Tal vez en el metro
Le pregunté que si alguna vez, cuando se detienen las noches, pensaba en cómo sería su vida si no hubieran tenido que salir de Chile. “Te imaginás? – le dije divertida- tendrías DNI y acento chileno”.
No me respondió, al principio. Luego quiso empezar a decirme que sí, que muchas veces se había imaginado las tantas cosas que podría haber sido o hecho. Pero solo me dijo que, al final, se había convencido de la futilidad de ese ejercicio. Es decir, que se había dado por vencido, respués de tantos años.
Yo, en cambio, imagino qué hubiera pasado si Allende hubiera terminado su mandato, vivo, llevando a Chile por la vía democrática al socialismo. O si ellos hubieran estado a la derecha, al otro lado, celebrando en ese setiembre la muerte de esos comunistas, esos desgraciados, esos cafiches del estado.
Si un día de verano, a inicios de enero, tal vez en el metro, de camino a su trabajo en una empresa multinacional de IT en Avenida Providencia; una turista de jeans y polera de madres de plaza de mayo, se sube en la estación de Moneda, mapa y cámara en mano, con los ojos brillantes, el pelo largo y sonriéndole a extraños, interrumpiendo esa tristeza solemne tan propia de los chilenos.
Si en la estación de la Chile la hubiera escuchado hablar y se sorprende de que ese acento exótico y extraño lo hace sentir nostálgico. Si alguien hubiera comentado en voz baja, ella misma- por ejemplo- que venía de aquí. Y entonces él hubiera cerrado los ojos y atravesando los túneles de las entrañas de Santiago se hubiera preguntado si hace treinta y tantos años hubieran tenido que salir de Chile, ella, la turista, en ese otro país, lo hubiera tomado de la mano un día a finales de abril, y hubiera querido saber si alguna vez él pensaba cómo habría sido su vida de haberse quedado.
“Vos me querés?”- le habría preguntado ella, solo por el gusto de preguntarlo. Y él, sonriendo, con ese acento exótico y extraño, que hubiera sido suyo, de nosotros, de ambos, le hubiera dicho que sí, que yo a vos te quiero tanto.
Y luego se hubiera bajado en la estación de Los Leones y habría dejado de pensar en cosas que son futiles de todos modos, porque nunca sabría a ciencia cierta qué es lo que realmente podría haber pasado.
No me respondió, al principio. Luego quiso empezar a decirme que sí, que muchas veces se había imaginado las tantas cosas que podría haber sido o hecho. Pero solo me dijo que, al final, se había convencido de la futilidad de ese ejercicio. Es decir, que se había dado por vencido, respués de tantos años.
Yo, en cambio, imagino qué hubiera pasado si Allende hubiera terminado su mandato, vivo, llevando a Chile por la vía democrática al socialismo. O si ellos hubieran estado a la derecha, al otro lado, celebrando en ese setiembre la muerte de esos comunistas, esos desgraciados, esos cafiches del estado.
Si un día de verano, a inicios de enero, tal vez en el metro, de camino a su trabajo en una empresa multinacional de IT en Avenida Providencia; una turista de jeans y polera de madres de plaza de mayo, se sube en la estación de Moneda, mapa y cámara en mano, con los ojos brillantes, el pelo largo y sonriéndole a extraños, interrumpiendo esa tristeza solemne tan propia de los chilenos.
Si en la estación de la Chile la hubiera escuchado hablar y se sorprende de que ese acento exótico y extraño lo hace sentir nostálgico. Si alguien hubiera comentado en voz baja, ella misma- por ejemplo- que venía de aquí. Y entonces él hubiera cerrado los ojos y atravesando los túneles de las entrañas de Santiago se hubiera preguntado si hace treinta y tantos años hubieran tenido que salir de Chile, ella, la turista, en ese otro país, lo hubiera tomado de la mano un día a finales de abril, y hubiera querido saber si alguna vez él pensaba cómo habría sido su vida de haberse quedado.
“Vos me querés?”- le habría preguntado ella, solo por el gusto de preguntarlo. Y él, sonriendo, con ese acento exótico y extraño, que hubiera sido suyo, de nosotros, de ambos, le hubiera dicho que sí, que yo a vos te quiero tanto.
Y luego se hubiera bajado en la estación de Los Leones y habría dejado de pensar en cosas que son futiles de todos modos, porque nunca sabría a ciencia cierta qué es lo que realmente podría haber pasado.
4 Comments:
La belleza de la historia está en que no tiene que pensar en la futilidad de aquello, y por tanto alegrarse de que no sea cierto.
7:28 p. m.
qué bello es imaginar el "what if" especialmente teniendo el "what" en la mano ;)
1:23 p. m.
Jejejeje, tener el "what" en la mano... suena vacilón!
Linda historia, Sole.
1:25 p. m.
saludos compañera
de un chileno bolivariano
y allendista
11:57 p. m.
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