Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

enero 19, 2008

Martita

Me faltan pedazos grandes de la historia.

Los papás de Martita vivían a un costado de la Iglesia La Merced, en una casota, en aquella época. La mamá estudió para enfermera, pero no ejerció nunca. Era muy blanca, menudita, de ojos profundamente verdes. Por eso nunca le creí cuando contaba que había sido la inspiración de "Amor de Temporada". No pudo tener hijos y no sé donde encontraron a Martita, pero la adoptaron. Desde muy pequeña tenía ese carácter ruisueño y querendón. Siempre redondita, rellenita.

“- Nos conocemos desde los cinco años. Yo vivía en la casa de la esquina, y nos hablábamos detrás de la puerta, yo afuera. No me dejaban entrar a la casa de Marta porque en mi casa éramos muchos chiquillos y pobres. Fuimos nosotras las que nos hicimos amigas. Marta nunca se llevó bien con mis hermanas.” La señora con la que conversa le confirma que sí, que ahí eran muy clasistas. Yo me las imagino con los lazos de cintas en el pelo, a Ella con el vestidito de manta con los bordados que le hacía mi otra abuela.

Una de las empleadas de la casa, una muchacha sencilla de cualquier lugar rural, un día se dio cuenta que estaba embarazada. No quería volver a su pueblo con el bebé en los brazos. Se los regaló a los papás de Marta. Rocío creció los primeros años con sus dos mamás. La que la había parido, que siguió siendo su empleada hasta que murió. La que la había recibido, que nunca le dijo la verdad y le dio vida de princesa. Los clichés son verdades absolutas que nadie respeta: la vida supera a la ficción.

Marta creció para ser una mujer francamente obesa. Lo que la hizo gordita la hizo también calva. Ella , de cada viaje, siempre le traía una peluca. Tenía plata, por casas de alquiler que le heredaron y lo gastaba sin remordimientos. La despilfarraba. A Marta la amaron hombres fascinados por su cuerpo, así, ancha o tal vez por la plata. Había uno, Hugo, que era taxista. Ninguno se quedó para siempre. Uno le dio un hijo. Para que Fabio no creciera solo, Marta adoptó a un niño: David.

“Marta nunca le dio cariño a David. Sus ojos eran Fabio, ella vivía para él. La diferencia era notoria incluso para usted, chiquita, que pasaba preguntando porqué Marta trataba tan mal a David. Todo lo mejor siempre fue para Fabio. Marta y David pelaron toda vida. Pero ahora, al final, yo un día vi a Marta abrazar a David y pedirle perdón y agradecerle eso, la forma terca en que él siempre la había querido. David fue el que terminó viendo por ella.”

Martita vio morir a un hijo dos veces. La primera vez, cuando Fabio le dijo que sí, que era homosexual y que pensaba vivirlo. Educada a la antigua, Martita no supo qué hacer, excepto ocultarlo y tal vez contarle a Ella entre susurros y lagrimitas. La segunda, el fin de semana hace 16 años, cuando Luis llamó desde Limón, atacado llorando, para decir que Fabio acababa de morir ahogado.

“Luis sabe mucho de cuidados paliativos. Y ha estado viniéndola a ver, inyectándola. Anoche él dijo que ella ya estaba en agonía y le dio un coctel y dijo que ya no abriría más los ojos. Duró como cinco horas más. David le decía que se fuera tranquila, que aquí estaba Fabio, para llevarla con él”

Cuando Alejandro se fue a estudiar a Europa, nosotras dos, Ella y yo, nos fuimos a vivir a la casa de Martita. Nuestro cuarto estaba decorado con Topo Gigios y mariposas. Su familia fue la mía. No sé porqué nos fuimos a vivir con Marta y no con Mimí. O porqué no nos quedamos solas. Tal vez nos íbamos donde Martita cuando discutían. Tal vez nos fuimos donde Martita cuando alguna vez que, aunque nadie me lo diga, Alejandro nos abandonó.

“Yo les dije a todos en la casa, pero nadie quiere ir. Usted tiene que ir conmigo. Le debemos mucho a Marta. Ella me la cuidó muchas veces, cuando yo tenía que ir a trabajar. Marta es su madrina. Tenemos que ir. Le debemos mucho, mucho a Marta”.

Hoy fue el funeral de Martita.

Cuando llegué, Rocío me abrazó desesperada. Habían sido 15 años sin verla. David tiene una compañera desde hace seis años. Hubiera querido contarle lo que recuerdo de David de niño, su dulzura, su cariño, su inocencia. Agradecerle que lo quisiera y por tanto tiempo. Pedirle que lo siga queriendo.

Rocío no era hermana de Marta. David tampoco es su hijo. Marta no era nada de ellos. El agua es mucho más espesa que la sangre y entre ellos, se compartieron muchas lágrimas.

El cura habló fue poco convincente con eso de la muerte como una celebración. Se dio cuenta y reconoció que hasta Jesús lloró cuando murió su amigo Lázaro. La misa terminó rápido, cerrando con una canción ranchera con todo y trompeta, que hablaba de redención y cielos, desgarrándose a poquitos con ese ritmo de cantina y dolor.

Ella, a pesar del impacto, no pierde la oportunidad de herirme. En el cementerio, mientras cierran la tumba, le cuenta a cualquiera:

Es muy duro este momento, cuando están cerrando. Cuando murió Alejandro, al día siguiente vine yo, con la mamá y una sobrina de él. Encontramos la tumba llena de bichos, caminando alrededor de dónde habían cerrdado. Había quedado un hueco y entraban y salían los bichos. Se lo estaban comiendo”.

Y yo, que había prometido ser fuerte, traté de contener el vómito, el grito. La dejé sola y me fui caminando por un caminito. Me recosté en cualquier tumba mientras me pasaba el mareo.

Vi a Marta en la caja, sin querer. El cáncer la dejó, por primera vez en la vida, delgada. A su lado colocaron los huesos de Mami Florita, de su papá, de su hijo. No la reconocí, pero le agradecí por todo, desde adentro. A Martita. A mi tía Marta, que se une a la lista de todos mis muertos: Mimí, Alejandro, mi hermano...



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enero 09, 2008

Esto de enfermarse

Hubo una vez un día en que yo era feliz estando enferma. Me llevaban a la casa de Mimí. La pasaba como una reina con mezcla de pachá. En la cama king size todo el día, sin bañarme, con mi propia cobijita, en piyamas, viendo fábulas (pero sin control remoto), y comiendo mis comidas favoritas. El desayuno, el almuerzo y la comida era a la carta, todos mis favoritos: tortillas con queso, plátano maduro con queso, queques hechos a mano, sustancias y sopitas. E

Mimí me llevaba todo a la cama. Y me compraba bizcochos, y pastillitas violeta, muchas mandarinas y revistas de Archie y el pato Donald. Me verificaba la calentura de pollo cada cuatro horas. Me complacía todos los caprichos de convaleciente hipocondríaca.

Mimí me demostraba en muchas formas que me quería. Todos los días. Pero esas veces que Ella me depositaba en la casa de Mimí por temor a los contagios, eran las mejores de todas. Así pasé varicelas, amigdalitis, paperas y las calenturas anuales sin importancia.

Yo aprendí eso tan torcido, que el cariño se demuestra cuando alguien se enferma. Y en cierta forma me alegra de saber de un amigo enfermo. Armo campaña de llamadas de control diario, les cuento chistes, historias, hago vocecitas ridículas y si puedo y me aceptan la visita, caigo con canasta de bizcochos, antojos y sopitas a contar mis tonteras en vivo y a ver si les arranco aunque sea una risita.

Esos que se ponen de mal humor cuando se enferman y no soportan atenciones, lo siento mucho, pero no puedo evitar que me parezcan sumamente malagradecidos!

Ahora que Mimí no está, enfermarse es una mierda. Ahora, yo vieja, las enfermedades se sienten con fuerza. Estos cinco días en que todo me ha dado vuelta, el Hospital Cima me entrega un medicamento equivocado, confirmo que el veterinario trata mejor a Fuser que el doctor (que creí mi amigo) a mí, que me siento en la silla de la oficina como una esfinge (se falta al brete solo si uno está hospitalizado), que no mejoro, que me siento débil e inútil; me generan la dolorosa sospecha que tal vez no era tan bonito enfermarse, o al menos, no cuando uno ya no tiene una Mimí.

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enero 06, 2008

Una verdad con envase de tango

"Dieciseis años es mucho
cuando te da como un chucho*
y la vida, exige cuero"

* Chucho, según el diccionario de lunfardo, es miedo, temor.

Tomado de "La hermana de la Coneja", del disco Encajes, de Adriana Varela.

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enero 04, 2008

Cosas que me traje de Chile

Una deuda: Después de la apretazón en el metro, me quedé pensando si debí haberme despedido de beso de las personas que compartían mi metro cuadrado, sobre todo después de tanta intimidad.

Un rechazo: Sí, es posible empacharse de cerezas y frambuesas. Si veo una más, juro que me da algo y de naturaleza violentamente estomacal, me temo.

Un peso: sobre todo ubicado en el área de los muslos. De comer empanadas, pan delicioso y cuatro tandas de helados diarias, por culpa todo todo del calor.

Un deja vu: El 31 de diciembre, al caminar por una Alameda desierta y cercada (por los juegos artificiales). Un ensayo de estado de queda, con carabineros de botas miltares, son sombras en lugar de caras. Igual que en mis sueños y en mis pesadillas. Y de fondo, La Moneda iluminada con una luz blanco fantasma. Y sobre ella, una vez más explosiones y disparos de pólvora. Esta vez de colorines festivos, no de Hawker Hunters.

Una cita textual: “Como dijo Iván el Bam Bam Zamorano: En dos palabras, im-presionante!”

Un poemita malo: “En Chile, ganaron los malos. Los buenos aun no se enteran y los poquitos que lo saben, siguen resistiendo”

Un deseo: Quiero que el hijo que yo algún día tenga, ya de hombre, a su papá (si es que lo conoce), lo salude de beso siempre.

Una duda: No me explico cómo en un país de 747 mil kilómetros cuadrados no pudo esconderse la gente. No hay suficiente milico para tanta tierra. A los delatores, entonces, quién los señala?

Una catarsis: El montón de barbaridades que dije el día que me entrevistaron.

Un dolor, de esos profundos: En la foto de la mamá del Antídoto, con el dormidito en brazos, tomada el día que dejaba Chile, se le nota en el blanco y negro unas ojeras profundas además de la mirada muy triste. La guaga ya dormía toda la noche. Pero la abuela contó que desde que el papá se había exiliado, meses antes, los vecinos del edificio, todos empleados de gobierno, llamaban diario por teléfono a decirles a las dos mujeres solas que las iban a matar. Tal vez por eso las ojeras. Tal vez por eso es que sigue doliendo.

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