Bilingüe
Miami, 1980.
De la mano de Mimí, cruzo la calle para entrar al Shop Rite. Hace calor húmedo, como hoy. Mimí se siente orgullosa de mí, está convencida que el colegio privado ha obrado milagros en mí y que hablo inglés perfecto. Yo me siento orgullosa de Mimí; por primera vez a sus sesenta años se puso un pantalón para andar más cómoda. Y me siento orgullosa de mi short celeste brillante que hace juego con mi camiseta y me hace sentir como la versión latino-infantil de una película de John Travolta.
El supermercado es la cueva de Alí Babá y sus cuarenta ladrones, con montañas de chicles y chocolates y confites a precios que se miden tan solo en centavos. Como yo no entiendo de tipos de cambio, para mí es como si los dieran regalados.
El billete de veinte dólares que Ella me dio, es confiscado por Mimí “Tenés que llevarle algo a tu pobre madre que se mata trabajando por vos.” Yo no se lo discuto, pero empiezo a calcular cómo hacer para pedirle cuentas y no desaprovechar ni un cinco. Un par de limpiones, por más coloridos que sean, no pueden costar veinte dólares.
Mimí me deja hacer y deshacer por todos los pasillos. “Vení leeme que dice este shampoo” “Fijate a ver de qué son estos chocolates” “Para qué sirve este aparatito?”. Yo le explico con detalle todo lo que me pregunta y me recompensa. Llego a la caja cargada con suficientes confites para podrir todos mis dientes y los de mis hermanos.
Mientras me admiro de mi buena suerte, la cajera hace lo suyo y Mimí espera. La cajera le dice algo a Mimí. Mimí me toca el hombro “Contestale vos que hablás inglés porque yo no le entiendo”.
Inmediatamente le hago caso. Me cuadro, me sonrojo penosa y expongo internacionalmente y por primera vez mis versados conocimientos:
“Hello, my name is Sole. How are you?”
La cajera me contesta algo molesta. No suena al “Fine, thank you” que responde Missis Rodríguez en las mañanas. Entonces lo intento de nuevo.
“I’m eight years old. My school is in Moravia”. Y le sonrío amistosa.
La cajera se suelta con algo que no me es conocido. Mimí se impacienta “Decile que nos haga la caridad de decirnos cuánto es…”
Yo reviso mi vasto vocabulario. Fan, cat, cap y map entre otros. Y me dejo ir con lo más selecto, escogiendo la entonación precisa que refleje tanto la impaciencia de Mimí y mi propia indignación sobre el desmerecido trato al cliente y turista extranjero:
“One little two little three little indians!”
La cajera estalla en risas. Mimí entonces me aparta de en frente y empieza a reclamar por el relajo que es que llevemos más de una hora (cinco minutos) esperando que a ella le de la gana atendernos que si no ve que es una anciana (Mimí) y una criatura (yo) y que ella es diabética y se le descompensa el azúcar y que le explique porqué no me contesta si yo le estoy hablando en su idioma y que además le estoy hablando en forma educada porque Mimí se ha encargado de que yo no le falte NUNCA el respeto a la gente. Todo en español, muy lento y muy alto, y con tono de desesperación típico del drama que suele hacer Mimí por todo y dirigido a llamar la atención del público presente para que intervengan y detengan ese atropello.
La cajera, en lugar quedarse callada y llamar a algún cubano de los que abundan, comete la osadía de contestarle a Mimí. Y no solo de contestarle. De contestarle con el tono que en las pocas veces que por imprudente he usado yo, me ha valido una mirada helada de Mimí y la frase que me convence de cesar en mis intentos de igualada rebeldía :“Te voy a dejar la boca viendo para el culo”.
Finalmente, algún hispano compasivo interviene, calma el asunto, logramos pagar, empacar e irnos con nuestras compras y tiliches. Esa noche, mientras comemos, Mimí le cuenta a los demás de la malacrianza y el racismo de aquella cajera, que insistía en no entender que esta criatura era completamente bilingüe.
Miami, ayer por la tarde. El taxi me lleva por las callecitas del down town. Le pregunto si recuerda el shop rite y me enseña la esquina donde hace muchos años estuvo uno. Hacemos un alto en el semáforo. Frente a nosotros cruza la calle la señora morena de moño y pantalones morados con una criatura de shorts brillantes y pelito negro de corte de paje.
No me gusta esta ciudad. Está llena de fantasmas.
De la mano de Mimí, cruzo la calle para entrar al Shop Rite. Hace calor húmedo, como hoy. Mimí se siente orgullosa de mí, está convencida que el colegio privado ha obrado milagros en mí y que hablo inglés perfecto. Yo me siento orgullosa de Mimí; por primera vez a sus sesenta años se puso un pantalón para andar más cómoda. Y me siento orgullosa de mi short celeste brillante que hace juego con mi camiseta y me hace sentir como la versión latino-infantil de una película de John Travolta.
El supermercado es la cueva de Alí Babá y sus cuarenta ladrones, con montañas de chicles y chocolates y confites a precios que se miden tan solo en centavos. Como yo no entiendo de tipos de cambio, para mí es como si los dieran regalados.
El billete de veinte dólares que Ella me dio, es confiscado por Mimí “Tenés que llevarle algo a tu pobre madre que se mata trabajando por vos.” Yo no se lo discuto, pero empiezo a calcular cómo hacer para pedirle cuentas y no desaprovechar ni un cinco. Un par de limpiones, por más coloridos que sean, no pueden costar veinte dólares.
Mimí me deja hacer y deshacer por todos los pasillos. “Vení leeme que dice este shampoo” “Fijate a ver de qué son estos chocolates” “Para qué sirve este aparatito?”. Yo le explico con detalle todo lo que me pregunta y me recompensa. Llego a la caja cargada con suficientes confites para podrir todos mis dientes y los de mis hermanos.
Mientras me admiro de mi buena suerte, la cajera hace lo suyo y Mimí espera. La cajera le dice algo a Mimí. Mimí me toca el hombro “Contestale vos que hablás inglés porque yo no le entiendo”.
Inmediatamente le hago caso. Me cuadro, me sonrojo penosa y expongo internacionalmente y por primera vez mis versados conocimientos:
“Hello, my name is Sole. How are you?”
La cajera me contesta algo molesta. No suena al “Fine, thank you” que responde Missis Rodríguez en las mañanas. Entonces lo intento de nuevo.
“I’m eight years old. My school is in Moravia”. Y le sonrío amistosa.
La cajera se suelta con algo que no me es conocido. Mimí se impacienta “Decile que nos haga la caridad de decirnos cuánto es…”
Yo reviso mi vasto vocabulario. Fan, cat, cap y map entre otros. Y me dejo ir con lo más selecto, escogiendo la entonación precisa que refleje tanto la impaciencia de Mimí y mi propia indignación sobre el desmerecido trato al cliente y turista extranjero:
“One little two little three little indians!”
La cajera estalla en risas. Mimí entonces me aparta de en frente y empieza a reclamar por el relajo que es que llevemos más de una hora (cinco minutos) esperando que a ella le de la gana atendernos que si no ve que es una anciana (Mimí) y una criatura (yo) y que ella es diabética y se le descompensa el azúcar y que le explique porqué no me contesta si yo le estoy hablando en su idioma y que además le estoy hablando en forma educada porque Mimí se ha encargado de que yo no le falte NUNCA el respeto a la gente. Todo en español, muy lento y muy alto, y con tono de desesperación típico del drama que suele hacer Mimí por todo y dirigido a llamar la atención del público presente para que intervengan y detengan ese atropello.
La cajera, en lugar quedarse callada y llamar a algún cubano de los que abundan, comete la osadía de contestarle a Mimí. Y no solo de contestarle. De contestarle con el tono que en las pocas veces que por imprudente he usado yo, me ha valido una mirada helada de Mimí y la frase que me convence de cesar en mis intentos de igualada rebeldía :“Te voy a dejar la boca viendo para el culo”.
Finalmente, algún hispano compasivo interviene, calma el asunto, logramos pagar, empacar e irnos con nuestras compras y tiliches. Esa noche, mientras comemos, Mimí le cuenta a los demás de la malacrianza y el racismo de aquella cajera, que insistía en no entender que esta criatura era completamente bilingüe.
Miami, ayer por la tarde. El taxi me lleva por las callecitas del down town. Le pregunto si recuerda el shop rite y me enseña la esquina donde hace muchos años estuvo uno. Hacemos un alto en el semáforo. Frente a nosotros cruza la calle la señora morena de moño y pantalones morados con una criatura de shorts brillantes y pelito negro de corte de paje.
No me gusta esta ciudad. Está llena de fantasmas.
15 Comments:
Je, je...
Está muy bonita la imagen.
¿Y no te acordás por ventura que era lo que la cajera estaba diciéndote?
12:55 p. m.
Tengo una obsesión con el verbo tear, tore, torn. Siento que repetimos esa lección como diez veces y fue la primera vez que quise gritar de aburrimiento. Ah y cuando lo oigo no puedo evitar la imagen de una pizarra temporalmente puesta en un gimnasio mientras construyen aulas.
1:50 p. m.
Encantador, amiga, me fascinan tus historias de Mimí.
1:56 p. m.
¡Gracias! Excelente para iniciar un delicioso fin de semana lluvioso.
3:52 p. m.
De agarrarse la panza....
4:40 p. m.
Ja ja ja!
Mi tía cuenta algo semejante: ella habla francés en tanto que la otra persona se llame Monique, venga de París y tenga un sombrero (¿?) de no sé qué color...
muy bonita historia
11:18 p. m.
llegaste al miami del mariel!
2:33 p. m.
Conozco a esa niñita... a veces la llevo de la mano también.
2:51 p. m.
La última vez que fui vine enferma. De vuelta en el avión pasé vomitando...llegué acá con infección en la garganta, en los oídos y más abajo...una cosa terrible. El cuerpo se manifestó.
El día anterior tuve que salir a buscar una medicina a una farmacia, le pedí anginovag al dependiente ( de apariencia oriental) eran apenas las 6 de la mañana...yo desesperada por un dolor de garganta terrible...como pocas veces he tenido...le trataba de explicar qué era..."Aquí no tenemos eso" me dijo en perfecto inglés..." en este país nunca vendemos antibióticos sin receta médica, como seguramente lo hacen en el suyo"
Todo con un tono despectivo, grosero...indiferente a mi necesidad de alivio a esa hora....
Tenés razón, esa ciudad está llena de fantasmas...y ahora de Hummers.
No quiero volver.
11:25 p. m.
Tengo varios días de venir y encontrarme el mismo post que me sigue causando la misma gracia y las mismas ganas de dejar un comentario y las manos vacías porque no se que poner.
Así que voy a poner lo primero que pense cuando lo leí porque ya no aguanto, tengo que poner algo.
Que increible inocencia la de los niños y en que enrredos lo pueden meter a uno.
Que gracioso como piensan los adultos, esperan tanto de los niños y no saben en realidad que es lo que el niño está pensando.
Esa chiquita de la historia se parece a la chiquilla que hacía yo.
No puedo quitarme la sonrisa de la cara cada vez que vuelvo a entrar a este blog y a ver ese post ahí.
Creo que ahora resulta muy gracioso, pero que responsabilidad la de aquella chiquilla en su primera vez de traductora, vale que no quedó mal porque Mimí ni cuenta se dió...
1:30 a. m.
este lo he leído varias veces y todavía me causa una angustia feliz que no sé si necesito explicar. :)
5:52 p. m.
jojojojo!
Lo mejor es lo de los little indians...
que da tanta risa como tristeza dulce
3:42 p. m.
Eso de los little indians es una muletilla que podemos usar siempre con los que hablan inglés para romper el hielo. Se parten de risa. Imagino que es como un gringo que nos dice "Angelito de mi guarda, dulce compañía"... sería simpático.
11:57 p. m.
Hola Solen, quería darte las gracias por tu mensaje en el blog.
Un saludo afectuoso y te invito a seguir pasando por el otro que seguirá abierto por el momento.
12:59 p. m.
Realmente está genial, y si, esa ciudad es bastante...patética??!!
3:54 p. m.
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