Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

noviembre 30, 2006

Be your own cause

Desde que vi este video:



Estoy hecha un bicho.

Me levantó a las 5 y cuarto, me encaramo las tenis y me voy a correr. Arrastro al Antídoto conmigo. Los viernes, arrastramos a Fuser para que se pelee con todos los perros del barrio y ponga orden entre la zaguatada. Cuando me voy ahogando subiendo una cuesta, me digo: "Be your own cause" y le meto chancleta. No me amilano de ver que el Antídoto camina a la velocidad que yo corro. Lo que cuenta es la intención, como con los regalos. Fines de semana, nadadita sábado y domingo, tempranito en la mañana, en la helazón de la piscina del Colegio de Abogados.

No son grandes distancias. Corro apenas 3 km a velocidad de tortuga, pero con paso de yegua fina en tope de fin de año. Nado apenas 500 metros para no reactivar una lesión vieja, pero nado libre y con estilo, con mucho chapoteo o alboroto. Llevo todos los implementos, paletas, pullboy y tabla de patear a que se den una asoledita, porque nunca los uso.

Llego a la oficina y cuando el ascensor abre sus puertas voluptuosas y lo escucho decir tentador con voz de sirena de La Odisea: "Ven, ven a mí y apretame el botón número cuatro" , me repito la gringadita y me lanzó los cuatro pisos a pie. Llego jadeando, sudada, despeinada y muerta al cuarto piso, pero contenta. No cuenta el descansito que hago al llegar al tercero.

Al medio día, almuerzo solo sanguchitos de queso light, en pancito integral, con mayonesa light, y tomatito seco. De guarnición, un pepinillo tipo pickle. Tomo leche descremada, porque las aguas negras del imperialismo yanqui, aunque sean también cero calorías y riquísimas, se estaban llevando la constitución de mis huesos en banda, y de postre, fruticas.

De tentempié me aterro de yougt de fresa y palitos de ajonjolí de bioland.

Solo me permito almuerzo normal una vez a la semana y ahí tomo venganza de todas mis restricciones auto impuestas. Le doy patente de corso a la grasa y corono con un pedazo de torta chilena. Eso también aplica en días de tensión o depresión, según pinte la cosa. A veces también hago trampa, para qué negarlo.

Me compré un tigh master. Hago 150 abdominales por día. Investigué en interné como fortalecer mi trasero. Estoy solicitando cotizaciones de una pesa benévola y ojalá algo corrupta. No cenamos, apenas un tecito y galletitas de algo. Tengo un nuevo record: Hay una pinta de helados de fresa de Haagen Dasz que lleva en la refri exactamente cuarenta y ocho horas intacta. Y en tres meses me mediré el porcentaje de grasa a ver si el empeño le gana al bisturí.

Hoy tuve audiencia en una oficina pública. Al ritmo de la alienación me eché los dos pisillos para llegar a mi sala. Después me fui para la Caja. Me repetí la frasecilla y ataque la escalera. Supongo que será redundante contarles que cuando llegué al piso once, prácticamente tuvieron que soplarme. Pero espero que valga la pena.

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noviembre 23, 2006

De fríos y nostalgias

Estos días helados no solo son una excelente oportunidad de airear mis chuicas favoritos, pesados y calientes.

Cuando todo el mundo camina hecho un puño y maldice el frío para el que nunca hemos estado preparados, yo sonrío.

Sonrío porque me recuerda mucho a Chile. Y siento una nostalgia enorme por el país en el que nunca he vivido, pero que siento como propio.

Y pienso en Santiago, en las calles, en la cordillera, en La Moneda, en las anchas alamedas.

Y sonrío.

Yo sé que pisaré las calles nuevamente. Y sonreiré.

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noviembre 09, 2006

Cantinflas y el cisne

México DF parecía una ciudad inacabable. Ya habíamos visitado Sochimilco, Chapultepec, las pirámides, el Pocatepetl (“Vela- me dijo Mimí- parece una mujer dormida”) y yo me había enchilado por la insistencia de querer comer auténtica comida mexicana.

Esa tarde mi tío Adolfo anunció que mañana conoceríamos, en persona, a Cantinflas. De la emoción, yo quedé muda y me fui a rebuscar en mi maletita roja pensando en qué ponerme para semejante acontecimiento.

Doña Dafne llegó por nosotros en el carro de la embajada. De camino, le hablaba a Mimí de lugares e historias. Yo iba demasiado concentrada planeando qué decirle cuando lo conociera. Tal vez algún localismo, como “Qué padre conocerte” o algo. Mi prima Némesis se revisaba la ropa perfecta y se comparaba de reojo conmigo para asegurarse de que ella, como siempre, fuera la mejor vestida. Me interrumpió con un dejo de asco:

Tenés las uñas llenas de tierra, por variar”

Le levanté los hombros y me hice la desentendida, pero desesperadamente traté limpiarlas con los filos de las otras uñas, succionando la mugre, buscando alguna esquinita que me sirviera de cortauñas improvisado y todo intentando que nadie me viera para que no me dijeran cochina.

Al llegar, Mimí nos advirtió de las reglas básicas de la urbanidad “Saludan, dicen síseñor, muchas gracias, porfavor y compermiso. Se comportan como la gente”. Nos colocaron ante la puerta y tocamos el timbre.

Cantinflas, sonriente, ya viejito, mi Cantinflas de tantas películas en blanco y negro de los sábados, de los microprogramas de Canal 6, apareció frente a nosotras.

- Y a quién tenemos aquí?

Por un momento, ninguna de las dos dijo nada. Yo estaba juntando ánimos para decirle que lo adoraba, que no me perdía sus películas, que me sabía algunos diálogos de memoria, que yo lo imitaba, que sabía su nombre real, que lloré en aquella donde adoptaba a una chiquita con un lunar en forma de fresa; que seguro por eso mi tío Adolfo nos había traído a conocerlo y que si tal vez me podía tomar una fotito.

Mi prima fue más rápida, con su típica arrogancia:

- Némesis, mucho, gusto. Yo soy la más linda de la familia.

No hacía falta que hiciera eso. Era evidente. Los ojos claros, la piel blanca, el pelo rubio de colochos. Ella era que la parecía una muñeca. Yo no. Así era siempre. Mimí, viéndome lo ojitos dolidos, trató de arreglar aquello:

- Ella es la inteligente.

No estaba yo para premios de consolación y menos para la certificación familiar de patito feo. Se me llenaron los ojos de lágrimas, mientras mi prima insistía en su condición privilegiada. Estaba segura que, como todos, él cedería ante su encanto y yo quedaría relegada a cualquier esquina. Así era siempre.

Cantinflas hizo a Némesis a un lado y, tomándome de la mano, me cuchicheó: “No me caen bien las mocosas engreídas”.

Me sentó en sus regazos y me preguntó que si yo sabía quién era él. Le dije que sí enfáticamente con la cabeza y le chorrié todos mis conocimientos entre mocos a medio jalar. Quiso saber cómo me llamaba. Le puse una adivinanza: en uno de sus microprogramas él hablaba de un vals que sonaba en todas las fiestas del México de la colonia. Yo me llamaba como el vals. Y no me decepcionó. El supo de inmediato de lo que le hablaba.

Pasamos la visita, él y yo hablando de cualquier cosa, riéndonos de mis chistes, preguntándome él en qué grado estaba, si me portaba bien, cómo era Costa Rica, pidiéndome que le dijera más adivinanzas.

Me animé a decirle que yo lo imitaba. Dijo que quería verme.

Entonces, a mis ocho años, para el cómico más grande de América, hice gala de mi talento para los acentos y demostré que yo también sabía cantinflear, incluso antes de que fuera un verbo admitido por la Real Academia. Y por primera vez, fui cisne.

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noviembre 01, 2006

El Patán y los biznez trips

Estamos el Patán y yo discutiendo animadamente de los negocios centroamericanos en los que yo trabajo por gusto, él me paga la mitad y se echa encima todas las ganancias. Concluimos que no queda más opción que viaje a Panamá cuánto antes. Entonces me lo dice:

- Vamos conmigo a Panamá. Mañana, en el vuelo de las 6 y media.

- A qué voy a ir yo a Panamá? No necesitan abogado, eso se lo pueden hacer el banco de allá, además tengo mucho que hacer aquí.

El Patán me aclara para qué es que me ocupa:

- Vamos, Sole. Tres días. Todo pago. Conmigo.

Esta vez es a mí a la que le toca hacer silencios. Y le digo:

- no.

- No porque no querés o no por que el mae ese no te deja?

Se lo repito:

- noquiero.

E insiste:

- Te estás amarrando los calzones para decirme que no o me lo decís en serio?

- yaledije:no.

- Tá bien. Ahí sigue el tiquete, para cuando te de la gana. No podés enojarte conmigo por pulsearla.

Me sonrío bajito. No puedo evitarlo.

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