Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

febrero 18, 2008

La Solteronidad, como una condición a evitarse

Sábado de cualquier mes del último año. Yo, sentadita en un pupitre de un aula de mi facultad, tratando de poner atención, pero molesta de estar escuchando anécdotas y logros personales en lugar de información útil.

Entonces la profe dice “Lo que Sole apunta es de suma importancia, porque blah blah blah”.

Me cambia la actitud. Quién es? De dónde nos conocemos? Le caigo mal o directo me odia? Será alguien de quién tenía que acordarme? Cómo disimulo ahora tanto aburrimiento? Cómo me muestro simpática?

En el recreo, se me acerca y me pregunta si ella y yo salimos del mismo Colegio. Resulta que sí. Tengo la excusa que los mayores nunca estábamos obligados a recordar a la mostacilla. Comparamos recuerdos, profes y conocidos. Queda claramente establecido que yo soy apenas dos años mayor que ella. Se agota el tema y entonces ingresa, pesado, el silencio. Digo cualquier cosa para salir del paso, algo así como “Qué tema tan interesante!” y de repente, me dice:

“Sí, vieras que mi novio es de Timboktú y viene todos los meses, ocho días al año a verme; todos los meses, sin faltar ninguno”.

A mí, me lo dice. Como para defenderse del ataque de mi presencia, de compartirme este pedacito de información personal que revela que tiene más de treinta años. A mí me lo dice, que no me conoce, que no sabe quién soy, que no soy su amiga ni su hermana ni su nada. A mí, para que me quede claro, por cualquier cosa, que a pesar de tener más de treinta, ella no está sola, que tiene a alguien que la quiere tanto, que paga una vez al mes un tiquete de avión completo y recorre el mar para verla.

A mí, que me quedo pensando si el Timbotucense tendrá novia en su país de origen y esto será un lance tropical apenas para las visitas de trabajo, como tantos otros. A mí, que me duele verle esa soledad, esa necesidad de reafirmarse con una extraña, ese “tengo novio, sabés?” que no me impresiona. A mí, que la palabra novio, ya para estas alturas de la vida, me parece demasiado quinceañera, demasiado decente. A mí, que talvez hace mucho, ese despliegue de plumitas de colores me hubiera hecho sentir secretamente humillada, obligándome a compararme, perdiéndome ante la exigencia social, pero que ahora, pensándolo, casi que me da lástima.

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febrero 17, 2008

Mijail (apto para amantes de los perros)

Mi primo Adolfo no es en realidad mi primo. Es más bien mi primo segundo. Pero nos criamos juntos, uno al lado del otro, desde siempre. Nos bañábamos juntos a palanganazos hasta que nos dio vergüenza. La que es mi prima es la mamá de él, que también fue como la mía, porque los cuatro pasábamos donde Mimí. Pero yo a los dos les digo primos y así no me enredo.

Todo esto lo digo por mi primo, Adolfo, tiene un perro, un husky color caramelo y de ojos celestes: Mijail, que como todo perro querido, se siente persona. Mi primo Adolfo mide 1.90, pesar 240 libras, es un mamulón de 34 años que vive con su mamá y duerme en la misma camita de cuando se bañaba conmigo. Mijail duerme con Adolfo, en la misma cama, todas las noches, desde hace 10 años que se conocieron. Cómo se acomodan en esa estrechez, sigue siendo un misterio.


Mi primo Adolfo aceptó un trabajo en Honduras y se fue. Llama todos los días, pero el Mijail resiente esa voz sin cuerpo y nunca se queda a escucharlo por teléfono. Mijail sigue durmiendo adentro, ahora con mi prima, el otro perrito, que es más pequeño y una gata, pero no encuentra consuelo.

Dice mi prima- la mamá de Adolfo, que es como si fuera la mía- que anoche Mijail y ella entraron al cuarto de Adolfo. Mijail, con el hocico, empezó a quitar sábanas y cobijas de la que fue su cama compartida, ahora vacía. Gruñendo y buscando, esparció almohadas por el piso hasta que le quedó una sola. Recostó en ella su cabezota acaramelada y en silencio, le empezaron a salir lágrimas de sus ojitos de hielo.

La naturaleza hizo a Mijail para soportar largas distancias, correr por horas, ubicarse en el polo, jalar un trineo, resistir el viento.

Y sin embargo, Mijail llora como un hombre la ausencia que sufre como el más leal de los perros.


No es Mijail, pero es igualito.


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febrero 16, 2008

La censura

Una es "alta". Como de 1,60 y gordita, con pelo con forma de nada. La otra parece de 10 años. La alta tiene una enagua hippie y morada una camisa polo blanca y unos zapatos tejidos que deben ser de la mama. Nada le combina, pero ella se siente ya entrada a grande. La pequeñita se ve más natural, menos forzada, pero también más niña. Deben ser los jeans que evidencian que aun no desarrolla. Tal vez son los frenillos. Las dos se maquillan, con la chambonada propia de la primera vez que se sostiene un delineador y se ataca el borde del ojo.

Discuten delante de nosotros en la fila, planean, intrigan. La alta decide el plan de acción "Yo compro las entradas porque a usted nunca le van a creer que tienen 18, en cambio a mí de fijo me creen" y se acomoda la carterita de tejido indígena y revisa si tiene la plata exacta.

Cuando le toca la boletería, la pequeña se va por allá, por las palomitas, finge leer un afiche. La alta pide dos entradas como si nada. Le piden la cédula. Responde "Es que andaba en San José y no la traje". "Entonces no le vendo las entradas"- le dicen. Se le olvida como actuar como un adulto divertido porque le calculan menos años. No sabe cómo hacer un escándalo o hacerse la brava. No me pide que se las compre yo. No ruega, no razona, no manipula. Le entra como un pánico y moviendo exageradamente las manos dice "Entonces deme dos para Encantada".

Luego, mientras compro palomitas, las veo otra vez, tramando algo. Encantada la dan en la sala de a la par y empieza cinco minutos antes. En la oscuridad, nadie va a notar que no tenemos 18 años. Y se ríen. Jiijijijiji.

Qué mal que me caía yo a esas edades.

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febrero 15, 2008

Insait

Hoy me di cuenta que no soporto que me hagan esperar. Que me sorprende que alguien crea que tengo tiempo para perderlo sentadita, mientras se desocupan para atenderme. Es decir, me asombra que se atrevan a no atenderme de inmediato. Me decepcionó darme cuenta de eso, de que me siento importante. Es decir, comemierda.

Anoche soñé que era valiente. Y en una reunión me levantaba desde una de las filas de atrás para reclamar una injusticia y no me temblaban las piernas y encaraba a ese que hacía de tirano sin bajar la mirada, sin sonrojarme y lo señalaba con un dedo y mi voz era clara, sin trastabilleos, sin murmullitos sumisos de disculpe-que-me-atreva-a-decirle-que-usted-es-un-malparido-y-por-favor-no-me-odie y le cantaba las cuatro verdades, hablando en nombre de todos los presentes que se iban poniendo de pie, infectados de mi valentía, para apoyarme. Para rematar, yo lo decía todo en un alemán perfecto de traductora simultánea de la ONU, que el mismísimo Willy Brandt hubiera aplaudido. Es decir, además de soñar en technicolor, ahora tengo SAP.

Ayer prometí dejar de comer cosas con grasa. Pero pensé en desayunar natilla y tortillas y comerme unos platanitos maduros fritos con sal en el recreo de mis clases y tal vez una porción de torta chilena y se me olvidó. Hoy me voy a prometer lo mismo.

Además descubrí que no soy la única que siente ese secreto orgullo, cuando en media presa, se hace a un lado para darle campo a una ambulancia, que detesta al aprovechado que se tira mordido detrás de la sirena para aprovechar el espacio y que después se siente muy ciudadana y a veces como en una película por ayudar al prójimo. Le recordé a los comensales, eso sí, el cuento aquel de la Cruz Roja de Desampa, que ponían a funcionar la sirena cuando iban al medio día por medio cantonés al Kuam Lu, no fuera ser que llegara frío.

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febrero 14, 2008

El amor vs El Patán

Supe que existía el día de San Valentín desde muy temprano en la vida. Mis libros de reading de la primaria, diseñados para niños rubios de ojos rubios que vivieran en un país rubio, año tras año comentaban de la tragedia de los tímidos y los feos y de la esperanza de recibir una, aunque fuera una, tarjeta de cartulina roja con rosado y vuelitos de papel bond y la preguntita “Would you be my valentine?”. Pero nunca entendí, exactamente, porqué si no se recibían tarjetas, uno era un fracasado.

Pasé muchos 14 de febrero sola. Muchos. Entonces me refugiaba en una versión de febrero de Scrroge y decía que todo eso de colores rojos, de chocolates, de tarjetitas melosas, de regalitos, de cenas, de salidas a bailar o a cualquier otro lugar, era un comercialismo alienado impropio de nosotros, los latinoamericanos.

Hoy en la oficina, varios me dicen que feliz día, que qué lindo amaneció hoy, que la amistad, que soy especial, que toda la cosa. No les doy mucha pelota. Como a las 10 y media, llamo al Patán, por cosas de brete:

"Don Cosito, cómo está? Tiene un toquecito? Podemos ver lo de la sociedad de Guate"

Ignora mi pregunta y me reclama:

"PORQUÉ NO ME HABIAS LLAMADO?"

Yo, de arrastradota, intento justificarme.

"Es que estaba con unos contratos complicadones. Le urgía algo?"

"No. Es que todos mis culos ya me llamaron. Solo faltabas vos. Estaba extrañado"

“Sus qué? No serán sus amigas, novias, hijas, mujeres?”

“Cuáles amigas? John Wayne no tiene amigas. John Wayne tiene culos!”


Y sigue hablando de su visión macho-western-subido de la vida. Pero a mí ni me importa ni me afecta. Al lado de mi teléfono, del mismo por donde el Patán me está reclamando mi falta de atención y cariño para con él, tengo un pichel de vidrio que me levanté del comedor. El pichel tiene agua. El agua tiene una docena de rosas rojas en botón, que amanecieron en ramo en la mesa de mi comedor y me sorprendieron.

A mí, que nunca me habían gustado las flores o los detalles, me llegaron tanto que atravesé con ellas en la mano la ciudad completa, incomodé gente en ascensores y llamé la atención de todos los vinos.

En su olor suave se resbalan los anzuelos herrumbrados que me dispara el Patán, apuntándome con su pistolita de agua.

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febrero 06, 2008

El rostro de la muerte




El tétrico Príncipe del Estadio Chile está vivo, trabajando, con una vida normal. Nadie le ve la sangre que se le escurre de las manos ni las astillas de la guitarra de Víctor que tiene en las suelas de sus zapatos.

Quisiera tener la rabia de escribirle y decirle "Asesino!!. Yo sé quien sos!!" y citarle aquello de "Aunque nadie te mate, estás muerto".

Pero sobre todo, me da una tristeza profunda y recuerdo las muchas veces que caminé frente a esa dirección en Santiago y me pregunto con cuantos Príncipes sangrientos me tope en el metro, en la calle, en cualquier café tomando un helado.

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