Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

abril 27, 2006

Tal vez en el metro

Le pregunté que si alguna vez, cuando se detienen las noches, pensaba en cómo sería su vida si no hubieran tenido que salir de Chile. “Te imaginás? – le dije divertida- tendrías DNI y acento chileno”.

No me respondió, al principio. Luego quiso empezar a decirme que sí, que muchas veces se había imaginado las tantas cosas que podría haber sido o hecho. Pero solo me dijo que, al final, se había convencido de la futilidad de ese ejercicio. Es decir, que se había dado por vencido, respués de tantos años.

Yo, en cambio, imagino qué hubiera pasado si Allende hubiera terminado su mandato, vivo, llevando a Chile por la vía democrática al socialismo. O si ellos hubieran estado a la derecha, al otro lado, celebrando en ese setiembre la muerte de esos comunistas, esos desgraciados, esos cafiches del estado.

Si un día de verano, a inicios de enero, tal vez en el metro, de camino a su trabajo en una empresa multinacional de IT en Avenida Providencia; una turista de jeans y polera de madres de plaza de mayo, se sube en la estación de Moneda, mapa y cámara en mano, con los ojos brillantes, el pelo largo y sonriéndole a extraños, interrumpiendo esa tristeza solemne tan propia de los chilenos.

Si en la estación de la Chile la hubiera escuchado hablar y se sorprende de que ese acento exótico y extraño lo hace sentir nostálgico. Si alguien hubiera comentado en voz baja, ella misma- por ejemplo- que venía de aquí. Y entonces él hubiera cerrado los ojos y atravesando los túneles de las entrañas de Santiago se hubiera preguntado si hace treinta y tantos años hubieran tenido que salir de Chile, ella, la turista, en ese otro país, lo hubiera tomado de la mano un día a finales de abril, y hubiera querido saber si alguna vez él pensaba cómo habría sido su vida de haberse quedado.

Vos me querés?”- le habría preguntado ella, solo por el gusto de preguntarlo. Y él, sonriendo, con ese acento exótico y extraño, que hubiera sido suyo, de nosotros, de ambos, le hubiera dicho que sí, que yo a vos te quiero tanto.

Y luego se hubiera bajado en la estación de Los Leones y habría dejado de pensar en cosas que son futiles de todos modos, porque nunca sabría a ciencia cierta qué es lo que realmente podría haber pasado.



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abril 25, 2006

PaparazSole

Venía yo de chapotear un ratito en mis clases de nado. Como ya soy de los avanzados, ya no detesto a mi ticher ni la quiero ahorcar con los flotadores de los chiquitos de cuatro años. Hasta veo con suficiencia y cierto desprecio a esos principiantes que hace un reguero de agua al patear y no aguantan ni tres brazadas sin poner los pies en el piso. Me dice “Uy, que sustillo, uno lo único que piensa aquí es en no hundisen!”. Yo hago la cara de asco controlado y tolerancia que le aprendí a las soditas de mi colegio privado, mal disimulo una sonrisa, le digo algo así como “zimmmmm”, sin verla a la cara y exijo traslado al carril más lejano para no me interrumpa con su cotorreo esta concentración de aspirante a atleta olímpica que me gasto.

Salgo y me voy al chino donde me compro mi almuerzo. En realidá, debería decir sushi bar, porque en Escazú sería muy poco elegante que hayan chinos como en todas partes. Así que aunque parece una soda, me conozco a los compitas de los meseros, el cocinero me da feria y hasta vacilamos, le debo decir restorán.


Y adivinen quién estaba sentadito ahí comiendo con su retoñito???

El Chino Ríos. Síp. El mismitico. Me dice Tugo que en términos deportivos es como el equivalente al paté Centeno que tampoco me importa porque el futbol me cae en una, me hace maromitas en el medio y me rebota en la otra (Nota de Sole: Recuerden que ya habíamos aclarado que para llegar a la otra se requiere viaje trasatlántico y la maroma llega con jetlag). Que es exactamente la misma reacción que me da el tennis. Es como si me inyectaran intravenosa tres kilos de pastillas para dormir. Dice fut o tennis y yo ya estoy babeando.

Hice la polada que debe hacer todo el mundo y que yo en mi mini dimensión y por culpa del supuesto programa de TV también he experimentado. Se queda uno viendo y se le prende a uno el foco de yo a este lo conozco. Luego ves en la mente la portada de alguna revista, un pedacito de noticiero y ya sabés quién es. Uno quita la cara, por consideración y para no ser tan ordinario. Pero una fuerza tremenda y secreta lo obliga a volver a ver, a checar cómo se ve de carne y hueso, si se ve simpático, tan alto, tan guapo, tan gordo o tan feo como en los medios. Cuando uno descubre que la celebridá se dio cuenta que uno lo está viendo, de nuevo uno se esquinea. Al menos descuido del objeto admirado, repite el chequeo, ya con más tranquilidad, sin el corazón a brincos, se le analiza por última vez y si uno es rematado se le acerca y le pregunta si es quien uno cree que es y le pide autógrafo. Si no, lo deja, como debería uno con los seres humanos, solito y tranquilo en sus cosas y sin estar jodiendo.

Yo me debatí entre coger el celular y llamar de inmediato a siete estrellas, topos, zelmiras y demás carracos para reportar el avistamiento, salir entrevistada en todas las secciones de espectáculos, que me manden tiquete, irme para el sur y de primera el Buenos Días a Todos de TVN y mi foto en el periódico La Cuarta con la siguiente cita “Mientras sorbía su coca dieta lo noté meditabundo y taciturno, no es de extrañar porque el mal de amores suele ser polimórfico y exquisito. De no ser por la sala de soya que me impedía verle los chinos ojitos, hubiera jurado que estaba pensando en la Juliana” Y hubiera descrito dónde se sentó, qué comió, el color del calzonillo, el brillo de la mirada a dónde le daba el sol, y ese look de internacionalista que no se aguanta. hasta mi propio tabloide me hubiera podido fundar con lo que me hubieran pagado por el reportaje exclusivo.

Pero lo que vi fue a un pobre tipo con su hijita de cuatro años, tratando de mantener una conversación coherente con una mirrusca que estaba más preocupada por mostrarle a su papá que podía contar hasta cinco en inglés que en darle cariño, a un baboso que cada vez que viene, todo el mundo se mete en su vida, allá y aquí, que las mujeres le hacen desplantes, lo dejan tirado, le cuentan a la prensa si la tiene grande o chiquita o si es un descerebrado. Un maricón que su papito tiene que salir a defenderlo cada vez que se mete en uno de estos enredos, que va a los programas de corazón en Chile y llora perdonas, asegura venganzas y se estremece cuando le toca arrepentimiento.

Entonces más que llamar a cámaras y flashes, y aprovechando mi manejo del idioma, al salir cargada de mis rollitos maki y balanceando mis salsitas dulces y de soya, debí acercármele y decirle, con toda la compasión del mundo, “Oye wueón, porqué la cagai tanto?”

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abril 24, 2006

Dientes y apuestas

Mañana tengo cita donde el dentista.

Preveo que la cosa va a salir mal, porque llamé, pedí la cita y en lugar de decirme “martes a las cinco y media” me gruñen “uy qué barbaridá, si hace tiempos que no viene….milagro que se acuerda del teléfono...”

Debe ser por eso que se me cayó una calza en una lucha diente a diente con un confite de esos de azúcar endurecida a nivel de piedra que me compré contraviniendo todas las normas de higiene y salubridad en un puesto callejero en una plaza en Santa Ana en El Salvador (que en nada se parece al Miami wannabe que padecemos hacia el oeste de San José), junto con otra bolsita de porquerías, todas dulces, todas denominadas cajetas con nombres locales que ni recuerdo pero que incluían, por ejemplo, leche de burra y jalea de manzana. Ese día, evidentemente el confite ganó y yo sentí el destapar de un diente.

Entonces mañana no pasaré en paz en todo el día, pensando en el dolor de las tres inyecciones que me tienen que poner de anestesia (primero me ponen en spray, luego como con una masita y después me inyectan. Cada vez que siento dolor o me lo imagino, levanto un dedito y viene pinchazo de repuesto), en advertirle al dentista que para evitar que yo me mueva o brinque involuntariamente le recomiendo amarrarme a la silla y que no me ofende, en esperar en una salita con una revista vieja mientras del otro lado se cuelan los gemidos de esos cuando uno tiene aparatos en la boca y no puede aullar a gusto, en el sonido insufrible del taladro. En la manguera en la boca. La raspadera de la limpieza. Ya siento que me duelen todos los dientes. Todos. Hasta los que no tengo.

Ya pienso que mejor que me los apeen todos y me indiquen una chapa perfecta con sonrisa de gringo simpático, de clase media, frenillos y dientes blanqueados. Ya pienso en que me va a insistir que vuelva de nuevo, por gusto, a encaramarme la tortura de unos frenillos. Ya pienso que mañana al medio día y durante el resto de la tarde voy a hartarme de todo lo que se me antoje porque en la noche voy a quedar con la boca como si tuviera un derrame, sin ánimo de comer nada, babeando de la anestesia que exijo me pongan cada 10 minutos por mi pobrísimo umbral del dolor, y botando migajitas de lo que me coma por el lado anestesiado, sin darme cuenta porque perdí la sensación de todas las cosas de ese lado.

Si yo fuera tan bocona digo ser y que en realidad no soy porque en la vida normal se me impone eso de ser modosa, mañana cuando llegue me sentaría de brazos cruzados antes de que me pongan el babero y me fuercen a la posición horizontal y muy seria le diría a mi dentista sus instrucciones:

No quiero que me diga ni verga. No me enseñe el daño en el espejo. No haga expresiones de qué horror es esto. Ahórrese las explicaciones de qué es lo que tengo. No me pida que le sostenga aparatitos ni que abra los ojos para ver instrumentos. No me pregunte si quiero o no que me haga esto o aquello. Haga lo que tenga que hacer y dígame cuándo vuelvo”.

Pero ya hay apuestas de que no me atrevo.

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abril 20, 2006

Lecciones de lógica básica

La que es puta, vuelve.


O al menos eso dice Roque Dalton que han dicho y sabido los salvadoreños por años y años.

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abril 18, 2006

Con conocimiento de causa

Mimí me habló de sexo y me dijo:

Me imagino ya lo básico ya lo sabés y calda si hasta has estado tanteando. Yo te voy a hablar de otra cosa. Si te jalás una torta, oíme bien, lo primero que tenés que saber es que esa criatura es tuya. Si el papá se queda con vos y te quiere ayudar y hasta le da el apellido, magnífico, pero esa criatura es tuya y de nadie más. Vos no sabés en que momento te va a dejar ese hombre y hay que estar lista. No se te ocurra ni casarte ni dejar tirada la Universidad solo porque vas a parir. Tenés que terminar de estudiar, trabajando todo el día si fuera el caso, porque ya te dije: esa criatura es tuya y la sacás adelante a como de lugar porque a toda criatura le hace falta el bocadito de su madre. Ah, y es a vos es la que te toca cuidarte. No te confiés de nada ni de nadie menos de lo que te diga un hombre que acordate que te he dicho que son bien inútiles. Vos sos la que te cuidás. Ya estás manganzona y nada te cuesta ir a un doctor si se te ocurre meterte a grande. Y si tu mama te echa, te venís donde mí y aquí te quedás, pero no se te olvide: esa criatura es tuya y de nadie más. Ya sabés, después del gustazo viene el trancazo. Y es duro. Muy duro. Pero se puede.”

Y algo habría de saber Mimí, porque ella parió y crió a cuatro hijos sola. Sin el papá de los muchachos.

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abril 17, 2006

La foto

Hay una foto. Una foto en la que salimos Ella y yo. Nadie más. Ella posando conmigo en los regazos y yo con sonrisa de orgullo y la pava picoteada por mis propias manos.

Ella y yo. Yo de cuatro años. Ella de treinta y tantos. La única que nos tomamos juntas con toda la intención de vestirnos de gala, peinarnos y buscar fotógrafo. Porque sí. Porque nos dio la gana.

Hace unos años, yo escribí un cuentito de esa foto. Y saqué de todas las gavetas de mi memoria los raros momentos buenos que pasaba conmigo. Cuando jugaba conmigo. Cuando cantaba conmigo. Cuando analizaba mis dibujos. Cuando escuchaba mis cuentos. Cuando hicimos un viaje. Cuando me iba a ver vestida de ratón a la escuela.

La foto era la prueba de que un día habíamos hecho algo juntas para nosotros. La foto era mi orgullo. Amplié la foto y se la di para un cumpleaños con el cuento. Y Ella lloró, creía yo, de emoción por los recuerdos.

Hasta ayer que revisando la foto, noté, por primera vez en treinta años, que la foto, por detrás, tiene dos fechas. El catorce de febrero de cuando yo tenía cuatro años, con letra de Ella. Y el catorce de febrero de cuando yo tenía cinco, con letra de mi padrastro, del mismo año en que se casaron. Y aunque es solo una foto, se me rompió algo. Algo aquí, por dentro.

La foto ya no somos nosotras porque en realidad nunca fuimos y siempre fue para mi padrastro, en un día de los enamorados. La foto es la prueba gráfica y evidente de que se le dijo que dentro del paquete venía esa cosita morena, sonriente y de pelo picoteado que tenía en ese entonces cuatro años. La foto no era muestra de cariño entre nosotras. La foto era un catálogo de advertencia de lo que se estaba ofreciendo.

Y hay otra cosa. Entendí porque Mimí siempre le reclamó y le resintió y le decía, muy de vez en cuando, en tonos oscuros y miradas acusadoras: “es que vos ni siquiera dejaste enfriarse al muerto” y Ella no respondía, y a todas nos dolía el silencio. Porque para la primera fecha de 14 de febrero de cuando yo tenía cuatro años, mi papá tenía apenas cinco meses de muerto.

Pensé en reclamarle. Pensé en irme con la foto en la mano y decirle que cómo se le había ocurrido hacerle/hacerme eso a mi papá/a mí. Qué él no llevaba ni cinco meses de haberse ido/que yo siempre pensé que nos tomamos la foto porque nos queríamos. Que me explicara. Que yo exigía saber qué había sido eso. Que borrara, por favor, esas fechas. Que me dijera que no era cierto.

Pero no puedo hacer eso. Primero porque me despedazo. Sí, me despedazo por algo tan chiquito como una foto. Y segundo porque la vida privada de Ella no es ni será nunca asunto mío ni de nadie, solo de Ella. No me toca a mí ser el juez de su pasado.

Además, a mí me duele por mí y por el muerto. Pero a él yo lo tuve por papá, no por esposo. En mí, él es unos recuerdos nebulosos y las historias de Mimí donde siempre él fue alegre, inteligente, amoroso. Perfecto.

Pero yo no sé si era o no compañero. Si era o no cariñoso. Si le decía todos los días, viéndola a los ojos, que la quería. Si se lo hacía saber. Si era fiel. Si era responsable. Si era bueno. Si cumplía sus promesas y sus palabras. Si eran un proyecto de vida o apenas un divorcio que interrumpió un infarto.

Y como no sé y tampoco quiero saberlo, porque destruir dos recuerdos en una sola semana es demasiado grueso, entonces me callo y me siento a ver la foto y trato de sonreír y me digo “Tal vez es una casualidad. Tal vez nos la tomamos el 14 de febrero porque era para celebrarnos nosotras. Tal vez se la dimos a mi padrastro hasta el año de mis cinco años. Ves Mimí? Sí dejó enfriar el muerto. Y que querías? Que se quedara de viuda vistiendo de negro? Qué? No tenía derecho a rehacer su vida? Vos qué hubieras hecho?”

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abril 14, 2006

El sueño

Se me murió un día de setiembre, faltando quince minutos para las cinco. El sol estaba todavía alto en el cielo, anaranjado, redondo e inmenso. Le gritó ¡Mamá! a la muerte y el corazón se le fue quedando callado y muy quieto. Su última palabra no fue para mí. Tal vez el último suspiro sí.

Me dejó con mi hija, mi soledad y mi tristeza. Le dije un adiós demacrado y lloroso frente a una tumba de piedra y un funeral de tumulto.


A él nunca más lo volvía ver. Excepto en el sueño. Cada vez que lo sueño paso todo el día ansiosa, con una angustia que me cuesta describir porque la siento donde la razón se rinde y ya no me explica. Amanezco con una sensación horrible de que el no quiere saber nada de mí. Igual que cuando yo tenía a su hija y a mi hija dentro de mí, y pasan dos o tres o más días sin que siquiera me llamara o se acercara a preguntar por mí. Yo sentía que me abandonaba, embarazada; sin amor; y por haberlo elegido a él, sin familia; sin nada, viviendo del cariño prestado de la casa de mi mejor amiga.

En el sueño lo veo siempre ahí, tan alto, tan grueso, tan alegre, tan moreno. Tan lejos, Si pudiera hablarle, le diría que todavía lo quiero. Y es porque lo quiero que lo mantengo vivo en mi recuerdo. Así puedo verlo, aunque no sea a diario y en esa realidad suave y lenta que es un sueño.

Lo quiero tanto, que le rezo pidiéndole que me ayude, que me ilumine, que me de la fuerza que me daba en cada abrazo, en cada beso, Y sin embargo, yo no soy de las que creen en santos ni en cielos.

Lo quiero tanto, que nunca hablo de él con nadie, ni veo sus retratos, ni comparto con nadie nuestra vida para que siga siendo nuestra y para los demás un misterio. Su nombre me suena extraño cuando lo digo en voz alta. Y siempre me refiero a él con nombres ajenos: tu papá, su hijo, tu hermano.

Y si alguien me preguntara si queda para él algún sentimiento, se me quebraría la voz y les diría que yo sí siento, que guardo, que tengo, algo tan especial que no me cabe en una frase y por eso dejo la respuesta suspendida justo en el medio. Después, muy rápido y a escondidas, me limpiaría la basurita de imaginación, esos pedacitos de dolor que les gusta disfrazarse de lágrima.

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abril 02, 2006

Técnicas de pecho

Considerando que nunca he tenido una pechonalidad que siquiera llame la atención pública (mucho menos la privada), nunca le he puesto mucho cuidado a lo que tengo pegado al tronco a menos que me golpee y suceda- que casi nunca pasa- que me duela. O sea ellas van conmigo por la vida sin mayor molestia. Están presentes como lo están mis orejas, solo que a estas ni a putas les meto aretes o piercings o lo que sea.

Tanto, que en la adolescencia consideré que ante la evidente escasez, tal vez no era ni siquiera necesario usar nada que lo sostuviera, ya que ni bamboleaban ni estorbaban (ni antes ni ahora… es tan poca cosa que la gravedad no las afecta), pero la moral externa indicaba que no podía andar por ahí de provocadora. Pero lo cierto es que si la tela es suficientemente gruesa, puedo andar libre como el viento que ni me doy cuenta. Puedo usar talla S de camiseta y no sé lo que es decir “Este brassier no me queda, me puede alcanzar una talla más grande por favor?” o "No, no me gusta, es que me hace ver muy tetona"


Un escote lo único que evidencia es la cuasi ausencia de su presencia y enseña mi costillar y el esternón en toda su planísima gloria… entre una y otra no tengo un surco sino un valle inmenso que hace que en lugar de estar en estrecha comunicación, una con la otra, haya que comunicarse a los gritos como de peña a peña o, como en mi caso, de roncha a roncha. La expresión de me rebota en una, me hace maromitas en el medio y me cae en la otra en mi caso requiere de vuelo trasatlántico para la parte de las maromas.

La ropa apretada en el torso solo evidenciaría mi carencia. La salida al mercado del Wonder bra; copas con relleno y alambres, y demás hierbas, me permitió rajar de tener algo que no tengo, con la consecuente desilusión cuando la cosa estaba buena, nos salía algo a las tres (a las dos pequeñas y su dueña, aquí suscrita) y caía la compleja estructura al piso, junto con tres tallas y el volumen que podían haber atraído a la potencial víctima.

Tienen encima un defecto de conectividad y básicamente hacen lo que les da la gana. No reaccionan al frío, a las manos u otras cosas normalmente, como la gente rumora en mitos y en esas aseveraciones populares que confirma la ciencia y la suscrita, en mi supuesto programa de sexo en TV. En resumen, tengo mal conectados los cables o se requiere un pico de voltaje a lo ver a Bill Clinton de cerquita, a distancia de pellizco en nalga para estabilizarlas.



Por suerte en el sambódromo celestial me compensaron con cañas largas y, modestia aparte, a juzgar por las cosas que he oído y que me han logrado, son de merecer (Nota de Sole: Recuerden, No hay cosa que un buen par de piernas noi puedan conseguir. Ese ruidito molesto que se escucha es el crujir de dientes de las feministas). Entonces cuando me habla uno de esos machos que tiene en el automático hacer el chequeo de rigor- cambio de luces que llaman- se fija 2 segundos en mi pecho y viendo que no hay nada que reportar o que amerite detenerse sigue bajando y ahí puede que sí se quede un rato, dependiendo, como confirman Tugo, Otrova y Oscar de dos factores esenciales: a. Descaro, o en su defecto, b. Huevos para comerse la bronca por ser tan descarados.

No he tenido hijos que alimentar así que no han prestado sus servicios a la patria. Me defiendo contando el viejo chiste de la diferencia de sobro y desperdicio diciendo que sobro es lo que no cabe en una mano (en mi caso no sobra nada) y desperdicio la otra, para dar idea de cantidá y un volumen inexistente. Me escuchan el corazón sin intermediarios. Gano peso y se va directo a las caderas sin ensancharme lo de arriba ni media copa.

La silicona ya se ha ido proletarizando y hasta está de moda hacérselas nuevas para todo el populacho. Pero para qué quiero yo esa incomodidad, primero de operarme, segundo del gasto y tercero de ese montón encima mío? Dicen que no puede uno dormir boca abajo, que al correr la tiran a una de lado a lado, que hay que usar soportes especiales, que no se sienten idénticas al tacto, he visto unas que parecen que asfixiarán a la dueña porque falló el ángulo de colocación, que hay que cambiar los implantes cada diez años, y además, por supuesto, esa situación difícil de decir “Jefe, no vengo 15 días, me voy a poner dos copas adicionales, ahí le cuento cómo me fue y si su doña lo permite, se las enseño” o responder al “algo te veo distinto…” con “sí, me puse tetas”. Me temo que no es lo mío.

Tampoco los implantes arreglan las conexiones y en más de un caso, más bien las joden. Y además que me parece que no es para tanto. Que sean pequeñas no es un defecto incapacitante y sin agraviar a las que se han operado, me parece que caer en eso sería como ceder al maximus del consumismo y encima por vanidad de hembra. No quiero a los 75 años verme como una pasa con tetas de 25 (tampoco que me lleguen al ombligo, pero de eso creo que no hay riesgo). De las pocas cosas, entonces en las que me acepto como vine de fábrica.

Porque soy hipocondríaca, para mi cumpleaños, anualmente, me hago un ultrasonido de mamas (aun no me toca mamografía) y le ruego al doctor que tiene un escalofriante parecido con el Dr. Smith de Perdidos en el Espacio; que si tengo cáncer, no dicte enfrente mío “Se observa pelota de 15 centímetros, con evidente tinte de maligno y muerte segura en cuatro días y medio”, pero con esa vocación de ser víctima y payasa y nunca ni siquiera considerando que algo así pueda ser cierto.

La semana pasada supe de Kat, muy querida para mí, que sufrió una masectomía doble. Le cortaron los dos pechos, por cáncer. Pensé mucho en ella y luego en mí, en que me pasaría si me pasara algo así. Kat me dijo, llorando por teléfono, que su recuperación le estaba costando mucho. Que no era tanto el dolor físico como que no se acostumbraba a estar sin pechos y que se sentía tonta y débil y cobarde, porque a pesar de que agradecía seguir viva, los extrañaba demasiado. Y hablaba una mujer que llevó a la práctica su intento y su ideal de cambar el mundo.

Independientemente del terror que provoca el cáncer y que la vida está por encima de dos tetas, lo cierto es que hay algo en ellas, que lo quiera yo o no, funcionen bien o no, llamen la atención o no, sean grandes o no, me importen o no, estereotipo machista o no, que me hace mujer; y perderlas sería un dolor enorme en el alma aunque con eso me salven la vida. Un dolor solitario, además, porque nadie que no haya pasado por eso podía entenderlo, creo. Un dolor- perdón que discrimine- que creo que solo una mujer podría entender por completo. Perder algo muy mío, parte de mi intimidad con mi cuerpo, algo como lo que uno siente cuando te roban algo, cuando te registran algo, como esa violación a la privacidad, a lo que es uno. Todas automáticamente sentimos compasión cuando escuchamos esos recuentos.

He leído y sé que las mujeres que pierden uno o ambos pechos tienen un duro ajuste psicológico. Despertarse de la anestesia y ver qué quedó en ese pecho plano y vendado. Que les da vergüenza, dolor, que las lloran. Que se apoyan entre ellas. Que usan prótesis y si existe la opción, implantes, sin importar la edad. De repente, aunque no amamanten hijos, aunque ya no haya pareja, aunque nunca fueron bailarinas de A todo dar ni modelos de calzones para borrachos con cámara en el celular, aunque su pareja las quiera vivas y sin cáncer con o sin tetas, aunque nunca nadie las vea, tener pechos es de nuevo importante, importante para ellas, aunque para nadie o para nada más.

Y pensé en mi abuela materna- que del infierno goce la viejilla rata- que también perdió los dos pechos por cáncer y era su vergüenza más dolorosa (eso y que su adorada hijita se hubiera metido con mi papá) y su secreto más oculto Fue hasta después de muerta que yo supe de cómo se cosía a mano rellenos para los brassieres y nunca nunca comentó con nadie lo que le había pasado. Tres de mis tías maternas han tenido pelotas en el pecho que han ameritado cirugía, igual que una de mis hermanas. Soy costarricense y eso solo- sin contar el riesgo familiar- me aumenta el riesgo de un cáncer de mama, el segundo en frecuencia en este país, potencialmente. A mí y a vos, si sos mujer, que estás leyendo. A mí y tu esposa, a tu mamá, a tus hijas.

A las mismas mujeres que sabemos perfectamente desde que tenemos memoria de adolescentes, que hay auto examen mamario y nunca nos lo hacemos. Dura treinta segundos, o sea, lo que dura un anuncio de la novela, de las noticias, de Desperate Houseviwes o de cualquier otra porquería en la tele. Dura menos que escoger qué ponerme hoy. Menos que pintarse de rojo la trompita. Menos que encontrar las putas llaves. Menos que cambiarse las medias que se rompieron. Menos que una conversación promedio por teléfono. Menos que hacer fila en el super. Menos que leer este post. Es sencillísimo. Y no lo hacemos.

Hoy, saber a tiempo de un cáncer ya no es una sentencia de muerte. Es una oportunidad de detenerlo a tiempo. No se vale decir que tengo miedo, que mejor no me lo hago por si me encuentro algo, que prefiero no saber, que eso no me va a pasar a mí, que no tengo riesgos. Yo prefiero saber sana y buena, que un doctor diciéndome que harán todo lo posible pero que qué lástima que no lo encontramos a tiempo.

Sonaré como campaña de gobierno, pero entre ese trauma y vivir el infierno de un diagnóstico de cáncer y preguntarse si aguantaré, si podré soportar la quimioterapia, si mi pareja soportará vivir eso conmigo, si me dolerá mucho, si mis hijos estarán bien, si me voy a morir pronto o a largo plazo, qué cuesta darle 30 segundos de oportunidad a la vida? Hacerse un ultrasonido o una mamografía al AÑO?

O es que el Ipod, el viaje a la Yunai o a cualquier otro hueco, la ropa nueva, esos zapatos divinos, la agenda de Cohello, el concierto de la Cervecería, el disco de Jamiroquai, la temporada tres de Alias en DVD, el maquillaje caro, los rayitos, tintes y cortes de pelo, las joyas enchapadas y las de fantasía, los chécheres como anteojos de mosca o bufandas tropicalizadas, esa caja de veneno, digo de cigarros, los tapis del viernes, la ropa interior colombiana, estar como un chancho frente a un tele sin hacer ejercicio, comer papitas pringles y demás mierda empacada, las toallas con alitas, las cremas rejuvenecedoras, los tratamientos contra la celulits, los mani/
paticures, el nuevo vestido de baño, ese hotel todo incluido, la nueva colección de primavera de Cemaco, un celular planito con canción de Love Story, cambiar el carro, la cosmopolitan de este mes, previenen el cáncer?

Supongo que si uno tiene silicón por cerebro, una responde con sonrisa número treinta y cinco muy convencida: Sí, lo previene. En serio. Alguien me contó que es cierto.

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