Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

octubre 24, 2006

Fachenta

Ayer, gracias a que uno de los socios es un botado, a la hora pico del tráfico, estaba yo en el Miami Arena, a un costado del excenario. Best seats in the house.

Clapton tocó Wondeful, y me estaba viendo a mí. A mí, me estaba viendo, a mí.

Y también tocó Cocaine, y I shot the sheriff, y Crossroads, y todas las que son demasiado buenas.

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octubre 06, 2006

Bilingüe

Miami, 1980.

De la mano de Mimí, cruzo la calle para entrar al Shop Rite. Hace calor húmedo, como hoy. Mimí se siente orgullosa de mí, está convencida que el colegio privado ha obrado milagros en mí y que hablo inglés perfecto. Yo me siento orgullosa de Mimí; por primera vez a sus sesenta años se puso un pantalón para andar más cómoda. Y me siento orgullosa de mi short celeste brillante que hace juego con mi camiseta y me hace sentir como la versión latino-infantil de una película de John Travolta.

El supermercado es la cueva de Alí Babá y sus cuarenta ladrones, con montañas de chicles y chocolates y confites a precios que se miden tan solo en centavos. Como yo no entiendo de tipos de cambio, para mí es como si los dieran regalados.


El billete de veinte dólares que Ella me dio, es confiscado por Mimí “Tenés que llevarle algo a tu pobre madre que se mata trabajando por vos.” Yo no se lo discuto, pero empiezo a calcular cómo hacer para pedirle cuentas y no desaprovechar ni un cinco. Un par de limpiones, por más coloridos que sean, no pueden costar veinte dólares.

Mimí me deja hacer y deshacer por todos los pasillos. “Vení leeme que dice este shampoo”Fijate a ver de qué son estos chocolates”Para qué sirve este aparatito?”. Yo le explico con detalle todo lo que me pregunta y me recompensa. Llego a la caja cargada con suficientes confites para podrir todos mis dientes y los de mis hermanos.

Mientras me admiro de mi buena suerte, la cajera hace lo suyo y Mimí espera. La cajera le dice algo a Mimí. Mimí me toca el hombro “Contestale vos que hablás inglés porque yo no le entiendo”.

Inmediatamente le hago caso. Me cuadro, me sonrojo penosa y expongo internacionalmente y por primera vez mis versados conocimientos:

Hello, my name is Sole. How are you?”

La cajera me contesta algo molesta. No suena al “Fine, thank you” que responde Missis Rodríguez en las mañanas. Entonces lo intento de nuevo.

“I’m eight years old. My school is in Moravia”. Y le sonrío amistosa.

La cajera se suelta con algo que no me es conocido. Mimí se impacienta “Decile que nos haga la caridad de decirnos cuánto es…”

Yo reviso mi vasto vocabulario. Fan, cat, cap y map entre otros. Y me dejo ir con lo más selecto, escogiendo la entonación precisa que refleje tanto la impaciencia de Mimí y mi propia indignación sobre el desmerecido trato al cliente y turista extranjero:

One little two little three little indians!”

La cajera estalla en risas. Mimí entonces me aparta de en frente y empieza a reclamar por el relajo que es que llevemos más de una hora (cinco minutos) esperando que a ella le de la gana atendernos que si no ve que es una anciana (Mimí) y una criatura (yo) y que ella es diabética y se le descompensa el azúcar y que le explique porqué no me contesta si yo le estoy hablando en su idioma y que además le estoy hablando en forma educada porque Mimí se ha encargado de que yo no le falte NUNCA el respeto a la gente. Todo en español, muy lento y muy alto, y con tono de desesperación típico del drama que suele hacer Mimí por todo y dirigido a llamar la atención del público presente para que intervengan y detengan ese atropello.

La cajera, en lugar quedarse callada y llamar a algún cubano de los que abundan, comete la osadía de contestarle a Mimí. Y no solo de contestarle. De contestarle con el tono que en las pocas veces que por imprudente he usado yo, me ha valido una mirada helada de Mimí y la frase que me convence de cesar en mis intentos de igualada rebeldía :“Te voy a dejar la boca viendo para el culo”.

Finalmente, algún hispano compasivo interviene, calma el asunto, logramos pagar, empacar e irnos con nuestras compras y tiliches. Esa noche, mientras comemos, Mimí le cuenta a los demás de la malacrianza y el racismo de aquella cajera, que insistía en no entender que esta criatura era completamente bilingüe.

Miami, ayer por la tarde. El taxi me lleva por las callecitas del down town. Le pregunto si recuerda el shop rite y me enseña la esquina donde hace muchos años estuvo uno. Hacemos un alto en el semáforo. Frente a nosotros cruza la calle la señora morena de moño y pantalones morados con una criatura de shorts brillantes y pelito negro de corte de paje.

No me gusta esta ciudad. Está llena de fantasmas.

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octubre 03, 2006

Romped los moldes

Me he dado cuenta que eso de empezar a decir “mi esposo” en medio de una conversación sin interés, a perfectos extraños, tiene sus ventajas.

Me saca inmediatamente de ese estereotipo de mujer en los treintas, solterona, pero no lesbiana, que anda viendo a ver a quien, propio o ajeno, recluta para sus intentos de última oportunidad casadera de salir en las listas de bodas de las tiendas escazuceñas.

Me convierte en una persona con cero nivel de peligrosidad y no en una femme fatal en busca de víctima. Paso de ser esa libertina que cuenta chistes pasados y dice malas palabras a una mujer normal apenas un poquito zafada que se ve hasta vacilona, la pobre, ejerciendo tanta libertad prestada. Paso a ser alguien dependiente, a dejar de ser esa amenaza, a ser propiedad de alguien, a no poder yo solita. Dejo de ser una vagina dentada.

Y me mete al otro estereotipo, a la comodidad de que me crean mujer casada, de reto imposible, de destino seguro de infidelidad porque las mujeres casadas son infieles con el corazón primero aunque inmediatamente lo complementen con la cadera. Pero la intención es lo que cuenta. Me cobija una presunción de inocencia, de buena fe, de maternidad en todo lo que hago. Sería incapaz, por ejemplo, de hacerle un toque a un hombre casado.

Entonces me preguntan que a qué se dedica (el esposo), le echo las culpas de todo, me fían en las tiendas, me sonríen compasivos, entienden que él ande las tarjetas o imponga las agendas, me ayudan con las bolsas, me piden que lo salude. Justifican que yo sea una inútil o que les cancele reuniones por compromisos maritales o atender la casa y me preguntan para cuándo, para cuándo le daré a Ella la injustificadamente atrasada alegría de un nietito de ojitos negros como los míos.

Ni siquiera preguntan porqué no ando anillo, en cuál iglesia me casé, cómo fue el té, la boda, la luna de miel, si la casa la escogí yo, cuánto fuimos novios, si soy feliz, si lloro sin saber porqué, si es el hombre de mi vida, si me estoy muriendo a poquitos.

Cuando me canse de la mentira, supongo que diré que recién me vengo divorciando o que enviudé o alguna otra tragedia y escogeré mi estado civil todas las mañanas, mientras decido la camisa del Antídoto y la enagua que usaré ese día.

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