Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

diciembre 10, 2006

Y se murió el generalísimo

Hoy, el día de los derechos humanos.

El día de los detenidos desaparecidos en Chile. Como el papá del Antídoto; como el papá de un amigo; como Alvarito; como don Eduardo, el de Nueva Década; como Helio Gallardo, el profesor universitario; como Víctor Jara, como tantos. Algunos regresaron de la desaparación y le ganaron al mounstruo al seguir viviendo. Algunos, como Alvarito, como Víctor, como tantos, no se sabe dónde quedaron.

Y yo, curiosamente no me alegro.


Me pongo mi camiseta de Allende y salgo a hacer mis compras de super de domingo.

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diciembre 06, 2006

Señales

El fin de semana me entero que el generalísimo está a centímetros de patear el balde (again). No me fijo en la casualidad de que le de la pataleta (como siempre) justo cuando le inician otro juicio. El Antídoto me dice que es una lástima que se muera así, sin juicio. En todo el fin de semana, a pesar del alboroto y los bypass, y la negativa del gobierno a soltar prenda de si entierran a ese asesino con honores de estado porque es de mal gusto hablar de eso cuando ni siquiera se ha muerto, insiste en mantenerse vivo.

"Mirate así. Qué cangrejo monstruoso atenazó tu infancia. Qué paliza paterna te genero cobarde. Qué tristes sumisiones te hicieron despiadado”

Entonces me olvido un ratito de mi ateísmo y mentalmente prendo velitas y mando ruegos para que el Tata siga vivo, que le funcione la operación, que nos dure unos añitos más, para alegría de los fachos y los corruptos que le están haciendo vigilia frente al Hospital Militar y le agradecen haber salvado a Chile.

“No escapes a tus ojos. Mirate así. Dónde están las walkirias que no pudiste, la primera marmita de tus sañas”

No porque se me haya hecho suavecito el corazón, no. Si no porque de repente me entran unas dudas existenciales terribles de si existirá o no el infierno. Y si se va a morir sin juicio o sin ver una cárcel desde adentro, y sobre todo, sin pedir perdón, querría uno la certeza, al menos, del destino que le espera cuando entregue las botitas de traidor y de milico.

"te metiste en crueldades de once varas y ahora el odio te sigue como un buitre.”

Y hoy me entero que, producto de algo que él debe atribuir a su dios Opus Dei y vengativo, el viejo se recupera . Y me entra la duda de si es una señal de que iremos a tener juicio, sin demoras, con prisión, mostrándole al mundo que en Chile ya una hoja se puede mover sin que lo ordene el Generalísimo. O si alguien llevó el chisme de mis dudas y se giraron las órdenes para que allá abajo estarán alistando, calentando y ensamblando todo para darle un digno recibimiento. Digo, esas cosas, para que se hagan bien hechas, deben tomar tiempo.

“No escapes a tus ojos . Mirate así. Aunque nadie te mate, sos cadáver. Aunque nadie te pudra, estás podrido. Dios te ampare o mejor: Dios te reviente"

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diciembre 01, 2006

Algo erótico y frenetizador

Mimí nunca tuvo ningún problema con que yo viera tele cómodamente arrellanada en un sillón de la sala, mandarina o paquete de bizcochos en mano. Se asomaba de vez en cuando desde la cocina, secándose las manos en el delantal, y sonreía al verme divertida con los Picapiedra, atenta a la casa de la pradera o cantando las canciones de Odisea Burbujas.

El problema fue cuando empezaron a dar Hola Juventud. Al principio yo no le daba pelota. La música se oía por radio, no se veía en la tele, y de todos modos, ese programa era para gente de colegio, no para mí, que apenas batallaba, en cuarto grado, por entender la obsesión de Cocorí con una rosa.

Mi prima Némesis se encargó de cambiar todo aquello. Con su roce internacional y la experiencia inigualable de haber vivido en Berkley, hablaba inglés con perfección bilingüe mientras yo apenas podía elaborar frases como See Jane jump.

Además, la mamá de Némesis tenía amigos músicos. Némesis bailaba ballet y estaba en clases de jazz. El abuelo de Némesis dirigía una orquesta conocida como “La Académica”. En cambio, mis conocimientos musicales se extinguían en Cricri y canciones infantiles que me enseñaban en la escuela.

Así fue como poco a poco, mis fábulas favoritas se vieron desplazadas por un programa de videos, que entre el chiqui chiqui y muchachas en bikini bailando en ojo de agua, intercalaba los éxitos del top ten americano.

Entonces, a escondidas de Mimí, Némesis y yo nos encerrábamos en un cuarto, nos sentábamos en el suelo, embobadas a ver la televisión. Némesis me pedía que cerrara los ojos y sintiera el ritmo y las sensaciones que provocaba la música. Yo no sentía nada, pero disimulaba para no darme por menos.

En sus canciones favoritas, Némesis se levantaba e improvisaba una coreografía con la habilidad de su cuerpo de bailarina. Yo la imitaba con recursos mucho más limitados y modestos, pero trataba de dejarme llevar con brinquitos más o menos rítmicos.

Sueños


Para mí era un juego. Para Némesis, un desafío a Mimí. Némesis, apenas dos años mayor que yo, pero muy versada en cosas del mundo, me estaba haciendo grande.

Entonces Mimí entraba y al vernos en semejante estado, se enfurecía y de un manazo apagaba el televisor. Mi prima la enfrentaba y le reclamaba la interrupción. Yo me le escurría por detrás para prenderlo de nuevo. Mimí me detenía con ojos de fuego.

Dejen de ver esas mierdas- nos decía en tono amenazante.

A mí no me afectaba tanto, porque era cosa de cambiar el canal y ponerme a ver los pitufos, sin tanto ruido y sin tanto brinco y además en un idioma que yo entendía. Némesis veía las cosas desde otro punto de vista y le exigía, arrogante, razones a Mimí.

“¿Porqué las vamos a dejar de ver si nos gusta? Es música, Mimí. En sus tiempos era el tango ahora es el Rock. Déjenos en paz!”

Némesis Natalia (ese es el nombre completo de Némesis, que no lo niego, me causa cierta satisfacción) Es distinto”- le contestaba Mimí

¿En qué? Música es música. Los tiempos cambian, Mimí. Así somos los jóvenes. ¿Verdad Sole?” Y yo, sin reparar en los clichés de Némesis, respondía sacudiendo la cabeza afirmativamente con la fuerza y al ritmo de los Beatles en Twist and shout y moviendo la cadera.

Mimí rara vez se encontraba sin palabras. Tal vez la rabia fue lo que la obligó a guardar unos quince segundos de silencio, antes de destrozarnos con los motivos de su furia:

“¡Ese rock es erótico y frenetizador!”

Dio media vuelta y se fue. Némesis y yo nos quedamos de una pieza. Ninguna de las dos sabía que era erótico y mucho menos qué era frenetizador. Ninguna se animaba a preguntarle a Mimí.

Aquello sonaba a algo horrible y oscuro que nos haría mucho daño. A algo que, de exponermos, nos haría terminar en la versión moderna de los arrabales de los tangos y creceríamos para ser mujeres muy altas, con propensión a usar minifaldas y tacones, diciéndoles cosas de doble sentido y aguda inteligencia a los patanes, los picos de oro y los libidinosos que nos encontráramos por ahí, condenadas de por vida a los impulsos de aquel rock erótico y frenetizador del que tanto nos había advertido Mimí.


Feliz cumpleaños, Mimí. Hubieran sido 90.

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