Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

junio 28, 2006

Otro ciclotímico habitual

Este es Nahuel. Un clicotímico habitual, argentino residente en México, gigante y ojeroso, que me cae super simpático.

Este, su autorretrato o sales pitch (en realidad se llama como 88 razones para no quedarte conmigo). Escuchar con atención y si se identifican, ahi me avisan.

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En lo personal, me encanta su ideología de "Lo tuyo es mío y lo mío es mío".

Interesados en copias piratas de los 3 discos (incluyendo uno de concierto en el mítico kinder), ya saben: solentiname_isla@hotmail.com

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junio 27, 2006

Dolores burgueses

Ando rebotando de cine en cine. Veo cosas de la más diversa naturaleza. Ante la consulta de "qué hacemos….?" Yo corro a buscar el periódico en la sección de horarios de películas y encuentro la función y sala más cercana, aunque la segunda parte de la pregunta sea “...con las garrapatas de Fuser?”.

Entonces, el otro día nos vamos el Antídoto y la suscrita a ver “Rescate en la Antártica” . Peli hecha para perrófilos (enamorados de sus perros). Yo iba haciéndome la valiente porque ya había leído en la crítica de La Nación que como cinta era medio chueca, pero que salía uno disparado a agarrar a besos al peludo y embarrialado que destroza los muebles, le ladra a los vecinos y cree que mi apartamento, es en realidad, su perrera amueblada.

La parte del diálogo de la película era una soberbia porquería. Pero cuando los ocho perritos quedaron solos contra la nieve y la naturaleza, empezó la lloradera. Desde que vi Mar Adentro, no lloraba tanto en un cine. Sin la previsión de robarme suficiente servilletas cuando compré las palomitas, trataba de aguantarme los sollozos como los grandes. Pero no pude.

Lloré cuando los abandonaron, encadenados en la nieve, a sabiendas que venía la peor tormenta- como siempre- de los últimos 25 años. Lloré cuando el más viejito, con hambre y tristísimo, no quiso soltarse y se quedó a morirse. Lloré cuando uno de ellos, el más juguetón y simpático, se malmató de un guindo y quedó gimiendo. Cuando los demás le pusieron encima el hociquito y lo lamían. Grité del susto – en voz alta-cuando de la ballena encallada salió un león de mar computarizado a comerse al perro que arrancaba un pedazo de carne para compartir con los amigos. Lloré cuando esa misma foca gigante le mordió la patita a la única hembra, la líder del Grupo. Cuando llegó el desamorizado del dueño a rescatarlos, seis meses después. Cuando el más vivaracho de los perros lo llevó al reencuentro con la perrita herida, que ya se había echado a morir y como corresponde, resucitó de amor para irse con su amo.

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Y no lloré solo yo. El cine entero moqueaba al unísono mientras los pocos enanos que andaban con los papás preguntaban extrañados porqué todos los grandes llorábamos. Las mujeres no se esforzaban en disimular. A más de una la pareja le dejó marcadas las manos donde él la agarraba bien fuerte para no soltarse a moco vivo. Tuvimos que leer todos los créditos para no salir con los ojos tan hinchados.

Pocos dolores tan sentidos he tenido yo en el cine. Y pocos tan capitalistas. Lo que queda claro es algo que para mí, desde mi primer muerto, ha sido evidente: yo tengo un pésimo manejo del trauma de separación, con cualquier cosa que me sea querida.

Cuando fuimos a ver Hotel Ruanda, la gente no lloraba. Cerraba los ojos para no ver. Le chocaba ese espectáculo de sufrimiento. En Ruanda eran seres humanos de carne y hueso. En esta película eran ocho zaguates con doctorados de Harvard en conducta y entrenamiento que humillan a perritos silvestres como el mío que no le ronca venir cuando se le dice su nombre y está acostumbrado a que le aplaudan cuando le ladra a imaginarios pafaritos. Lo de Ruanda pasó y lo vimos en las noticias. Lo de los perritos, se le dedica a los científicos polares y sus mascotitas. Los perros sobrevivieron 6 meses sin comida. En Ruanda murió un millón de personas en cien días.

Por un perro, todo. Por un negro, nada.

Ya decía aquel maestro en La Historia Oficial cuando se sentó a tomar café con Norma Leandro y a abrirle los ojos para que pudiera ver a los desaparecidos “Nada más conmovedor que un burgués con culpa”.

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junio 26, 2006

El acosador del parqueo

Hace meses, durante dos semanas, cada noche aparecía una flor roja encima de mi pitufito azul, en el sótano del parqueo de este edificio comemierda en el que trabajo en Escazú.

Después, un papelito amarillo de esos que se pegan y despegan, con un recadito que pretendía ser vulgar o provocador, en remedo de inglés, un intento de ridículo, pegadito en la ventana.

Luego silencio. Por más de seis meses, silencio.

El viernes, en el mismo parqueo, al final del día de esclavo, mi pitufo apareció chocado en un guardabarro, sin que se conozca responsable o motivo.

Los análisis y observaciones de especialistas y bateadores demuestran que el perpetrador es grande, matón, color champán o doradito y se presume que el golpe ocurrió tratando de colocarse al lado mío en reversa, dándose posteriormente a la fuga, como corresponde a los cobardes. Yo, del colerón, ni me animo a asomarme ni a opinar.

Puedo haber sido, como suele ser, descuido propio. Yo me doy cuenta si choco solo si reboto en el asiento o el pitufo da vueltas conmigo adentro.

El guarda del parqueo opina que también pudo ser despecho.

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junio 23, 2006

Mutaciones

Antes hubiera hecho pataletas y propuestas indecentes a cambio de un viaje de negocios a San Francisco o a cualquier otro lado.

Hoy, hice formal petición con trompa incluida que, de ser posible, me excluyan de esos menesteres aun y cuando me digan que la pasa uno super divertido con días de shopin, cenas, reuniones y recorridos.

Por primera vez en muchos años, dejé de decir “nada me ata a este país”.

Yo solita me amarré. Me alegra haberlo hecho. De vez en cuando reviso el nudo para verificar que esté bien socado. Y sonrío.

Fuerte el antídoto, ah? :)

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junio 22, 2006

Superman Regresa

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Además vi el trailer de Superman returns. El chiquillo es guapo, pero no le llega a Christopher Reeve, aunque algo se le parece. Le falta lo galán- diría Mimí- y ese cierto carisma.

Yo, básicamente me opongo (pero consumo) los íconos gringos, le doy algo de razón a Alí Primera cuando decía que había que aprender a cargarse en la libertad que defendía Superman.

Yo me reí de maldosidad cuando salieron los chistes antigringos del 9-11. En particular el que decía que superman no había parado a Osama (o a su propio gobierno) porque estaba en una silla de ruedas.

Christopher Reeve acaba de sufrir un accidente de equitación y estaba parapléjico.

Se equivocaba el chiste. Christopher Reeve ya había rescatado a muchos de un 11 de setiembre. Años atrás, sin alboroto de prensa, y cuando ya volaba por los cielos de capa roja y calzonillos por fuera, él se fue en un avión como todos los mortales y puso su pecho de acero de primero en Santiago, en plena calle, ante la convocatoria que hiciera Pinochet de todos los artistas de teatro chilenos para matarlos, y lo enfrentó con su mirada de rayos X. Lo que es con ellos es conmigo, le debe haber dicho el gringo gigantón. Christopher Reeve les salvó la vida.

Ante una adversidad incomparable con la destrucción de Kripton/el escape de tres prisiones galácticos/ Lex Luthor, Christopher Reeve demostró su fuerza sobrehumana, enfrentándose al maldoso más grande la historia: su propio gobierno, que insiste en prohibir la investigación que le podía devolver las piernas. Ya no podía volar con solo pensarlo, pero con una constancia de monje shaloin se sometió, todos los días, a dolorosas sesiones de terapia, para recuperar, aunque fuera un pelín de movimiento y algún día, caminar. Escribió dos libros, dirigió películas, recorrió el país, daba conferencias, le ofreció a su esposa el divorcio para que no se encadenara a un inútil, habló de él, de su dolor, de su nueva vida, de sus esperazas. Con la misma sonrisa que volvía loquitica a Luisa Lane y lo hacía ver adorablemente nerdo como Clark Kent. Sin superpoderes, a punta de voluntad.

Y uno - o yo, talvez yo- que sano y bueno, se queja de tener que comer sin grasa y encuentra razones en la pereza para no levantarse del sillón o la cama para hacer ejercicio y llora porque el jefe le hizo unos ojos que ni te cuento o porque no entra la señal de cable.

El verdadero superman no se amilanaba ni con la kriptonita ni con una silla de ruedas.

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junio 20, 2006

Corren vientos de guerra

A veces, me da por ir a ver comedias gringas de las pésimas, en las que todo es, además de poco creíble, totalmente predecible. Obedecen a los esquemas desgastados de los primeros dramas de algodón de azúcar de disney, donde a los chiquillos se les ocurrían maldades para separar o juntar a sus padres. Ingredientes indispensables adicionales: una mascota extraña, un niño con actitud, muchas caídas en barro o embarrijos similares, mucho humor anal y alguien que sirva de comic relief.

Eso fue lo que vi ayer en Los Míos, los tuyos y los nuestros. No me reí de nada. Los chiquillos que andaban conmigo en cambio escupían palomitas y se atragantaban con los nachos de la risa.

Lo que me llamó la atención fueron otras cosas de la película. Los protagonistas eran un marinero serio, cortante, cuadrado y ordenado que aprovechaba cada segundo de la película, así fuera una cena romántica o limpieza del jardín, para salir de uniforme. Este engendro se enamora de una hippie libre y milloneta que ha adoptado 6 enanos, además de los 4 propios, de diversas nacionalidades y colores. Vive en el más absoluto desorden en una casa que parece un basurero. No se dice de dónde sacó las cantidades industriales de dinero que se requiere para mantener a una familia de 11 sin poner a los 10 menores a pedir plata en las esquinas.

El marinero es guapo, perfecto, en su uniforme impecable. Se le ve cerca de los barcos militares, en la academia, con los soldados, y en el pentágono. Para rematar, insisten en una escena que ya van varias veces seguidas que la veo en diferentes escenarios: él con el uniforme de gala blanco de los marines, llevándola a ella en brazos, mientras Joe Cocker se desgañita con “Up where we belong”, o sea, activando todos los mecanismos de cenicienta que llevamos programados desde chiquitas, donde el príncipe azul es un mamulón de 1.90 que se creyó aquello de be all you can be y es uno de los few and the proud, y exuda virilidad y una sale de la Iglesia, vestidita de blanco, debajo de sables extendidos de los compitas del amado. En fin, un sueño que no se salpica de sangre de inocentes ni de imágenes de un cuerpo en una bolsa negra en una caja hermética y una banderita doblada en triángulo que te entregan en la mano.

La moraleja de esa y de muchas de las nuevas películas sosas o de relleno, es que esos asesinos se pueden llevar bien con los hippies chancletudos y revoltosos. Que la ideología o el gusto por la sangre no tiene porqué ser obstáculo para el amor. Que nuestra obligación, izquierdosos desactualizados, es apoyar a esos hombres que sacrifican su vida y su familia y su conciencia por el país, aunque no sea el nuestro, solo porque se ven divinos de uniforme y no son secos o descerebrados: son más bien tímidos, y si uno los conoce bien, hasta resultan simpáticos. Que es un relajo hablar mal de ellos o hacer manifestaciones en contra de los muchachos.

Está de moda ser milico. Pero milico a la gringa: dizque utópico, preocupado por la patria, la familia y la sociedad, guapo y sin apellidos o herencia latina. El superman de a pata. El soldado bueno, comprometido, el all american boy que arranca suspiros de uniforme, el tratar de lavarle la cara y perfumarle el olor a mierda a Alí Babá y sus cuarenta ladrones.

Debe ser que se viene algo fuerte y estas películas nos preparan para que todos estemos ya suavizaditos cuando se venga el riendazo. Como en los cuarentas, cuando los cortos de cine del Pato Donald lo mostraban enlistado, de uniforme, piloteando un B 52. El pato zopetaz arrancaba lágrimas de orgullo patriótico y desde ese entonces, babosos como yo llevaban a sus sobrinillos postizos, totalmente impresionables, a recibir el adoctrinamiento subliminal para que aprendan a respetar al matón del barrio y a sus gloriosas fuerzas armadas.

Los dejo, por el momento, con el soundtrack de cuando Tom Cruise, de uniforme de gala y 1.85 (ya quisiera el pequeñín) nos pide la mano en matricidio rescatándonos del insulto ese de ser solterona:


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junio 18, 2006

Día del padre

De los tres a los cinco, yo fui una de esas extrañas criaturas que no abundaban en los colegios privados a finales de los setenta: de las que no tenían papá.

Había algunos con papás divorciados y lo sufrían con una enorme vergüenza, porque en ese tiempo, había un estigma a eso de que los papás de uno se agarraran del pelo, no se hablaran y uno de los dos se fuera de la casa. Recuerdo a varios de mis compañeros llorando, en el recreo, abrazados por los demás, contándonos de aquellos pleitos y amenazas, las visitas de los abogados y los papás, cada uno por su lado, hablándole mal del otro.

Había otros con papás en el extranjero, y se los restregaban a uno con tenis importadas, viajes en todas las vacaciones, fotos con fondos de otros países y con la evidencia de la ausencia en aquellas cartas que casi nunca llegaban. Conforme avanzábamos en la escuela, era frecuente que se hiciera más honda la distancia, sobre todo con noticias de se casó mi papá, ahora tengo otro hermanito o ya, en la adolescencia donde el no le hablo a mi papá era frecuente.

Deben haber habido los que no conocían papá y le decían así a un tío o a un abuelo. Hijos de madres solteras han existido siempre. Mi propio papá, por ejemplo. Pero en aquel colegio de curas, si los había, era un enorme secreto. La familia perfecta tenía papá, mamá, hermanos, casa propia, un carro y un perro. Los abuelos y los primos eran extras deseables pero no indispensables. Todo lo que no calzara con el modelo era motivo de cejas levantadas, sonrisas de lástima y a veces, de cierto alejamiento.

No importaba si era alcohólico, si le pegaba a tu mamá, si era mujeriego, si te dejaba una faja pintada en las piernas o en la espalda. Lo importante es que disimulaba ser perfecto. No importaba que fuera distante, castrante, agresivo, frío o le tuvieras miedo. Lo importante era que pagara puntualmente el colegio.

Eso de los papás modernos, involucrados, pendientes, cariñosos, protectores, era cosa rara vez vista. Tanto, que casi creería que son un invento moderno. Es más, son mis compañeros, que hoy tratan de ser para sus hijos lo que ellos nunca tuvieron.

Entonces, cuando venía el día del padre, las teachers se reunían alrededor de nosotros- los de situaciones especiales- a ver qué hacía uno el día del padre. Los de papás divorciados recibían instrucciones de guardar el regalito y dárselo a papi y no hacerle caso a la mamá cuando decía que a ese tal por cual no había que darle nada.

Los que tenían papá nuevo- con esa denominación terrible que auguraba maltratos: “padrastro”- recibían un análisis detallado de su dinámica, para hacer o dos copias del mismo regalito o consultar a la madre para ver si era necesario reforzarle el alejamiento del padre biológico, usualmente por el deseo de venganza de la mamita, o insistir en darle el regalo al verdadero, para manipularlo hacia el regreso.

Yo era un caso particular. Papás muertos, en mi generación, solo el mío. Entonces se discutía que hacer mientras yo ponía los ojos negros enormes como un gatito. Al final, me decían, según ellas con todo el tacto del mundo, que tal vez se lo podía dar a mi abuelito. Yo decía que sí con la cabeza para acabar con el drama, porque sabía lo que me esperaba.

Mimí insistía en que si bien mi abuelo Lalo era el único de esa familia (la de Ella) que me había querido, no era mi papá y que lo correcto era llevar mi regalo al cementerio. Ella me decía que hiciera lo que yo quisiera, pero que su pareja, pronto a convertirse en mi padrastro, apreciaría de corazón que le diera yo aquella corbatita malpintada de madera. Mis compañeros me pedían que les contara la causa de muerte del que ocasionaba todo aquello. El hermano de mi papá- mi oscuro Tío Adolfo- se divertía con mi dilema asegurándome que le me veía como una hija. Al final, el famoso regalo terminaba en el basurero. De por sí siempre me quedaban horribles, llenos de huellas negras de goma y muy lejanos del que la teacher usaba de modelo.

Hoy, cuando mi padrastro estaba abriendo sus regalos, me pregunto, como todos los años, qué se sentirá tener papá. Pero luego me encuentro con los ojos profundamente tristes de una de mis hermanas y me estremezco por dentro y pienso que eso del muerto tuvo sus ventajas. El mío la tuvo fácil. No le dio tiempo de equivocarse. El mío vive en un recuerdo donde no lo alcanzan los defectos.

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junio 16, 2006

Tratamiento para una compulsión de compras

Me coloco ante el mall en actitud contemplativa
Tarjeta de crédito plateada en mano
Respiro hondo tres veces
e intento futilmente convencerme:
"Solo se compra lo necesario"

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junio 15, 2006

Los juimos!

Yo, con esa goleada, en lugar de ahuevarme, me brillaron los ojos de malicia al imaginarme la lista de eptítetos que le proporcionaré al Patán a su regreso, empezando por sacoe’sal, por ejemplo. Coinciden los de su oficina que por dicha está bien largo, porque hoy debe ser un día de esos en que nadie se lo aguanta.

Por el momento, estoy segura que las lecciones básicas de alemán que le pudimos propinar, gentil cortesía del Antídoto que es versado en ese idioma y sus insultos, le deben estar sirviendo de mucho.

El Patán me hizo la gentil solicitú de conseguirle un buen insulto en ese idioma. Tras las consultas del caso, le respondí que la trascripción fonética de uno de respetable envergadura era Lik mij. Me preguntó que qué significaba. Le respondí que si lo dijera yo, era algo así como porqué no me la manflinfla. Aun con la duda, me pidió traducción tropicalizada y perdiendo todo glamour, le tuve que aclarar el panorama “Vendría a ser algo así como agachate y me la mamás”. Eso lo dejó complacido.

Y eso deben estar oyendo los cuatro gatos ecuatorianos que presenciaron la goleada, del Patán envuelto en su capa tricolor, desgañitándose como si la culpa la tuvieran los nacionales de otro país y no el equipo de sus amores. Casi puedo asegurar que estará incluyendo traducciones libres del insulto cuando se acuerde que los insultados, como él, hablan castellano básico y que una madreada, con buen tono, en cualquier idioma se entiende.

Las tiendas de licores de la ciudad del encuentro- que no tengo la menor idea dónde fue-hoy le van a prender velitas de agradecimiento a la virgencita de los ángeles ante las hordas de inconsolables fanáticos costarricenses que pretenderán, con schnapps und wurst, recrear el ambiente de desolación, cacique y bocas de chicharrón de una cantina josefina en momentos de duelo nacional, y la otrora roja orgullo de los ticos quedará relegada a la condición de kleenex de tela para sostener los mocos de la gallada herida en lo más profundo de su ser furbolero.

Nota de Sole: Con este se concluye la transmisión de posts alternos de este archipiélago como opción posible a la fiebre mundialista.

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junio 14, 2006

A propósito de cumpleaños y Mimí

Hoy, como todos los años, Mimí me llamaba a las cinco de la mañana y me cantaba cumpleaños. Yo, desde unos veinte minutos antes esperaba totalmente alerta y despabilada en la cama, esperando el timbrazo y fingía voz de sueño cuando salía disparada a contestar. Fingía que no sabía qué día era, o porqué me estaba llamando, aunque sonreía orgullosa no solo porque Mimí me llamaba, si no porque desde siempre y hasta ahora, mi cumpleaños sigue siendo un día especial.

Me tomaba la llamada de Mimí como una sorpresa, y me complacía que la estrategia de hostigamiento, según yo, había dado excelentes resultados. Llevaba tres semanas llamando a Mimí a cualquier hora, todos los días, fingiendo una voz grave y usando un pañuelo en el teléfono para distorsionarla. “Señora, sabe quién le habla?” empezaba, y sin darle tiempo de responder, le recordaba los días que faltaban para mi cumpleaños y luego un click! insolente. Me sentía digna de ser mafiosa. Sole Capone. Atosigando a Mimí.

Y de hecho hasta hace poco contaba la historia de mis llamadas anónimas y de las tácticas de Isla Nostra, narrando divertida como Mimí intentaba gritar “PERO QUIÉN ES?!” o “ESTE TELÉFONO ESTA INTERVENI..” antes de que le tirara yo el teléfono, de cómo al almuerzo, nos contaba a los demás muy preocupada, de esas sospechosas llamadas y se declaraba ignorante de la autoría mientras yo me reía bajito detrás de una hojita de lechuga, o en las noches, cuando me forzaba a rezar (“Para que no te acostés como los animales”-me decía). Me hacía incluir especial petición para que esa persona misteriosa dejara de atormentarla por teléfono. Por años, yo creí que Mimí me creía. Por años, Mimí se encargó de que la creyera fuera yo.

Mimí me dio además las herramientas necesarias para sobrellevar la dinámica familiar: la manipulación y la intriga, aderezada con suficientes clases de actuación para que en lugar de sentirse uno vilmente usado o mangoneado, sintiera cariño. Mimí le hacía maldades a sus nueras- que fueron muchas, las nueras y las maldades- y yo era el testigo. Mimí nunca iba a las fiestas de mi cumpleaños, porque estaba mi familia materna, y aunque se muriera de las ganas, entre la dignidad y el cariño, le ganaba la dignidad. Prefería perdérselo antes de tener que saludar a esa otra familia de la que me repetía “Nunca te han querido” para luego interrogarme los detalles cuando yo llegara a su casa a enseñarle mis regalos y a recibir los de ella. Sí, Mimí también se equivocaba.

Hoy me desperté a las cinco de la mañana con la certeza de que el teléfono estaba sonando.

Hubiera sido Mimí.

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junio 12, 2006

Cambiemos el mundo

Dijo mi amigo M en el supuesto programa de sexo:

Si el tiempo que estamos dedicando al Mundial se lo dedicáramos al sexo, a la pareja, a los hijos.
Si esos cinco mil colones que cuesta la postalita de Ronaldihno los invirtiéramos en una guía de sexo para niños, o en cualquier otra cosa, pero algo útil.
Si entendiéramos que los tontos somos nosotros que sufrimos o nos alegramos por el ver a esos millonarios jugar,
El mundo sería otro lugar”.



Eso explica en parte, pero no del todo, porqué cuando yo le pregunto “M; y qué vamos a hacer hoy? “, él siempre me responde “Tratar de cambiar al mundo.”

Mi amigo M, como el alto ejecutivo de la compañía del Patán, es culto




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El Patán y el Mundial. Parte I.

A dos días de montarse en un avión rumbo a Alemania, el Patán y yo discutíamos de todos los temas pendientes. Mejor dicho, yo le hacía la lista mientras él, cómodamente desde su silla de ejecutivo, me daba detalles de su tour organizado para que todos los pachuchos platudos (como él) o endeudados (como el resto del charter), ambos dos cogidos por la Fedefutbol y sus sobreprecios, pudieran disfrutar del tour furbolero.

Ya entrando en esos análisis que más que estudio riguroso, parecen un sobo mental típico de cuando uno no tiene que ni mierda en qué entretenerse y apoyado en mis conocimientos derivados de mi supuesto programa de sexo, viene el Patán y me comenta sobre un alto ejecutivo de su empresa de origen y nacionalidad de la Comunidad Económica:

Ve el caso de ese mae, por ejemplo. Siendo de allá, con choza allá, con toda la harina del mundo, habla el idioma, le sale gratis, y no va a ir ni a UN SOLO PARTIDO. Lo podés creer? O sea, ni por el chingue. Es más- me dice con tono conspiratorio y achinando solamente un ojo, con ceja levantada y todo- a ese mae le da por ir al teatro y a galerías de arte y lee esas putadas que a vos te gusta andar leyendo y hasta va a ver óperas y ballets. Encima las entiende - y concluye, basado en la contundente evidencia presentada- Ese mae debe ser pla.. – y se detiene consciente de la bronca que armo yo con los insultos descriptivos, como hembra o playo, por ejemplo- raro... "

Y se cruza de brazos se echa para atrás y es obvio que espera que en mi condición de abogado chupamedias, le sonría y le reafirme sus hallazgos científicos. Y me dice


Vos que crees?”

Yo, sin levantar la cara de mi cuaderno de apuntes, donde he seguido anotando los pendientes mientras él hacía gala de su raciocinio, le respondo:

“Don Cosito: Raro no. Lo que es, es culto…” y le hago enfásis en la última palabra para que le caiga el cuatro de sus falencias.

Hay una parte, que, como siempre, me callo: “...y si usted cree que la virilidad se define por el gusto del futbol, estamos jodidos." , por que me preocupa que si por esos milagros mundialistas o la divina intervención de San Joao Havelange, el Patán se deja de fijar en la paja en el ojo ajeno y se da cuenta de la viga en el ojo propio, no pueda ver los partidos por los que fue tan estafado, a gusto.

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junio 11, 2006

Opciones

O me aprendo un par de nombres de jugadores y me entero de algunos marcadores,

o hago votos de silencio a lo carmelita descalza por un mes.

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junio 09, 2006

Apoyo patriótico

Yo hoy me puse mi camisa favorita de vampiro, que por añadidura, es rojo sangre.

Esa fue y será toda mi logística de apoyo.

Vi el partido en el kinder.

Cuando me desperté, me dijeron que perdimos 4 a 2 y que me contaron 9 bostezos.

Sip, a mí el futbol me da sueño.

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junio 08, 2006

Fiebre mundialista

Yo pensaba que el Antídoto era perfecto

Hasta que hoy me demuestra que algo sabe:

Lo mejor sería que Oliver Khan no jugara”, me dice.

Espero que no sea de contagio venéreo

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Mimí me quería con furia

Aprovechando el paso por Santa Cruz, me puse de investigadora social a hacer encuestas de dónde se hacían las mejores rosquillas. El criterio coincidente fue Coope Tortillas. Y hacia allá nos dirigimos raudos y hambrientos.

Coopetortillas es una organización de mujeres de la zona que rescata la cocina y tradición guanacastecas, muy similares a las de Mimí, que era nica y por añadidura vivió varios años en Guanacaste. Están en un galerón enorme, donde se cocina con fogón comida de verdad, hay bancas, mesas largas y chilero. No hay aire acondicionado.

Llegando no más me inunda el olor y preparo la cara de cliente: sonrisa con aspiraciones de simpática. La señora de delantal, chinelas y pañuelo en la cabeza nada más se me queda viendo seria. Vuelvo a sonreír tratando de hacerle entender por telepatía que la más básica cortesía comercial implica que ella se acerque y de forma agradable me pregunte si me puede ayudar en algo. Veo que comprende el mensaje de forma correcta cuando a los gritos y de mal talante, levantando las dos manos en el aire, me dice:

QUE QUEREJ?!?

Yo, satisfecha de ser tomada en cuenta, contesto con voz de rantocillo de turista citadino:

Rosquillitas tienen si me hace el favor y no es mucha molestia?

La señora, gorda como una Ceiba, cruza los brazos despacio y me frunce la cara.

SIM. AI TAN. -Y me señala la mesa de madera cubierta de un mantel floreado.

Yo volteo a ver al antídoto a ver si me puede traducir aquel gesto, pero él está boquiabierto ante las destrezas de comunicación de la señora o ante el papelito con goma superfuerte que retiene una cantidad inmencionable de moscas, manteniendo el ambiente del comedero de Coopetortilla apenas con las suficientes para que sea pintoresco y no cochino. Soy yo, sola, contra esta señora.

Y me podría vender unas? Para comprarle? – le contesto con la misma voz pequeña

A VEINTE SON. CUÁNTAJ QUERÉj??

Yo no tengo la menor idea. Pensé que las vendía por puño, bolsa o empaque, pero jamás por unidad. Es que será posible que haya un ser humano sobre la tierra que se compre dos rosquillas y no se zampe 30 de una sola sentada?. Peor aún, cómo le explico a esa señora ese razonamiento sin que me saque a patadas del local? Cómo le digo que por favor atienda mi necesidad de satisfacer la golosería en cantidades enormes? Cómo le hago entender que nunca vengo a Guanacaste y que necesito comer tantas rosquillas como el cuerpo aguante?

Entonces recurro a ese talento mío inútil de imitar acentos y actitudes, me cuadro, permito que se me suba lo Nandaime y en el mismo tono de trueno, le digo:

NO SE AMOR, DAME UN MONTON AI, LO QUE SEYA.

La señora me sonríe complacida. Esa sí es una sonrisa sincera. Me alista una bolsota gorda de rosquillas, me ofrece otros productos, me dice cuáles están frescos y cuáles rellenos, me educa en nombres olvidados como el tamaldulce y las tanleas, negociamos a los gritos con caras muy serias, y todo termina con un:

CARMEN, QUE VENI A COBRARLE A EjTA!

Discutimos el resultado de la multiplicación, le pago a la encargada de recibir dineros que es la misma que amasa y para no contaminar las cosas- como Mimí- se limpia en el delantal antes y después de recibir la plata y nos vamos.

La primera rosquilla me cruje entre los dientes y me inunda con ese sabor a queso y a maíz y a horno de barro. Está todavía caliente. Me acaban de tratar peor que en una oficina pública y sin embargo, yo me siento entre querida, protegida y nostálgica. Es por mi abuela, claro. Mimí me quería con la misma furia.

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junio 06, 2006

Borradores de Macondo

En el laberinto de la memoria,
a tu recuerdo lo preceden, inquietas,
miles de mariposas amarillas

Las mariposas amarillas invadían la casa desde el atardecer

En las profundidades del olvido
mariposas amarillas
me anuncian la visita de tu recuerdo

No le permitió siquiera pasar de la puerta que un

momento después tuvo que cerrar porque la casa estaba
llena de mariposas amarillas.

En los inicios de la memoria
apareces repentino
en un amanecer de mariposas amarillas

Fue entonces cuando caí en la cuenta de

que las mariposas amarillas que precedían las apariciones
de Mauricio Babilonia.

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Corto para el mercado de Liberia

Tamaldulce, un comal, rosquillas frescas, paste de olote, queso Bagaces sin refrigerar.

Qué más vas a llevar, amorcitó?” (la señora del puesto, con claro interés comercial)

Tendrá pinol o pinolillo?” (yo, con mi infancia nica atragantada)

La señora del puesto me muestra una bolsita plástica transparente, gordita de un polvo terso y café. Yo lo examino ilusionada.

En la esquina, Mimí aparece entre las solisombras que se cuelan por los techos altos de zinc. Camina, recia, como siempre, y se detiene a mi lado. Inspecciona las compras con los ojos atentos mientras me toma la mano. Yo sonrío y me alegro de volverla a ver. Quiero decirle algo. Pero es ella la que me dice suavecito:

“Madrecita, y cómo lo vamos a batir?” (Mimí, con disimulo, hablándole a Juan para que escuche Pedro).

Molenillos ya no hacen. ” (La señora del puesto, con los ojos bajos, claramente contrariada, pues no es cosa fácil cuando salen fantasmas en el mercado).

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