Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

diciembre 28, 2007

Isla Teja y despedida

Al otro lado del río, está la Universidad Austral, en Isla Teja. Si yo pudiera escoger y pudiera tener todo lo que quiero conmigo, me quedarìa a vivir en este lugar. Nunca me cansaría de cruzar el puente sobre el río, ni del río, ni del cielo, ni del frío. Ni siquiera de las gaviotas. Mucho menos de los patitos. Iría a mis clases de alemán en la Carlos Andwanter y aprendería a hablar mapundungun y me iría a trabajar por los mapuches, por los cisnes, por los pobres, por los desaparecidos.

En el Mercado Fluvial, hay un león marino gigante, al lado de un puesto de pescado. El puestero le da las sobras de los cortes, lo acaricia y le habla. Parece que el animalón se llama Emilio. Cuando no le dan, gruñe y hace alboroto, igual que cuando alguna gaviota atrevida le gana el pedazo de pescado. Cuando el puestero se va un momento a hacer cualquier diligencia, se echa en el concreto. Me recuerda demasiado a Fuser. Lo hecho mucho de menos.

Visitamos dos museos que quedan en casas antiguas. Me interesan más los muebles y las cosas de las vidas cotidianas que las historias de colonizadores asesinos o de bichitos y pescaditos particulares de la zona.

En el mercado, rebusco para encontrar el cintillo de los lonkos, esos jefes mapuches. Un tipo rubio, de ojos claros, me dice que lo usan los toquis. Por estos problemas de dicción le pido que me repita y me dice "Toquis, los jefes mapuches, bueno, eso creen ellos, pero no mandan nada". Siento que me sube una furia helada y quisiera decirle que no sea irrespetuoso, que quién se cree, que porqué se burla de hombres como Lautaro y Caupolicán. Me limito a hacerle cara de asco, y en mi tico más fino le digo bajito "A usted carepicha, no le compro ni mierda" y muy digna, jalo.

Comemos en proporciones gigantes en un café super hippie y adorable. Se llama la última frontera. En una callecita, encuentro un pedazo de cielo: una librería, tego que escoger, pero salgo con 6 libros de la mano, dos de ellos de cultura mapuche y el otro la colección de discursos de Miguel Enriquez.

Caminando le pregunto al Antídoto si llegaremos a volver a esta ciudad. Me promete que sí, que será cierto.

A las 9 tomaremos el bus. Cuando amanezca, estaremos de vuelta en Santiago.

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diciembre 27, 2007

Valdivia

En la mañana, nos vamos caminando por la costanera, a la orilla del río, hasta llegar a la Feria Fluvial, donde hay todo tipo de frutas y mariscos que nunca he visto y de los que mantengo una respetuosa distancia. Nombres como choros, picorocos, maltones, machas, erizos, cochayuyos, jaibas, navajas y cholgas aun no me suenan a manjar y su olor, ya cocidos, es demasiado penetrante. El estómago se me rebela con el solo tufito de las cocinas de los restaurantes del mercado, donde se come un salmón completo, a la plancha, con ensalada y puré, más "bebida", 2500 colones.-

Yo aprovecho las frutas y el desayuno de ayuyas (pan redondo y sabroso) con mantequilla, queso artesanal de sur, jaela y mantequilla, lo complemento con un kilo de frambuesas o cerezas. Aquí vine a aprender que hay varios tipos de cereza, la rojita con amarillo, que sabe como a ciruela madura enana, se llama corazón de paloma. hay otras casi negras, muy dulces, otras color morado obispo y finalmente las guindas, rojas encendidas, pequeñitas pero demasiado ácidas para mi gusto. Las frambuesas de hoy me las dieron en bolsa, no me las comí a tiempo y recorriendo los tres pisos del mercado, quedaron hechas jugo.

El lado de la feria que da directo al río, tiene muelles pequeños para los caseros chineados: los leones de mar, que se suben a tomar el sol y a atrapar los pedazos de pescado que les tiran los puesteros. Las gaviotas aletean por ahí a ver si logran hacerse de una sobra. No es raro ver esos leones salir directo a la acera de la costanera, y posar con todo orgullo al lado de la señal de tránsito que advierte que hay que tener cuidado con ellos porque no son animales domésticos.

Sin proponérnoslo, Valdivia fue el viaje de shopin. Llevamos latas de mariscos, chocolates de la zona, famosos en todo el país y dos ponchos. Uno es de huaso auténtico con todo y cinturón rojo. Lo conseguimos en una tiendita de una calle perdida atendida por una abuelita: La Ruca Indiana. La tienda estaba a oscuras porque estaban cambiando un cable por donde las Monjitas. La dueña de la tienda me convenció con su honestidad, al decirme que los aretes tenían poca plata, al contarme de la tira tejida que usan los chamanes mapuches, los loncos, en la cabeza. Me explicó de la platería mapuche y de todos sus significados.Me dejó revisar todas las esquinas. Me dejó una sensación como de magia.

En el mercado lleno de recuerditos idénticos, destaca la tienda-taller "De nosotros", hippie y alternativa a todo mecate. El dueño es originalmente de Isla Negra y nos cuenta que la hecha mucho de menos. Le pregunto sobre unos aparatitos que se llaman matacolas. Me explica que es para fumar algo que ya es muy chico sin quemarse los dedos. Quiere saber cómo se llama eso en Costa Rica y yo me declaro ignorante. En cambio, cuando pregunta si es cierto que desde una montaña en los días claros se ven ambos oceános, me explayo en imaginarias descripciones geográficas, para quedar a mano, por lo menos.

En la calle Esmeralda, está el mejor restaurante en que he comido en mucho tiempo.Se llama New Orleans y se dedican al gumbo cookin', aquí, tan lejos de las tierras del Dixie. Yo que soy un dolor para comer y que no disfruto para nada el acto de la comida, me comí completo mi filete de congrio con salsa de alcaparras y las mejores papas fritas del mundo. Nos dieron como 3 entradas a cargo de la casa. Nos trataron como reyes y nos cobraron super barato. De chuparse los dedos y merecedores absolutos del famoso cliché de "My compliments to the chef!"

Recorrimos todos los kioskos de periódicos. Consigo la película de la vida de Miguel Enríquez, hecha por su última esposa. Nos montamos en los mini buses que recorren la ciudad completa. Pasamos al Café Haussman, donde venden cereza Kunstman, la cerveza valdiviana y comemos küchen, de frambuesa, por supuesto.

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diciembre 26, 2007

Yo soy de la Cruz del Sur

Viajamos toda la noche en coche cama. Amanecemos mil kilómetros al sur, en una ciudad rodeada de 8 ríos. Estuvimos aquí en febrero y la leyenda dice que el que navega en el río Calle-Calle (el camino floreado, en lenguaje mapuche), vuelve. Yo hice todo lo posible por cumplir esa profecía.


El Antídoto se rasuró la barba completa. Llevo 24 horas de sentirme acompañada por un extraño y avergonzadamente infiel. Como dice la canción de salsa "No me acostumbro".

En mayo de 1960, Valdivia sufrió un terremoto de grado 9,5 que duró 10 minutos, fueron en realidad 37 terremotos seguidos. Luego el mar se retiró 100 metros y la gente salió corriendo a recoger los peces y mariscos para tener qué comer. Vinieron 3 olas, de 12, 14 y 17 metros. El nivel del mar subió más de 10 metros, barcos enteros naufragaron y se modificó por completo la topografía del lugar. Mi suegro vivía aquí cuando eso ocurrió y muy valiente, dice que no fue para tanto. Yo me consuelo pensando que si eso ocurre, vale que no es mi ciudad, que el hostal es de madera y que la cruz roja y la embajada ya encontrarán la forma de sedarme y sacarme de aquí.

Al ver los fuertes españoles, que siempre tenían iglesia y convento de curas y pensar en las iglesias que construyeron a huevo (sin clavos) los jesuitas en las islitas más pérdidas del archipiélago de Chiloé, me convenzo que esos curas, más que llenos del espíritu de dios, estaban totalmente volados, y que el espíritu que los llenaba era el del más salvaje de los bucaneros (lords, en caso que una preguntara por ellos en las cortes de Londres) que surcara los mares del Pacífico.

Los cisnes de cuello negro deben ser la aspiración y el deber de todo patito feo. Los demás cisnes son un chuica a su lado. Andan siempre en pareja, la misma pareja con la que se criaron y se aparearon y de la que nunca se separan. Los cisnes de cuello negro son monógamos de por vida. Cuando uno de los dos muere, el otro deja de comer hasta morir de hambre. Mi jefe diría que eso no tiene nada de romántico, que los pobres animalitos, por culpa del instinto, no tienen opción.

Hace unos tres años, el río Cruces estaba lleno de parejas de cisnes negros. Ahora ver una pareja es un milagro que se celebra con aplausos y protecciones. Una planta de celulosa descargó tóxicos en el río y mató a más de cien mil cisnes. Casi los extingue. Al dueño, evidentemente, no le pasó nada. Piensen en eso cada vez que compren un producto de papel o cartón hecho en Chile. cada hoja es un patito feo que se quedó sin esperanza.

En la noche, el cielo limpio se refleja en el río. Sé que solamente hay que caminar dos cuadras para verlo. Le preguntaré al Antídoto, igual que en febrero, porqué las estrellas se ven diferentes y me mostrará muy al sur, la formación que tilita hacia el polo: La Cruz del Sur. Mi cruz del sur.



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Navidad

En la cena de Navidad, la Dina quiso leer mi cuentito, el famoso del concurso, una de las razones por las que ando por aquí, y se lo di. Yo no puedo leerlo en voz alta.

"Las Estatuas de la Alameda

En las noches, las estatuas de la Alameda comienzan lentamente a sangrar. En Plaza Constitución, el Chicho se desprende del concreto que lo atrapa y camina, como caminó tantas veces, por Morandé hasta Alameda y se detiene, impactado ante lo que ve. Han vuelto todos. Los de cabellos largos y amores libres; los utópicos del otro mundo que era posible.

Bajo el cielo transparente, las limpian con trapitos pequeños. Les murmuran consuelos. Que nunca ocurrirá de nuevo. Que ellos no se fueron, que siguen vivos en cada compañero. Que saben todo lo que ha pasado. Que lloren, no más. Que no es para menos.

Desaparecen cuando Wuñelfe avisa que, detrás de la cordillera, el sol amenaza con revelar su secreto. "

Ya el audiovisual del cuento se está transmitiendo en la señal internacional de TV Chile y en las primeras semanas de enero estará disponible aquí.

La Dina me dijo uno de los piropos más lindos que he recibido hasta ahora. Uno que atesoro junto a uno que me regaló Yuré y uno que me dijeron en TVN. La Dina me dijo que a nombre de los pocos chilenos que ella podía representar, me daba las gracias. Yo me atraganté y no pude decirle nada.

Luego comentó que a pesar de todos los muertos, los desaparecidos, los torturados, ella nunca había podido llorar por ellos, aunque hablara de ellos todo el tiempo. Que solamente tenía ese sentimiento de intenso dolor, como sin fondo. Y no siguió hablando tal vez porque temía que si empezara a llorar, no pudiera parar. Un día de estos les contaré con detalle de la Dina, y de lo que ella significó para el Antidoto, su familia e incluso cómo eso me ha llegado hasta estos días.

Cuando Mimí se reunía con viejos amigos de mi papá o de mis tíos, siempre aprovechaba para preguntar por antiguos compañeros o amigos de ellos. Las respuestas variaban entre se fue a vivir a otro país, se casó, está bien, está mal, ahí anda y así. Aquí, cuando hace mucho no se sabe algo de alguien, se comenta "no, si a tal lo mataron", con una naturalidad que espanta.

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diciembre 24, 2007

Lo que trae el Viejito Pascuero

En una venta de artesanías que impresiona rasca, encuentro camisetas del MIR, de Allende, de Miguel Enríquez, del FPMR, parches, posters, libros y DVDs (piratadas). Estas son las mejores tiendas para dejar mi dinero chileno. Compro desaforadamente.

Visitamos a la Dina, alguien a quién el Antídoto le debe, básicamente, el milagro de haber nacido. Escudriñando entre sus libros, me pasa uno sobre Allende. En una página, el Comandante revela lo que siempre había sido mi esperanza: Allende no se suicidió, como dijo la historia. Murió en combate, primero baleado al estómago, después a la cabeza y finalmente acribillado. Su guardia personal lo llevó a la silla presidencial, le pusieron su banda de presidente y lo envolvieron en la bandera chilena.

El Estadio Chile estaba cerrado, en un callejón que paesta a orines, en un sector popular, cerca de la Estación Central. Me alegra joder a varios Pacos preguntando por el Estadio. No entramos, pero afuera reconforta ver la cara pensativa de Víctor, identificando el Estadio donde lo asesinaron y que recién hace tres años lleva su nombre.

Es mi primera Navidad con tanto tanto calor. Estoy donde quiero estar con quien quiero estar y pensando en otras Navidades que vendrán, que diluyen cada vez más los infiernos navideños de mi infancia.

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diciembre 23, 2007

El Mercado Persa

Una experiencia muy chilena, es ir de compras al persa. Es una especie de mercado de las pulgas, que se instala sin permisos ni patentes en cualquier calle o cuadra y desde sus tolditos y pasillos venden de todo: desde vestidos de novia hasta bombillos.


Hoy hicimos el trayecto laargo hasta el Persa de El Bosque. De camino, el otro Santiago, el olvidado por el progreso, bordea la Gran Avenida. Fuimos porque la Abuela tiene un puesto en el persa. La abuela de 89 años, que desde hace 30, se dedica a revender cosas.

La buscamos entre los toldos bajitos y el calor sofocante. La encontramos en chanclas, los ruedos arremangados, rodeada de su mercadería y orgullosísima de nuestra visita. Interrumpía sus comentarios para convocar a los clientes que se detenían un momento a vinear lo disponible "Alguna consulta, con gusto, pase no más" "De tal cosa ya no me queda, pero luego traigo".

Nos presentó a sus puesteras vecinas, todas amigas. La de al lado, le compra agüita helada todo el día para aplacar el calor. La del otro lado, confecciona su propia ropa y la que vende, con lindos detalles porque es muy prolija y nos dice que la Bertita le levanta el ánimo en sus días más duros, que es un ejemplo. Más allá, dos profesoras jubiladas tienen su puesto. La de enfrente nos pide que metamos a la Berta en una maleta y nos la llevemos a Costa Rica, que aquí está demasiado sola.

Todas se saben la vida y milagros del Antídoto y familia y son muy amorosas con nosotros. Mientras conversamos con las profesoras, les vienen a entregar una bota roja navidad, es el regalo del sindicato. Ella abraza a la mensajera y a nosotros nos dice "Este es mi sindicato, este es mi color, hasta la muerte, amén".

Nos cuenta de los cesantes, abogados, ingenieros, maestros, que no les queda más que vender las cositas de su casa en un puesto del persa, para tener qué comer. De los daños que les han causado las multitiendas y esos supermercados gigantescos, donde venden camisas escolares que en el persa cuestan 2500 (pero son buenas) en 990, desechables, que se rompen en la lavadora cada dos meses. Pero la gente prefiere creerle a la publicidad, no a la experiencia.

A la vez, el Persa se empeña en sobrevivir porque la cosa está tan mala para la gente de verdad, que prefieren ni siquiera salir de sus barrios ni enfrentarse a esas tiendas de cadena. Ellos son fieles a sus raíces y siguen volviendo al Persa.

Cuando baje el calor, los callejones se llenarán de clientes preguntando precios, con la ventaja que en las compras de último minuto no piden rebajas. La abuela Berta se queda allá hasta pasada la media noche. Ella y sus 89 años, feliz de estar trabajando. Dice que sin su trabajo se muere. Que en el encierro en un apartamento o en una casa la mataría.

La profesora me deja pensando. "Este es mi color". Me lo dice con un orgullo y una enorme alegría, una especie de "no me vencieron", a pesar de tanto. Quisera saber qué fue de ella en la dictadura, de sus hijos, de sus amigos, de sus vecinos. Si la echaron del trabajo y por eso se dedica al Persa. Ella y los demás que son como ella son las historias anónimas del dolor chileno, a los que les fue mal con el gobierno militar y con la democracia, que tienen una pensión de mierda, que a su edad deben seguir trabajando y que sin embargo, encuentran la fuerza para ser amables, amorosas, cariñosas, hablantinas, auténticas para velar por la abuela y para preguntarnos a nosotros cosas de como si nos conociera toda la vida. Hasta sentí un poco de vergüenza de mí, al recordar las comodidades exageradas de mi oficina. Más tarde la abuela confirma que la vecina era profesora rural, que quedó cesante en el 73. Tiene una casa grande cerca del paradero 25 y recoge a todos los perritos de la calle. Ya va por cuarenta.

Un graffiti de la Gran Avenida, le pregunta a la estatuta de Condorito junto al Pipi Washington "Dónde esconde la gente la ternura?"

Sí, Condorito es chileno. Buenas Peras y Pelotillehue existen. Pero las mujeres chilenas no se parecen en nada a la Yayita.

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diciembre 22, 2007

Reflexiones sobre el exilio

El exilio es un país enorme: "Matile Urrutia partió al exilio", "Mi padre se vio afectado y tuvimos que irnos al exilio", "Mi tío salió al exilio", "Estuvo muchos años en el exilio"

Cuando uno pregunta dónde, se da cuenta que en exilio, los barrios tienen nombres de países "México, Venezuela, Ecuador, Brasil, Costa Rica, Dinamarca".

El regreso, en cambio, tiene un solo nombre: Chilito.

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La casa de Neftalí

Son tres: La Chascona, en Santiago. La Sebastiana, en Valparaíso. E Isla Negra. Laberintos que simulan barcos, de escaleras estrechas, ventanas redondas, techos arqueados. Y sus colecciones, de mariposas, de máscaras, de barcos.

En el livin de Isla Negra está María Celeste, su mascarón favorito. Cuelga de una viga y destaca con su color madera desnuda entre tanto mascarón de colores alegres, algunos de ellos datan de los 1700. Tal vez él estuvo enamorado en secreto de María Celeste. Le tenía un nombre cariñoso "mi pequeño milagro", porque en las noches de invierno, María Celeste llora por sus ojos de cristal opaco. Alguien le dijo al poeta que era un fenómeno físico, la condensación del calor en sus ojitos de vidrio. El insistía que no. Sabía que era sentimentalgia de verse a tan cerca del mar sin poder navegarlo.

Abundan los vidrios de todos colores, las botellas, las copas: "Hasta el agua sabe más rico si tiene colorcito". Hay una colección de soportes de patas de piano en la mesa. Pablo nunca tocó un piano. Pero le gustaban por lo mismo de siempre: cristales, bonitos y de colores.

El baño de las visitas está tapizado de tarjetas eróticas de los años 30, con mujeres rellenitas, casi sin ropa. Era su baño erótico. Hay un caballo gigante que rescató de una tienda de su infancia en Temuco. Hizo fiesta para recibirlo y ordenó a todos los amigos traerle regalos. Por esas coincidencias y opciones reducidas para ocasiones como estas, el caballo tiene lazos, montura, comida y tres colas. Se dice que es el cabllo más feliz del mundo. Hay lavamanos en cada sala, para su ritual de lavarse las manos antes y después de sentarse a escribir.

Guillermina, la que no es santa, decora el centro de un salón, mostrando sus tetas enormes, descubiertas, blancas, perfectas que antes adornaron a un barco e hicieron suspirar a piratas y marinernos. Decía que la bautizó así porque le recordaba a un viejo amor platónico, sobre todo en el pelo y en los ojos.

En el patio, un barco para este capitán de tierra que nunca navegó su propia nave, donde se tomaban los aperitivos, se bajaban mareados y se hacía sonar el campanario de 7 campanas para saludar a los capitanes de los barcos amigos que cruzaban el horizonte.

En la Capilla de las Caracolas, con el cuerno largo de un Narval, Neruda me demuestra que los unicornios sí existen.

Resulta reconfortante saber que se puede ser un comunista congruente y vivir rodeado de lujos. El Antídoto alega que ahí no hay lujos, solamente un enorme desorden de los juguetes favoritos de un hombre que nunca se avergonzó de seguir siendo niño.

Se dice que en Isla Negra tiembla cada 20 minutos. Esperaba ansiosa el clinclin puntual de los ventanales, ese sonido de viento de tierra. No sentí ni uno. Es decir, me estafaron.

Dos días después del golpe militar, Pablo se muere. Sus casas son saqueadas y destruidas por los milicos. A mí no me importa que digan que tenía cáncer. Yo sé que murió de tristeza.

De pronto, en el patio, me encuentro con su tumba, en forma de barco, al lado de la Matilde Urrutia, su chascona (despeinada). Abajo, sobre las rocas, su busto con su boina, mirando al mar. Y el mar, aquel de las siete lenguas verdes, con las siete voces verdes, repite en cada ola el ritmo de sus versos:

"Renunciaría a la primera palabra con tal de seguir mirándote"

"Me gusta cuando callas, porque estás como ausente..."

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Valparaíso

Me refesca con sus 18 grados, su niebla y su garúa de una Navidad en las montañas de Coronado. Necesitábamos salir de este horno que es Santiago en verano.

De camino nos detenemos en Curacaví, a comprar los dulces tradicionales de suspiros redondos rellenos de dulce de leche y de jalea de frambuesa.


Las calles del puerto tienen los nombres de todos los países, salvo de Bolivia. Aquí no hay relaciones diplomáticos con los bolivianos, porque se ponen muy necios con eso de exigir el derecho de comercializar sus productos con una salida al mar atravesando Chile, exigiendo la soberanía sobre ese paso, nada más porque lo perdieron en una de las batallas más sangrientas que recuerda el sur de América.

Los ingleses dominaron Valparaíso por años. Hay barrios enteros que parecen sacado de alguna calle de obreros en Europa. Después fueron llegando los alemanes, los yugoslavos. Pero en el puerto se habló inglés como idioma oficial casi hasta 1880. Los ticos salimos pringados de esa influencia. El primer café que se exportó salió vía Puntarenas (nuestro puerto)-Valparaíso. Aquí los ingleses le cambiaron los sacos y llegó a la corte de su majestad como "Café Chileno" a pesar de que no se producía ni medio grano.

Valparaíso es un montón de cerros y calles empinadas que se toboganean hacia el mar helado. Las casitas de todos colores que hacen equilibrio en las cuestas, le deben lo pintoresco a que los porteños bajaban de los cerros a robar pintura de todos los barcos que llegaban. Nunca alcanzaba. Nunca tuvieron colores uniformes.

Aquí se vino a refugiar el francés que se robó la cepa de la última uva Merlot del mundo, que hoy Francia no tiene, Chile explota y exporta y el mundo la baja por la garganta.

El primer periódico grande de Chile, estuvo en Valparaíso. Se llama El Mercurio. Durante el gobierno de Allende se acuñó la frase famosa de "El Mercurio miente". Aquí se sabe quién es quién dependiendo del periódico que compra. Ya ven, para la lucha contra el TLC mucha de la creatividad ("La Nación miente") llevaba 30 años de inventada.

En una plaza, los leones robados de los parques de Lima recuerdan el triunfo de las fuerzas armadas chilenas. Hay milicos por todas partes. Aquí se gestó y empezó el golpe. Allá está Arturo Pratt, heroe de la guerra del Pacífico, que muere con el hundimiento de La Esmeralda. La Esmeralda se llamó y se llama el barco de guerra que estuvo atracado en esta bahía después del golpe. Ahí como en el buque Lebu, torturaron gente. En veganza, Lord Cochran, un inglés mercenario, atacó a los peruanos y caputró el Huáscar, barco que hundió a la Esmeralda de Pratt y lo llevó a Chillán, de donde no ha salido casi en 150 años, a pesar de los reclamos del gobierno peruano. En venganza, este año, la Corte chilena ordenó por primera vez el allanamiento del centro de deteción y tortura flotante y de todos sus archivos.

Subimos en un ascensor de madera, viejo como el puerto, hasta el Paseo 21 de Mayo. Un puestero quiere saber si yo vengo en el crucero, porque él es campesino y le gusta tomar fotos para que su mamá vea todas las cosas raras que trae el barco.

"Yo denuncio a toda la gente que ignora a la otra mitad", acusa Federico (García Lorca), desde una pared en una calle cualquiera, de esas que digo que se toboganean.


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diciembre 21, 2007

TVN-acionalizada

Pasé toda la mañana como en zoológico. Caminando de acá p'allá como león encerrado, de mal humor, irritable, intolerante e insportable, quejándome desde las 8 de que íbamos a llegar tarde a la cita de las 12.

Fue lindo ir a TVN. Conocí a la productora del Concurso, la Claudia, que nos trató como si fuéramos ciejos amigos. Nos presentó al jefe de programación de la señal internacional, un hombre "muy instruido" nos dijo. Nos llevó por el canal, me presentó al dibujante que ilustrará mi cuento y ya entre cigarros, me dijo que ella se "hacía mierda" con partes enteras de mi relato. Lo leyó el Pepe Soza, un actor de mucha trayectoria que dicen que le dio una intención muy linda. Ya está al aire en la señal internacional. Se llama "Las Estatuas de la Alameda".

Fui seleccionada después de 5 rondas, elegida por el más facho de todos los jueces.

En la tarde me citaron en Plaza Constitución, a los pies de la estatua del Chicho. Y ahí me entrevistaron, casi media hora. Se me olvidó que acá no me entienden y me solté a hablar con toda velocidad, con toda mi fuerza. Reclamé la ausencia de memoria, los actos del salvaje que hoy se quema en el infierno, el progreso construido con sangre, que se use a CHile de ejemplo. Les dije que los pobres no estaban en riesgo social, si no en riesgo de morirse de hambre. Que si a los desaparecidos nadie los ve es porque nadie quiere verlos.

Les hablé de Joaquín Gutiérrez, de las políticas de don Pepe de puertas abiertas, de los profesores chilenos que forjaron una generación de hombres y mujeres. les hablé de don Eduardo, el dueño de Nueva Década, de la Sara Astica, de los homenajes en la UCR cada 11 de setiembre, de la marcha, de los libros, de los discursos e incluso de estas Anchas Alamedas.

Cuando quisieron saber porqué Chile, les dije que porqué no, que cómo era posible que ya nadie más lo recordara, que Villa Grimaldi viviera de limosnas, que aun se sintiera la mano del genaralísimo. Que todo esto era escupir en la cara a las víctimas y a sus familiares. Que de nada servía una estatua de Allende sin que nadie ya quisiera seguir su ejemplo.

Les dije que Allende quería para Chile lo que mi país tiene hace sesenta años y que todos damos por garantizado. Que me explicaran que tenía de malo darle un vaso de leche al día a cada niño, mejorar las condiciones laborales, exigir los derechos mìnimos.

Les dije que mi cuento erizaba la piel porque no eran detenidos desaparecidos o fantasmas de castillos. Eran el Lucho, el Pato, el Guatón, el Lalo, la Mari. Todos son historias cercanas, vivas. Les pregunté cómo podían jugar futbol en los estadios, hacer conciertos, en lugares de muerte.

Reclamé que borran la memoria, como cerraron la puerta de Morandé 80, como se erradicó la imagen de Allende, como echaron a todos los exiliados, como se perdió el nombre de la estrella que decora la bandera, como se perdieron los cadáveres de los dsaparecidos. "Yo esperaba encontrar en Chile más memoria y menos olvido." -les dije.

Me preguntaron si trabajaba en algo de derechos humanos. Les dije que no, pero que me gustaría hacerlo, que en mi país no es algo muy desarrollado. Tampoco entré en mucho detalle de que sí, que trabajo dedicadamente para el capital globalizado.

Quisiera que existiera un verbo para esto que vengo yo a hacer a Chile. Yo vengo a rendir homenaje, no a exaltar dolores. Vengo a agradecer el ejemplo. No puedo decir que sea lindo, no, porque me emociono tanto, que lloro, y mucho (son papelones, pero ni modo). vengo porque esto mi motor, lo que me da fuerzas, la música de mi empeño. No hay una palabra para algo que es triste, pero a la vez necesario, fuerte, que templa el carácter. Pero debería haberlo.

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De la noche del jueves

Tomamos Onces (el té) en la casa de la Tía Elsa, con muchos pasteles. Cuando nadie lo escucha, Rafael se queja que en esta familia solamente se cuentan las versiones oficiales de las cosas y nunca las que están pasando. Yo pregunto que si al abrir un armario salen los esqueletos escondidos, destrozándose contra el suelo. me dice que eso, precisamente. Todo esto para confirmar que un primo segundo es papá de un bebé y lo ha mantenido oculto por más de un año.

De camino al metro, nos acercamos a vinear un molote, flashes y gritos. Es Coco Legrand. Le digo que vengo de muy lejos y accede feliz a tomarse una foto conmigo.

En las noches sueño que estoy despierta, que camino por todas las calles, sin detenerme, que es de dìa, que hay un sol intenso. Que visito sitios, gentes, recuerdos. Me despierto agotada, con la sensación de no haber dormido nada. Es culpa de estas noches tan agitadas.

El periódico dice que sigue temblando, más o menos a media noche. Hay que bañarse casi que con los calzonillos puestos hasta último momento, por si acaso. siempre que hago eso, recuerdo a Mimí diciendo que la dignidad mínima de una mujer es no permitir que nadie le lave los calzones. Y los lavo.

En cuatro días han habido cuatro atentados con bombas, en instituciones y bancos. Algunos dicen que son los del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que andan buscando camorra. Otros dicen que los son los ex-DINA (torturadores), desesperados por estas condiciones tan aburridas de la democracia.

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diciembre 20, 2007

En defensa del ateísmo

Dice la Caquela que la Jimena la quiere llevar a misa "Yo no creo en nada de eso. Con todo lo que me ha pasado, cómo quieres que crea? La muerte de mi marido, criar sola a los niños, el terremoto de Valdivia en el 68 y luego, cuando finalmente todo estaba bien, mis dos hijos casados, todos felices en Santiago, se viene el golpe y mi hijo menor torturado y un hijo para un lado y el otro para el otro y el chico que aun no regresa y tanto amigo desaparecido, detenido, muerto. Cómo quieren que crea?"


"No crea no más, Caquela. No crea"

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Mi dont spik espanich

Pido "unas" de lo que sea, papas, palomitas, y siempre, sin falta, me dan dos. Me estoy acostumbrando a levantar un dedito cada vez que pido "unas" de lo que sea. Es peor con las palomitas, que en el cine se comen dulces. Las saladas son tan excéntricas que ni siquiera las mantienen calientes. Son para turistas.

No puedo decir que "vengo ahorita", porque aquí esa frase tiene implicaciones de inmediatez. Mucho menos "ya regreso". "Ya" es "sí, inmediatamente, en este momento, entiendo, claro, con gusto". Debo decir algo como "regreso al rato" o "vuelvo al tiro". Jamás un sinsentido como "ya ahorita" o "ya ya vengo".

Me estoy acostumbrando además a hablar realmente lento, a escoger mis palabras, a sonar bien la erre. Aquí no soy chistosa, ágil en mis respuestas, mal hablada. Aquí nadie me entiende cuando hablo y yo, muchas veces, no les entiendo a ellos y volteo buscando al Antídoto, para que traduzca. A veces me entra tristeza, esto, de no entendernos, de perder mi yo hablado, de que la gente conozca el yo con dificultades de comunicación, incómoda con las lentitudes y los enredos. Para rematar, de sombrero y anteojos, no pocas veces me saludan de Gus mornis Miss.

En el Museo del Sótano de la Moneda, vemos las arpilleras de la Violeta Parra. La Viola Volcánica, le decía Neruda. La Viola que acabó con ella misma por su propia mano por el desamor de un hombre. La Viola decía que "las arpillera son como canciones que se pintan"

En 1870, por todo el largo de Chile, los juglares llevaban las noticias. Hacían caricaturas de un hombre de tres cabezas, para contar del bebé nacido con deformidades. De un demonio-vampiro, colmilludo y de sotana para contar del diablo que vino a buscar a alguien en algún pueblo. Colgaban las caricaturas de cordeles, para que todos pudieran "leer" las noticias. Se llamaba la Lira Popular.

Ayer, en Avenida República, entre caserones antiguos y árboles sombreados, está la Pompa Italiana. Ser bombero en Chile es un honor reservado a pocos hombres que donan su trabajo gratuito, agrupados por su nacionalidad. El abuelo Alfredo fue insigne miembro de la Pompa, que pide a todos los italos que se unan a sus filas. El Antídoto se niega a entrar para evitar los honores y alborotos propios del nieto de Alfredito. Al menos se deja tomar una foto.

Las calles están llenas de artistas musicales. Un conjunto se acomoda bajo la ventana del banco Edwards y se queja de que el arte chileno sigue siendo perseguido. Lo mandan a callar del banco. A todo pulmón les dice que con eso solo consiguen lo contrario. En la cuadra siguiente, un grupo de música típica. Los vimos en Valdivia en febrero, a mil kilómetros al sur de Santiago. Los reconozco porque el guitarrista de la guitarrita chica es único. Parece una caricatura.

Los artesanos de la feria del museo no quieren agradar a nadie. No son groseros, pero se nota que su dignidad vale más que el dólar de un gringo. No son muertos de hambre, son artistas. No presionan la venta, casi que la resienten. Me alegro de comprarles algo y de ayudar con eso, con su callada protesta contra la turistización de lo chileno.

La foto de Víctor Jara sonriente, me presigue. Abajo dice una verdad absoluta "Te recuerdo, Víctor"

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diciembre 19, 2007

Terapias

El tìo Lucho me da un abrazo de oso, mientras me dice, con cariño "hija" y me acaricia el pelo. El llega un poco más tarde a la casa y me regala un libro de los detenidos desaparecidos del MAPU. En la noche, mientras lo leo, me entero de la historia de Mauro/Carlos. Un muchacho que hacía el servicio militar y fue asignado a Villa grimaldi. Fue amable con las mujeres, alimentaba a las embarazadas, le pasaba información al MIR. Fue colgado al pie del mismo árbol donde yo lloré apenas unas horas antes. Lo mataron a cadenazos.

Lucho dice que el día del lanzamiento del libro, llegaron los familiares desde todo Chile. Que lloraban y agradecían y contaban cómo en sus pueblos chicos, sus mejores amigos y familiares dejaron de hablarles cuando desaparecieron sus hijos, cómo los patronos exigieron silencio a cambio de trabajo. Y se disculpaban diciendo que necesitaban decir eso.

Lucho tiene fotos del abuelo, la abuela, el bisabuelo, mi suegro de niño. El parecido entre todos es inquietante. La genética no engaña. Comprendo, de repente, que el exilio significa perderlo todo, hasta las fotos a blanco y negro. No tener derecho al recuerdo, a las historias, en un mientras tanto que ya lleva 34 años.

Lucho también estuvo exiliado. En su primer día en Dinamarca, fue al super y compró galletas y leche. Las galletas tenían un gusto raro y la leche era ralita, muy delgada. Cuando aprendió danés se dio cuenta que comió galletas para gato y bebió agua pura de las montañas de Noruega.

La Caquela, no oye nada, pero es simpática y amorosa. Habla a los gritos, para escucharse. Dice que son sus 94 años, ya cobrando. Nos comunicamos con ella haciéndole preguntas y comentarios por escrito. Tiene además una patita mala y dice eso la tiene frita. En su mundo de silencio, la lectura la ha rescatado. Le llevamos libros grandes y gordos. Sonríe de la emoción y dice que no aguanta para empezar a leerlos. Calufa la espera con páginas abiertas.

La Caquela estudió para enfermera y nos impresiona con la primicia que la muerte del abuelo no fue accidente. Que ella supo al mes de tristezas, que necesitaba un médico y se vino a Santiago y buscó un psiquiatra. El le dijo que el trabajo era el mejor remedio. Y ella volvió a Valdivia y lo llamaba por teléfono cada quince días y le contaba paso a paso lo que hacía todos los días. Así fue sanando.

Que no se casó de nuevo por los niños, aunque había un francés, también viudo, interesado en ella. Ellos eran muy regalones con su padre y quién sabe como se llevarían con este tipo. Prefirió quedarse sola y montó una panadería que pagó los estudios universitarios. De mi suegro, cuenta que era un niño travieso y gordito, que hubo que ponerlo a régimen para que bajara de peso y que sin embargo, se subía a todos lados para encontrar los dulces.

La abuela Berta, con 88 años, trabaja todos los fines de semana, sale, hace diligencias, va al correo. Le habla a sus plantitas "Es mi terapia de hace ya 34 años, desde que me quedé sola. Si no fuera por eso, rallo la papa"

En el Museo de la Solidaridad Salvador Allende hay una exposición de arpilleras. Son cuadros hechos con las telas de los familiares desaparecidos, fotos cosidas a manos por las mujeres. "Así me saco esto de adentro"- dicen. Hay uno rojo y negro, de la moneda en llams y los cuatro jinetes del apocalipsis descendiendo. Hay varios de escenas de tortura, de cuatro mujeres azotadas, colgadas, violadas, sangrantes. Hay uno de La Esmeralda, y en sus adentros el recuadro de los hombres torurados. Hay muchos de la lucha, de la esperanza, de los cuerpos que flotaban en el Mapocho.

Hay cosas del Chicho. Su billetera de cocodrilo, su reloj, su banda presidencial. De alguna forma ver sus cosas, reales, presentes. Me confirma que no fue un sueño. Recordarlo siempre, este Chile que duele, es mi terapia.


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diciembre 18, 2007

En Villa Grimaldi

Me siento en el Bosque de los Abedules, donde los cuadros de hierba marcan el 1 X1 de las casitas de madera que retuvieron hasta 4 prisioneros. Les cuento, en el silencio de las hojas de los árboles, que escribí un cuento, acerca de ellos. Y les cuento otras cosas con lágrimas.

Caminamos por los senderos. Hace calor de zona bananera. De repente, en una esquina, como en una escena de García Márquez, se levantan mil moscardones y lo que le voy diciendo al Antídoto queda sumergido en el buzzz buzz ensordecedor de sus vocecitas negras.

La Torre está cerrada. Dicen que aun hay ahí ánimas penando. Una paloma empieza un cucú triste en su esquina. Un perquito verde, desubicado en estas latitudes, me recuerda mi casa. En el afiteatro, figuras de cartón de tamaño real de los detenidos desaparecidos le dan un aire lújubre. A los pies de una de ellas, los rastros de una candela consumida. "Está bien- me digo- hay que recordarlos como personas, no como fotos, como nombres o como números"

Me tomo una foto triste a la salida, rodeada de las fotos de 6 de los desaparecidos. Atrás dice "El olvido está lleno de memoria". Yo no sonrío.

De repente recuerdo el aviso que vi en el metro. Inti Illimani, el pasado 7 de diciembre, hizo un concierto en honor de los trabajadores y de los muertos de Santa María de Iquique, en el velódromo del Estadio Nacional, donde hace 35 años mi suegro se enfrentó a la electridad y a todos sus miedos.

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Si hay algo que tiene esta negra, es tumbao!

Los 33 grados diarios y las caminatas me tiene color tinaja. Hoy me enmuñequé para la reunión y salí valiente a enfrentar el metro, con el Antídoto de la mano, eso sí.


Le llevo medio cuerpo a la mitad de las mujeres y una cuarta parte de los hombres. Mis caderas son tan exhuberantemente anchas aquí, que no quepo en las cocinas de apartamento, que son un solo corredor angosto. Eso debe ser lo que me da una cierta cadencia al caminar, propia de cualquier latina, pero que aquí resalta a los ojos de todo el mundo. En la calle, me miran de arriba a abajo, esperando encontrar abajo los tacones altísimos que expliquen el tamaño y no mis tennis viejas. Los chilenos son más machistas, más matones, más descarados. Miran, no más. Y nadie les dice nada como "sucio, cochino, ordinario".

En la librería, el vendedor me pregunta si soy tica de Puerto Limón y cuando le digo que no, quiere saber si conocí a su hermana, la Gemela Parada, ticher del Lincoln College. Le chismeo que yo estudié al ladito. En el metro, me niego a ensangucharme en el tráfico de hora punta. Un tipo se me queda mirando detrás de la puerta que se cierra y no me quita los ojos de encima. No le importa que sea evidente que yo estoy con el Antídoto. Cuando el metro arranca, me cierra un ojo, pícaro. Me da mucha risa y no pueso enseñarle el dedo de en medio y decirle "sí, ijueputa, viera qué lindas que son las ticas".

En la tele ofrecen dos teléfonos de marca que se hablan entre ellos gratis por todoa la vida. "Para usarlos con tu mamá o con tu polola" dice la publicidad.

En países que juegan de civilizados, como este, el aire acondicionado se usa para aplacar el calor excesivo, pero no para congelar a los trabajadores ni para mantener un helado sin refrigeración ni para exhibir trajes propios de países donde cae nieve. Le informaré a los de mi oficina y a más de un trasnochado cliente. En la de menos me hacen caso por principio general de alienación.

Me urge comer algo nacional, conocido. Casi caigo hincada de emoción cuando los arcos dorados de McDonalds se abren en un materno abrazo. Nada como unas papas de malanga para devolver el sentimiento de hogar, casi olvidado entre tanta palta y empanada.



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diciembre 17, 2007

Santiago, clase turista

A las 6 de la mañana, me despierta un temblor. En la inconciencia quiero ponerme las tennis y salir, como siempre, a los gritos despavoridos. El Antídoto me sostiene. Estamos en un cuarto piso, doble puerta, 4 cerraduras. La tele dice que estamos de suerte: hay dos enjambres sísmicos simultáneos y llaman a todos a la calma.

Cuando digo que aquí yo no me pierdo, rajo. No vivo sin un mapa. Llegar a cualquier parte me toma recorrer las mismas tres cuadras cuatro veces, pasarme un kilómetro de la parada. Poco a poco. Al menos me ubico.

Decidimos hacer turismo como cualquier hijo de vecino. La casa de Neruda, la Chascona, cierra justo cuando llegamos, sudados y agotados, a refugiarnos entre su colección de mascarones, conchas y botellas.

Tips para futuras empresas: en el Juan Santamaría deberían haber panfletos de las ferias, exposiciones, lecturas, teatro, arte callejero para turistas como yo, que pasan lamentándose de todo lo que ocurrió este fin de semana sin que yo me diera ni media migaja de cuenta. Sería un negociazo. Eso y poner internet cafés a precio de Manhattan en lugares frecuentados por turistas. Alguien se apunta al financiamiento?

Bellavista es una versión de Barrio Otoya, con sus casas viejas hoy restaurantes. Nosotros hemos pecado como pueblo al permitir la destrucción de lo único bonito que tenía San José: las casas viejas. Hay una plaza de artesanías, el Patio bellavista, con precios para salarios en Euros. Ahí, aunque me muera del dolor de billetera, no me agarran comprando.

Nos regalan tiquetes para un bus panorámico de toda la ciudad. No tiene techo. Ahora parezco que vengo llegando del caribe, eso más mi acento exótico, me convierten en una auténtica extravaganza.

Almorzamos en el mercado. El Antídoto se ha transformado, desde que mostró el pasaporte, en un conneiusseur del asunto. Adoptó el acentro, las palabrillas, decida algunas calles, y para comer donde se ve bueno. Los precios no son de mercado. Son de retaurante 5 estrellas. ´Vale que no soy yo la que pago.

El bus panorámico nos lleva por todas partes. Frente la Moneda, me muestra los lugares desde donde el ejército le disparó a Allende. Tiene unos 20 años, el guía, pero me dice, muy serio "La imagen de la Moneda en llamas está grabada con fuego en la retina de la memoria del pueblo chileno", "americano- lo corrijo- americano".

Pasamos por el antiguo Barrio Alto. Es lindo, pero podrido. Por mì que todas esas casas se vengan al suelo.

Finalmente, el Barrio Lastarria. Alternativo, distinto, hip, gay friendly. Eso sí, solo 5 cuadras.

Mañana tengo cita importante de negocios, de esas que de lanzada llamè, pedí que me atendiran, me dijeron que sí y aquí me tienen. El viernes, estamos invitados a TV CHile, por aquello de mi cuentito.

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diciembre 16, 2007

Cena en Las Condes y visitas familiares

Así como Panamá es tolerable viviendo en Paitilla, y san José se tolera desde un penthause en Escazú, Santiago en verano se soporta cómodamente en Las Condes. Será por lo que decía Víctor Jara de que los ricos siempre son extranjeros en su propio país y en enclaves como estos, se respira un seguro estado unido de globalización estandarizada, con la tranquilidad que da la unidad de estilo de las tiendas de cadena y los restaurantes de comida chatarra. Eso sí, comparado con La Condes, en mi lista Escazú adquiere otro motivo más para ser considerado un basurero, o peor aun, un barrio obrero.

Mi amigo Mario cocina mal, pero entretiene harto. Nos habla de Isla de Pascua, de las casitas de madera, del ritualismo, de su desconfianza hacia los contis y de cómo no se sienten chilenos. (Iorana Mauradi, Yuré)Descansamos en su terraza del piso 20 y vemos la cordillera ponerse color bronce. A la derecha, sobre el edificio de Lan, descansa el helicópeto de Piñeira, su vampiro personal para que no me mezcle el pobre con la chusma.

La abuela necesita ir a ver al hijo de crianza que se le adelantó en morirse. Cuando tomamos el tercer bus, achicharrados y yo con trompas, recapacito de cómo se me ocurre hacerle caso a las direcciones de mi suegro, que en 35 años no ha estado en Puente Alto, que no sabe nada de los buses o de cómo se sufre de verdad el Transantiago, en lugar de al mapa. En Costa Rica, mi suegro no se pierde las noticias chilenas y memoriza la nuevas vías "Ya no puedo pasar por San Martín en hora punta". El tiene un Santiago completo en su cabeza, probablemente muy distinto al verdadero. El necesita que nunca llegue a sentirse realmente lejos. Alguien le dirá algún día. Yo no me atrevo.

Este cementerio queda al pie de la cordillera. No hay carritos de acercamiento y la abuela se encarama en silla de ruedas con sombrilla y el antídoto empuja y bufa colina arriba, hasta la laguna de los patitos. Luego entre placas tétricas de nombres y fechas hasta encontrar al nuestro. A la entrada venden flores y adornitos de jardìn que la gente pone en las tumbas. Es un día de paseo, con manteles y comida para los demás. Nosotros al Ramón le llevamos solamente a la abuela. Ella se persina, marcando el código de área al más allá, y le empieza a hablar como si lo tuviera en frente. Lo reta (lo regaña), lo regalonea (lo chinea) y dice "ya lo vi hijito" y se siente orgullosa de haberlo ido a ver con nosotros, "su familia".

Es tan agotador, que yo reconsidero si valdrá la pena ir a ver a mis muertos. Tomamos un taxi y la abuela le dice que no le paga los 1600 porque solo anda 1200. Nosotros nos reímos y, por supuesto, pagamos.

En las 18 paradas del barrio màs popular de Santiago, hay grupos de hinchas con las camisetas del Colo y sus cánticos plagiados por el Saprissa. Hay un mall que ofende al lado de las casitas sencillas. A las 7 juega el Colo contra la U de Chile. Yo le voy a los chunchos (la U).

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diciembre 15, 2007

Lo' comunistas y el Barrio Alto

Es la primera vez que camino tanto desde junio, cuando me lesioné mi patita.

En el partido comunista, compramos los relojes conmemorativos. Justo a tiempo, porque ese dìa en la tarde, cierran y se unen a los actos conmemorativos de la matanza de los trabajadores del salitre, en Santa María de Iquique. Sus horas de oficina serán a partir del 26 de diciembre, en la tardecita. La señora dice que me recuerda de hace 4 años, de mi primera visita.

En el mercado de Providencia, con los ojos màs grandes que la panza, pido dos empanadas de pino y me como solo una y media. Recorremos el pasillo y me abalanzo sobre la caja de frambuesas de 1 dòlar. me pingo instructiva y le digo al puestero que en mì país esa misma caja cuesta diez dólares. Se ríe y no me cree y me pregunta de qué planeta vengo.

Hay muchas formas de desangrarse en cada paso. Yo, por ejemplo, me deshidrato, tengo que sentarme, me mareo y escupo cuando me doy cuenta que el agua de botella tiene gas y que a mí me sabe a mierda. Me embarro el bloqueador como si fuera pintura de guerra.

Dicen que Los Dominicos antes era campo. Recorremos sus callecitas de adobe de mentiritas. Las artesanías están globalizadas. No son artesanos. Aceptan tarjeta de crédito. Llegamos en el bus 401, a punta de Transantiago, el peor insulto para el transporte, ideado por los que solamente usan auto.

A los pobres, para disimularlos, les dicen "niños en riesgo social", por dos dólares, el antídoto le compra una cena de Navidad a uno que se llama Vicente. En el Mall Alto de las Condes, los ricos compran a cuotas, hasta en los supermercados. En la caja, una dama pituca reclama que deberían haber cajas para extranjeros para que no estorbemos en la fila y una niña insolente me hace jurar que si me sale una cosa así, me hago cortar los tubos.

Los helados son pecadoramente sabrosos. El de hoy: frambuesa con frutos del bosque.

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La Moneda, 9 am

Están cambiando la guardia frente a La Moneda. Los turistas toman fotos y videos. Yo no soporto ver botas militares y morisquetas prusianas de disciplina marcando el paso, mucho menos aquí y como la más tonta, lloro y exijo que nos vayamos.

Hay muchos viejitos pidiendo dinero en las esquinas, en el metro, como congelados en el dolor de su pobreza y su soledad. Este es el desarrollo que yo no quiero.

Hay muchos perritos callejeros. A todos los saludo, a riesgo de pulgas y otras cosillas que les brincan en el lomo.

Hay mucho sol. Ando sombrero, bloqueador y el corazón en la mano.

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SJO-STGO

Nunca falta el burro que se saca toda la ropa para pasar por seguridad y se mete las monedas de 20 pesos en el boxer y atrasa toda la fila. Esta vez era un compañero de la U, asì que me di el lujo de matonear un poquito: "Isaac, muévase que me está atrasando"

El avión a Panamá se llamaba Hembra 190. Un nombre muy grande para una patineta con alas, sin campo para nada, hecho para personas de 1 60 que viajan sin jacket, almohadita de masajes del cuello, bulto, cuadro envuelto en tubo d eplanos, laptop, libreta y canguro.

Una bebé llora 6 horas seguidas en el avión. Hago nota mental de scribir a la FAA y pedir que así como exigen esos ridículos controles y me obligan a botar mi botella de coca lait caliente antes de montarme, a todos los güilas menores de 8 años habría que drogarlos en todos los vuelos.

Cuando voy aterizando, pienso que no importa las veces que regrese, la visión de la cordillera será siempre impresionante.

La cordillera es seca, sin vegetación, un grito rojizo que sale de las entrañas del fin del mundo pero que se detiene antes de llegar al cielo. Se me sale un repentino nacionalismo, de chonete y enagua de colores (que nunca me he puesto) y opino para mis adentros que esas montañotas se verìan re coquetas en Costa Rica, revestidas del verde del bosque tropical húmedo.

Esta vez regreso sin querer ser chilena. Regreso orgullosamente costarricense, con un papelito en la mano que dice que gané un premio, porque no me puedo olvidar que aquí pasó lo que pasó, porque me duelen todas las injusticias y esta, en particular, la llevo muy adentro.

En breves minutos estaremos pisando nuevamente las calles de lo que fue Santiago ensangrentado y en una plaza liberada cantaremos canciones por los ausentes.

La abuela me pregunta "Y tú, hijita? te acostumbarías a vivir aquí, conmigo?"


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diciembre 12, 2007

Con el corazón hecho un fideo, laaaaaargo

El viernes, a las 8 am, anunciarán que pueden subirse los pasajeros de Copa con destino a Panamá. Aunque nuestras filas están atrás, yo empezaré a joder al Antídoto que se levante, que se mueva, que se apure y estaré de primera al lado de la aeromoza para entrar soplada y amarrarme el cinturón apenas ponga el rabo en el asiento.

Volaremos una hora hacia Panamá. Y yo intranquila como gallina culeca.

Luego una hora en el aeropuerto, vitrineando, quejándome de los altos precios, de la baja del dólar y aprovechando ofertas de último momento de las que después indefectiblemente me arrepiento.

Y cuando esa hora finalmente pase, de nuevo los anuncios, la fila, la desesperación, el cinturón, todo el cuento.

El viernes 14, regresamos a Santiago.


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La versión china de "El cielo es el límite": "Que se abran cien flores, que compitan cien escuelas"


"Hace mucho tiempo vivía en el norte de China un anciano conocido como el Viejo Tonto de las Montañas del Norte. Su casa miraba al Sur, y frente a ella, obstruyendo el pasa, se alzaban dos grandes montañas. El Viejo Tonto decidió llevar a sus hijos a remover con azadones las dos montañas. Otro anciano, conocido como el Viejo Sabio, los vio y, riéndose, les dijo: 'Qué tontería. Es absolutamente imposible que vosotros, siendo tan pocos, logréis remover montañas tan grandes'. El Viejo Tonto respondió: 'Después que yo muera, seguirán mis hijos; cuando ellos mueran, quedarán mis nietos, y luego sus hijos y los hijos de sus hijos, y así indefinidamente. Aunque son muy altas, estas montañas no crecen, y con cada pedazo que les sacamos se hacen más pequeñas. ¿Por qué no vamos a poder removerlas?". Después de refutar la errónea idea del Viejo Sabio, siguió cavando día tras día, sin cejar en su decisión. Dios, conmovido ante esto, envió a la Tierra dos ángeles, que se llevaron a cuestas ambas montañas." -Así lo contaba Mao

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"Esto no duele"

No, si no me dolió. Para nada. Hace mucho tiempo que no le tengo miedo a los doctores ni a las agujas. Si lloré, es tal vez porque hace mucho necesitaba llorar así, sin amarras.

Fue además porque justo cuando estaba a punto de parar, de rejuntarme en una sola, vi a mi prima de repente sentada en la sala de espera y pensé, como siempre, en la falta que me hace Mimí y como en un día como hoy, que necesitaba llorar así, a mares, hubiera querido abrazarla y llorar y llorar y que ella me consolara como siempre, con su mano en mi cabeza, sin decirme nada más que lo que me decía a veces "Porqué estás triste, madrecita? Si es por un hombre, no hay ninguno que valga tus lágrimas"

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