Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

mayo 31, 2005

Quería ser blanca, como la luna,

como la espuma, que tiene el mar...

Hay que dejarse de cosas: Todas quisimos, entre los 5 y los 8, llegar a ser Miss Universo. Y tal vez, por un minuto iluso, hasta creímos que, quien quita un quite, era una posibilidad real si uno se lo proponía. Eso y el mito del príncipe azul (que en mi caso particular se llamaba Felipe, como el borbón y como el de la Bella Durmiente de Disney) eran todas las aspiraciones a esas edades mozas.

Mi prima Némesis y yo jugábamos todos los sábados a Miss Universo. Para evitar discusiones, las dos competíamos bajo el título de Miss Costa Rica. Había desfile en short de educación física, bata de dormir de noche de mi abuela, demostración de habilidades deportivas (vueltas de carnera en el piso), habilidades artísticas (cantar, bailar o recitar) y la pregunta clave de la final, de esas de qué pensaba yo que necesitaba el mundo para ser feliz o que le pediría a un genio egoísta que solo me concediera un deseo ("más deseos" es la respuesta perfecta).

El panel de jueces lo constituía mi pobre primo Rodo, 4 años menor que nosotras, que en pañales y sentado en el suelo, se mordía el dedito ante el predicamento de perder el cariño de una de las dos o ceder antes las amenazas de pellizcos y promesas de confites. Salomónicamente, ejercía el infalibe sistema del tin marín de do pingüé.

Yo siempre perdí. No tanto por el azar de donde cae el "que ella fue", sino porque Némesis insistió y nos convenció, televisor en mano, que nunca se había visto eso de las mises universo morenas y pelo negro y lacio.


"¡Las mujeres bonitas y las muñecas tenemos los ojos azules y la piel blanquita!"-decía, mientras saludaba emocionada al público que la aclamaba,le colocábamos la corona de papel cartulina y le entregábamos el ramo de pomas robadas del jardín.

Némesis me consolaba diciendo que ser la primera princesa era también una posición muy aventajada, aunque solo concursáramos dos. Y sábado tras sábado, nos tomábamos de la mano ella realmente emocionada y yo fingiendo sonrisa, para escuchar el veredicto que reconfirmaba que la belleza, en América Latina, no era del color de mi tierra.

Yo, por las noches, le pedía al angel de la guarda que me concediera un deseo y me hiciera blanca.

"Un pescado con bombín
se le acercó
y quitándose la bomba
la saludó...
Pero válgame Señor!
¿Pues qué no ves
que así negra estás bonita,
Negrita Cucurumbé?"

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mayo 29, 2005

El Aeropuerto

Tengo la carta guardada desde hace treinta años. Es la única que tengo. Me habla a través del tiempo, amarilla, con una esquina doblada, y frágil con los años. La abuela de las cartas.

Me la envió desde Italia en 1973, para mi primer cumpleaños. Tiene al frente una muñeca preciosa, vestida de rosa y con una canasta de flores de verano. Tiene unos ojos negros enormes y brillantes. En la carta dice que son iguales a los míos.


Me dice otras cosas también. Que soy fruto de un amor grande, al que todos se han opuesto. Que tal vez no lo conozca, porque está en un país muy muy lejos y que pronto estaremos otra vez los tres juntos. Me promete que vamos a vivir felices para siempre, como en los cuentos. Dice también que me quiere. Eso lo dice varias veces.

La leo cuando salgo de viaje, porque solo así venzo el terror a los aviones. Me da fuerza, seguridad o por lo menos la tranquilidad de que si algo pasa, él y yo nos encontremos de nuevo, después de tanto tiempo.

Hoy, viajo sola, como siempre. Esta vez a Europa, y el viaje, de horas largas, se me hace eterno. Estaré apenas una hora y luego, la conexión para algún país extraño.

En Roma, todo me suena familiar y a la vez distinto. El poco italiano que aprendí solo me permite confirmar el idioma que los demás están hablando, pero no entenderlo. Mientras espero, divago entre las tiendas, buscando con qué entretenerme y pasar el rato.

Lo vi en la sección de tarjetas. De espaldas, se nota que es un hombre enorme, muy alto, muy grueso, de cabello negro. Se tiene que inclinar un poco para hablarle, en italiano, por supuesto, a la dependiente. Me recuerda a un oso. Además, no sé, me conmueve en lo más profundo y siento unas ganas locas de darle un abrazo. Curiosa, me acerco.

-Es para mi hija- Le dice en italiano.

Eso lo entiendo, es muy básico. Y él señala una tarjeta en el fondo. La tarjeta es idéntica a la mía. La misma niña de vestido rosa, la canasta, las flores, los ojos negros. Me sonrío triste. Las siguen imprimiendo. Más de treinta años y la siguen imprimiendo. Con razón, si es que es preciosa, cualquiera se sentiría como una princesa, como yo, cuando la veo y ...

- Tiene los ojos igual a los de ella. Profundos y bellos. Sus ojitos negros- Le dice de nuevo a la dependienta.

Y me doy cuenta de que de pronto, mi italiano se mejoró en un ciento y que esa frase mi corazón la entendió prefecto. Y su voz. Esa voz.

- Présteme un lapicero, por favor. Voy a llenarla de una vez, para que le llegue al cumpleaños. ¿Tienen estampillas? ¿Dónde está el correo?

Estamos a Mayo 30. Un viejo romántico, mandarle la tarjeta por correo, si hoy, con el correo electrónico, le podría mandar algo totalmente animado, musicalizado, y con efectos especiales para estrenarse en la pantalla fastuosa cualquier computadora promedio. Pero mandarla por correo... si es para América, calculo, llegará casi como para mi cumpleaños, en unos quince días, más o menos.

- "Pirulí"- escribe- Así le digo yo. Por dulce. Sí, es mi hija- Le comenta orgulloso a la dependiente mientras que yo me acerco más y consigo verlo.

El levanta la mirada y me encuentro con mis propios ojos mirándome. Mi pelo, mi piel morena, mi mirada, mi sonrisa, mi propio yo. Inmediatamente se me llenan los ojos de lágrimas, lo veo a través de una cortina delgada de agua. Creo que me reconoce, ve en mí, una extraña, un destello de un recuerdo oculto. Pero es solo un momento. El sigue escribiendo:

- Llegará el día en que todo esto pase y entonces, estaremos los tres juntos y vamos a vivir felices para siempre-

Quiero rogarle que no le mienta. Desconcertada, me asomo por la ventana y al otro lado del mar veo mi primer año, mi otra vida, en los brazos de mamá, jugando con la tarjeta en las manos, mientras ella me la lee con la voz temblando.

- Por ahora- me dice mamá- recibe desde el otro lado en tu cumpleaños, todo el amor de quien te quiere y extraña.

Me desprendo de la ventana y él sigue escribiendo en la tarjeta con cuidado. Está firmando. La letra es idéntica. La misma A cuadrada y hacia un lado. Me resisto. El cansancio me está venciendo. No puede ser, no lo estoy viendo. El paga y se prepara para irse, recoge las cosas y espera con impaciencia el empaque. Pregunta otra vez dónde está el correo. Yo me arriesgo.
- ¿Signore?

No me escucha o me ignora. Sigue caminando. Se me está perdiendo entre la gente. Se me está perdiendo de nuevo. Busca sobre las cabezas de todos un buzón cercano. Y entonces yo entiendo que este momento es único, irrepetible, que no es un sueño, que lo estoy viviendo, que es cierto. Y muy bajo, solo para mí, lo llamo de nuevo:

- ¿Papá?

Y él se detiene sereno. Allí, entre la gente, se vuelve muy despacio. Y me mira y está sonriendo. Le brillan los ojos. Me tiende los brazos.



Feliz cumpleaños Papá. Donde quiera que estés.







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mayo 28, 2005

Declaración de Principios

Porque el corazón no quiere
entonar más retiradas

Gracias Uruguay

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mayo 25, 2005

Viajes

Cada vez que entro al mall,
hago un voto de protesta silencioso.
No lo disfruto. Simplemente lo tolero.
Ese día me observaba de pie en la entrada.
"Le hubieras sonreído o cerrado un ojo"- me dijo Memo.

Yo, en sus ojos verdes, vi Valparaíso.

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Pecho a tierra

Tanto silencio, según yo, me confirmaba el tácito final del idilio raro.
Tampoco es que me sorprendiera, porque siempre he tenido muy claro,
que en el mundo en que el vos sos príncipe, las mujeres como yo,
sin pedigree, nunca pasamos de ser sirvientas.

Pero te llamo por el sadomasoquismo de la confirmación y el desprecio.
Y entonces me das razones y me pedís tiempo.
Así somos los arrastrados. No tenemos remedio.
Yo, acepto: “De acuerdo. Me espero”.

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mayo 23, 2005

La hija de Elsa

Desde el primer jueves que me vio en la Plaza, se vino con una sonrisa en el rostro y una mano alzada a saludarme. Ella, menuda y bajita, me puso la mano en la mejilla. me hizo agachar y me saludó de beso emocionada. “¿Cómo estás, querida?” y me regaló una sonrisa y una mirada tierna. Se alejó para colocarse en su puesto en la manta, porque a las tres en punto iniciaba la caminata. La misma de hace veintiséis años, alrededor del obelisco, frente a la Casa Rosada.

Yo no la conocía. Sabía que era una madre porque, obvio, venía a la marcha, además del pañuelo blanco en la cabeza. Así fue el siguiente jueves. Verme y venirse directo a saludarme, y la misma alegría callada.

El jueves 25 de diciembre, las madres estaban en la plaza, como todos los jueves del mundo. Me saludó, como los otros días.

“Vení- me dijo- ayudame a llevar la manta. Acá, la lado mío. Eso nunca lo permitimos las madres. Siempre nosotras solas la llevamos, pero hoy es especial. Vení que te hago campo”

Y me cedió el honor a mí. A la turista tropical, ruidosa y entrometida, entre ellas, las madres, para la marcha de pasitos cortos y cansados. A las 3 en punto empezamos a caminar en círculos.

“Querida, ¿sabés quienes somos nosotras?”- me preguntó.

“Claro- le dije- la razón por la que vine a Argentina”- no pude evitar que me fallara la voz

“Llevamos 26 años en la lucha. Con vida se los llevaron, con vida los queremos”- me dijo.

“Qué fuerza- pensé- andá a saber qué le hicieron a sus hijos y ella tiene el empeño de hablarle a una extraña, de ser simpática, de hacer proselitismo… después de 26 años”. Pero no le dije nada, Simplemente callé. Seguimos caminando en círculos. Coreábamos las consignas.

“Alerta, alerta
Alerta que caminan
Milicos asesinos
Por América Latina”

“Yo sé que mi hija no está muerta, ¿sabés?”

Se me erizó la piel. Pensé que me repetiría una arenga, un trozo de canción, que seguía viva en la lucha, en mí, en ella, en los que todavía cantamos, todavía esperamos… Me miró a los ojos y me tocó la cara con su manita arrugada.

“Lo sé porque vos sos igual a ella. Sos idéntica a mi hija, ¿sabés?”

Y bajó su mano y la puso sobre la mía y así, juntas, sosteniendo la manta y la historia, seguimos caminando. Yo lloraba sin darme cuenta y el sol de Buenos Aires en verano me secaba las lágrimas. No pude decirle nada.

“No llorés, amor. No te pongás triste. Si supieras lo que me alegra verte a vos que es como verte a ella”.

A partir de ahí, los tres jueves que me quedaron, llegué por lo menos una hora antes a la plaza. Allí estaba, esperándome en la misma banca. Me saludaba feliz con un abrazo y nos sentábamos al sol contemplar la plaza y a ver pasar la tarde. A veces me tocaba la cara para asegurarse que yo era cierta y no un espejismo de fantasía. A veces simplemente se dejaba mi mano en su regazo. No hacía falta decir nada. Al tercer jueves le dije:

“Regreso a mi país. Me voy pasado mañana”

“No te olvidés de pasar a despedirte de mí.” me pidió. Así, sencillo, sin tonos de culpa.

Y fui. Le ofrecí mil cosas, y a todas me dijo que para ella nada, que para las madres todo. “Somos colectivas. Si me enviás algo a mí, igual vamos a compartirlo con todas o con la que más necesite”

En todos esos jueves, la única que había llorado era yo. Ese día, cuando me alejaba por Congreso, y ella me decía adiós con la mano desde la puerta de la Casa de las Madres, me pareció verle una lágrima, pero no de tristeza. Me fui con el corazón en pedazos. Uno se lo dejé a ella.

Te juro que no lo sabía, pero ahora no hay duda: La hija de Elsa, soy yo.

Esto que cuento es real. Me ocurrió en diciembre del 2003, en la Plaza de Mayo, Buenos Aires, Argentina. Elsa es una de las Madres.

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mayo 20, 2005

Volvamos a la tierra

Ayer fui a almorzar con mis tres primeros compañeros de trabajo de mi primer día hace siete años en la Corte. Fue casualidad. Iba a ir solo con un uno, pero por casualidades del destino, coincidimos todos. Como cuando los grupos viejos de rock hacen el concierto de la reunión, al principio no sabíamos ni qué decirnos.

Caballeros, los tres, me preguntaron dónde quería comer. Considerando la ubicación y el antojo, alegremente anuncié que íbamos todos para el Tin Jo.

Empezamos a recorrer cuadras. Por ir hablando paja, no noté la ruta exacta. Cuando me percaté, hice alto en el camino e informé que íbamos por el camino equivocado.

Intercambiaro miradas primero...

"Dijiste Tin Jo, por eso vamos para el chino de la esquina"- me explicó uno.

"Acordate que somos funcionarios públicos- me recordó el segundo- Si almorzamos hoy en el Tin Jo, no comemos los últimos dos días"

"Vamos por medio dieciocho de gatonés- sentenció el último- te estás malcostumbrando a educarte y a moverte en esas alturas"

Y comimos todos en un chino céntrico de mesas de formica, tele sintonizado en noticias nacionales, pan cuadrado en canasta de plástico y margarina, arroces que sabían a gloria embebidos en grasa y carnes no identificables, y dueños chinos simpáticos de español a medias.

Nos reímos durante una hora, nos atragantamos el chop suey y el wan tan entre anécdotas y recuerdos. Ignoré mi celular y mi vida laboral de vacíos y plásticos y añoré estar de nuevo con ellos de nuevo en el día a día de los juicios y los casos.

Creo que tiene razón Mauricio. El aire de este lado de la ciudad es malsano. En las alturas, se ha descrito el síndrome del alienado, donde le falta el oxígeno, uno se marea, se le olvidan las cosas y los orígenes, y lo peor, empieza a pensar, a hablar y a comportarse como un legítimo comemierda.

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mayo 18, 2005

La caída

El cólico punzante de cuando vas corriendo, invoca las más cobardes excusas de rendición incondicional disfrazadas de excusas dignas.

Iba analizando la número quince, sintiendo lástima por mi sudado cuerpo, cuando fui a dar con toda mi humanidad de sopetón contra la tierra. Atrás, una raíz traicionera sonreía sarcástica ante mi caída.

Pensé en hacer miradas de odio a los espectadores, pero no escuché carcajadas de burla. Pensé en llorar y hacer el numerito, pero no vi a nadie cerca que conmover con mi lástima. Pensé en revolcarme en el suelo en éxtasis de pseudolesión como hacen los futbolistas, pero no vi al brillante caballero de blanca montura dispuesto a socorrerme. Pensé en renquear con dolor mientras la sangre fluía de la rodilla al suelo y valientemente me sacaba las piedritas de la rodilla destrozada mientras clamaba por los paramédicos; pero no tenía ni un raspón... si acaso quedé un poco sucia.

Entonces entendí que es posible que existan momentos en la vida en que me tenga que levantar yo sola, sin llorar, sin lamentarme, sin creerme pobrecita, porque el que cae al suelo se levanta con ayuda del suelo, y se pone de pie de nuevo y sigue corriendo.

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mayo 14, 2005

Es importante

LLegué estrictamente a requisar una foto de mi papá, muerto hace 30 años. La que siempre había llevado en la billetera se perdió junto con el resto de la cartera que me robaron en un restaurante.

Mi mamá registró entre gavetas las cartas viejas que me dice me entregará el día en que se muera, que por cierto no le importa si es lejos o cerca y por eso no hace dieta. Y sacó una foto y me dijo: "Ves? así era cuando lo conocí yo..." y le vi en los ojos el mismo brillo que debieron tener hace 35 años. Aun lo ve guapo.

Y me enseñó otra foto que yo nunca había visto. "Así estaba en Europa." No pude evitar sonreírme.

Porque a pesar del tiempo y la muerte, es siempre importante enterarse, aunque sea a estas alturas de la vida, que el papá de uno usaba en los setentas, en la España de Franco, el pelo largo. Tal vez sí tenemos algo en común además de los genes. Tal vez quería ser o era hippie, soñador y revolucionario.

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mayo 11, 2005

Qué pretenden?


Cuando una mujer, en lucha tenaz contra la osteoporosis y el colesterol y con la ilusión lejana de pienas sin celulitis, corre por La Sabana, independientemente de que corra con tanga brasileña o de moda muslmana cubierta de la coronilla a los tobillos, siempre- atención todas- siempre se va a topar con alguno de los siguientes casos:

Advertencia: Esto le pasa a TODAS. Altas, bajas, flacas gordas blancas negras, sodas, normales buena gente pesadas, quiéralo o no. Es parte de la idiosincrasia de ser tica.

El imbécil que le grita “mami rica” (a pie o en carro)… O sea, este mae, ¿qué pretende?

Qué pare en seco, me le acerque, lo tome del cuello, le meta la lengua por la garganta y me lo coja en el zacatey encima sin preservativo?

Que haga caso de un absoluto desconocido y entre en furor uterino y le ofrezca mi cuerpo para satisfacer sus deseos, los más bajos y los más perversos, por el resto de sus días?

Que le sonría, lo salude, le deje el número de mi teléfono, le comente del clima, le pregunte por la familia y le agradezca el piropazo?

Que no apresure el paso asustada pensando que es un violador desenfrenado y que me puede tocar cuando le pase a la par?

El anormal que se esconde detrás de un árbol y sale de repente con la picha en la mano… O sea, ese mae, ¿Qué pretende?

Qué me detenga a media carrera a felicitarlo y aplaudirle porque está equipado exactamente igual que el resto de los seres humanos de sexo masculino de este planeta?

Que me hinque y empiece a adorarla y darle besitos?

Que me impresione esa pequeña y aplastada cosita?

Que le ayude a sacudírsela?

Que le diga que la tiene pequeñilla/que grite/ que le patee los huevos como a los sátiros de cuándo uno estaba en la escuela?

Que le devuelve la gentileza y le diga “Qué chunchón” con mal disimulada pasión y picardía?


El neandertal que se te queda viendo de pies a cabeza hasta que te perdés en el horizonte… O sea, este mae, ¿Qué pretende?

Que le haga el striptis y el table dance in situ?

Que me apiade y me devuelva y le diga que puede poner las manos donde se le quedaron los ojos pegados?

Que me enamore locamente, a primera vista violadora y vivamos felices para siempre como en los cuentos?

Que le diga que cobro por hora pero que por esos ojazos le hago descuento?

Alguien me puede decir?


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mayo 02, 2005

Dudas

Es cierto. Habíamos quedado en que yo finalmente dije que sí, después de tanto tiempo. Y habíamos quedado en una fecha. Y luego yo tuve que cancelar y al día siguiente y vos y al trasisguiente yo. Y luego se complicó la cosa. Sí, se complicó. Entre compromisos y reuniones y horarios y cosas inesperadas se complicó. Como cuando pasás de una carraspera a una neumonía. Y nos disculpamos los dos. Muchas veces. Y nos prometimos, como un mantra "la próxima semana". Y nos dijimos que valdría la pena, que esto no era normal, que era la época, que y que y que. Y vos sugeriste que me mantuviera fiel a la promesa tantas veces cancelada. Pero ¿sabés? hay cosas que pasan. Y por suerte, en efecto, pasan. Porque no sé si tanta cancelación era como una señal de que talvez mejor no. No sé si esto que apareció es otra señal que lo nuestro, como le decís vos, este idilio raro, tal vez mejor no. Pero sobre todo, y considerando los antecedentes, ¿será infidelidad de mi parte violar el acuero de "on hold"?

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