilde propuesta.

A la fecha, he recibido veladas presiones, tanto por correo, en vivo y en mensajes ocultos en posts de los cyberamigos para que cumpla con lo pendiente, así que: ¡El día ha llegado!:

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Como se observará, se aportan tres opciones del mismo modelo, todas convenientemente armónicas con el ambiente y, a todas luces, sostenibles.

Para evitar arrancar hasta la más mínima matica de algodón, se obvió el uso de cualquier fibra natural que impida la vista al órgano del cariño (... la piel, por si las dudas y las hormonas activas).

Los tres pares no revelan que la suscrita sea trilliza, sino más bien se aportan para ilustrar las múltiples opciones disponibles. Y sí, el color caramelo tentación es natural. Lo que brilla no es aceite de coco sino las gotitas del mar que se secan al sol y recorre los 1.20 que hay de la cintura a la arena caliente...

La versión número 1, “Punto fruta”, nos da una probadita de la sensación de tropicales y voluptuosos sabores a los que se expone el consumidor para que chorree de gusto, sin riesgo de empacho y como se aprecia claramente, hay de sobra para que se entretenga un buen rato. Si se desea combinar con algo, se recomienda otro fruto tropical como el plátano o el banano. Como se había anunciado, no artificial ingredients, bajo en calorías y sin grasa. ¿Se imagina hincándole el diente a esa sandía?

La versión número 2, “La selva oculta de la ancha alameda” anuncia los húmedos peligros de los bosques de altura que le esperan y la lucha salvaje cuerpo a cuerpo con riesgo de arañazos, maullidos y con altas probabilidades de provocar uno (o varios, dependiendo del aguante) rugidos de contento. Apto para exploradores y aventureros.

La versión número tres, “Llamame por favor” es una abierta invitación al rara avis costarricensis (Pico de Oro) para que se ponga vivo o me busco otro nido. Aquí se le aprecia disfrazado de lorito, para no revelar su true identity y colocado en el primer paso del camino al paraíso. Que no hay nada que temer, que no es mi intención llegar a esto:

 Posted by Picasa


En conclusión, estamos pagos. Hasta la próxima deuda!

Nota de Sole: Esta cosa tiene muchos links y espero que funcionen. Me perdonarán el derroche de vínculos, pero es que si no, parece un mensaje críptico. Por eso, léase con calma, cuando se esté desocupado, para disfrutar a gusto.


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agosto 26, 2005

Mi relación con dios

Para no estar en enredos de que si creo o no creo, que si humanista, agnóstica, descreida, católica arrepentida, peleada o atea, sectaria, multi religiosa, experienciapersonalúnicaymaravillosa se resume más o menos así:

El sabe que existo

Yo presiento que él también.

Yo ando por mi lado

y él por el suyo.

Cuando tiembla, nos hablamos.

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agosto 25, 2005

Lo dijo Alí Primera

Al pueblo lo que es del César.

Ya que Otrova quiso saber quién fue esa chiquilla tan chispa, consideré oportuno modificar el blog y aportar elementos visuales (y no, no es un cambio de sexo) del trovador venezolano que fundó el grupo Los Guaraguao, una de sus canciones más conocidas es Casas de Cartón.

Aunque pareciera que Alí pudo haber muerto de gordo, en realidad lo mandaron al otro lado en un evento disfrazado de accidente. Un carro le pegó directo al barbudo y hasta ahí llegó. Su música se prohibió en Venezuela a partir de ese momento hasta que Chavez asumió el poder.

Para saber más sobre Alí y Los Guaraguao, pueden entrar aquí

Y el que quiera un disquito pirateado de los exitazos, me avisan a mi super dirección anónima de solentiname_isla@hotmail.com. Free of charge


Alí Primera

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agosto 24, 2005

Confesiones

En mi condición de exconvicta de un colegio de curas, pasé 11 años (aunque parecen más) yendo a misa obligada, viendo sotanas por todas partes, repasando año con año la biografía del único santo que conozco tuvo algo de dignidad o un ataque de locura por el que mandó a la mierda al establishment, y cuando estuve en edad de hacer la primera comunión, me disfrazaron de mini-novia (que por cierto creo que esa será la única vez en mi vida en una iglesia de traje blanco largo y velo), tuve la premier de la comunión y me inicié en la confesión obligatoria de cada vez que algún director (cura, por supuesto) se le ocurría que la carga de la culpa colectiva era demasiada y que era hora de confesarnos todos por si las moscas, por si se venía el fin del mundo o para que el pudiera dormir tranquilo sabiendo que su rebaño de alumnos estaba en paz con dios.

La forma de confesarse era tan poco ortodoxa que la primera vez que me confesé fuera del colegio, casi tuve que confesar el pecado de apóstata y herejía porque no me sabía ninguno de los ritos, de los rezos previos, del juego de preguntas que preceden al chorreo de mis maldades. Hasta me equivoqué de puerta en el confesionario y casi le caigo encima al pobre cura que estaba de receptáculo de pecados.

Con nosotros se usaba otro método. Nos iban sacando uno a uno del aula y nos íbamos con el cura a caminar por las áreas verdes del colegio. Era una conversación, no una expiación de pecados. Usualmente empezaba con el padre preguntando ¿Cómo te has portado? Y en lugar de enumerar uno los pecados por nombre propio (gula, envidia, levantar falsos contra el prójimo, etc), o por violación de la norma (me pasé por el arco del triunfo el mandamiento número X) pues era más vivencial y dependiendo del confesor, hasta una ayuda o guía para resolver las complejidades de las relaciones familiares de amistad o románticas que puede tener un adolescente.

No habían penitencias de arrodillarse y rezar y azotarse la conciencia con el látigo de autodesprecio. Había un compromiso sincero- en la mayoría de las veces- de enmendar our evil ways, sin temores de que nos fuera a llevar el diablo al infierno.

Había un cura en particular, al que hoy recuerdo con otros ojos, que a partir de los 15 años, a todas las mujeres, como parte de la conversa, nos preguntaba si habíamos tenido malos pensamiento. Uno, a esa edad, calificaba de mal pensamiento al deseo de muerte para el hermano menor necio con el cerebrito de canica que no entendía el significado de “dejá de joder”. Si una respondía que sí, entonces el padre pedía que le contáramos con detalle para valorar si era o no pecado...

Yo, por otras razones, después del colegio no volví a poner un pie en la Iglesia a menos que fuera por obligación, boda, bautizo o funeral y a los 15 años tuve mi última confesión oficial. Es decir, a una edad en la que las tentaciones y los pecados que valieran la pena confesar o que calificaran de muy graves o mortales ni se asomaban.

Cuando ese hermano menor creció y decidió casarse, me pidió, como regalo de bodas, que me confesara para poder comulgar en su matrimonio. A diferencia mía, mi hermano siempre fue muy metido (demasiado, diría yo) en la iglesia, de andar en encuentros juveniles, guía de juventudes cristianas y casi casi opus dei, de no ser porque es un limpio (condición que le impide el ingreso a la hermandad). Es de los que en discusiones familiares defiende las posiciones del nuevo papa a muerte de los ataques ateos de su hermana mayor (yo) y se persina ante el horror de mis argumentos.

Pues para complacer al pequeño, y a pesar de la pereza enorme que me daba, me fui para la Iglesia donde sería el matricidio. Me esperaba el padre que lo iba a casar, con un brillo sospechoso en los ojos. Pero el curita no contaba con mi astucia. Sabiendo yo que mi hermano me consideraba el alma de la ovejita perdida que necesita con urgencia volver a los brazos de su pastor, supuse que se me habría adelantado a hacerle al cura un breve resumen de mis andanzas, pataletas eclesiásticas y forma sui géneris de confesarme en el pasado lejano.

El cura me recibió amablemente y me pidió que en lugar de encerrarnos en el confesionario, camináramos por ahí, advirtiéndome que mi hermano y su novia eran como hijos para él, que los quería mucho y por eso había accedido a hacerles este favor enorme (¿?) y que había sacado toda la tarde para escucharme, absolverme y ponerme de nuevo en la recta senda de la salvación.

Yo le dije que andaba sin tiempo, que me tenía que ir rápido, y que considerando que hacía siglos no me confesaba, no sabía por dónde empezar.

El padre me dijo que entendía, que tomara mi tiempo. Y me lo tomé. Me preguntó si estaba lista y le respondí que sí. Tomó aire para escuchar mi confesión, pero nos ahorré a los dos mucho tiempo, reproches e incomodidades cuando utilicé la fórmula que un amigo muy querido me había recomendado para estas situaciones:

“Acúsome padre de todo menos matar…”

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agosto 19, 2005

Lloviendo

Cuando salimos de aquel lugar, llovía a cántaros.

Esperamos unos 10 minutos, pero nada. Entonces me dijo:

"¿sabés? me hubiera traido el paraguas del carro..."

Yo, que no quería mojarme, aproveché para el reclamo:

"¿Y porqué no te lo trajiste? ¡Yo te lo dije antes de venirnos para acá!"

Hace un silencio y achina los ojos y me hace la sonrisa a medias que tanta inestabilidad me ha causado y me dice:

"¿Cuándo has visto a John Wayne con paraguas?"

Enciende un cigarro con el mejor estilo de los malos del viejo oeste, la pistola más rápida de este lado del Virilla, el hombre viril, rudo, indomable y sin sentimientos que le gusta pretender que es, y empezamos a caminar- no a correr porque eso es para pendejos- bajo la lluvia fría. Y a dos cuadras me dice en otro tono:

"Mi tata me pegaba cuando me veía con una sombrilla"

Y entonces, por respeto al trauma, nos mojamos.

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agosto 18, 2005

La ventana

Desde aquí lo puedo ver todo. Nunca había visto tanto negro y guajiro junto. Bueno, solo cuando vamos a la hacienda, en vacaciones o pa’ la zafra. En el colegio, en el club de yates, en mi calle, todos son como yo, más o menos. Blancos, de ojos claros, educados, nietos o hijos de españoles o por lo menos de inmigrantes. ¡Pero, qué horror, por mi madre! Mira nada más cómo se comportan, cómo gritan, cómo bailan. ¡Están desatados, caballero! Aquel trepado en el poste, ¡Cómo agita el sombrero! Se oyen clarito las risas, los besos, los abrazos, y ese murmullo va tomando cada vez más fuerza: Ya vienen, ya vienen, vienen doblando la esquina, ya vienen!Tanta gente en la calle, tanta bandera, tanto tanque, tanta algarabía, me da la sensación de que todo hierve.



Adentro, papá sigue haciendo maletas. Mamá no hace más que llorar y llorar mientras cose sus joyas en el forro de ese abrigo viejo. No sé si llora por todo lo que está pasando, o porque se va a quedar sin la mesa de caoba, sin los adornos con incrustaciones de oro y sin esos cubiertos. Sin nada, dice ella.

- Martica, niña, quítate de la puerta, entra a la casa m’hija, que te puede pasar algo...- me ruega.

- ¡Deja de pensar en boberías y ayúdale a tu madre empacar!- me grita papá

Aunque nos han dicho de todo, yo no me quiero ir. Dicen que han engañado a la pueblo ofreciéndole pan, casa, medicina y escuela. Que nos van a quitar las tierras, los carros, el dinero, todo. Que le quitan los niños chiquitos a sus mamis y les lavan el cerebro. Que violan, que torturan, que matan. Que van pa’la mierda los burdeles, los casinos, las putas, las apuestas, los explotadores y los vagos. El cura dice que son ateos, demonios; pero yo a ese hace mucho tiempo que ya no le creo. Otros dicen que son apenas unos arribistas de alboroto y que no hay de qué preocuparse.

Muchos se han ido. Es grande el miedo. Los primeros fueron los gringos. Y conforme bajaron de la sierra, muchos otros han salido espantados. Dicen que esperaron hasta que terminaran el Hilton, que es bien elegante, para entrar a la ciudad. Ahí quería hacer sus dieciséis años Caridad, con orquesta de Benny Moré y todo. Ahora quién sabe para cuándo tendrá Cari su fiestica.

Yo lo que si sé, es que son bien guapos. Se ven arrebatadores de verde, con esas barbas, ese puro, tan altos, tan héroes. Yo sé que no son unos bárbaros, aunque en un mes no se hayan bañado. Uno ellos hasta es jesuita y abogado. Dice mi prima Dolores, que a Santa Clara entró uno que es médico y asmático, y que habla con un acento medio raro, pero igual que éstos, arrebatadoramente guapo. ¡Ay qué romántico! Yo sé que no soy yo esa mujer que debe ser bien valiente para irse con ellos, revolucionarse y preocuparse por la gente, y ver crecer una generación de niños distintos, sin miedo, sin clases, sin pobreza, sin pies descalzos... ¡pero qué cosas estoy hablando, mi madre!. Ayúdame virgencita del cobre, a no tener tan malos pensamientos, que debe ser pecado.

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Hace cuarenta años que salimos y aun no me consuelo. No dejo de pensar que habría sido mi vida si el lugar de hacerle caso al viejo, me rebelo y me quedo allá, en casa de tía Mina, en mi propio suelo. A veces, camino despacio, porque ya me pesa el cuerpo de viejo, hasta el Key Biscayne y hasta la mismitica punta del muelle, donde se juntan el mar y el cielo. Allá, a los lejos, en los días claros, se hacen corticas las noventa millas y se mira una franjita de tierra que sigue siendo lo que yo más quiero. ¿Tú sabes? Lo peor del infierno, es que tiene una ventana al cielo.

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agosto 17, 2005

Frente al espejo roto

Se sentaba noche a noche
a peinar los recuerdos
setenta veces siete
como el perdón
a veces alguno se enredaba en el peine
a veces se encontraba uno que otro gris o pálido del tiempo
a veces se daba cuenta que a algunos, los estaba perdiendo
a veces, los reventaba cuando se rebelaban en nudos molestos
a veces los acariciaba para invocar sus olores
Atrás, el mar, le ayudaba contando
uno
dos
tres
Muchos recuerdos

Nota de Sole: Yuré; as per your kind request y aprovechando el mood de melancolía que me aqueja...



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agosto 16, 2005

Escudos

Deberías saber.
se me han ido cayendo las espinas
y presiento suavizarse la piedra
entonces solo quedará el hielo
y después
este potencial de vos
lo que late, lo de adentro

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agosto 13, 2005

Impaciencias

Mi amigo Memo, exasperado, me dice:

“Vos, de gallina, serías un desastre. No habrías terminado de poner el huevo ni empezar a empollarlo cuando cada tres minutos te asomarías inquieta al nido para revisarlo, toc toc en la cascarita y la preguntadera: “¿qué, pollito? Listo para nacer? cómo cuánto falta? A qué horas pensás salir?”

Y si no te contesta te volvés a sentar a empollar dos minutos, para otra vez coger el huevo, le gritás “¿Qué, ya? Ah, ¿no? Soque, papá, póngale, póngale!” y socollonearlo a ver si con eso hacés que las cosas pasen más rápido. Irías a revisar los relojes y las temperaturas a ver si todo está funcionando y le rogás, con voz de chineada, al son del manipuleo: “No zeáz azí, no vez que tengo muchitaz ganaz de verte?, porfiz, porfiz”.

Lo llevarías a un ultrasonido a ver si es que tiene algo malo. Investigarías fórmulas avanzadas de empollamiento precoz. Consultarías con otras gallinas. Es más, hasta serías capaz de echarlo en agua hirviendo para que se caliente más rápido.


Y decime una cosa: a vos te interesa un huevo duro o un pollo que se te convierta en gallo?”

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agosto 12, 2005

Adiós al patán (en ritmo de salsa)

(Puede ser que yo)
No entienda
(Que aunque a mí me parezca muy atractivo)
estoy a merced de un demente
(que si se le da la más mínima oportunidad)
Haría de mí lo que quiere
(Y que en el fondo)
yo no lo ame, le tema.

(Por eso, debería tomar en cuenta que)
No entiendo
(Que hay salida)
Que nada me impide dejarlo
(Que bien merecido se lo tendría porque)
Me haría la vida pedazos
(Pero eso no significa que todo esté acabado…)
Puedo rehacerla a tu lado.

(Es cuestión de decidirse)

Y quédate… y quédate!!!

Un nuevo amor te espera, una nueva vida debes comenzar

Quedate conmigo
(Tengo miedo)
Y no tengas miedo.


Nota de Sole: Léase al ritmo de "Tú no le amas, le temes", de Luis Enrique, creo que el Príncipe de la Salsa o algún título nobiliario equivalente.

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agosto 11, 2005

El ocaso del generalísimo

"Reitero que jamás defraudé al Estado ni obtuve provecho ilegítimo del ejercicio de los cargos que desempeñé. Entregué, por razones de prudencia, ya que sería objeto de persecución y hostigamiento pólítico, a institutciones profesionales extranjeras los ahorros de mi vida"

¡Qué cáscara de hijueputa! Ya voy que nunca defraudó al Estado... como dictador, ordenó la privatización de empesas cuya pérdida de ha calculado en tres mil millones de dólares. No solo defraudó al Estado, defraudó al hombre, al Presidente, al país y al gobierno al que le había jurado lealtad. Pero claro, se me olvidaba que las cucarachas no tienen capacidad de lealtad ni de compromiso ni de cumplir su palabra... Y quién dice que es ilegítimo ponerle el culo a los gringos, entregarles un país y que le paguen a uno por eso, AH? El trabajo nunca deshonra. Y si eso le permite acumular los ahorros de su vida, cuál es el pecado? qué tiene de raro que alguien que siempre se la haya pasado de vago, que nunca ha sido más que un milico ahorre en millones de dólares en el extranjero? Por último, si quiere saber de persecución y hostigamiento político, pregúntele a los del informe Valech, a los que guardaron silencio y a los que botó a patadas de Chile y les arrebató hasta la nacionalidad.


"Esto ha sido un impacto para nosotros... es como un balazo en la cabeza"


¿Cómo los que usted ordenaba para inocentes, Generalísimo? ¿Cómo los que acabaron con tantas vidas antes de lanzarlos al mar, antes de que se dieran cuenta que era más divertido tirarlos vivos? ¿Como el tiro de gracia que le dio el Príncipe del Estadio Chile a Víctor? ¿Cómo el tiro que se pegó/le pegaron al Chicho en la sien cuando caían 27 bombas sobre La Moneda el día que usted creyó que defendía a la patria y ordenó en su vocecita chillona y cobarde hacerlo mierda?

"Lo único que quisiera decir es que en Chile todos los ciudadanos somos iguales, nadie está por sobre la ley" (Esto lo dice Lagos)

Seguro, señor Presidente? Debe ser por eso que hay cárceles exclusivas para milicos que parecen resorts. Por eso es que no ha habido forma de juzgar al generalísimo. Por eso es que el delfín del pinochetismo no fue al San Sebastián de Santiago sino a una exclusiva cárcel militar. Por eso la fianza de los dos apenas supera los intereses quincenales que reciben. Ya lo había dicho Orwell, en la granja de los animales, todos los animales eran iguales, pero habían unos más iguales que otros.

Nota de Sole: Me disculpan el ácido, pero no me aguanté.

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Alejandro

Señorita? Disculpe que la moleste... No, no nos conocemos, de verdad. Si me permite un momento, quisiera hablarle, claro, si no fuera mucha molestia. Gracias, no, no se asuste. No es nada serio, es más bien curiosidad. Perdone mi atrevimiento. Aquel de allá es su esposo, ¿verdad? ¡Ah!, su novio. ...Bueno, es que yo estaba sentada aquí a dos mesas y yo sé que no me importa, pero al verlos me di cuenta de lo que pasaba. Yo a él lo conozco, pero no se preocupe, no soy ninguna aventura ni ninguna infidelidad. ¿Me permite sentarme? Gracias, es una historia un poco larga de contar. ¿él tardará mucho? ¡qué pena! ¿se fue? Bueno, no importa. Le decía que yo a él lo conozco desde hace mucho. Se llama Alejandro, ¿verdad? Hernández. Sí, ¿vé cómo si me acuerdo? Es increíble, aunque haya pasado tanto tiempo. ¿Cómo era el segundo apellido? Arce, claro Arce. Mi memoria es buena, pero no tanto.

Yo conocí a Alejandro el primer día de primer grado, en una de esas escuelas privadas para chiquillos ricos o para hijos de pobres esforzados. El y yo éramos de los del segundo grupo. Yo estaba aterrada. Tenía apenas cinco años, imagínese. Mi mamá no me pudo ir a dejar, ella trabajaba. Las mamás de los otros chiquitos no. Eran “mamás de la casa”. Era la primera vez que viajaba sola en un bus escolar, que me llevaban con un rebaño de niños a un aula inmensa, me ponían a rezar a decir buenos días, y tenía un bulto enorme y cuadernos nuevos.

El primer día nos repartieron los campos de todo el año. Aunque no me lo crea, siempre he sido igual de alta, y me sentaron atrás, en la última fila. Y ahí estaba Alejandro, en el pupitre de al lado. Me parece estarlo viendo, un niño gordito, blanco, de cachetes rosados y pelo rubio de colochos. Y la sonrisa traviesa y los ojitos vivos. Era una versión blanca del Oso Yogui. Y eso bastó para que me cayera bien enseguida. Y ahora que lo vi de nuevo ... No ha cambiado mucho, ¿sabe? Lo reconocería en cualquier parte.

Yo era muy tímida. Así que jamás me imaginé lo que me esperaba. Alejandro le hablaba hasta a una escoba. Hablaba a todas horas, desde las siete y cuarto de la mañana hasta que sonaba él último timbre de la tarde. Hablaba con todos los que se le cruzaran y si nadie le ponía atención, hablaba solo. Hablaba mientras había dictados, revisión de tareas, en el tiempo libre o en educación física No paraba nunca. ¿Sigue siendo así? Siempre me lo he preguntado. Era de esperarse. Me alegra, de veras me alegra mucho...

Yo estaba muda, por dos razones, verá. Una por asombro. Nunca había visto alguien que hablara tanto. La segunda, porque Alejandro no me dejaba decir una sola palabra. El manejaba toda la conversación interesante que dos niños de siete años pudieran tener en un día común y corriente de escuela.

No, las maestras nunca lo tomaron bien ¿él no le ha contado? Hoy, cuando pienso en eso, me parecen crueles, inhumanas. Es que a Alejandro lo castigaban. Pero lo castigaban en serio. Durante los primeros meses, se contentaban con llamarle la atención y callarlo. Era poco efectivo. Conforme avanzaron los años, los castigos se refinaron. En esas escuelas privadas, a pesar de las mensualidades exageradas, los baños eran iguales o peores a los de cualquier mercado. Así que al pobre Alejandro, de castigo, muchas veces lo mandaron a sentarse a la par del baño. Otras, muy seguidas, le tapaban la boca con masking tape grueso. Y tenía que quedarse así incluso durante el recreo. Muy a menudo le pedían el cuaderno de recados. A él le daba miedo. Me volvía a ver con los ojitos un poco turbios y se lo llevaba a la maestra. Ya él y yo sabíamos lo que le pasaría cuando llegara a la casa. Al día siguiente por unas horas, pasaba un poco más triste, callado, sabe... se le veía, igual que como se le ve ahora. Claro, le habrían pegado.

Otra de las tácticas de las teachers, tal vez la peor de todas, era usar a sus propios compañeros. Convertirnos en traidores, hacernos egoístas, soplones. La presión inició conmigo. Me llamaron a una reunión de maestras y me dijeron que era mi obligación velar porque Alejandro estuviera callado, o si no, me castigarían a mí de paso. No funcionó. Aunque intenté enojarme con él, no me duró ni quince minutos, y al rato salimos los dos castigados. En el segundo intento, la maestra escribió en mi reporte de notas que yo era una excelente alumna, lástima que hablaba tanto... y por supuesto, en mi casa se armó un alboroto y me pegaron. Sí, por Alejandro. El último intento, un total fracaso, fue cuando me trataron de convencer de acusarlo cada vez que hablara o incurriera en otra falta. Como espía no valgo un peso. Al momento ya le estaba contando a Alejandro el plan de las maestras y nos reíamos como locos. Todo esto que le cuento fue en segundo grado.

Y, es que, ¿sabe? Fue mucho tiempo. El y yo nos sentamos uno al lado del otro por seis años. Toda la escuela. Viajaba en mi mismo bus. Pasábamos mucho tiempo juntos, y además, la similitud en los apellidos, los nombres, los gustos, los barrios. Yo me fui enamorando, como se enamora una niña de un príncipe imaginado. Estoy segura que a usted también le debe haber pasado. Alejandro era tan dulce, tan bueno, tan divertido, tan noble, me hacía reír tanto, que yo con mis silencios era la pareja perfecta de aquel loro desbocado. Las vacaciones se me hacían eternas, dibujaba, a escondidas, corazoncitos con nuestros nombres entrecruzados ¡qué pena! En el recreo, lo perseguía por todas partes para darle un pellizco como muestra de mi dedicación y amor eterno. Pero en público lo negaba a muerte. A muerte. Jamás hubiera reconocido que cada febrero rezaba y le hacía promesas a Dios para que este año, de nuevo, nos sentáramos juntos en la última fila, para seguir riéndonos, inventando travesuras, prestarnos las tareas, contarnos cuentos.

Alejandro fue, en la noche larga de mi infancia, una estrellita de colores que me regalaba chistes y anécdotas e historias y conversaciones. Me regalaba vida. A mí, a la chiquitina rara a la que nadie, ni en su casa, le dirigían la palabra. Alejandro me hacía creer, en aquel entonces, que era posible que algún día alguien me quisiera. Que no importaba que no tuviera papá, que me encerrara en los libros, que no supiera subirme a un árbol o patear una bola, que me cayera jugando rayuela o no supiera hacer la maroma de los jackses. El siempre me hablaba a mí, me tenía en cuenta a mí, a la desadaptada. Y yo lo adoraba por eso.

Todo esto fue hace mucho tiempo, yo sé, pero fue un sentimiento muy fuerte... y ahora, verlo... Bueno, perdone que me haya tomado tanto de su tiempo y que le cuente estas cosas. Ya casi termino. Verá, un día, como en cuarto o quinto grado, recibí un papelito anónimo en la gaveta de mi pupitre. Estaban muy de moda en aquellos días tener novio, pero de mentira, de esos que sólo se cogen de la mano y ya. Los atrevidos, intercambiaban besos. Todas las propuestas eran iguales: con letra muy mala, porque éramos pésimos en caligrafía, decían ¿quiere ser mi novia? Y abajo dos cuadritos, uno que decía sí, y otro que decía no. Una marcaba la respuesta. Casi todas las de la clase, habían recibido papelitos. Algunos niños, seguros de sus encantos, distribuían papelitos por todo lado, como si les hiciera gracia. A otros les costaba animarse. Otras nunca aceptaban. Yo no había recibido ninguno, y tampoco me extrañaba. Lo extraño era que Alejandro nunca había mandado ni uno. No sé por qué. Porque él, a todas les gustaba. Sí, en serio, a todas. Puede que él lo niegue, pero todas estaban enamoradas de él. Era muy popular, seguro por lo simpático.

Bueno, la cosa es que, para no cansarla con el cuento, apareció un papelito en mi gaveta, Al principio me emocioné, pero luego lo supe: era una broma de las niñas más pesadas. A veces ocurría. Sí, los niños pueden ser muy crueles. Me la llevé a mi casa. Cuando la abrí, casi me caigo del susto. La letra era de Alejandro, y era la misma proposición que había visto tantas veces en manos ajenas. Quería que fuera su novia. Imagínese, yo no sabía que hacer, no sabía quien contarle, no tenía a quién. Estaba paralizada del miedo, de la emoción, de todo. No ... No hice nada. Al día siguiente, en el bus, no le comenté nada. Tampoco en clase y el no preguntó. Los días pasaron y el asunto se fue olvidando. Crecimos los dos, y aunque seguimos juntos en el colegio, ya no fue lo mismo y cada quien siguió por caminos separados. Lo perdí de vista en la Universidad, aunque siempre me he preguntado como sería, como estaría, que habría estudiado. Y da la casualidad que me lo vengo a encontrar aquí, con usted, y al verlo, se me vinieron encima esta avalancha de recuerdos.

Por eso, ahora que los vi peleando, tan fuerte, tan feo, es que me atreví a hablarle, y de nuevo le digo, perdone mi atrevimiento, no estoy acostumbrada a hacer esto. No sé como pedirle que no le grite así, que no le reclame así, que no lo trate así, que no lo malquiera así. No tengo derecho, yo sé, pero... estoy segura que Alejandro es un hombre bueno. Y tal vez hasta la quiere. Yo sé porqué se lo digo, le conozco los ojos, la mirada, los gestos. Es idéntico.

Usted no tiene porqué decirme nada. Le voy a pedir un favor No tiene porqué hacerlo. Pero es que ese papel que le conté, todavía lo tengo. Está amarillo de viejo, pero aun se lee clarito y están las dos opciones, las dos respuestas, esperando solamente la equis de un lapicero. Pero si usted no lo quiere, y ahora terminaron yo...déme el número de teléfono de Alejandro, por favor. Tal vez todavía esté a tiempo.

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agosto 09, 2005

Motivos

A: Vos peleás bien...

B: Y vos peleás sucio.

A: Yo peleo para ganar.

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agosto 08, 2005

Utilidades

"dios nos dejó las manos
para que el alma no fuera muda
"


Nota de Sole:

Sin embargo, esto no resuelve el antiquísimo misterio de porqué los gallos no tienen manos ni el asunto del manejo de la competencia desleal de la que somos objeto las gadje.

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agosto 06, 2005

Jacques

Me gusta ser un pez. Tengo el cuerpito rojo brillante y una cola amarilla bastante simpática. En mi pecera hay algas y piedritas de colores, y hace poco mi dueño me compró un castillo de mentira y yo paso nadando por sus ventanas y salones.

Mi dueño me quiere mucho. Yo no sabía que los humanos podían querer tanto a los pececitos. Me da de comer todos los días, y se sienta por horas a observarme y hacer apuntes. Cuando me mira, yo aprovecho y hago mis mejores trucos. Nado hasta el fondo muy rápido, me escondo entre las algas, me hago la dormida abro y cierro los ojos, me acerco al vidrio, y me pongo de lado para que me vea las branquias. A veces le tiro besitos de pescadito por el vidrio, y él apunta en su cuaderno “Marie abre y cierra la boca varias veces”

El dice que yo soy fascinante. Y debe ser cierto. Mi pecera está en su cuarto, que está todo decorado con cosas del mar. Es azul profundo, y hay estrellas de mar, fotos de peces, y barquitos de juguete. Su libro favorito es “20 000 leguas de viaje submarino” de Julio Verne.

Jacques adora el mar. Cuando habla conmigo me dice que él descubrirá el mundo que hay bajo el agua, que irá por el planeta en un barco que se llamará Calypso y que descubrirá nuevas cosas. Iremos a visitar a las ballenas, a las tortugas, a los atunes, a las sardinas. Que comprobará que los delfines hablan, que descubrirá donde está Atlantis. Que iremos juntos de polo a polo, porque en el Caplypso, en un lugar especial, iremos mi pecera y yo, el primer pez científico.

A mí que gusta que Jacques me diga esas cosas. Lo escucho y muevo mi cola al ritmo de las grandes olas del mar.

Madame Costeau lo llama a cenar:

- Jacques, deja de pensar en el agua y ven a comer.

Jacques me promete que apenas termine, me contará como es un acuario. Y después, otra vez hablaremos del mar.

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agosto 05, 2005

Los 1000 días de la Unidad Popular

El anuncio del triunfo se celebró toda la noche. Desde cada calle, cada fábrica, cada estancia, cada puerto, cada montaña, cada desierto, se celebró con gritos de júbilo el cambio tan esperado.

Al día siguiente, iniciamos el trabajo.

Se aumentaron los salarios, se dictaron garantías sociales, se eliminaron los peones feudales y se les devolvió la dignidad a los campesinos y los operarios. Se establecieron horarios de trabajo, pagos de extras, funciones acordes y condiciones humanas de trabajo.

Se repartieron zapatos a los niños, un vaso de leche diaria por cada uno, cuadernos, vacunas, vitaminas, abrigos, zapatos y todos fueron al colegio. Los revisó un médico. Y a los más viejos, los alfabetizaron.

Se abrieron universidades, se ensancharon los conocimientos, los profesores reinventaron la libertad de cátedra y le exigieron a sus alumnos razonamientos. Se admitieron nuevos estudiantes, aunque tuvieran la piel morena, los ojos negros, y apellidos de indio mapuche o sin rancio abolengo.

Se cantó en las calles, se abrieron los telones del teatro, hubo cine de nuevo, cultura y talento. Se escribió poesía y el maestro, Pablo, regresó de nuevo a su Isla Negra y a sus revolucionarios poemas y pensamientos. La nueva canción chilena iluminó el país de punta a punta. Supimos que estábamos ahí donde la papa quema y entre la chicha o la limonada no se podía hacerle samba a la dignidad.

Se intervino los comercios, se bajaron los precios, se redujo la ganancia, se distribuyeron los salarios, se controlaron las importaciones, los negocios y los especuladores. Se promovió el consumo nacional y ya no tanto el extranjero.

Se expropiaron haciendas y se repartieron terrenos, se eliminaron los portones, se crearon cooperativas, se distribuyó semilla, abono, se mejoraron los caminos, se repartieron los animales y los tractores para lo que fuera necesario.

Se nacionalizó todo lo extranjero, que era bastante trabajo. El cobre, los minerales, la banca, los teléfonos. El gobierno norteamericano se sintió, con todo aquello, muy incómodo. Pero se le recordó al señor embajador, que para bien o para mal, ese era un gobierno democrático y del pueblo.

No se cerró ningún periódico ni se prohibió ninguna marcha o queja. Se aguantó con estoicismo las críticas alevosas y las burlas crueles. Desde las colinas de Las Condes, las señoras refinadas golpeaban, como si supieran lo que era eso, sus ollas vacías. Y por aquello de la libertad de expresión, se mantuvo un respetuoso silencio.

Se enfrentaron los ataques y los insultos y las oposiciones malintencionadas Se trazaron planes, se propusieron leyes. Se habló con los militares y casi todos reconocieron la legitimidad constitucional de un gobierno democráticamente elegido y su obligación de protegerlo.

Se insistió en la justicia justa del a cada cual lo que sea necesario. Se eliminaron a los jueces corruptos y a los abogados rastreros. Se liberaron a los presos políticos y erradicaron los maltratos y las torturas. El ejercicio del derecho la vida y todos los derechos siguientes y concordantes, dejaron de ser un delito.

Vinieron de todas partes del mundo entero a verlo. A colaborar, a trabajar, a vivir en el verdadero milagro que estaba naciendo, que estábamos haciendo. El cabello largo bailó en el viento, se propagó la ropa de colores brillantes, las margaritas y las flores, el amor libre, el te quiero, el amamantamiento, el amor y paz, el compañero. Floreció todo Santiago.

Se armaron discusiones, tertulias, sindicatos, consideraciones, análisis, simposios, y noches culturales. Y cada uno dijo lo que pensaba y puso su granito de arena y contribuyó con lo suyo, con su empeño, su esfuerzo, su ánimo y su fuerza la construcción de las anchas alamedas por donde el hombre nuevo del socialismo al estilo chileno se pasearía algún día.

Eso fue el primer día. Los otros novecientos noventa y nueve fueron igual de maravillosos.

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agosto 04, 2005

El lugar donde el círculo se rompe

“La vida humana es inviolable”. Ese principio es la base de los derechos humanos. De hecho, es el principio que rige las acciones de las leyes, a lo que uno se refiere cuando tiene duda de algo. Por eso es aborto es ilegal en Costa Rica, porque somos seres humanos desde los diez meses antes de la fecha de nacimiento. Por eso no tenemos pena de muerte. Por eso se prohíbe cualquier forma de tortura. Por eso tantas otras cosas que se originan en el principio fundamental de la inviolabilidad de la vida. Es de esos principios que se suponen naturales, que ni falta hace que estén por escrito. Es algo que, según mis profesores, traemos ya programado como regla de convivencia. No se cuestiona. Punto.

Lo escuché probablemente en mi primer día de clases de la U y era la frase que zanjaba nuestros elevados debates de tintoreritos aprendices ante la inexistencia de argumentos de peso que pudieran rebatir semejante frase.

Pero claro, en aquellos tiempos, cuando yo defendía de todo y antes todos el principio básico, yo no sabía nada de nada de nada del todo. Creía que los gobiernos militares de derecha se originaron en lo que me habían dicho los curas franciscanos de mi colegio: somos tan atrasados como continente que solo así se puede controlar a esos países. No sabía que existían torturas, torturados, desparecidos o exiliados. Todos los guerrilleros eran malos. El Che un loco y Fidel la encarnación del diablo. Los comunistas le lavaban a uno el cerebro. Y la Yunai, era el cielo azul tachonado de estrellitas al que todo ser humano con dos dedos de frente debería aspirar a irse de mojado. Y bueno, nadie me podría culpar. Tenía apenas 16 años y egresada de un colegio pro yanqui, católico, y para rematar, privado.

Luego me fui enterando, poco a poco. Primero un discurso del Comandante en Jefe en filosofía del derecho para demostrar de lo que es capaz el poder absoluto. Luego clases clandestinas de marxismo de ese mismo profesor que nos decía “Yo creo que funcionaría”. Y las historias personales. Como Felipe (su nombre clandestino), ex dirigente socialista, que fue detenido desaparecido en Valparaíso, por citar uno. Don Joaquín Gutiérrez, a poco tiempo de su muerte, me confundía con una versión joven de alguien que debe haber querido mucho y me hablaba de Allende y de Santiago y de todo aquello. Y las historias que se fueron desdoblando poco a poco.

La del cantor chileno que le destrozaron las manos por estar instigando a las masas a decidirse y dejar de ser ni chicha ni limonada. Y lloré al pensar en Víctor cantándole al terror en un estadio después de haber sido torturado. Y esa noche pensé que no podía ser cierto eso que la vida humana era inviolable, porque los que le hicieron lo que le hicieron a los Víctores de Chile, de Argentina, de Uruguay, de Paraguay, de Bolivia, de mi Centroamérica, por decir pocos, no tienen perdón de dios ni de nadie.

Y se me hizo un colocho mental enorme. Porque la vida humana es inviolable, pero ellos (los otros) no tuvieron empacho en brincarse ese principio como quien se brinca un caño y violaron no solo el principio sino la lealtad, la confianza, a hombres y mujeres y niños. Hay que poner la otra mejilla, pero a mí no me da para ser tan buena y pensaba, desde el charol de mis entrañas, que talvez, solo talvez, la ley del talión no era tan primitiva como se pensaba-

Y me daba vergüenza. Me daba vergüenza pensar que estuviera yo dispuesta a matar como ellos mataron, a usar su misma estrategia, a caer a su mismo nivel, a convertirme en la misma alimaña, a vengar con sangre. En el supuesto hipotético, claro, y esa comodidad simpática y graciosa que da ser un revolucionario sentadito en escritorio y soñando despierto de todo lo que hubiera hecho si en mis manos estuviera y no fuera tan cobarde.

Y me daba culpa, y me daba rabia. Y por más que pensaba, no le encontraba la salida. Y vi los videos de los juicios de La Cabaña, donde el Che dictó las sentencias de muerte de torturadores y represores y años después Fidel le decía a las Madres que en Cuba no había de eso, porque los habían matado a todos o se habían ido y no sabía si estaba bueno o si Fidel confirmaba su condición de monstruo.

El otro día, cometí la boconada y la imprudencia de decir que el corazón me daba un saltito de alegría cada vez que leía que se había muerto alguno de estos hijos de puta, a propósito de la muerte de Westmoreland . El buen Yuré e Ilana me llamaron a cuentas al recordarme que había gente que no podía, a pesar de los odios, alegrarse de la muerte de otro ser humano.

Y volví al círculo y al pleito interno, sobre si esas sabandijas, cuentan como ser humanos y si merecen la compasión que nunca le demostraron a nadie y si era realmente alegría lo que yo sentía u otro sentimiento para el que no recordaba las palabras.

En eso vino a mí, que recién hace un par de años, Marcos, en El Cumpleaños de Juan Angel (Benedetti) me solucionó el dilema:

“a esos verdugos fétidos obscenos les gusta creer que uno mata como ellos con idóneo disfrute, con crueldad deportiva.
Pero matar a un tipo cualquier tipo así sea un sádico hijo de puta un degenerado torturador es una pruebita sin fantasía es todo lo contrario de una proeza.
A lo sumo es un agrio deber.
Hay que tener mucha confianza en la propia brújula hay que estar muy seguro de la justicia que se quiere muy seguro del amor al prójimo para apretar el gatillo del odio contra el prójimo.
Y esto es válido aunque el prójimo sea un enorme alcahuete que le yerra por milímetros a tu respiración y luego seas vos quien a de pesar de todo sigue respirando.

Después de que uno muere sí puede matar.
Mientras la muerte te va llegando en fotografías en endecasílabos en mondo cane en últimas voluntades en recuerdos ajenos en teletipo en listas de mártires en discursos de viudas.
Podés organizar perfectamente tu tristeza atornillar tu indignación arrellanarte en tu vergüenza.
Podrés elevar tu solidaridad a la altura de tus cálculos mentales o de ti secreción de rencores.
Podés reforzar la apuesta al dogma más o menos elegido.
Pero cuando la figura de la muerte no es una cita o un relato o una figura en blanco y negro sino tu hermano derrumbándose tu verdadero semejante con los riñones perforados.
Solo entonces podés escrupulosamente desarmar y hasta franquear por primera vez cierta frontera que parecía lejanísima”

Y ahí fue donde entendí. Ese fue el lugar donde se rompió el círculo que me mareó tantos años. Cada vez que lo pienso, que lo leo, que lo recuerdo, por respeto, termino, como hoy, diciendo:

“Ojalá vivas, Marcos”

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agosto 03, 2005

Apropó de la Romería

Hoy, 2 millones de ticos están contándoles a sus compas de oficina sus aventuras a lo largo de los 22 kilómetros que separan Cartago de San José. Es probable que de esos dos millones, tres cuartas partes se acuerden de la Negrita cada vez que se levantan de la silla y ven que no pueden dar un paso sin quejarse del dolor muscular y se estén atiborrando de anti inflamatorios y jurando entrenar en serio para el otro año. Otros contarán los chiles que oyeron de camino, los carros que se capearon, las muchachas que ligaron, cuánta birra aguantaron, los sanguches que se levantaron, y como se derrumbaron en el parque de la Basílica cuando lograron llegar.

Tengo claro que unos poquitos van por fe y la mayoría por bombetas y apuntados. Pero considerando que independientemente del motivo, la fecha movió a dos millones de almas (ya se lo deseara más de un político o una noble causa), considero alegórico hacer el siguiente recuento histórico que a su vez me fuera transmitido por mi profesor de Historia del Derecho, Jorge, un sabio en esos menesteres y probablemente el profesor que nos dio la materia más entretenida de toda la carrera con detalles ciertos y sabrosos de la historia que no consta en libros, porque como ticos, hasta en los recuentos del pasado tenemos que disimular que somos lo que nunca hemos sido y ocultar los episodios penosos en el armario de la historia.

Es tradicional en la Facultad hacer un tour de todos los grupos de primer año a Cartago, a visitar lugares donde en algún momento del tiempo ocurrió algo que llame la atención de historiadores y curiosos. En el paseo se forjan además amistades eternas, parejas no tan duraderas, chismes y sobre todo, intoxicaciones alcohólicas a las que se unen con todo entusiasmo los profesores.

Ya para el final de la tarde, cuando llegamos a la Basílica, el estado de la mayoría era lamentable y la capacidad de poner atención, prácticamente nula. Por suerte, era la última parada y el recorrido de ahí hasta la U les permitiría a los más afectados recobrar, aunque fuera de a poquitos, el conocimiento.

Mi profe nos rejuntó a todos, que divagábamos por el parque tratando de sostener los postes que giraban, al frente de la Iglesia y trepado en el “porche”, es decir, ya habiendo subido la escalinata, nos dio la siguiente magna pieza informativa que como país hemos escondido por décadas:

“Aquí donde está la basílica era donde se celebrara las orgías de catarsis
colectiva para conmemorar la aparición de la virgen. Como era todos contra todos
y eran los únicos días en que la muy noble y leal ciudad de Cartago permitiría
que sus hijos blancos y españoles se mezclaran en el fornicio con mestizos,
indios y pardos, se otorgaban turnos para que el despiche no fuera demasiado
desbocado aunque en el todos contra todos todo era válido, y había chicha y
orquesta y todos se hacían los locos. El cura también participaba en el chingue
y se destinaban ranchos especiales para que estuvieran cómodos, justo ahí donde
ahora está la fuente donde antes los romeros metían las patas o lo que tuvieran
enfermo y encima se tomaban el agua. La gente que venía troleando hasta aquí era
con la fe de que les tocara ficha. Y si entraban de rodillas era anticipando
posiciones. Por eso tuvimos un mestizaje tan fuerte y tan rápido y sobre todo,
tan estimulante y eso explica además que todos fueran familia y que no hay tico
que no tenga algo de chino, de negro, de indio y de zambo”.

Todo esto a gritos mientras adentro el curita daba la misma y las cabezas se volvían horrorizadas en medio de la consagración de la hostia ante la reveladora información de mi profe. Mientras tanto, Jorge seguía con la explicación a todo galillo, mientras Cartago entero parecía hacer un silencio hostil por el secreto revelado.

Otro de los profesores se dio cuenta que estábamos a punto de ser víctimas de una excomunión colectiva y expulsión a patadas del templo de nuestra señora y subió como pudo las gradas y abrazó a Jorge para taparle la boca con una mano y convencerlo de que era tarde y que mejor juntaban a los alumnos que se habían dispersado en las cantinas y nos devolvíamos al centro.

No me lo tomen a mal. No lo cuento en forma irrespetuosa ni es mi intención burlarme de los que ven en la romería un verdadero acto de fe. Lo cuento porque es cierto entonces que desde hace 370 años, la negrita ha venido uniendo a pueblo, de formas que jamás hubiéramos pensado. Es indudable entonces que los caminos del señor (y sin duda los de su santa madre) son definitivamente, inexpugnables.

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