Framed
Cuando llegué, me encontré a Pelusa llorando en una esquina. Llora calladito, y se le llenan de lágrimas sus ojos rasgados. A Pelusa le puse yo, Pelusa. Ella me dice a mí Zapatos Rojos, en su forma enredada que tiene al hablar. Mi pelusa tiene síndrome de down y lloraba en una esquina.
Cuando me vio, me abrazó con fuerza, su naricita de botón apretada a mi cintura y lloraba, sin decirme porqué o que le había pasado. Reconstruí la historia con cuentos a medias de chismosos y testigos.
Sara, un adulto como yo, trajo a su sobrinito de visita al kinder. El sobrino tiene casi dos años y a pesar de la edad, se ha perfeccionando como un insolente. Anda cargando un muñeco de peluche al que le dice Yiyi. Yiyi se huele a cien metros de distancia. Sucio, babiado, descolorido, roto en una esquina, tuerto de un ojo, comparte la cuna del sobrino, lo acompaña a todas partes, come antes que el niño y en general, se ha acreditado el lugar del favorito de la casa. A Yiyi nadie se atreve a tocarlo y no es solo por el asco. Para poder lavarlo, se arma una operación clandestina para secuestrarlo, mojarlo, enjabonarlo y secarlo, todo eso en la madrugada.
Mi Pelusa, simpática y querendona, le asignaron perseguir al sobrinito por todas partes y asegurarse que no se fuera a caer. Quién sabe por dónde lo anduvo, qué canciones le cantó, qué cosas le enseñó, o cómo lo entretuvo. La cosa es que al irse el sobrino, Yiyi había desparecido de sus brazos.
Ahí comenzó todo. Sara acusó a mi Pelusa de la desapareición y trató de hacerla confesar de mil maneras: por favor, te lo advierto, digame ya que el chiquito está llorando… así hasta el hostigamiento.
Pelusa negó todo. Es más, identificó un culpable: Se lo comió Zuzú, es decir, Fuser, mi perro.
Registraron el patio. No habría rastro de Yiyi, ni siquiera un trapito mordisqueado. Entonces la Pelusa pasó de nuevo al banquillo. Se desesperó buscando a quien echarle la culpa.
- Papi se lo llevó en una bolsa. (Papi tiene 81 años, parkinson, y no creo que recuerde qué es un peluche
- Que llamen a Coqui (uno de los trabajadores de mantenimiento del kinder. Lo llamaron y nada, obvio)
- Fue Henry! (su archienemigo de siempre, que ostenta la condición por ser liguista)
Cada excusa parecía confirmar la culpabilidad de mi Pelusa, que tiene antecedentes de malquerer a Sara y siempre le hace trastadas, como esconderle el pedazo de pizza, vaciarle el locker, decirle liguista o groserías similares. El sobrino pedía a gritos esmorecidos su Yiyi y llegaron la mamá, el papá, la abuela y una tía, con focos, a buscar el muñeco del mocoso, todos con lágrimas en los ojos, desesperados por el dolor del insolente.
Pelusa, viendo la cosa cada vez más compleja, buscó a su hermano mayor, que siempre la ha protegido y le pidió: “Llamen a papatos rojos – yo- para que me defienda”.
Al final el comité de búsqueda se retiró sin haber encontrado a Yiyi. Se presagiaba noche de tormenta con un niño lloroso que no podría dormir sin su compañero. Mi Pelusa, entre tanto, tiembla de miedo.
Consolé a Pelusa y le dije que yo sabía que el responsable era Fuser. Lo regañé muy fuerte y lo amenacé con pelarlo coco, enfrente de ella, como castigo de haberse comido al Yiyi. Le advertí a los chiquillos del kinder que dejaran en paz a Pelusa que ya estaba claro quién era el culpable. A Sara le aclaré, cerrándole un ojo, que fue Fuser, Fuser y solo Fuser el delincuente y que la Pelusa nada tenía que ver en el asunto.
En su casa, Pelusa es culpable hasta que se demuestre lo contrario y la castigan. Yo sé lo que es eso. Yo crecí en un lugar así, donde saberse inocente no es ningún consuelo, y la certeza del golpe depende de un capricho. Cada quien vela por cada uno. El miedo te marca. Siempre.
“Ya, Pelusita. No les hagás caso. Yo te defiendo.”
Cuando me vio, me abrazó con fuerza, su naricita de botón apretada a mi cintura y lloraba, sin decirme porqué o que le había pasado. Reconstruí la historia con cuentos a medias de chismosos y testigos.
Sara, un adulto como yo, trajo a su sobrinito de visita al kinder. El sobrino tiene casi dos años y a pesar de la edad, se ha perfeccionando como un insolente. Anda cargando un muñeco de peluche al que le dice Yiyi. Yiyi se huele a cien metros de distancia. Sucio, babiado, descolorido, roto en una esquina, tuerto de un ojo, comparte la cuna del sobrino, lo acompaña a todas partes, come antes que el niño y en general, se ha acreditado el lugar del favorito de la casa. A Yiyi nadie se atreve a tocarlo y no es solo por el asco. Para poder lavarlo, se arma una operación clandestina para secuestrarlo, mojarlo, enjabonarlo y secarlo, todo eso en la madrugada.
Mi Pelusa, simpática y querendona, le asignaron perseguir al sobrinito por todas partes y asegurarse que no se fuera a caer. Quién sabe por dónde lo anduvo, qué canciones le cantó, qué cosas le enseñó, o cómo lo entretuvo. La cosa es que al irse el sobrino, Yiyi había desparecido de sus brazos.
Ahí comenzó todo. Sara acusó a mi Pelusa de la desapareición y trató de hacerla confesar de mil maneras: por favor, te lo advierto, digame ya que el chiquito está llorando… así hasta el hostigamiento.
Pelusa negó todo. Es más, identificó un culpable: Se lo comió Zuzú, es decir, Fuser, mi perro.
Registraron el patio. No habría rastro de Yiyi, ni siquiera un trapito mordisqueado. Entonces la Pelusa pasó de nuevo al banquillo. Se desesperó buscando a quien echarle la culpa.
- Papi se lo llevó en una bolsa. (Papi tiene 81 años, parkinson, y no creo que recuerde qué es un peluche
- Que llamen a Coqui (uno de los trabajadores de mantenimiento del kinder. Lo llamaron y nada, obvio)
- Fue Henry! (su archienemigo de siempre, que ostenta la condición por ser liguista)
Cada excusa parecía confirmar la culpabilidad de mi Pelusa, que tiene antecedentes de malquerer a Sara y siempre le hace trastadas, como esconderle el pedazo de pizza, vaciarle el locker, decirle liguista o groserías similares. El sobrino pedía a gritos esmorecidos su Yiyi y llegaron la mamá, el papá, la abuela y una tía, con focos, a buscar el muñeco del mocoso, todos con lágrimas en los ojos, desesperados por el dolor del insolente.
Pelusa, viendo la cosa cada vez más compleja, buscó a su hermano mayor, que siempre la ha protegido y le pidió: “Llamen a papatos rojos – yo- para que me defienda”.
Al final el comité de búsqueda se retiró sin haber encontrado a Yiyi. Se presagiaba noche de tormenta con un niño lloroso que no podría dormir sin su compañero. Mi Pelusa, entre tanto, tiembla de miedo.
Consolé a Pelusa y le dije que yo sabía que el responsable era Fuser. Lo regañé muy fuerte y lo amenacé con pelarlo coco, enfrente de ella, como castigo de haberse comido al Yiyi. Le advertí a los chiquillos del kinder que dejaran en paz a Pelusa que ya estaba claro quién era el culpable. A Sara le aclaré, cerrándole un ojo, que fue Fuser, Fuser y solo Fuser el delincuente y que la Pelusa nada tenía que ver en el asunto.
En su casa, Pelusa es culpable hasta que se demuestre lo contrario y la castigan. Yo sé lo que es eso. Yo crecí en un lugar así, donde saberse inocente no es ningún consuelo, y la certeza del golpe depende de un capricho. Cada quien vela por cada uno. El miedo te marca. Siempre.
“Ya, Pelusita. No les hagás caso. Yo te defiendo.”
3 Comments:
déjeme al mocoso veinte minutos... yo se lo duermo ;)
2:22 p. m.
Nos turnamos... ya se resolvió el misterio. Fuser lo desenterró hoy de una esquina del patio. Ahora paso a comprar palomitas para ver a Sara disculparse con mi Pelusa.
2:26 p. m.
se debe haber asustado mucho la pobre, y cuando veía que no le creían se debe haber asustado más...
6:19 p. m.
Publicar un comentario
<< Home