Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

abril 29, 2007

Camino a Denver

Dicen que en la tienda Britt del aeropuerto se dejaron una foto mía, con la advertencia de que no permitan que me acerque a los platanitos con chile que se le ofrecen a los turistas. Que no se dejen engañar por la pinta de larguirucha y pelilarga ni porque pregunto en inglés por los discos de salsa. Que arrasé con todo el plato. Falso! si me hubiera llegado a comer la bolsa entera, la pago!

Esto de viajar en primera tiene sus ventajas. Me colé olímpicamente en la fila, se acomodé desde el inicio, me dan de comer comida caliente y con servilleta. Y me pasó algo que nunca antes había visto: me salió un gusano, vivo, en la ensalada. El señor de al lado mío escupió la lechuga cuando anuncié a los gritos la presencia del invitado en mi plato y el resto de los gringos se pusieron verdes del asco.


El aeropuerto de Houston tendrá posibilidad de redención por la tienda del MOMA que se esconde en el terminal E. Eso, y sus palomitas de maíz.

Hay una portada de esas de Vogue o algo con un Tony Soprano muy pertubador. No la compré porque era una sola fotica.

Dicen que Colorado es lindo. Como llegué de noche, se ve igual que toda ciudad gringa franquiciada. Por ahora me preocupa más el room service porque tengo sueño y antojo de sopa. Me pregunto si las montañas se verán nevadas, pero por más lindas que sean, no las cambio ni por las mías ni por los Andes.

Y cuando pensé en la Cordillera me entró así como una nostalgia y recordé ese momento en las filas en el Santamaría en que escuché un cachai y pensé e infiltrarme en ese otro vuelo (que sale a la misma hora) y, desde Santiago, anunciar que no insistan, que no vuelvo, que si quieren y si me quieren se vienen conmigo pero que no se les ocurra venir por mí, porque aquí me quedo.

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abril 24, 2007

Queja pública

Estimada señora Contralora de servicios del Ministerio en cuestión:

Por medio de la presente, deseo hacerle llegar mis más sentidas disculpas por el colerón que le ocasioné innecesariamente el día de hoy con mis comentarios generados al hervor del encontronazo de víboras que protagonizáramos su merced y yo en horas de la tarde. Espero que no haya sufrido consecuencias hepáticas de merecer.

Aunque no viene al tema ni explica mi desleznable proceder, sabrá usted que logré llegar a San José centro a la 1 y 30 de la tarde, parquearme y lanzarme, sobre mis tacones (altos) y minifalda (corta, muy corta) a la conquista de seis cuadras en plena ciudad hasta llegar al Edificio que la aloja. Gracias al calor insoportable, fue como recorrer Villa Neilly a las 12 medio día, encima agravado por la sudada del ejercicio y de escuchar a los pachucos del Correo inventar piropos obscenos, en acentos locales y extranjeros, pero nada originales, usando como fundamento mi altura, que encima de los tacones (altos) me destaca 15 centímetros más allá del resto de los prójimos transeúntes.

Tampoco tiene interés para usted, (como aparentemente tampoco lo tiene el servicio al público, pero ya voy a eso) el hecho que yo contaba con escasa media hora para completar mi trámite, o que, en mi ingenuidad, aun creo que si una se comporta como una persona decente, diciendo disculpe, por favor, gracias y con permiso, tiene una alguna oportunidad de un trato en el mismo sentido de parte de funcionarios públicos.

He de decirle que no fue mi intención subir hasta el quinto piso a buscar la Contraloría de Servicios del Ministerio. Llegué ahí por indicación equivocada del guarda de la puerta, que me dijo que el Departamento Los Patitos quedaba en ese piso. Ni es su culpa que yo, pobre ilusa tontoneca, creyera que una oficina intitulada “Contraloría de Servicios”, pudiera ayudarme con la respuesta a mis dudas. Prometo además revisar mi capacidad de leer señales ajenas, porque estoy bajo la indudablemente errada impresión que, al acercarme a su oficina, se encontraba usted en medio de una entretenida llamada personal, que tuvo la amabilidad de interrumpir para atender a esta administrada en desgracia. No omito notar que ese fue su primer y su último acto amable conmigo.

Dado a que siento una fascinación morbosa y malsana por repetir diálogos ya vividos, una especie de deja vu intencional, permítame recrear aquí nuestro encuentro, agregando mis comentarios, para que sean los demás, y ojalá el Ministro del ramo, el que confirme lo malandrín de mis acciones irrespetuosas hacia su investidura.

Sole: Disculpe (note mi educación), el departamento Los Patitos?

Ud: NO SÉ

Sole: (con asombro no disimulado) Cómo que no? (señalo el rótulo) pero si esta es la Contraloría de Servicios!

Ud: NO SÉ

Sole: Y no me haría el favor de llamar a la central y averiguar?

Reconozco ante vosotros hermanos que aquí ya debe haber empezado a asomar ese tono invivible que aprendí de los chiquillos malcriados del colegio particular donde estudié.

Ud: NO. BAJE USTED.

Lamento haber cuestionado su autoridad. Debí haber bajado los cuatro pisos y volverlos a subir solo para complacerla. Y luego seguir para mi destino. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Sole: (con risa incrédula) pero estoy en el cuarto piso!!!... No puede llamar a la central y preguntar?

Tiene usted razón en hablarme con ese tono autoritario. ¿Cómo se me ocurre pedirle a un funcionario público que cumpla con su deber y mucho menos atreverme a sugerirle cómo hacerlo? Soy lo peor de lo peor.

Ud: Es que estoy con una llamada

Le ruego me perdone haberla forzado a señalarme lo evidente. Hago votos serios dirigidos a enmendar mi conducta.

Sole: Pero es personal, y esto es Contraloría de Servicios.

Ud: Bueno NO.

Sole: Su salario lo pago yo con mis impuestos.

Perdón, perdón, setenta veces siete perdón. Perdón por quebrarle el vidrio de la condición magnífica del funcionario público, donde no existe un jefe, donde no hay nadie que le diga a una, como decía mi abuela “quehacésahi”, por recordarle que usted se debe al público al que sirve, por sacar a relucir la condición de servicio a la que usted está afectada durante sus horas laborales. Perdón si le recordé que, usted, como yo, es una simple empleada y que su labor principal es servir a los demás. Perdón.

Ud: (Visiblemente afectada y escupiendo de la chicha) Mi salario lo pago yo con mis impuestos!

Sole: (ya con sorna) Entonces independícese y póngase una contraloría de servicios privada, a ver cómo le va (me ahorré el “Sus impuestos no alcanzan para una cuecha”). Quisiera llenar una queja.

Ud: Pues busque un papelito si es que lo encuentra y lo llena.

Ahí preferí dejarla hablando sola. Eventualmente y después de subir y bajar gradas encontré lo que buscaba, y, por supuesto, la sapié. Dice la gente del departamento de mi destino que usted tiene antecedentes de energumenidad. En mi defensa, ellos alegan que mi modo es “muy bonito”. Lo dicen servidores que hablan desde el cariño, lo que afecta la objetividad de su testimonio, pero, además, son servidores con los que sí he tenido diferencias técnicas severas que nunca han desembocado a los gritos.

He estado pensando si enviarle esta disculpa con copia, sobre todo, al Ministro, canoso y simpaticón, para que el mundo sea testigo de mi arrepentimiento y de este ejercicio de autocrítica. Creo que, en nombre de todas las columnas con las que él solía spammear mi Inbox cuando socializaba desde las páginas de La Nación, puedo tomarme la confianza de escribirle reconociendo mi error.

Mi única duda, que me ha asaltado toda la tarde, es si mi confesión tendrá la inmerecida y clásica consecuencia de que me empiecen a joder en el Ministerio, que por cualquier razón, que me entraben procedimientos, se pierdan expedientes, me caigan inspecciones o cualquiera de todas esas casualidades que suelen ocurrir cuando una por error o por que aun cree que sabe para qué sirve un funcionario público, sin querer le maja un huevo en un día caluroso como hoy. Confío en que en el departamento en que suelo hacer mis trámites tiene una honorabilidad sin tacha, que doña E, que lo lidera, jamás permitiría semejantes saboteos y subterfugios.

Pero, por si las moscas, he decidido rumiarlo un tiempito más, y mientras tanto, exhibir aquí el charol de mis entrañas, como forma de descarga emocional y respiro.

De usted, su segura servidora,

La giganta de rosado que, sí, le cuadre o no, paga su salario con sus impuestos.

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abril 16, 2007

Y yo, que hasta me hubiera depilado por vos

Cuando se va acercando la fecha de mi cita mensual, con preocupación empiezo a notar en el espejo un parecido histórico con Frida Kahlo, sobre todo en la ilusión de la mirada severa por culpa de la única ceja, las patillas y el bigotillo incipiente. También ayuda el pelo y los ojos negros. Y me siento como los locos que solo se creían Napoleón, pero nunca el cocinero de su ejército. Del otro lado de la plástica, en el anonimato, el parecido que me angustia podría ser también con cualquier travesti, descuidado de su camuflaje estético y de la terapia hormonal, con las cejas de arco de diva clásica de película de blanco y negro, invadidas por el charral peludo y la sombra sobre el labio que siembra siempre una duda del acaso sí es.

En el primer mundo del plano emocional, eso de someterse voluntariamente, cada tres o cuatro semanas, a arrancarse de raíz el pelo con cera hirviendo, chapearse las cejas con pinzas, rasurarse y cortarse las piernas con navajilla de hombre y deforestar las selvas naturales de los reductos privados, debería considerarse como la más definitiva de las pruebas de amor eterno, con el plus evidente de una abnegada capacidad de sacrificio.

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abril 12, 2007

Domingo de Gloria

El viernes santo achicharraba lentamente las hojas amarillas y sedientas de los potreros. El bis bis del vía crucis de las viejas beatas inundaba con fuerza de plaga las calles de Nandaime. En la iglesia, el cura se aturugaba de las donaciones al huerto, de las empanadas, los dulces, los panes, las comidas que las señoras de plata le preparaban para Semana Santa.

En las barriadas, los olvidados de Dios se perdían en la parálisis de la culpa. “No podés cocinar, hacer oficio, trabajar, beber guaro, cantar, alzar la voz, hacer ningún esfuerzo, porque es como si se lo hicieras al cuerpo maltratado de nuestro señor JesuCristo y es pecado mortal”.

Desnudos de su tequio diario, solo les quedaba rezar, revivir una y otra vez el espectáculo crudo de un hombre entregado por su pueblo, torturado y vejado y finalmente sacrificado como un animal y sufrir por el miedo de convertirse en pescado, por bañarse con los ojos cerrados, por escaparse a una poza, por lavar un plato.

Brígida creía con la fe inquebrantable de la ignorancia. Frente a las cenizas frías del fogón, repasaba las cuentas del rosario, balanceándose inestable en el banco viejo de tres patas en el ayuno impuesto por la pobreza pero que lo ofrecía a su señor. Afuera, Natalia, descalza y con su vestido de manta recitaba a gritos el último poema aprendido en la escuela.

CALLATE NATALIA! No seas hereje. Dejá de ofender a Dios con ese griteriyo”

Y de nuevo el silencio achicharrado y la silueta de Natalia recortada en la puerta, con una piedra en la mano levantada, resistiéndose a la mordaza, diciendo muy claro y muy despacio, inmune a la inminencia del castigo

“Vieja hijueputa. Se va a ir al infierno por malparida. Yo si quiero canto si quiero recito, si quiero hago lo que me da la gana. A mí usté no me manda. La odio, mamá”

Brígida hacía a alcanzar el fuete, el que silbaba con cada golpe. Natalia se quedaba desafiante e insolente en su lugar, escudada en la amnistía de la creyencería de la Nicaragua de los mil novecientos veinte:

“Esperate. Vas a ver. El domingo voy a cantar Gloria en vos”

Eso me contaba Mimí cada semana santa. Yo siempre le preguntaba si le había dolido mucho cuando le pegaban el domingo de Gloria, que si tenía cicatrices, que si lloraba. Nunca me habló del dolor. Sonreía y me decía que lo importante es que, a veces las cosas dolorosas, bien valían la pena. Solo a veces.


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abril 10, 2007

El Patán strikes (yet) again

El Patán se lamenta de haber pasado por ese proceso terrible en el que, a cambio de la condición de amigo, fue debidamente convertido, ante mis ojos, en un ser asexuado, inerte e incapaz de cualquier ataque y peligro. Se lamenta de que ya no se me dilaten las pupilas ni se me acelere el pulso ni se me pare la respiración ni siquiera cuando sonríe de lado y achina los ojos. Se lamenta de que quedaron atrás aquellos días en que era yo la que me lamentaba de todos los problemas que me había causado.

Y tal vez, detrás de tanta amargura y refunfuño, guarda la secreta esperanza de que lo que fue nuestro idilio raro, transformado en relación de padre-hija corporativa por vía de adopción, nuevamente retorne, algún día, con toda la fuerza. Que espere sentado.

Pues bajo esta novedosa condición de amigos, nos llamamos a diario, nos contamos algunas cuitas (en realidad él cuenta, yo oigo), llama a las amantes (tristes reemplazos wannabes de lo que nunca fue la suscrita) en mi cara, y de vez en cuando salimos a almorzar, bajo la seria advertencia que siempre me hace el Patán de “En mi casa se comen todo lo que se sirven”, solo para que yo le responda “Vale que no soy nada suyo y yo como solo lo que me ronca”.

Y entonces llegamos al club exclusivo, yo caminando por la parte de adentro de la acera, él por fuera. Nos topamos a medio planeta. Yo saludo educada y cuando procede, estiro la mano y él me presenta, mientras sonríe a con malicia y complicidad mal disimulada. Le digo en voz baja que deje de enlodarme y de hacer parecer el almuerzo como un polvo de mediodía. Escoge la mesa y me pregunta qué me parece por mero trámite, porque no tengo voto en el asunto. Me sostiene la silla y nos sentamos al sol, como si no fuera un día de trabajo. Y se da el siguiente diálogo:

Patán: Qué querés tomar?

Sole (entre distraída e insolada): Una coca lai...

Entra mesera obsequiosa, que saluda la Patán por el nombre y solo le falta plantarle beso en el bigote con la restregada que corresponde.

Mesara arrastrada : Qué van a tomar? (con voz de entrenamiento de cliente service y pulseando descaradamente a don Cosito. En otros tiempos, le entierro el cuchillo de la mantequilla entre los ojos).

Sole con mirada perdida hacia la piscina.

Patán (con autoridad y levantando un dedo como contando): Una coca lai

Sole se desprende de su proyección en la piscina olímpica, chapoteando bajo el sol, casi sin aire, pero feliz de estar nadando; para reubicarse en la mesa e interrumpir sin el menor empacho, pensando que si no ordena, se queda sin bebida.

Sole: Que sean dos las cocas lai, plis.

La mesera ofrecida apunta eficiente en su libretita. Tacha y dibuja el patito del número dos. Confirmación de que me entendió clarito. Me preparo para nuevo desconecte hasta que llegue la comida.

El Patán me vuelve a ver, como si en lugar de haberme incluido en la orden yo hubiera dicho alguna barbaridad imperdonable, privadísima e inconfesable.

Patán: (con su sarcasmo habitual) La coca lai que pedí es para vos.

Sole: Ah… (se queda un momento sin saber qué decir) para mí? Yo pensé que para vos. Vos que vas a tomar entonces? (Lista para alzar el pleito si ordena ron, porque el que anda manejando es él y yo con borrachos no me monto)

Y ataco una servilleta de papel hasta dejarla convertida en muchas tiritas. El Patán se vuelve de nuevo hacia la mesera resbalosa y ordena:

Patán: Una michelada para mí y una coca lai para ella

La mesera sometida no se va. Se queda como esperando un algo. Se da cuenta que es un momento incómodo. Es evidente que ella no sabe que esto, lo del Patán y lo mío, aun como amigos, es algo que pulula de momentos incómodos particularmente para terceros. Cosas de todos los días para nosotros. El Patán, como siempre, se siente obligado a cerrar con broche de oro.

Patán (a la mesera e ignorándome por completo): Y disculpe a la señora. Ella no está acostumbrada a que la atienda un hombre.

AJAAAA, TORO!


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