Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

marzo 28, 2008

La rabia

5:58 am Voy a la Coca Cola a recoger unos muchachos que nos están haciendo una construcción en el kinder. Tengo que esperarlos 10 minutos. Un indigente revisa el basurero, y luego, con el mismo interés, ronda cinco veces mi carro, mirando hacia adentro. Cinco. Se marcha cuando algo brillante le llama la atención en el caño. Yo sé que el miedo me hace invisible.

6:30 a.m. Mientras desayuno en la soda del kinder, La Nación pretende que yo crea que después de un bombardeo que dejó cráteres en la tierra y arrasó con la naturaleza y evaporó el resto, se recuperó una laptop. Intacta. Que además tenía conexión seguro satelital desde la selva a Internet. De Movistar, encima, que es lo único que debe haber en esa zona. En la madrugada del lunes, 3 indigentes se metieron a robar a la soda. Un equipo de sonido, una maceta , un jugo y un minipie de fresa. Nosotros los vimos infraganti., No hubo policía. No hubo patrulla. Nosotros no hicimos nada. Un lunes, a las 3:00 am, el cansancio te vacuna contra la estupidez.

10:42 Avenida 7, cerca de la antigua escuela Mauro Fernández. Hay 6 indigentes recostados a la pared, tomando, idos, dormidos, riendo. De repente uno de ellos se levanta y se abalanza contra un señor pequeño, moreno, aindiado, de brazos muy fuertes. El atacado le da un golpe en la cara que resuena a través de mis ventanas cerradas. El golpeado va a dar a mi ventana. La llena de sangre, se recupera rápidamente y aprovecha la oportunidad. Me toca el vidrio con la mano extendida. Yo me salto el semáforo.

11:50 Colegio de X Profesionales. Llevo 45 minutos esperando una certificación de dos línea. De pie. Ni siquiera tienen excusas. El guarda se enoja porque le pido que venga al lado del chofer al recoger la insignia “Mis vidrios no son eléctricos” me disculpo. Supongo que la rutina les extirpó sentimientos como la compasión y la cortesía.,

2:30 pm Delegación policial de Pavas. Cubro a un abogado maricón que le dan miedo las cosas penales. Otro abogado, más maricón todavía, el de la contraparte, más alto y mucho más fuerte que yo, me echa el cuerpo encima, me empuja y casi me bota al piso. Le pregunto que dónde dejó los modales y le digo, viéndolo a la cara, que hay que ser demasiado maricón para golpear a una mujer por un tema de brete. El cansancio me pone valiente. La cosa penal inició porque un cliente ingresó a la fuerza con 9 matones a una oficina, se llevó documentos y máquinas y golpearon a un señor inválido de 80 años. Esos, los matones, eran los que yo defendía, así, de sustituta y emergencia.

5:45 pm. Un cliente que odio, ya con instinto feroz, me llama por vez número quince. Me salgo de la reunión y le pido que me explique, porque estoy segura que debe ser urgente. Me exige cuentas de dónde ando y porqué no contesto. Le digo que yo sería feliz trabajando solo para ellos, pero que hay otros clientes, igual de importantes, que merecen atención y que en ocho años, nunca les he fallado a ellos, a los del gerente necio, en cosas importantes. El cansancio, además de valiente, me pone bocona.

7:00 pm Me arremete la presa, el celular que no para de sonar y no tiene manos libres, el nuevo sistema de marcación que no considera a nosotros los disléxicos, la distancia, el niño sucio y con ojos de infierno que me pide dinero en una esquina, la viejita que siempre veo cosiendo sola vestiditos de Barbie.
Renuncie, señor Ministro, señor Alcalde. Tengan vergüenza. Tanta violencia en un día, en una sola persona, no es casualidad ni estadística. Es exceso de frecuencia, cotidianeidad.

We live interesting times, indeed. La decadencia propia de ese momento, justo antes de que se desmoronan imperios.



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marzo 26, 2008

Mal de patria

Cruzaron el Golfo de Nicoya en una noche sin estrellas, en una panga, cuatro mujeres solas, con los motetes a cuestas. Llegaron a la finca del Tío Jorge, en Abangares, hasta la tarde del día siguiente, todas sudor, todas polvo y cansancio.

La tía solterona, agotada, pidió descansar en la finca unos días, por lo menos antes de seguir hasta San José, donde las esperaba Rodolfo, el hijo sastre. La hermana accedió. Las otras dos por chiquillas, no opinaban: obedecían. Los días se transformaron en meses.

Un día la hermana dijo que suficiente y nos vamos y recogé tus cosas y si no querés venirte te quedás con Jorge que total siempre fue tu favorito pero yo me voy con mis hijas que Rodolfo también es mi hijo está espere que espere en San José y nos tiene casa.

La mayor de las chiquillas ya era una mujer. Yo me quedo con mi tía. Te quedás porque tenés un hombre- le reclamó la mama, entre dientes, casi con la mano alzada. Igual me quedo. Yo te la cuido. Hagan lo que les de la gana.



A la capital llegaron solo Brígida y Natalia. Rodolfo las llevó a vivir en una casita céntrica, cerca de la Polini, pequeña, pobre, pero limpia. Entre las dos lavaron, barrieron, arreglaron, para apropiársela a pocos.

Natalia veía por primera vez la ciudad, los carros, la gente de traje, bastón y sombrero, las señoras maquilladas, los parques, las calles; tan distinto todo, tan lejano.

Con el tiempo tuvo un primer trabajo, engavetó el acento, se compró el primer vestido, derritió sus trenzas y se hizo un moño, le entregó a la mama la mitad del sueldo, suspiró por un hombre moreno, el que luego fue “el papá de los muchachos”, en alguna vuelta en algún parque de esos josefinos.

Pero había días en que le daba aquello. Y se pensaba aun aquella chiquilla de vestidito de manta, sin zapatos, que recorría el campo cazando ardillas y loras que luego trataba de comerse asadas. Su último tercer grado de escuela. La maestra que le regalaba monedas para comprarse pinolillo en las tardes. El circo. La casa. Los vecinos, los primos, el Tata. Granada.

Ahora estoy mejor, verdad?, preguntaba, porque el remordimiento de ser malgradecida. Y Rodolfo, que había ofrendado su sueño de irse a vivir a Buenos Aires por traerla a ella y a la mama aquí, y que ahora cortaba y cosía telas en lugar se cantar tangos y vivir bohemio, le sonreía con tristeza.

Entonces el dolor se le asentaba.

Cuando nadie la veía, se iba al centro del patio, encerrado con latas. Alejaba los ruidos de la calle, de las pulperías, las cantinas, las casas de enseguida. Cerraba los ojos. Se diluían las montañas, la casa, el patio, la ciudad, el país. Solo quedaba Natalia. Y aquello, aquí, adentro, ardiendo. Y Granada, siempre Granada.

Entonces Natalia alzaba su cara al sol y extendía las alas de sus brazos. "Yo los batía con todas mis fuerzas, hasta qe me temblaban. Yo quería volar, volar, volar. Y volver a Nicaragua."

Natalia, mi abuela, Mimí, que con acento tico siempre me dijo “Amo a mi patria más que a mi propia vida”. Su noción de patria era el recuerdo. El recuerdo se llamaba Nicaragua.

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marzo 19, 2008

El espíritu de Semana Santa

Anoche, saliendo de Multiplaza, en la rampa para entrar a la pista rumbo a San José, sentí (más bien escuché ese arrugarse de la carrocería) donde pegué (el carro) con algo (presumiblemente otro carro). En la oscuridad, me pareció ver una toyotona negra, un tipo encorbatado y tan distraido como yo.

Increíble. Sobre todo porque llevo tres días de disfrutar de ambiente de domingo de ida y venida al brete, sin presas, trailers, buses, peatones, motos y sobre todo, con tiempos record de 15 minutos de lado a lado de la ciudad y no los 75 acostumbrados.


A tono con las fechas santas, hice lo que cualquier cristiano en mi posición hubiera hecho: Pedí perdón mentalmente y me di a la fuga. El otro, hizo lo que cualquiera en su posición, hubiera hecho. También se dio a la fuga.

Mientras yo recorría la pista a toda chancleta, preguntándome en qué momento me atravesaban un carro enfrente, me bajaban esposada del carro, me tomaba una foto la Extra, a cuál taller llevaba el carro, cómo le lemtía al INS esa yuca y de qué tamaño sería el pichazo, estuve a punto de chocar otro par de veces, como se observa, por andar en la luna.

Al llegar al semáforo en La Sabana, un vehículo con la descripción del sospechoso hizo el alto al lado mío, me pitó coqueto y me hizo un saludito (amable) con la manita. El chorrete de pintura amarilla de mi patomóvil en su espejo derecho lo delataba como partícipe de lo ocurrido, confirmando mis sospechas que fue culpa de él por tratar de rayarme por la derecha. Casi casi me bajo del carro. pero me aguanté como los machos y en lugar de eso, llamé al Antídoto con voz temblorosa a decirle que me habían pegado el carro hacía como 7 kilómetros, que no paré, ni llamé al tráfico, que sonó horrible, que seguro iba con el carro destrozado pero que no había revisado.

Al llegara la casa, verifiqué que salí prácticamente ilesa, apenas con un rasponcillo sin gracia que no se ve ni tan mal. Nada quedó arrugado.

Es evidente que fui víctima de un milagro. Eso, o el otro conductor también era abogado.

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Unplugged

Tengo para vos un regalo: 24 horas sin computadora, televisor, celular, teléfono, perro familiares, clientes, documentos, contratos, mandados o amigos. Para nosotros, ná más.

El viernes, sí. El mismo día que estas alamedas cumplen tres años de estar cibernéticamente abiertas al público.



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marzo 13, 2008

El señor Juez

No recuerdo bien el año. El numerito, digo. El cuándo lo tengo claro: Baltazar Garzón, un juez español, ordenó por primera vez la captura internacional de Pinochet, por criminal. Por delitos de lesa humanidad. Y el generalísimo, apoyado como siempre en la mentira, se hizo por enésima vez el enfermo y se encerró en Londres. Primero en su clínica y después en sus mansiones. Lo visitaba la Margaret (Tatcher) y tomaban el tecito juntos e intercambiaban quejas de lo molestos que son esos indios.

Después Chile, en democracia, volvería a humillarse ante el hombre que la había desangrado y se vio obligada exigir con voz forzada que lo dejaran en paz, atribuyéndole al asesino condiciones que nunca tuvo: hombre, libre, expresidente, ciudadano, chileno. Confundieron los alegatos. No era inmune: era impune.

Pero mientras lo tuvieron encerrado, Baltazar Garzón vino a Costa Rica. Y el auditorio nacional se lleno de lado a lado, con estudiantes, vinos, bombetas y la alta jerarquía. Si alguien hubiera puesto una bomba, nos hubiéramos quedado sin gobierno. En un ala, los 22 magistrados. Más allá, casi todos los ministros. No faltaron diputados, periodistas, jueces y alcaldes. Es decir, estábamos toda la chapulinada.

Yo llevaba un poster de Garzón y me aferraba al pilot, atenta al momento en que saludara al público, para abrirme paso a codazos y conseguir un autógrafo. Desde entonces yo ya quería a Chile y me dolían todos: Allende, Víctor, Miguel, Pablo. Además, en las revistas Hola, en las fotos del periódico, Garzón se veía guapísimo.

Salió un hombre pequeñito, de traje oscuro. Todo el auditorio hizo silencio. Yo esperaba, emocionada, que lo que perdía en estatura lo compensara con el trueno en la voz del Rafael de la justicia española. Pero no. Tenía una vocecita aflautada y sin gracia. Lo primero que dijo fue “Mi madre mea’nzeñao quez de bien nazios zer agradecios”… y lo demás se me quedó perdido en la decepción. Decepción que se agravó cuando aclaró que no se iba a referir al caso de Pinochet, porque estaba en proceso y él, igual que los jueces de aquí, tenía un impedimento legal para hablar de eso.

Habló dos horas, largas y desesperantes, sobre el proyecto de la corte internacional penal y las intrincadas teorías de la sanción como instrumento del derecho entre los países. Los juristas más arrechos, disimulaban los bostezos. Los estudiantes no. Achantados en las sillas, no veíamos el momento en que terminara. Como orador, un fiasco completo.

Llegó el momento de las preguntas. Se bailó todas las que hacían referencia a dictaduras, desaparecidos, torturas, a la América Latina violada por los militares, a la memoria, a la herida, a lo que está pendiente. Es decir, no contestó nada. Solo más elaboraciones doctrinarias de algo que en ese momento a nadie le importaba.

El encargado del protocolo presintió ese movimiento general de me alisto que voy jalando. Ese cierre de carteras, el amarre de la jacket, revisar si algo se quedó en el piso, animarse a ser el primero que se va, levantadas en falso, dismular la prisa. Pidió paciencia. Don Baltazar tiene que irse de primero, por razones de seguridad. Denlen un chancecito. Las huidas se abortaron y todos, obedientes, esperamos sentados mientras llegaba su escolta y lo sacaban bien blindado.
Entonces las tres últimas filas del auditorio se pusieron de pie. Sin decir nada, empezaron a aplaudir. Sin parar. Cada vez más fuerte.

Las tres últimas filas. Aplaudiendo. Con la mirada fija en el juez. Con la mirada húmeda. Los de las tres últimas filas, lloraban. Lloraban y aplaudían. Hombres y mujeres, los de las tres últimas filas. Hombres y mujeres chilenos. Exiliados, ex torturados, ex detenidos desaparecidos. Sobrevivientes. Llorando. Aplaudiendo. Sin decir una sola palabra. Agradeciendo.



Nota de Sole: La reciente visita de Baltazar Garzón me recordó este episodio, que ocurrió tal y como lo cuento. Entre los chilenos, yo reconocí a varios, por eso supe quienes eran. Acaba de morir don Joaquín Gutiérrez Mangel. A él también le dieron las gracias, los hombres y mujeres a los que les salvó la vida. En su entierro, muchos puños se levantaron al aire y lo despidieron así "Compañero Joaqín Gutiérrez! Presente! Compañero Joaquín Gutiérrez! Presente! Compañero Joaquín Gutiérrez! Presente! Presente! Presente Ahora y siempre!" Y qué le va a hacer una, sino emocionarse?

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marzo 12, 2008

Life on Mars

Al lado de la piscina de un hotel cinco estrellas, no se siente calor. Hay una brisa fresquita, como controlada por aparatos secretos escondidos en alguna palmera. Hasta las moscas que merodean la mantequilla batida con hierbas, se ven aseadas. Las sillas son cómodas, las servilletas de tela. Estamos convenientemente lejos de las otras mesas para poder conversar a gusto.

Aquí nadie ve los precios en el menú. Los millonetas porque no les pesa, ni el precio ni la conciencia. Los lavados wannabe, porque sabemos que hoy invitan: lo angurriento y lo muertodehambre debe venir ya en el “pool” genético. Escogemos sin asco ni consideraciones a las billeteras ajenas “A mí biskécito de langosta de entradita y unos camaroncitos jumbo de plato fuerte. Ah! y no se le olvide mi puré adicional y las zanahorias glaceadas…”.


Aquí nadie come como los peones, aquí nadie tiene horario, aquí a nadie le urge. Aquí es obligatorio disfrutar el ambiente y luego contarle a esos que están detrás de la cerca, para que envidien y se pregunten de dónde sale tanta plata en este país, quién es tan insensible de gastarse el salario de su empleada en un almuerzo, si algún día podré ir a un lugar así. Entonces, en lugar de cuestionarse la injusticia de la diferencia querrán ser ellos los diferentes, los superiores, los que pagan la cuenta con tarjetas que no tienen límites emitidas por bancos glamorosos.

El mesero detiene las ínfulas hambrientas. Primero nos toman la orden de las bebidas. Siguiendo su guión, comete el error de preguntar si querríamos agüita fría. Uno de los comensales, que estaba acomodándose la servilleta de hilo sobre los pantalones de sastre, como indica la etiqueta, levanta la cara y con furia mesiánica le espeta:

“ SÍ, PERO A MI AGUA DEL TUBO, ME OYÓ? Y A ELLOS TAMBIÉN. DEL TUBO!! NO QUIERO QUE ME TRAIGA DE ESAS AGÜITAS EVIAN DE DOS MIL PESOS LA BOTELLA Y NO HEMOS EMPEZADO A COMER Y YA TENEMOS UNA CUENTA DE DIEZ MIL PESOS POR UNA COCHINA COPA DE AGUA QUE NADIE NUNCA SE TOMA Y QUE SEGURO DESPUÉS VUELVEN A METER EN LA BOTELLA Y SE CLAVAN A ALGUEN MAS!”

El mesero inclina levemente la cabeza, sin discutirle y se va y regresa con las cocas lai, limonadas y tés fríos y cuatro copitas con agua. Del tubo. Yo la mía no la toco por analogía. Me explico: a mí me dicen eso que le dijeron a él con esa insolencia y yo le escupo el agüita, por lo menos y se la sirvo con una sonrisa. Luego me escondo detrás de las cortinas de terciopelo para verlo cómo se la toma.

Los comensales nos quedamos callados. El berrinche interrumpió la conversa y evidenció esa verdad que entre nosotros, no tenemos nada que decirnos. Se evidenció el marcaje de cancha: aquí hay dos que pagan y dos que comemos a costa de ellos, como invitadas.

Para tratar de arreglar su altanería, el grosero se defiende:

“No, que quede claro: a mí no me duele pagar por comer. De hecho ustedes saben que disfruto de comer bien. He pagado cuentas de miles de dólares en las capitales del mundo por comer bien y las seguiré pagando. Pero es que estos cabrones te meten agua de la más cara solo por joderte!”

Y el otro, que también invita, lo desarma:

“Mae, sí, talvez, pero cuando el pobre maecillo preguntó si queríamos agua, “del tubo, por favor” hubiera bastado”

Nota de la redacción: El protagonista de esta historia NO es el Patán que suele rondar estas Anchas Alamedas.

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marzo 07, 2008

Ocurrencias a propó del Día Internacional de la Mujer

Las mujeres de mi generación arreglábamos todo a pellizcos. Los había de todas las modalidades, los que se centraban en el pellejo, los que enchilaban, los que agarraban gordo, los que no hacían nada. Había una cierta vocación de mártires en los compañeritos que insistían en la jodienda, ilusionados con la medalla en el brazo que mostraba un pellizco merecido. Recuerdo a uno, a Alejandro, que destrozado por la fuerza pellizcante y con lágrimas en los ojos, le reconoció galantemente la inmunidad a su atacante: “No le pego solo porque mi papá dice que a las mujeres ni con el pétalo de una rosa”

Hay una librería por la U, a la que cada vez que entro a husmear libritos me saludan más o menos como si fuera el regreso del mismísimo Che Guevara a La Habana “Adelante, compañera, mujer, diosa de la tierra, respeto del género, nostras todas y todos debemos unirnos y unirnas, para lograr la lucha y la victoria por encima del desprecio chovinista” y si no me agacho me dan un abrazo de oso en célebración del encuentro, como si fuéramos unicornios y no el 51% de la población. A mí el feminazismo africanizado me da urticaria. Un día, en lugar de salir corriendo, voy a sacar el ratito y explicar, tecito en mano y libro ajeno en la otra, que no, que yo no me siento especial por ser mujer, que es una condición que venía conmigo, que no la escogí. Que la vagina no me hace más o menos revolucionaria, compañera, combativa o superpoderosa.


No creo que un proyecto hecho solo por mujeres salga mejor que uno de un grupo mixto o solo de hombres. Creo que en el peor de los casos, lo único que puede ser es un bastante más conflictivo por esa tendencia a la viborosidad y. La sensibilidad, la creatividad, la compasión, en cualquiera de sus versiones, no se fija en el sexo asignado.

A veces me pregunto si soy machista. Aprecio la caballerosidad. Me gusta cocinar para un hombre. Me gusta planchar. No me quejo del rol de las mujeres. Lo disfruto. Quiero ser mamá. Pero también soy, en esencia, mandona; no me gusta maquillarme y prefiero los jeans a un vestido y cuando era pequeña quería ser hombre. Resentía la cárcel de sentarme como una señorita, no enseñar los calzonillos y de peinarme.

Nunca, nunca, me han discriminado ni maltratado por ser mujer. Nunca. Por el contrario, he obtenido beneficios que harían lucir como un angelito a la mujer que describe Ester Vilar en el Varón Domado. Dicen que he tenido suerte. Yo creo que es cierto.

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