Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

agosto 27, 2006

Mi vestido nuevo

Si se fijan al inicio, verán que andamos estrenando en el archipiélago.

Aunque el diseño es de la suscrita, con una pintura de Solentiname (la de verdad) y posters de la Unidad Popular, mi absoluto analfabetismo en estas materias fue solventado por el Antídoto, alcahuete y bicho en estos manejos.

Oscar también colaboró en el cambio mínimo pero coqueto de la forma en que se registran los comentarios.

Ya Tugo me dejó el primer review que comparto "Buen retoque, bastante sobrio. Apenas para recibir a los curiosos."

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agosto 24, 2006

Hoy voy para Elmo's coloring book


Sí, puede ser que sea muy vieja para esto.

Para no evidenciar la condición de manganzones inmaduros y que no nos confundan con paidófilos, aunque el Antídoto no sabe, llevamos a una chiquita. Tiene 4 años y usa colita en el centro como el chorrito que estaba allá en la fuente de Cri Cri. Cuando llega del kinder, le hablaba a la tele para pedirle que la esperaran, que le diera tiempo de almorzar y de ir al baño.

Después se sentaba en un banquito y se quería caer de la risa con las tonteras de Enrique. Se sabía las canciones, le imitaba la risa y suspiraba de ganas de tener aunque fuera uno, un peluchito o un títere de Enrique, para contarle sus tonteritas y leerle los cuentos que inventaba cuando practicaba a escribir letras. Los dos, Enrique y ella, comían en la cama, planeaban travesuras, hacían mil preguntas, se imaginaban imposibles.

La llevo a que se compre camisetas, se tome fotos con Enrique, coma muchas palomitas y quién sabe, en la de menos, encuentre el títere aquel que siempre quiso tener.

Yo me encargaré de espantarle las hordas de chiquillos malcriados que quieran pasar de primero en cualquier fila, de escogerle la talla y la más bonita, de cantar con ella las canciones, sentarla en los regazos para que pueda ver todo bien, de decirle que Elmo es un reemplazo de porquería que no le llega ni a los tobillos y a llevarla de la manita.

Las entradas fueron gentil cortesía del Antídoto y Fuser como regalo del día de la maigre.

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agosto 23, 2006

Ubicaciones

Buscaba un mapa que le dijera
“Usted está aquí”
Se rascaría la cabeza, pensativo
Sin recordar cómo llegó
Qué lugar es éste
Cómo salir de allí.

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agosto 20, 2006

Trueque de libros

Una de las cosas en las que hago gala desvergonzada de una de mis neurosis, es con los libros. No los presto. A nadie. Ni siquiera al Antídoto. Parto del principio básico de libro prestado, libro robado. De chiquilla pedía libros con título y todo para Navidades y cumpleaños. Necesito leer antes de dormir. Me llevo un libro si tengo que ir de mandados. Lo llevo a la oficina si está demasiado bueno y le robo descaradamente tiempo a los clientes para leerlo a gusto. Me desespero si no leo algo. Considero al baboso que me presta un libro como una persona de extrema confianza y alguien a quien puedo considerar verdaderamente mi amigo sincero, ese que decía Martí que le da a una su mano franca, sobre todo cuando me sigue hablando a pesar de que no devuelvo lo que me han prestado.

Me lamento de no ser políglota cuando me torturo pensando en todo lo que me estaré perdiendo por no leer su versión original. Veo las películas de libros leídos y busco los libros de las películas que me han gustado para hacer mi propio review personal. A ellos les debo mi ortografía de rechupete. Yo comparto aquello de que el cielo debe ser una enorme biblioteca. Amazon y otras e-librerías me vinieron a abrir los ojos a la inmensidad de cosas de leer y a un precio módico. Conseguí libros que para mí eran tan solo leyendas. La historia de los Tupamaros, por ejemplo.

En Buenos Aires, al entrar al Ateneo, un viejo cine convertido en librería, casi caigo hincada. En todas partes busco tiendas de libros usados y me quedo tanto tiempo que usualmente me echan. Considero eso de sillones cómodos, lamparitas y silencios como de los mejores inventos para cuando me quiero leer medio libro antes de decidir comprarlo. En Nueva Década me soportan que anda vagando de un corredor a otro, que saque todos los libros del estante, los medio vea, los comente, los pregunte, haga un montoncito y al final me entre la consciencia y la ausencia de harina y no me compre nada.

Me muero de ganas por hablar con alguien que haya leído algo que yo también leí y que le haya apasionado. Pero con tanta variedad y oferta, es cada vez más difícil toparse esas casualidades. Mantengo la oreja abierta a cualquier recomendación y me leo las críticas de libros en periódicos locales y de afuera para ver qué me compraré a continuación. A veces busco uno por años hasta dar con él. Hay uno, por ejemplo, Corazón a Contraluz, que la mamá del Antídoto me consiguió en el país del fin del mundo, aquel con forma de fideo, fotocopiado de una biblioteca porque la única edicicó hace mucho tiempo que se había agotado. Me lo leí en un día.

Soy del ala conservadora que considera que un libro rayado, sobre todo por otro distinto a su dueño, merece castigo como del Código de Amurabi, que contenía aquel principio nada cristiano de ojo por ojo y no volverle a hablar al perpetrador, exigiendo la compra de un libro idéntico al violentado, nuevo de paquete y de la misma edición. No leo libros electrónicos ni aunque sean gratis. Yo todavía necesito la sensación del libro y el papel en la mano. Solo accedo, imprimiendo y empastando, cuando la tentación es demasiada.

Los leo una, dos, tres, hasta quince veces. Me sé algunos diálogos de memoria. Cuando no tenía muy clara la diferencia entre la imaginación y la vida me convertía en un personaje por varios meses. Los libros siempre me llevaron a otro mundo, distinto, único, mío, donde yo no veía, ni escuchaba ni sufría lo que pasaba a mi alrededor.

Como resultado, he leído desde almanaques mundiales hasta clásicos de la historia, y en alguna ocasión, a falta de algo más, completito el Nuevo Testamento. Y así como le he podido encontrar el gusto a noveluchas Light y darle el thumbs down a cosas sobre los que otros babean, también es cierto que muchas veces me he embarcado, y aunque por orgullo me termino el libro, me da chicha haber gastado en eso.

Antes había opciones de llevarlos a compraventas, pero no siempre es negocio porque a veces no hay ahí lo que uno busca. Y los tres pesos que me dan por mis libros viejos- por los que no quiero- no me compran ni cinco hojas del libro nuevo.

El Antídoto, conocedor y sufriente de esta particular manifestación neurótica, el otro día me puso en conocimiento de este mammifico sistema: una feria de truque de libros! Donde yo pongo los que quiero intercambiar y busco en listas ajenas lo que quisiera leer. Uno solo asume los gastos del envío y he de reconocer que a pesar de los chismes el correo de aquí no es ni tan caro ni tan indeficiente.

Para conocer este esquema, pueden darle clic aquí . Si alguien se anima, me cuenta.

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agosto 17, 2006

El infierno es...

Tener el número 164 en la fila de Migración para sacar el pasaporte nuevo.

Sin perjuicio, claro, de lo que opine el que tenga el 165.

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agosto 15, 2006

Edipo anda suelto

Pues es clarísimo que a todo el mundo le valió un pepino que el feriado sea el lunes. Hoy se siente como día de la madre, aunque se celebre en el trabajo. Es evidente que esa ley va que le vuela la bata para el basurero, porque comercial o no, las culpas, pleitos, regalos y abrazos son para el 15 de agosto que están programados.

Se han enviado arreglos florales, la gente anda de compras, los restaurantes están llenos, me han llenado el correo de esos insufribles mensajitos de presentaciones de power point y está la cosa que arde. Tanto, que mi hermana menor ya me convenció de la conveniencia de pasar a presentar mis respetos aunque el regalo y demás accesorios se entreguen, por acuerdo familiar, hasta el otro domingo. Así que a codazos lograré que en una flositería me vendan de los arreglos de repela que les quedan para no llegar con las manos vacías.

Es divertido además contemplar las trastadas de Edipo: Hoy, Mami es todo para mí. Andamos todos con una mamitis de espanto. Hoy, todas las mamás son viejecitas débiles y pequeñitas, arrugaditas, sencillas y dulces, que nada nunca esperan y que lo han dado todo. He escuchado todos los tipos de canciones, desde la madre que camina al lado del Hombre (pasé por error por una estación de música cristiana), de que me vigilaba toses y calenturas, de las sacrificadas, de las que uno daría la vida por ellas, de las que son lo más grande y de las que se mueren justo cuando uno se da cuenta del error y regresa como hijo pródigo.

Hoy nadie tiene mamás metiches, lejanas, sobreinvolucradas, manipuladoras, problemáticas, montadas, chismosas peleonas o ni siquiera malvadas. Eso queda relegado a las madrastras, por lo menos hasta que pase el mes de la madre y la culpa vaya cediendo y abrir los ojitos nos permita. es un efecto maravilloso. Ni con la Navidad ni con el Mundial se logra tanta amnesia.

Me llama la atención eso de “Dios me permita tener mucho tiempo a mi gordita”. Me tienta decirle: “La quiere mucho tiempo, si? La lleva al médico? Le cuida el sobrepeso? Toma estrógenos su mamá? Hace cuanto que no va al dentista”

O los de “Tanto que da ella por uno, siempre de incondicional”, como para preguntarles “Y usted es incondicional con ella o se acuerda solo los quinces de agosto para no quedar como un chancho?”

Y peor los de “Cómo trabaja mi mama! Es que no para!” porque hay que ser bien carebarro para dejar que una viejita siga trabajando como una loca sobre todo si uno ya está manganzón y en algo puede ayudarle, o no?

Se llevan la medalla los de “abrácela hoy, dígale que la adora, que la ama!” Y los otros días qué? Cómo siempre, dejarla olvidada?.

Eso sin contar a los que sugieren como regalos para mamá electrodomésticos. Cosas como equipos de sonido son para toda la tropa de la casa, no para una mamá.

Y así sucesivamente. Que no se crea que estoy amargada. Yo, con todo y todo, hoy pienso en Mimí y también pienso en Ella. De Ella aprendí la utilidad de las listas de regalos: nos advertía siempre que no se nos ocurriera regalarle nunca cosas de cocinar, que ella no era una esclava; tampoco cosas para la casa, porque eso era del disfrute de etodos y ella quería algo para ella. Los regalos tenían y tienen que ser personalziados, únicos y ante todo, caros. Si le das el efectivo, mejor todavía, así puede medir el monto de tu cariño, de la otra forma le queda siempre la duda de si lo compraste de oferta.

De Mimí aprendí a ser muy agradecida. El regalo de Mimí lo hacía yo con mis propias manos, que son bien inútiles. Todos los años, sin importar el mamotreto de cartón y goma, el mío era declarado como el mejor regalo, antes familiares y primos. Yo sonreía encantada y consideraba seriamente seguir una carrera como artista plástica. Un año fue un teatro armado en una caja vieja y vacía, con personajes de revista recortados y pegados en paletas de helados, con tres guiones escritos a la medida por la suscrita. Otro fue una foto mía hecha de recortes de fotos viejas. El año que más me quebré la cabeza, le hice un disco de cartón en el que puse los nombres de sus tangos favoritos y lo decoré con estrambóticas flores. La entrega de regalos a Mimí era una competencia de talentos y yo, siempre, la campeona indiscutible. Cuando llegué a la adolescencia, Mimí me pasó de categoría y al igual que Ella, exigía condiciones especiales de las cosas a regalar.

A Ella hay muchas cosas que le reconozco y le agradezco aunque nunca haya encontrado la forma exacta de hablarle o de escucharla y creo que en ella aplica lo mismo pero en viceversa. En particular, le agradezco sus lágrimas, que es su forma de emocionada y callada de decirme que se siente orgullosa de mí, aunque no diga ni una sola palabra. Casi nunca las veo. Por eso sé que son sinceras. Como cuando me gradué de abogada, cuando lee mis poemas o mis cuentitos a la medida o las pocas veces que le he dicho, que sé yo, cosas.

Por cierto, ayer, en el supuesto programa de sexo, pasamos un parto vaginal en vivo. Por primera vez vi en directo como viene un ser humano al mundo. No hubo uno solo que en el estudio quedara con los ojos secos. Si nunca lo han visto un parto, se los recomiendo. Yo hasta me puse a pensar con cierta nostalgia en el día que tenga a Santiago.

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agosto 14, 2006

Muro de Berlín (o de como Sole expone su ignorancia)

Hoy se conmemoran 45 años del muro del Berlín. De chiquilla, yo sentía una envidia enorme cuando Mímí, con voz de enciclopedia británica o de documental sentenciaba “Ve vos lo que es la vida: me ha tocado vivir dos guerras mundiales, la de Corea, Vietnam, una revolución aquí, una en Cuba y otra en Nicaragua. Vi morir a Gardel y a Fidel tomarse un café en la Soda Palace. Conocí a Calufa y a la Niña Isabel, esa, la de los cuentos de Carmen Lyra. Quiera Dios que no me toque ver la tercera guerra” y se volvía, con una sonrisa maldosa, a enrrostrarme mi ausencia total de protagonismos histórico pasivo “Y a vos, madrecita, qué te ha tocado?”
Yo, picada a más no poder, me exprimía el cerebro para poder defender el orgullo, pero nada. Para esas alturas el mundo era mundo y no había cambiado en los 12 años que llevaba yo dando guerra. Suspiraba resignada pensando en la enorme suerte de Mimí y la ausencia total de eventos que me permitieran, cuando tuviera nietos, relatarles experiencias propias y no tener que recurrir a las de su biscabuela.

Trataba se sacarle rebajas “No mienta Mimí que la primera guerra mundial empezó en 1914 y usté iba apenas naciendo” y ella me rebatía magistralmente “Dejá de hablar mierda porque en el pasaporte dice que nací en 1900, y aunque hubiera nacido en el 14, la guerra duró casi cinco años y yo desde los tres me acuerdo”.

Repasando libros para intentar ganarle en algo a mi abuela, descubría con profunda consternación que todo aquello que era digno de contar y óptimo para estar rajando, había ocurrido en tiempos de Mimí, quien de fijo estaba al tanto porque no había día que con sus anteojos de culo de botella- se había lastimado los ojos de tanto leer a la luz de candelas- Mimí no consumiera con calma y con paciencia unos tres periódicos. Eso le permitía, en las tertulias que se armaban en las mañanas donde Abel, el verdulero, opinar y dárselas de muy versada en historia, asuntos actuales y política internacional y zanjar cualquier discusión con una opinión dada con suma autoridad.

Para 1989, se volteó la tortilla. Ese día, sal salir de la Universidad, apenas entré a la casa, con mal disimulada humildad y como quien no quiere la cosa, le dije a Mimí “Viste lo del Muro?”. Casi se atraganta con el café, pero mantuvo la cara firme. “qué muro ni que albarda vieja…”. Y yo “Mimí, se cayó el Muro de Berlín…”. Ah! El silencio! La prueba irrefutable que Mimí no sabía de lo que yo le estaba hablando. Pero me equivocaba yo. Ella me regalaba el silencio, la falsa noción de victoria. En realidad, Mimí lo estaba disfrutando “Y hasta ahora te das cuenta? Llevan semanas las manifestaciones en eso. Ya era hora que te tocara vivir algo histórico. Se va a caer el comunismo. Vas a ver. Me lo huelo”.

El Muro, por alguna extraña razón, ejercía en mí una mágica atracción. Yo devoraba todos los relatos de los valientes que trataban de atravesarlo y dedicaba horas a pensar en métodos infalibles de escape. Quería saber cómo se vería aquello, dos mundos separados apenas por una pared.

Por esa curiosidad es que supe de la famosa vez en que Kennedy dijo, antes un montón de alemanes emocionados, y en alemán, que él era un pastelito, traducción que sus detractores le han querido dar a su frase histórica de Ich bin ein Berliner, pensando que un Mr. President de los Esclavos Unidos puede ser así de baboso como para irse a Alemania sin llevar asesor o traductor al alemán y rajarse a decir LA frase de cierre para en lugar de unirse solidario al sentimiento de ser berlinés dejarse decir que él es una dona rellena de mermeladita.

Y hasta hace poco y lo traigo hoy a colación debido al aniversario, yo juraba que Berlín quedaba justo en el centro de Alemania (la de antes de la guerra), gracias a que lo metódico que mundialmente se les reconoce, por estereotipo o no, a los alemanes. Y entonces, al poner el muro, los comunistas se habían aprovechado de tan curiosa locación para partir el país en dos. Los mapas que yo veía se veían más o menos así:



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Pero ojo. Ese mapa es solo de BERLIN. No de la Alemania entera. Con la reunificación, el cable, el aggiornamiento de los mapas, los dichosos que han viajado y me han contado y la curiosidad, describí que Berlín queda y ha quedado siempre más bien hacia arriba y a hacia la derecha. Si hubieran pasado el muro que dividía al país por el medio, la antigua República Democrática (que era precisamente la roja) hubiera sido una mirrusca. Entonces no me explicaba yo para que un muro en medio de una ciudad que antes de 1989 estaba justo en el medio de un país comunista.

Entonces, recientemente y gracias a la gentil ayuda del Antídoto, descubrí que el muro no solo pasaba por en medio de Berlín, si no que lo rodeaba completo, como se ve en este mapa, donde además se aprecia cómo etsuvo ocupada Alemania. El puntito blanco de arriba es Berlín.

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O sea, fueron una ciudad sitiada por años. En medio de la Europa comunista (Aus der mitte Europas, como dicen en la Deutsche Welle), había un remanso de capitalismo, con todas las ley de ciudad consumista de fuerte contraste con el gris standardizado, la igualdad impuesta y lo parejo del régimen, en la calle que quedaba al otro lado de la pared. A mí me parece que así, la cosa cambia. No sé exactamente porqué, pero cambia.

Y les cuento para que a diferencia mía, no hagan el ridículo si hoy, por dárselas de sabihondos, participan en una conversación sobre el tema. Y si ya sabían, no hace falta tampoco que me lo echen en cara.


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agosto 12, 2006

Instrucciones para manejar en la Yunai

1. Desde el país de origen, valiéndose de yahoo o google maps, trazar exactamente la ruta de recorrido, que incluye millaje, tiempos de recorridos, puntos de interés y esquinas donde debe procederse a doblar, con todo y flechitas para nosotros los disléxicos de la lateralidad.

2. El aeropuerto es el mejor lugar de alquiler. Llegar al parqueo donde están todos los carros, poner las maletas en el suelo, rebuscar entre los papeles del maletín, exhibir triunfante la confirmación de Internet de la reservación y decir en english que vengo por mi carro rentado. Reversar el proceso completo y repetirlo en el mostrador del sótano que es donde se hace eso.

3. Pedir que le pongan todos los seguros existentes, pedir direcciones para entrar en el jaygüey, preguntar por tránsitos, estados de los caminos y tormentas tropicales de verano. Explicar que en la vida se ha manejado un chunchito automático. Escucharles decir que yulbiokey y pedir que te estafen entregándote un tanque lleno a precio de crisis de medio oriente para evitar hacer el ridículo en una gasolinera de esas de autoservicio o antojarse de chicles y cosas que no se pueden ingerir manejando. Ante el ofrecimiento de GPS, muy ufano mostrar mis instrucciones de manejo de yahoo debidamente impresas.

4. Meter maletas, ponerse el cinturón, prender la radio, olvidarse de ser ateo y encomendarse al dios de Mimí. Acelerar al máximo y avanzar a frenazos. Dar vueltas por el parqueo unos diez minutos a velocidades mínimas, frenando como si fuera colisión o impacto hasta tener dominada esa máquina diabólica que no sabe que lo civilizado son las marchas y los clutches, sobre todo cuando uno maneja como mujer en país latinoamericano.

5. Llegar a la salida y extender papelitos de revisión para que te digan que devolvámonos porque yutuktherongcar y ahora me cae que tengo que parquearme en reversa para devolverlo y así probar mis nuevos conocimientos. Explicar que nunca había manejado un automático.

6. Repetir todo el proceso y de golpe y porrrazo, entrar en carretera d eocho carriles. En el de en medio, para estar atenta a mi salida que es la 139 B porque me di cuenta que el scoth no pega mis direcciones en el dash, que si las veo a ellas no veo el camino, que no puedo ir viendo un mapa y que lo único que queda es el recurso que nunca me falla: la memoria. Decirme varias veces: no es tan difícil manejar un autmático.

7. Ir al máximo de velocidad autorizado porque hace 4 años por andar de peligrosos casi nos quitan el carro y nos hicieron una multa de cuatrocientos dólares. Entonces no paso de 65 o de 55 según corresponda. Me rayan por los dos lados. Me atosigan los furgones pegándoseme al bumper, con sus pitos de barco y sus luces cegadoras. Algunos son furgones dobles. Cuando me pasan me pitan, no de saludo, si no de madrazo. Me insultan en todos los idiomas y con todos los gestos y me maravillo de lo que la inmigración ilegal y la diversidad cultural permite.

8. Ir escuchando cualquier emisora que hable en español, para tranquilizar los nervios. Aunque sea de regatón. Aunque hablen espanglish. Aunque no puedan pronunciar las erres y las eses al final de las palabras. “Atrévete” de Calle 13, me logra sacar una sonrisa y destensar un poco las manos del volante. Mover el dial conforme avanzo hacia el sur hasta caer en Cspan y un general isarelí explica que no tienen más opción que esa. Los ex soldados llaman y en tono militar, están con isarel, sir, yes sir. Los hippies llaman y rompen a llorar por la muerte de la paz. Los born again Christians llaman e invitan a moros y judíos a reconocer a Cristo y a dejar de pelear.

9. Salirse en la salida que toca y aprovechar el semáforo para memorizar las próximas acciones. Ver pasar malles, tiendas, restaurantes, pensando que en la de menos al regreso puedo parar un ratito sin perder la única entrada que me llevará a ese paraíso.

10. Recordar todo el tiempo que son otras velocidades, que no son ticos, que tirarme de un lado a otro me puede costar muy caro, que si perdí esa salida ya vendrán otras.

11. Cuando ya he superado por tres el tiempo y distancia de mi recorrido según instrucciones de Internet, parar en supermercados o casetas de turismo a averiguar si ando perdida y como hago para regresar al camino correcto. Sonreír mucho y pedir perdón por mi acento de hispano y por mi despiste.

12. Llegar al destino, completar mi asunto, y devolverme calculando poder llegar de día y sin lluvia, fuera del rush hour. Agradecer la ausencia de huecos en las calles y la existencia de rótulos. Implementar el consejo de quedarme en el carril del extremo para que nadie me reclame por lenta. Planear desde una hora antes como devolverme al carril del centro cuando se aproxime mi salida, esperando un espacio de más o menos 800 metros.

13. Entregar el carro agotada. Responder al del rentacar que no le pasó nada al carro, que solamente es la emoción porque jamás me imaginé que lo iba a lograr sin dejar un pedazo de vida medio atropellada. Explicarles que nunca había manejado un automático.


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agosto 10, 2006

La fuerza de la costumbre

Mimí siempre me advirtió que no permitiera nunca que un hombre me levantara la mano. “A la mujer le pegan una única vez- me decía- la segunda es por gusto”. Y me contaba de situaciones hipotéticas en las que si a ella le hubiera tocado algo así con el papá de los muchachos, no habría terminado él de levantarle la mano cuando ya hubiera terminado hecho un puño en algún rincón de la casa, porque hay que defenderse, madrecita. La primera vez te sorprende, la segunda ya se presagia.

Mis primas mayores se reían socarronamente de aquel entrenamiento para la vida marital. Siempre supuse que les habría tocado presenciar a Mimí subyugada ante la mano levantada del que fuera el amante de turno, porque aunque yo ya la conocí vieja y casta, mis primas comentaban, a las espaldas de Mimí, claro, que en su juventud, la cosa estuvo que quemaba y a veces enumeraban en lista los sospechosos de haber sido candidatos a mi abuelo.

Mimí nunca me comentó esas libertades suyas. Yo, lejos de condenarlas, se las admiraba. Nunca le dije lo que me decían ni le pregunté nada. Si por mí hubiera sido, habría afirmado que mis tíos y mi papá nacieron por generación espontánea.

Esta semana Canal 7 se quejaba del relajo ese de que se invirtieron un millón de colones entre salarios, efectivos, llamadas y alboroto, buscando a una mujer cuyo esposo la retuvo en la montaña una noche entera. El estaba armado. El motivo del reclamo del desperdicio del erario público era, a criterio de ese formador de opinión, completamente justificado y lo resumió, con sabias palabras una vecina de la pareja, que en cámaras, en vivo, en chancletas y despeinada, dijo más o menos esto:

“Yo no entiendo porqué tanta cosa. Ellos pasaban peliando. Ya sabía uno que si la discusión era por tal cosa, se la llevaba al cafetal cuchillo en mano. Que si el pelito era por tal otro, era con la pistola que se la llevaba a ese lotecillo vació. Y así, cada vez que se armaba él se la llevaba para aentro, armado”

O sea que el Canal reclamaba que tanto desperdicio para una vida que ya estaba acostumbrada a que en cualquier salidilla de esas, no regresaba. Supongo que un millón de colones es demasiado pagar por la que se expone por gusto.

A Mimí se lo perdono porque ella hablaba desde su doméstica ignorancia y a veces, en ciertos casos, creo que no estaba ella del todo equivocada. Además, si yo me hubiera sentado a explicarle dinámicas de parejas, leyes de violencia domésticas, círculos de victimización y otras cosillas freudianas, se habría separado de su prédica de defensa propia para amenazarme con la posibilidad de recoger los dientitos del piso por estarla contradiciendo.

Pero eso es distinto a que un canal considere desperdicio proteger una vida que, de por sí, siempre ha estado en peligro. Entonces cuánto había que destinar? Apenas para encontrar el cuerpo?

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La luna

Me reviso la densidad peluda, a ver si ocupo navaja urgente.

Fuser me mueve la cola, entre cómplice y contento.

Me encierro en un baño y aúllo a través de las celosías.

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agosto 09, 2006

Las razones

Ella hacía todo. Trabajaba, corría, iba, venía.

Cocinaba, recogía, arreglaba, lavaba.

Mi padrastro se quedaba sentado. Nunca le ofreció ayuda.

Eso no la detuvo. Tampoco dijo nada. Ni un solo reclamo.

Apretó los dientes, cerró los ojos a todo y siguió, con más rabia.

Tal vez por eso los gritos, los golpes, las ausencias, los silencios.

Tal vez por eso terminó enojándose con la vida.

Tal vez sea hereditario

eso de resistir, de resentir, de rendirse y abandonarse.

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agosto 08, 2006

ah, la fama...

Muchas primeras veces. Primera vez que me reunía en esa ciudad, primera vez que manejaba un carro automático. Primera vez que me animaba a lanzarme en una carretera nacional, sola, hacia el sur. Primera vez que me quedaba en un hostal en esa ciudad, después de dos noches en un hotel que ni teniendo el dinero querría yo alguna vez pagar, por caro; de princesa a mendiga. Primera vez que me enfrenté con un tornado de lluvias, viento y granizo en un caminito rural. Primera vez que leí To kill a Mockingbird en las noches de hotel. Primera vez que vi a los primeros Muppets y le sonreí a ese pedazo de viejo abrigo verde descolorido que hoy es el que fue el primer René.

Muchas repeticiones: Noches sin dormir, dos días seguidos sin comer, una cama dura, un baño compartido, carreras por todas las calles, el calor pegajoso del verano, las visitas de dos minutos a los museos conocidos. Perderme, mapa en mano. Los monumentos; Lincoln, enorme y sentado; el osito de peluche, las flores, las lágrimas en el monumento de los muertos en Vietnam. El metro, el aeropuerto, de aquí y de allá, las esperas. El olor. El acento educado y neutro de CNN y tres horas al sur, el drawl espeso que me hacía sentir en una película y que me obligaba a mí y al otro a repetir despacio, sonriendo, educados, tratándome de lady y de yes ma’m. la maleta demasiado chica. Lo que siempre olvido. La uña quebrada.

Ver a Kat. Sonreír con Kat. Comer con Kat. Ver dormir a Kat. Planear con Kat sueños que tienen como requisito poder hacerse realidad. Pensar en cómo seré yo de viejita. Cómo estará mi salud, cómo enfrentaré la adversidad o la enfermedad, quién vendrá a sonreír conmigo, con quién podré soñar.

Hubo también descubrimientos: Que debe ser una ciudad muy triste, porque no encontré una sola juguetería. Que ya no venden cerezas frescas en la calle. Que la Casa Blanca está rodeada de calles desoladas y policías. Que dos helicópteros de guerra la sobrevuelan la ciudad todo el día, Qué se siente- me dijo alguien- estar en una ciudad objetivo de Bin Laden?. Que prefería la peste del sudor de verano que bañarme en ducha compartida. Que si la conexión la pierdo por mal tiempo, la que paga el hotel en la otra ciudad soy yo y ellos, los dueños del avión, sabían que en esa otra ciudad no había campo en los hoteles por el mal tiempo. Que el que paga viaje en primera pasa antes que los demás en todas las filas, incluyendo la de seguridad. Que ya no se esfuerzan siquiera en disimular que el dinero manda. Y si usted no lo tiene, se calla. Que si tengo que escoger ciudad, prefiero San Francisco. Que cuando se viene a trabajar no queda tiempo de turistear y ni siquiera de comerse un heladito de cereza. Que la laptop, siempre, pesa.

Y al regreso, cansada, hambrienta, tensa, deseosa de volver, pensativa, enfrentada a muchas realidades y recuerdos y pensamientos nuevos, con la libertad de ser una total desconocida, lloré todo el vuelo y usé de excusa la película. Llegué a mi conexión con los ojos hichados, los jeans sucios, desgreñada y arrugada y cargada de bolsas de compras de regalos para mis sobrinos postizos y unas palomitas de maíz demasiado saladas como desyuno/almuerzo. Me dejo caer en un asiento feliz de no haber perdido el vuelo y suspiro.

Hay algo que tienen los ticos en el extranjero. Una actitud, una forma de moverse, un código secreto que hace que uno los reconozca y se sienta en casa con solo verlos en la misma sala de espera aunque no los oiga hablar. Después de derrumbarme y abrir mi libro, me doy cuenta que con mi llegada, se produjo un incómodo silencio.

Una señora, que pudo haber sido la mamá de cualquiera, se vino a sentar a mi lado. Como no dejé de leer, me tocó suavemente el brazo:

Usted es Solentiname, verdad?

Respiré hondo para forzar una sonrisa y asentí apenas con la cabeza

Yo siempre veo el supuesto programa de sexo.

Gracias- le mascullé. Tal vez yo no quería hablar con nadie. Tal vez yo quería seguir llorando. La señora, esa, la que parecía la mamá de alguien, no se iba y ya me imaginaba yo que me interrogaría de la vida y milagros de mi amigo M, o peor aun, me contaría de su propia vida, y ya yo, por adelantado sufría. Ella siguió:

Porqué no se va a lavar la carita y se peina un poquito?

Yo abrí los ojos enormes. Ella tenía que decirme que le encantaba el supuesto programa, que yo me veía distinta en vivo, que vacilón que es mi amigo M, que qué maravillosa labor hacemos por los analfabetos del sexo. Pero no. Me dijo Porqué no se va a lavar la carita y se peina un poquito?

El cansancio y una tristeza me impedía salir del asombro y no le pude contestar. Solo la veía, la veía decirme que me fuera a lavar la carita y me peinara un poquito. Ella lo notó y a modo de disculpa, me dijo

Es que aquí hay muchos ticos que vemos el programa, me entiende?

Yo me levanté obediente. Y me fui a sentar al último rincón, donde nadie me viera en mi estado de basurero, tan lejos del glamour de las luces de televisión, que se confabulan con el maquillaje para que esta palomilla gris aparente ser mariposa.

Fue cuando llamaron por los altavoces avisando que se iba el avión que me pude levantar, entrar corriendo al avión, sentarme en mi puesto, cerrar los ojos y no volverlos abrir hasta que una azafata anunció:

La hora local son las nueve con quince minutos. Gracias por preferirnos.

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