Si hay algo que tiene esta negra, es tumbao!
Los 33 grados diarios y las caminatas me tiene color tinaja. Hoy me enmuñequé para la reunión y salí valiente a enfrentar el metro, con el Antídoto de la mano, eso sí.
Le llevo medio cuerpo a la mitad de las mujeres y una cuarta parte de los hombres. Mis caderas son tan exhuberantemente anchas aquí, que no quepo en las cocinas de apartamento, que son un solo corredor angosto. Eso debe ser lo que me da una cierta cadencia al caminar, propia de cualquier latina, pero que aquí resalta a los ojos de todo el mundo. En la calle, me miran de arriba a abajo, esperando encontrar abajo los tacones altísimos que expliquen el tamaño y no mis tennis viejas. Los chilenos son más machistas, más matones, más descarados. Miran, no más. Y nadie les dice nada como "sucio, cochino, ordinario".
En la librería, el vendedor me pregunta si soy tica de Puerto Limón y cuando le digo que no, quiere saber si conocí a su hermana, la Gemela Parada, ticher del Lincoln College. Le chismeo que yo estudié al ladito. En el metro, me niego a ensangucharme en el tráfico de hora punta. Un tipo se me queda mirando detrás de la puerta que se cierra y no me quita los ojos de encima. No le importa que sea evidente que yo estoy con el Antídoto. Cuando el metro arranca, me cierra un ojo, pícaro. Me da mucha risa y no pueso enseñarle el dedo de en medio y decirle "sí, ijueputa, viera qué lindas que son las ticas".
En la tele ofrecen dos teléfonos de marca que se hablan entre ellos gratis por todoa la vida. "Para usarlos con tu mamá o con tu polola" dice la publicidad.
En países que juegan de civilizados, como este, el aire acondicionado se usa para aplacar el calor excesivo, pero no para congelar a los trabajadores ni para mantener un helado sin refrigeración ni para exhibir trajes propios de países donde cae nieve. Le informaré a los de mi oficina y a más de un trasnochado cliente. En la de menos me hacen caso por principio general de alienación.
Me urge comer algo nacional, conocido. Casi caigo hincada de emoción cuando los arcos dorados de McDonalds se abren en un materno abrazo. Nada como unas papas de malanga para devolver el sentimiento de hogar, casi olvidado entre tanta palta y empanada.
Le llevo medio cuerpo a la mitad de las mujeres y una cuarta parte de los hombres. Mis caderas son tan exhuberantemente anchas aquí, que no quepo en las cocinas de apartamento, que son un solo corredor angosto. Eso debe ser lo que me da una cierta cadencia al caminar, propia de cualquier latina, pero que aquí resalta a los ojos de todo el mundo. En la calle, me miran de arriba a abajo, esperando encontrar abajo los tacones altísimos que expliquen el tamaño y no mis tennis viejas. Los chilenos son más machistas, más matones, más descarados. Miran, no más. Y nadie les dice nada como "sucio, cochino, ordinario".
En la librería, el vendedor me pregunta si soy tica de Puerto Limón y cuando le digo que no, quiere saber si conocí a su hermana, la Gemela Parada, ticher del Lincoln College. Le chismeo que yo estudié al ladito. En el metro, me niego a ensangucharme en el tráfico de hora punta. Un tipo se me queda mirando detrás de la puerta que se cierra y no me quita los ojos de encima. No le importa que sea evidente que yo estoy con el Antídoto. Cuando el metro arranca, me cierra un ojo, pícaro. Me da mucha risa y no pueso enseñarle el dedo de en medio y decirle "sí, ijueputa, viera qué lindas que son las ticas".
En la tele ofrecen dos teléfonos de marca que se hablan entre ellos gratis por todoa la vida. "Para usarlos con tu mamá o con tu polola" dice la publicidad.
En países que juegan de civilizados, como este, el aire acondicionado se usa para aplacar el calor excesivo, pero no para congelar a los trabajadores ni para mantener un helado sin refrigeración ni para exhibir trajes propios de países donde cae nieve. Le informaré a los de mi oficina y a más de un trasnochado cliente. En la de menos me hacen caso por principio general de alienación.
Me urge comer algo nacional, conocido. Casi caigo hincada de emoción cuando los arcos dorados de McDonalds se abren en un materno abrazo. Nada como unas papas de malanga para devolver el sentimiento de hogar, casi olvidado entre tanta palta y empanada.
2 Comments:
jamás lo pude haber escrito mejor: el abrazo materno de la insípida comida conocida.
5:21 p. m.
compita, siga escribiendo, que me tiene hipnotizada ;)
12:47 p. m.
Publicar un comentario
<< Home